Abrir y acabar con los chocolates

 Luis Rubio

 La controversia sobre los llamados autos chocolate reúne muchas de nuestras más llamativas características, no todas ellas buenas. Los propietarios de estos vehículos naturalmente quieren que se les legalicen, sin mayor costo. Las autoridades federales, con plena legitimidad, se niegan a ceder ante las presiones políticas que ejercen los dueños de los vehículos. Hasta este punto nos encontramos ante un círculo vicioso que lleva dos décadas de estarse cocinando, con decisiones periódicas por parte del gobierno de legalizar, cada vez por última vez, a los vehículos que ya se encontraban en el país. Con la entrada en el conflicto del gobierno del estado de Chihuahua, la situación se ha complicado mucho más. Pero el tema de fondo, el que deberíamos estar analizando y resolviendo, sigue siendo el mismo: no hay razón alguna para suponer que esos automóviles ilegales dejarán de entrar al país, a menos de que se lleven a cabo cambios drásticos en las regulaciones respectivas.

El tema de los automóviles chocolate no es nuevo, ni en su origen se trata de un tema de ilegalidad: la abrumadora mayoría de ellos se internó legalmente al país por sus legítimos dueños. Según la información disponible, alrededor de dos terceras partes de los vehículos que caen en esta categoría entraron al país conducidos por mexicanos residentes en el extranjero que después retornaron a Estados Unidos, dejando el automóvil en el país. La razón para hacerlo es muy simple: el costo de un vehículo usado en Estados Unidos es mucho menor que en México. Es decir, detrás del problema de los vehículos ilegales hay una razón elemental de mercado. Si no se resuelve la extraordinaria disparidad que existe en el costo de los vehículos en ambos lados de la frontera, los autos continuarán entrando al país, independientemente de las barreras que las autoridades decidan erigir. Esos coches son atractivos porque son baratos; ninguna prohibición o legalización va a alterar ese poderoso incentivo para adquirirlos. Si al problema de mercado se suma la existencia de mafias y bandas criminales organizadas que también introducen coches ilegalmente, sean éstos adquiridos o robados en otros países, la situación actual evidentemente no se va a atenuar sin cambios regulatorios esenciales.

Parecería que una vez que entra al país uno de estos vehículos, todas nuestras características idiosincráticas se conjugaran para crear un conflicto político interminable. Antes que nada, hay que reconocer que la llegada triunfal, en su propio vehículo, de un mexicano exiliado por razones de falta de trabajo, constituye la evidencia más patente de su éxito. Un mexicano que decidió abandonar su casa y país para procurar un mejor nivel de vida retorna victorioso para impresionar a su familia y conocidos: el coche así importado es casi un símbolo de dignidad frente a un gobierno que ha sido incapaz, por décadas, de proveer oportunidades de empleo y desarrollo para la abrumadora mayoría de los mexicanos. Ignorar el componente de prestigio y dignidad que representa el vehículo, es perder el sentido del problema. Puesto en otros términos, los mexicanos que retornan triunfantes al país van a seguir trayendo la evidencia de su éxito.

La introducción de esos vehículos también evidencia la ilegalidad que impera en el país y la total renuencia e impotencia de las autoridades de hacer cumplir la ley: los autos entran al país para quedarse y ninguna autoridad tiene los pantalones para hacer algo al respecto. Muchas autoridades podrán tener la buena intención de hacer cumplir la ley, pero la terca realidad, como muestra esta disputa, las hace totalmente incompetentes. Además, una vez que esos vehículos se encuentran en el país, el problema deja de ser fiscal para convertirse en político. El número de vehículos involucrado fluctúa, según las cifras disponibles en la prensa, entre dos y tres millones. Independientemente del número exacto, es evidente que esos son números muy grandes y, por lo tanto, un tema que se politiza cada día más. Peor, en la medida en que se acercan las elecciones, el conflicto no puede sino crecer.

Para colmo, otra de nuestras características, las autoridades nunca han comprendido que cada una de sus decisiones y acciones tiene consecuencias: el hecho de haber legalizado los vehículos en el  pasado evidentemente constituye un precedente para la presión que ejercen los propietarios hoy. De hecho, cada vez que se legalizan estos vehículos, aunque el gobierno insista que “ésta sí es la última vez”, lo único que está haciendo es crear un incentivo para que se introduzcan más vehículos en el futuro. No hay manera de romper el círculo vicioso por la vía tradicional, máxime cuando con frecuencia son las propias organizaciones paragubernamentales, como la Confederación Nacional Campesina, quienes en el pasado han lidereado la introducción y legalización de los coches. Ahora que nos enfilamos hacia una reñida campaña electoral, será inevitable caer en la misma situación. Mejor sería comenzar por cambiar las reglas de una vez por todas.

Las opciones que enfrenta el gobierno federal no son fáciles. En términos binarios, puede legalizar o no legalizar los vehículos. De legalizarlos, aumentaría el problema actual y futuro, como siempre ha ocurrido. De no legalizarlos enfrentaría un enorme problema político, justamente en el periodo más difícil del sexenio y, en esta ocasión, en un momento de extraordinaria vulnerabilidad para el PRI. Además, el tema se complica por la activa participación de varios gobiernos estatales, sobre todo los fronterizos, que sufren el problema en forma mucho más aguda que el Distrito Federal. De esta manera, las opciones que enfrenta el gobierno son malas en ambos sentidos. En teoría, se podría resolver el problema inmediato vía la legalización de los coches que ya se encuentran en el país y sellando la frontera para la entrada de cualquier vehículo adicional que sea propiedad de mexicanos. Aunque una acción de esa naturaleza sería discriminatoria, probablemente reduciría, al menos temporalmente, el flujo de los automóviles.

Sin embargo, dada la corrupción imperante en el país, es improbable que una medida de esa naturaleza pudiera ser efectiva. La verdad es que hay una sola solución viable y esa es la de abrir la importación de vehículos de inmediato, años antes de lo previsto en el TLC. Abrir la frontera a la importación de vehículos es la única manera efectiva y saludable de resolver el problema porque es la única que permite: a) reducir la corrupción e ilegalidad imperantes; b) recaudar recursos para el fisco, tanto a nivel estatal como federal; y c) eliminar los incentivos perversos que, en la actualidad, generan un conflicto político permanente e inevitable. Abrir permite transformar un conflicto político en una decisión económica común y corriente, para beneficio de todos los involucrados. A partir de eso serían los consumidores, y no los burócratas o fabricantes, quienes tendrían la posibilidad de optar.

El problema de la solución más obvia es que podría afectar las ventas de la industria automotriz, que es la más grande del país y la que más empleos genera. Esa es la razón por la cual el sector automotríz es el más protegido dentro del TLC, al grado en que fueron las tres empresas más importantes del ramo, en los tres países, las que, para todo fin práctico, redactaron el capítulo respectivo. El tema clave de este problema es si la apertura a la importación de vehículos usados disminuiría las ventas de automóviles nuevos o, incluso, si eso afectaría su rentabilidad. Hay dos maneras de ver el problema. Una es analizando los mercados respectivos. Las autoridades afirman que el vehículo usado (dentro del país) constituye el enganche del automóvil nuevo, por lo que, al disminuir el valor de esos vehículos por abrirse la frontera, disminuiría la capacidad del consumidor mexicano de adquirir un vehículo nuevo. La verdad es que, aun si fuera cierto ese argumento, el problema nada tiene que ver con los coches usados, sino con la ausencia de un sistema financiero funcional que facilite los recursos para la adquisición de autos nuevos. La pujanza del consumidor en otros países no depende exclusivamente de su nivel de ingresos, sino también de la disponibilidad de crédito. Por otra parte, no es evidente que el mercado de autos chocolate sea el mismo que el de los autos nuevos. Quizá más importante, aun en el escenario más negro, como ocurrió en 1995, ante una brutal recesión,  la industria automotriz no sólo salió avante, sino que experimentó una de las tasas de crecimiento más espectaculares de su historia. Es decir, no es obvio que la apertura a la importación legal de vehículos del extranjero fuese catastrófica para la industria o para el empleo.

De lo que no hay duda es que el peor de los mundos sería el de legalizar los vehículos que se encuentran en el país y pretender, como siempre, que nada va a pasar. Eso implicaría suponer que los mexicanos son tontos, incapaces de leer en las decisiones gubernamentales un incentivo para actuar en consecuencia. No hay que ser vidente para observar que la parte exitosa de la economía es la que se encuentra abierta a la competencia.  No hay razón para cerrar los ojos, también en este sector, a la obvia realidad. Pero, a final de cuentas, esa sería nuestra tradición, sobre todo en la medida en que avanza la temporada electoral.

 

Chiapas no es Kosovo

       Luis Rubio

 En Kosovo puede haber dudas razonables sobre los méritos de la campaña militar de la OTAN, pero los imperativos morales son categóricos. La antigua Yugoslavia se ha venido partiendo en pedazos, en muchos sentidos retornando a su naturaleza histórica, y el presidente Slobodan Milosevic ha aprovechado cada minuto y cada segundo en este proceso para remover a las minorías étnicas, sobre todo las musulmanas, de las zonas mayoritariamente serbias. A diferencia de los países occidentales, el presidente yugoslavo definió su  estrategia desde mucho antes que iniciaran los bombardeos y la ha venido instrumentando, paradójicamente, bajo la protección, valga la palabra, de los propios bombardeos. El resultado es una masacre, un verdadero genocidio, de cientos de miles de personas cuyo único error fue pertenecer a una minoría o a una etnia o religión distinta.

Las atrocidades serbias en Kosovo son tan brutales que es imposible comprenderlas más que como un plan premeditado y cuidadosamente delineado por el presidente yugoslavo. Pero la guerra que hoy tiene lugar en esa región no permite juicios fáciles. Desde mi perspectiva hay tres temas que deben ser analizados por separado: primero que nada, la llamada “limpieza étnica” y el genocidio de la que ha venido acompañada. En segundo lugar, la legalidad de la intervención armada de los países de la OTAN, y el tercero, las abismales diferencias entre el conflicto que ha incendiado a la antigua Yugoslavia a lo largo de la última década y otros conflictos étnicos como el de Chiapas o el de Indonesia. Cada uno de estos temas tiene su propia dinámica y cada uno amerita observarlo en la plenitud de su complejidad, porque esa es la única manera de evaluar la realidad del conflicto.

La política de limpieza étnica comenzó poco después de la muerte del Mariscal Tito, cuyas virtudes políticas crecen con cada minuto que transcurre. Es evidente que la extraordinaria habilidad de Tito impidió que los rencores y profundas divisiones que caracterizaban a lo que fue Yugoslavia afloraran por casi cuatro décadas a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial. Una vez desaparecido Tito, el país comenzó a desgranarse y a retornar a las líneas de división que habían caracterizado a la región por siglos. Aunque las cámaras de televisión permiten constatar los brutales crímenes contra poblaciones indefensas, los conflictos interétnicos se remontan muchos años atrás. Mientras que hace unos años los croatas acabaron siendo victimados por los serbios, la situación contraria ocurrió hace poco más de medio siglo: en la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, los croatas se aliaron con los Nazis. Esto último prueba que la región es brutalmente violenta y contribuye a explicar los antecedentes de las matanzas de bosnios, croatas y ahora kosovares.

Pero el hecho de que uno pueda explicarse la historia y las razones, no justifica matanza de niños, mujeres, ancianos y hombres indefensos. La política de limpieza étnica lleva más de una década y cientos de miles, si no es que ya el millón de víctimas. Se trata de una política de Estado: consciente, organizada y llevada a cabo a través de los instrumentos del propio gobierno yugoslavo, con absoluta impunidad. El proceso por el que la “limpieza” se ha llevado a cabo habla por sí mismo: primero se separan los hombres del resto de las minorías. A las mujeres, niños y ancianos los remueven de su lugar de origen, los desplazan de sus casas y pueblos, violan a las mujeres en forma continua y sistemática, para luego transferirlos a otros territorios, generalmente insalubres y sin protección alguna. A los hombres los fuerzan a cavar zanjas y luego los matan y arrojan a las mismas. Se trata de una política premeditada de terror, amedrentamiento, vejación y destrucción de pueblos y poblaciones enteras. Nada se deja a la casualidad.

Todo el que ha querido ver las atrocidades ocurridas en Yugoslavia a lo largo de la última década no ha tenido más que seguir las noticias emanadas de la región. Por años, Milosevic ha patrocinado el proceso sin miramiento. Seguramente nunca imaginó que enfrentaría bombardeos como los que hoy acechan a su país, pero no hay la menor duda de que ha sabido aprovechar, con mucha más sagacidad que las potencias occidentales, los bombardeos de la OTAN. En lugar de doblegarse, ha utilizado el ataque como excusa para llevar a cabo la limpieza étnica de Kosovo, paradójicamente, al amparo de los mismo bombardeos. Ese quizá también fue su máximo error.

Los más diversos especialistas en derecho internacional han hecho claro que es sumamente dudosa, en el mejor de los casos, la legalidad de la intervención armada por parte de la OTAN. Tratándose de una nación soberana y no de un conflicto internacional, la intervención de las potencias occidentales constituye un hecho inédito. Sin embargo, una vez evidenciadas las atrocidades serbias que se han llevado a cabo en forma simultánea con los bombardeos, prácticamente ha desaparecido la totalidad de las voces críticas en todas las naciones de la OTAN. Lo mismo ha ocurrido en Rusia: aunque la retórica del gobierno, sin duda destinada al consumo interno, ha sido muy militante en apoyo a Milosevic, la realidad de sus acciones habla más que todas sus palabras: en la práctica, el gobierno ruso se ha dedicado a reprobar a Milosevic y a buscar opciones diplomáticas, todas las cuales implicarían al menos una región autónoma para los kosovares bajo protección occidental y de soldados rusos. Yugoslavia se ha quedado en la digna compañía de naciones respetuosas de los derechos humanos como Corea del Norte y China.

Si bien puede ser dudosa la legalidad de origen de la intervención militar de la OTAN, la evidencia de genocidio étnico ha disipado las dudas en occidente. Hay muchos críticos de la política norteamericana en Estados Unidos y en el resto del mundo, muchos de ellos esgrimiendo argumentos impecables que, típicamente, van del rechazo a la intervención en asuntos internos de otros países, al escepticismo sobre los méritos políticos o militares de inmiscuirse en un conflicto como el que incendia a la región de los balcanes. El contraste entre la inacción occidental frente a las masacres en Ruanda y la acción militar en Yugoslavia es obviamente difícil de explicar, excepto por el hecho de que se trata de una nación europea, localizada en el cruce con Asia y en una de las regiones más volátiles del mundo. Igualmente importante, las matanzas y otras atrocidades serbias se pueden observar a plenitud en la pantalla de televisión. Las dudas sobre la legitimidad de la intervención y los errores en que esos bombardeos han incurrido han acabado siendo problemas menores comparados con la frivolidad, brutalidad y determinación de los exterminadores serbios.

Muchas de las críticas a las acciones militares reflejan la honda preocupación de que éstas se conviertan en el nuevo modo de actuar de las potencias mundiales cuando ocurran conflictos internos en otras naciones. Aunque el temor puede tener fundamento en la historia, es más que evidente que situaciones como la de Chiapas e Indonesia nada tienen que ver con Yugoslavia. En Indonesia, a principios del año pasado, masas, hordas enteras de jóvenes y, en muchos casos, también adultos, cometieron una tropelía tras otra contra la población de origen chino. Quemaron miles de casas y negocios, mataron a decenas de personas y violaron a otro tanto de mujeres indefensas. Aunque igualmente reprobable, se trató de la acción de masas descarriadas que ventilaron sus agravios contra una minoría muy obvia y prominente y no de una política gubernamental de limpieza étnica. En Chiapas los mexicanos estamos muy divididos sobre la manera en que cada quien considera que debería procederse a resolver el conflicto en esa entidad. Pero no hay mexicano alguno que proponga el exterminio de los zapatistas o la aniquilación de los indígenas.

De igual forma, a pesar de las diferencias de estrategia que se observan dentro del gobierno y entre las fuerzas políticas en general, no hay ningún actor político en el país que sugiera la remoción de los indígenas de sus poblados, la segregación de hombres y mujeres, la violación de las mujeres o el asesinato de todo aquel que tenga un origen étnico distinto o una preferencia religiosa diferente a la de la mayoría. Aunque claramente ha habido muchas muertes injustificables como resultado de las acciones de la OTAN, nada tienen de comparable con la matanza indiscriminada de las minorías de la antigua Yugoslavia.  Por ello es absolutamente reprobable la destrucción humana que ha emprendido el presidente de Serbia. Comparado con lo que allá ocurre, la problemática chiapaneca es claramente resoluble. Yugoslavia nos ofrece una perspectiva que permite localizar nuestros conflictos en su verdadera dimensión. Lo que no es obvio es que sabremos aprender esa lección tan evidente.

 

Jugando a la democracia

Jugando a la democracia

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\par \tab Los cambios pol\"edticos por los que el pa\"eds ha venido atravesando dejar\"edan perplejo al m\"e1

s pintado. Y, sin embargo, nadie parece estar satisfecho. El tan criticado presidencialismo ha visto disminuida su capacidad de imponer decisiones, el poder legislativo nunca hab\"eda tenido un dinamismo tan extraordinario, la Suprema Corte es cada vez m

\"e1s independiente y ha comenzado a hacer sentir su fuerza y la prensa conoce cada vez menos l\"edmites a su actividad. Cualquier visi\"f3n objetiva de nuestra realidad pol\"edtica tendr\"eda que concluir que el pa\"ed

s de hoy nada tiene que ver con el de anta\"f1o. Pero todos los mexicanos nos quejamos por el hecho de que las nuevas realidades no han mejorado la capacidad de gobernar, el desempe\"f1o econ\"f3mico o los derechos efectivos de la ciudadan\"ed

a. Por donde le busquemos, la transici\"f3n es una realidad patente pero no por ello constituye un camino que produzca certidumbre, entusiasmo o claridad de rumbo.

\par

\par \tab Cada uno de los ciudadanos tiene su propia evaluaci\"f3n de qu\"e9 es lo que no funciona y por qu\"e9. En lo que la abrumadora mayor\"eda de los mexicanos coincide es en su insatisfacci\"f3n con los resultados. No es dif\"edcil concluir que el pa\"ed

s atraviesa por una etapa muy peculiar de su evoluci\"f3n pol\"edtica que se caracteriza m\"e1s por lo que no ocurre que por lo que de hecho se hace. Si bien los cambios de los \"faltimos a\"f1os han si

do enormes -particularmente importantes fueron la decisi\"f3n del presidente Zedillo de abandonar diversos instrumentos no constitucionales que sus predecesores empleaban en forma cotidiana y la constituci\"f3n de la "mayor\"eda de oposici\"f3

n" en el Congreso-, las consecuencias no son del todo apetecibles. El ejecutivo no gobierna, el congreso no legisla y la capacidad de obstrucci\"f3n se multiplica en tanto que la de desarrollo, acci\"f3n y construcci\"f3

n se erosiona hasta desaparecer. Los pol\"edticos no est\"e1n cumpliendo su funci\"f3n de conciliar, resolver y contribuir a avanzar el desarrollo del pa\"eds. Y, sin embargo, no hay costo alguno para la par\"e1lisis que experimentamos: para los pol\"ed

ticos de hoy, independientemente del partido al que pertenezcan, es mucho m\"e1s rentable esconderse detr\"e1s de la inacci\"f3n que avanzar cualquier iniciativa.

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\par \tab No cabe la menor duda de que en el coraz\"f3n de la problem\"e1tica que enfrentamos se encuentra la erosi\"f3n de la estructura pol\"edtica postrevolucionaria. La presidencia desp\"f3tica que permiti\"f3 una construcci\"f3

n institucional y progreso econ\"f3mico por muchos a\"f1os ha dejado de operar, incluso cuando ha sido ilustrada. Muchos, sobre todo dentro del PRI, culpan de esta situaci\"f3n al presidente Zedillo. Argumentan, no sin raz\"f3n, que la pol\"ed

tica tiene raz\"f3n de ser y que la inexistencia total de acci\"f3n pol\"ed

tica a nivel presidencial ha erosionado las instituciones, comenzando por la propia presidencia, ha polarizado a la sociedad y, sobre todo, ha abierto cauces de conflicto y violencia que dif\"edcilmente podr\"e1n

ser resueltos. Algunos observadores piensan que lo generalizado de las cr\"edticas a la instituci\"f3n presidencial tiene m\"e1s que ver con el desencanto general que caus\"f3 el fin de la presidencia de Carlos Salinas que con el desempe\"f1

o de la actual administraci\"f3n. Aunque ambos argumentos tienen algo de verdad, la realidad es que los problemas pol\"edticos comenzaron a evidenciarse mucho antes de que cualquiera de estos dos individuos llegara a la silla presidencial.

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\par \tab Tanto los partidos pol\"edticos como la abrumadora mayor\"eda de los observadores y estudiosos del tema comulgan con la idea de que es necesario reducir y acotar al presidencialismo, introducir contrapesos a su desempe\"f1o y hacer m\"e1

s transparente su actuar. De hecho, ese consenso ha motivado su acci\"f3n pol\"edtica y su trabajo legislativo. Los pri\"edstas, a trav\"e9s de los candados para la nominaci\"f3

n de candidatos, han sido los primeros en procurar minar la autoridad presidencial. Los miembros del PRD, al culpar al presidente y al presidencialismo de todos los abusos reales e imaginados, tambi\"e9

n buscan debilitarlo. Los panistas han avanzado iniciativas de ley encaminadas a contener las facultades del presidente y han empleado su fuerza legislativa para bloquear e impedir o dificultar la aprobaci\"f3n de las iniciativas

presidenciales en el Congreso.

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\par \tab El resultado de todo esto ha sido, efectivamente, la acotaci\"f3n de esas facultades, pero el resultado no necesariamente es mejor. Algunos cambios han involucrado el desarrollo de nuevas instituciones, como ha sido el caso d

el Instituto Federal Electoral y el TLC, pero otros han servido exclusivamente para eliminar, impedir y bloquear las iniciativas presidenciales sin que eso se haya traducido en una mayor transparencia, una mejor capacidad de hacer responsables a los funci

onarios p\"fablicos de sus decisiones o de un mejor desarrollo del pa\"eds. Las soluciones que se han propiciado – o las realidades que se han consolidado- han tenido el efecto de erosionar las viejas estructuras e instituciones pol\"ed

ticas sin que eso haya mejorado la capacidad de gobernar, la calidad del gobierno o los derechos ciudadanos. Nada ilustra mejor esta dimensi\"f3n del problema que la discusi\"f3

n sobre la posibilidad de una alianza opositora para el 2000: se discute todo menos la forma en que \"e9sta gobernar\"eda al pa\"eds en caso de triunfar.

\par

\par \tab Evidentemente la soluci\"f3n no reside en retornar al presidencialismo todopoderoso del pasado. Pero tenemos que desarrollar alg\"fan substituto institucional para esa forma de gobierno. El debate p\"fablico est\"e1 saturado de la ide

a de que la alternancia de partidos en el poder constituye la soluci\"f3n milagrosa al problema. Ciertamente, un cambio de partido en el gobierno abrir\"eda la caja de Pandora respecto al viejo sistema, pero no es obvio que ese hecho permitir\"ed

a, por si mismo, la consolidaci\"f3n de un sistema pol\"edtico mejor. Inexorablemente, el triunfo de un partido distinto al PRI en una elecci\"f3n presidencial podr\"eda desatar una infinidad de movimientos y tensiones sobre todo entre los pri\"ed

stas y sus fuentes reales de poder a nivel estatal y sectorial que, a la larga, podr\"eda llevar a una nueva institucionalidad. Pero si uno observa el panorama pol\"edtico imperante, no hay raz\"f3

n alguna para suponer que, por el hecho de que otro partido ganara la presidencia, mejorar\"eda la gobernabilidad del pa\"eds, la transparencia en el actuar p\"fablico, el desempe\"f1o econ\"f3

mico o los derechos ciudadanos. Un vistazo a los gobiernos estatales, incluido el del Distrito Federal, en manos de partidos distintos al PRI demuestra fehacientemente que no hay garant\"eda alguna de mejor\"eda en ninguno de estos frentes.

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\par \tab Lo que hoy tenemos son desaf\"edos crecientes al poder presidencial y la erosi\"f3n de los controles que, en el pasado, permit\"edan al presidente y su gobierno actuar sin mayor restricci\"f3n. La necesidad de encontrar un nuevo equilibrio es m\"e1

s que evidente. Pero la verdad es que pr\"e1cticamente nada se ha hecho para avanzar en torno a ese objetivo. Las soluciones parciales y coyunturales que hemos observado a lo largo de los \"faltimos a\"f1os han hecho m\"e1s para erosionar

las instituciones existentes que para construir algo mejor, como ilustran tanto las llamadas "concertacesiones", como la inoperatividad de la Comisi\"f3n de Regimen Interno de la C\"e1mara de Diputados y los frustados intentos por modificar el r\"e9

gimen interno de la misma. Las diversas propuestas de soluci\"f3n son con frecuencia ricas en substancia y razonables en su contenido. Pero muy pocas son aplicables a la realidad actual e id\"f3neas dado el contexto hist\"f3rico e institucional del pa\"ed

s. La idea de substituir el sistema presidencial por uno parlamentario, por ejemplo, podr\"eda tener todo el sentido del mundo, pero es inoperante en ausencia de una estructura de administraci\"f3n p\"fa

blica consolidada y de un servicio civil de carrera profesional y aut\"f3nomo respecto a los partidos. Algo semejante ocurre con la idea de una segunda vuelta para la elecci\"f3

n presidencial que es vista, incluso por sus promotores, menos como una soluci\"f3n al problema institucional del pa\"eds que como un veh\"edculo, un tanto desesperado, para sacar al

PRI del gobierno. En su extremo, quienes avanzan "soluciones integrales" proponen una nueva constituci\"f3n, como si la letra escrita fuese ley en el pa\"eds. Los m\"e9ritos de \"e9stas y otras propuestas no son peque\"f1

os, pero los problemas que presentan las soluciones mismas evidencian el enorme desaf\"edo que enfrenta el pa\"eds y los riesgos de dislocaci\"f3n, violencia y disrupci\"f3n que podr\"edan venir asociados con un cambio de partido en el gobierno.

\par

\par \tab Los avances en el desarrollo democr\"e1tico no se dan como resultado de grandes cambios en la estructura o arquitectura pol\"edtica ni a partir de acontecimientos traum\"e1ticos, sino de peque\"f1

os pasos y acuerdos que permiten ir sentando los cimientos de algo mejor. El reciente acuerdo entre los partidos de oposici\"f3n en torno a coaliciones es un buen paso en esta direcci\"f3n La pregunta es c\"f3mo se puede maximizar la construcci\"f3

n de nuevas instituciones y arreglos pol\"edticos para que el pr\"f3ximo gobierno, independientemente del partido del que \"e9ste provenga, enfrente contrapesos efectivos s

in impedir su capacidad de gobernar. Es decir, lo importante es asegurar que se avance hacia la construcci\"f3n de un equilibrio real y efectivo entre los poderes p\"fablicos, se modifiquen los incentivos que en la actualidad conducen hacia la par\"e1

lisis legislativa, la disrupci\"f3n pol\"edtica y la ingobernabilidad y se fortalezca la capacidad de la ciudadan\"eda de premiar o castigar el desempe\"f1o de los gobernantes. Puesto en otros t\"e9rminos, son menos trascendentes las elecciones del pr

\"f3ximo a\"f1o que las condiciones que existan para la gobernabilidad de la vida p\"fablica, algo que el PRI ya no puede garantizar. En el contexto actual, las elecciones del 2000 no pueden resolver ninguno de los problemas que aquejan al sistema pol

\"edtico, pero s\"ed pueden complicar mucho el panorama. Lo f\"e1cil es cambiarlo todo: pero, como bien sab\"eda Lampedussa, antes de proceder a cambiar por cambiar sin que esos cambios beneficien a la poblaci\"f3n o al pa\"eds, lo razonable ser\"ed

a apresurarnos a construir el andamiaje institucional del que el pa\"eds adolece. Sin eso, vendr\"e1 otro presidente y podr\"edan venir otros partidos, pero nada de eso asegurar\"e1 mejores tiempos para el pa\"eds.

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Puede ganar el PRI

Puede ganar el PRI

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\par }\pard \qr\sl480\slmult1\nowidctlpar\widctlpar\adjustright {Luis Rubio

\par }\pard \qj\sl480\slmult1\nowidctlpar\widctlpar\adjustright {

\par Quiz\"e1 la gran paradoja pol\"edtica del 2000 resida en que el PRI sigue siendo el partido con m\"e1s probabilidades de ganar la elecci\"f3n presidencial. Las encuestas siguen favoreciendo al partido que ha gobernado (y con frecuencia

mal gobernado) al pa\"eds a lo largo de la mayor parte del siglo XX, a pesar de que la competencia partidista se ha convertido en uno de los factores m\"e1s patentes y visibles de la vida pol\"edtica del pa\"ed

s en la actualidad. El hecho de que el PRI siga siendo fa

vorito para ganar, por lo menos a estas alturas del partido, choca con las expectativas de muchos mexicanos que ven en la oferta de otros partidos alternativas a la permanencia del PRI en el gobierno. Pero lo significativo no se encuentra en el hecho de q

ue el PRI vaya a la delantera, sino en la paradoja que eso representa: el PRI se ha vuelto una maquinaria que vive de la inercia porque hace mucho que perdi\"f3 su legitimidad como detentador del poder.

\par

\par El gran reto que enfrenta el PRI es el de convertirse en un partido pol\"edtico, algo que nunca ha sido en su historia. El PRI y sus antecesores surgieron y se consolidaron como substitutos de sistema pol\"edtico, despu\"e9

s de que la lucha revolucionaria acabara con todas las instituciones pol\"edticas anteriores. El PRI logr\"f3 forjar una estructura pol\"edtica abocada a dos objetivos muy espec\"edficos: por un lado, a conducir, encauzar y controlar la participaci\"f3

n pol\"edtica de la poblaci\"f3n, en ocasiones a nivel individual, pero en la mayor\"eda de los casos a trav\"e9s de organizaciones gremiales, sindicales o similares; y, por el otro lado, a institucionalizar la competencia pol\"edtica entre los pol\"ed

ticos y los l\"edderes de las diversas organizaciones incorpor\"e1ndolas al partido a trav\"e9s de los llamados sectores (el obrero, campesino, popular y, en su momento, el militar) y haciendo del partido el \"fanico medio de acceso leg\"edtimo al poder.

\par

\par El PRI logr\"f3 pacificar al pa\"eds e institucionalizar la lucha pol\"edtica, lo que permiti\"f3 que los mexicanos experimentaran d\"e9cadas de paz social y un gradual progreso econ\"f3mico. Los m\"e9ritos hist\"f3ricos del partido son m\"e1

s que evidentes. Pero, en una democracia, la historia no es suficiente para garantizar la permanencia de un partido en el poder o incluso su subsistencia, m\"e1xime cuando el r\"e9cord hist\"f3rico del PRI no s\"f3lo incluye la pacificaci\"f3

n y el crecimiento econ\"f3mico sostenido en las d\"e9cadas de los cincuenta y sesenta, sino tambi\"e9n una secuencia de crisis econ\"f3micas, que es lo \"fanico que conoce la abrumadora mayor\"eda de los ciudadanos que tendr\"e1 la oportunidad

de votar el pr\"f3ximo a\"f1o. Y es ah\"ed donde la naturaleza del PRI choca con la noci\"f3n misma de construir una democracia en el pa\"eds.

\par

\par El PRI no naci\"f3 para la competencia democr\"e1tica ni se cre\"f3 para convencer al electorado de sus m\"e9ritos a trav\"e9s de procesos electorales frecuentes. Aunque el PRI se hace llamar \ldblquote partido\rdblquote , su l\"f3

gica no es la de un partido, sino la de una organizaci\"f3n pol\"edtica que dif\"edcilmente se distingue del gobierno en una gran diversidad de \"e1mbitos y cuyos objetivos van m\"e1s all\"e1 de la competen

cia formal por el poder. El PRI ciertamente cuenta con una formidable maquinaria electoral, pero tambi\"e9n con estructuras de control pol\"edtico, mecanismos de mediatizaci\"f3n de la participaci\"f3n electoral y pol\"ed

tica y con vinculaciones con el gobierno que son tan estrechas que es imposible determinar d\"f3nde comienza uno y d\"f3nde termina el otro. En todos y cada uno de esos \"e1

mbitos pretende actuar como el monopolio del poder y no como un actor sujeto a las decisiones del electorado. En adici\"f3n a lo anterior, muchos miembros del partido controlan medios de comunicaci\"f3

n, entidades sindicales y otras importantes fuentes de poder, todo lo cual hace sumamente dif\"edcil hablar de una competencia electoral equitativa.

\par

\par Mucho m\"e1s importante que lo anterior es el hecho de que un gobernante emanado del PRI, aunque sin duda tiene que negociar con todo el conjunto de intereses para poder gobernar, puede contar con esos grupos para realizar su cometido. Esto \"fa

ltimo fue patente en la reciente elecci\"f3n del nuevo presidente del partido, en la que jam\"e1s hubo duda de que el voto y la preferencia de los disciplinados miembros del partido, incluido el de un ex presidente y pariente cercano del \"fa

nico rival del candidato emanado de las filas del gobierno, ser\"eda en favor del sistema presidencialista. La gran interrogante no para el PRI sino para el pa\"eds es \"bfqu\"e9 ocurrir\"e1 con todos esos grupos e intereses el d\"ed

a en que el PRI ya no est\"e9 en el poder? Mientras el gobierno sea comandado por un miembro del PRI, as\"ed sea de poco agrado para los viejos miembros del partido, la l\"f3gica del partido seguir\"e1

imperando en todas sus formas. Una vez que eso cambie, el tema de la gobernabilidad se torna en el \"fanico relevante, en el equivalente del ox\"edgeno para los seres vivos.

\par

\par Si algo siempre ha caracterizado al PRI ha sido su preocupaci\"f3

n por la gobernabilidad. Todo en el PRI exuda el objetivo de asegurar la gobernabilidad: desde sus estructuras de control social hasta su incapacidad y rechazo, con frecuencia visceral, para transformar las instituciones y reg

las que, si bien sirvieron a la gobernabilidad en el pasado, dif\"edcilmente lo hacen en las condiciones del presente. Si por los pri\"edstas fuera, ser\"eda mejor retornar a los buenos tiempos de anta\"f1

o: sin competencia y sin problemas de legitimidad. Los pri\"edstas ven en el control de la poblaci\"f3n, de los medios de comunicaci\"f3n, de los procesos electorales, de las organizaciones sociales, sindicales y pol\"edticas y de los pol\"ed

ticos mismos, los medios para lograr la gobernabilidad. A la luz de esto, es parad\"f3jico que la erosi\"f3n de esos medios de control no haya venido acompa\"f1

ada de un reconocimiento cabal de que ahora la gobernabilidad tiene que construirse de una manera distinta. Es decir, a lo largo de las \"faltimas dos o tres d\"e9cadas el PRI ha experimentado una creciente erosi\"f3

n de su capacidad de control sobre la poblaci\"f3n y sobre la pol\"edtica en el pa\"eds. Ha perdido el control del aparato electoral y le es cada vez m\"e1s dif\"edcil mantener el control sindical; por m\"e1

s que sigue corrompiendo a los medios de comunicaci\"f3n, ha perdido el control de los mismos. Le quedan pocos bastiones de control casi absoluto, pero tambi\"e9n ah\"ed experimenta una erosi\"f3

n creciente. A pesar de lo anterior, el PRI se niega a reformularse como partido pol\"edtico, a abandonar el objetivo de control en favor del fortalecimiento institucional del pa\"eds m\"e1s all\"e1 de la \"f3rbita de los partidos pol\"edticos.

\par

\par En lugar de modernizar sus estructuras, desechar el corporativismo y buscar nuevas fuentes de sustento de una legitimidad moderna, el PRI ha acabado solapando toda clase de intereses y grupos que la minan a\"fan m\"e1s. Mientras que en el pasado, hace d

\"e9cadas, su sustento pol\"edtico y moral surg\"eda de los tres sectores del partido, hoy es fundamental el apoyo de organizaciones cuya esencia es la ilegalidad: desde taxist

as tolerados hasta comerciantes informales, invasores de tierras y narcotraficantes. Lo anterior no le ha restado capacidad de movilizaci\"f3

n, ni ha disminuido la eficacia de su maquinaria electoral, como bien lo demostraron sus triunfos a nivel estatal a lo largo de 1997 y 1998. Pero es interesante observar que un n\"famero cada vez mayor de candidatos pri\"ed

stas evitan asociarse en sus campa\"f1as al logotipo del PRI.

\par

\par En el proyecto de reforma de los \"faltimos gobiernos ha quedado relegado el tema de la reforma in

stitucional. Esto no ha sido por falta de conciencia o conocimiento sobre la importancia que reviste el asunto, pues ha habido una amplia agenda de debate que, bajo el t\"edtulo de \ldblquote reforma del Estado\rdblquote , se ha discutido por a\"f1

os hasta el cansancio. Sin embargo, muy poco se ha avanzado en buena medida porque el PRI se ha convertido en el principal impedimento, como lo muestra su negativa a aprobar la iniciativa de nueva Ley Org\"e1

nica del Congreso y la absurda demanda que inici\"f3 este partido contra algunos de los consejeros del Instituto Federal Electoral, a pesar de que el PRI es el partido que m\"e1s requiere de la legitimidad electoral que esa instituci\"f3

n otorga. El PRI, supuestamente el partido de las instituciones, se ha convertido en el principal impedimento al desarrollo institucional del pa\"eds.

\par

\par El desaf\"edo para el PRI es mucho mayor que el que enfrentan sus contrincantes. El problema del PRI es que no es un partido pol\"edtico ni puede competir como tal. Su dilema es muy simple: si compite como partido tiene que a

bandonar todas las estructuras (y pretensiones) de control que lo caracterizan. Pero abandonar esas estructuras implica perder todo tipo de beneficios, cotos de caza, fuentes de negocios y poder para sus principales miembros. La negativa a reformarse por

parte de muchos de sus miembros m\"e1s influyentes surge del c\"e1lculo que cada uno de ellos realiza de los costos y beneficios asociados al }{\i statu quo}{. El resultado de ese c\"e1lculo personal es m\"e1

s que evidente; pero el problema del PRI es que la suma de esos intereses personales ya no redunda en beneficios sino en costos para el partido, lo que se manifiesta en la baj\"ed

sima legitimidad del partido en su conjunto: el PRI puede seguir ganando elecciones, pero su capacidad de gobernar es cada vez menor.

\par

\par Para el PRI, el problema es c\"f3mo cerrar filas al interior del partido sin recurrir a la imposici\"f3n y c\"f3mo dedicarse a los votantes sin perder el apoyo de los grupos que tradicionalmente han sido su coraz\"f3

n. La realidad es que no hay manera alguna de lograr la legitimidad ante el electorado y a la vez salvar los intereses de sus miembros m\"e1s encumbrados. El PRI no tiene opciones: o contribuye a la construcci\"f3n de un nuevo sistema pol\"ed

tico en el que tenga la oportunidad de competir con legitimidad, o continuar\"e1 muri\"e9ndose poco a poco, hasta el punto en que pierda el poder, en \"e9sta o en una elecci\"f3

n posterior, dejando un mundo de incertidumbre e ingobernabilidad como legado. Quiz\"e1 nunca como hoy, los viejos intereses de los pri\"edstas est\"e1n tan contrapuestos a los del partido y del pa\"eds.

\par Fin de articulo

\par

La globalización y nuestro sistema financiero

Luis Rubio

La globalización económica no produce crisis financieras, pero sí facilita que éstas se propaguen y afecten a los eslabones más débiles de la economía mundial. Por contra, es la debilidad de los sistemas financieros nacionales la que produce las crisis y la que diferencia a unos países de otros. Cuando el sistema financiero de un determinado país hace crisis, por sus propias razones, los mercados financieros, que ahora están integrados alrededor del mundo, la transmiten al resto del planeta, beneficiando a los países con sistemas financieros sólidos y afectando negativamente a aquellos con sistemas financieros débiles o con desequilibrios macroeconómicos. De esta manera se resume la complejidad del momento que vive la economía mundial. El problema no es la globalización sino la debilidad de algunos sistemas financieros. El nuestro, que no es particularmente fuerte en este momento, es víctima de su propia debilidad. Ese es el problema que deberíamos estar atacando.

La globalización es hoy lo que el neoliberalismo fue hace unos meses: un chivo expiatorio más. Quienes culpan a la globalización de las turbulencias financieras que ha sufrido el país, y el mundo en general, en los últimos meses, argumentan que si no viviéramos en un mundo globalizado no estaríamos sufriendo una crisis tras otra. La realidad es más compleja, como lo evidencia el hecho de que algunos países sufren el embate de las turbulencias financieras en forma mucho más aguda que otros. Esto resulta más que evidente cuando uno observa que las economías europeas, la canadiense y la norteamericana, por citar a las más obvias, difícilmente se han visto afectadas de no ser por sus relaciones financieras y comerciales con el país en la crisis del momento.

No cabe la menor duda de que es la creciente integración del sistema financiero mundial lo que permite que las crisis se transmitan de un lugar a otro, provocando inestabilidad en países que, bajo otras circunstancias, bien podrían haberse sustraído del problema, flotando de muertito. Pero ese no es el tema importante. Las crisis no ocurren porque la economía del mundo se integre cada vez más, es decir, que se globalice cada vez más, sino porque algunas economías y, particularmente, sus sectores financieros, experimentan una profunda debilidad.

La globalización de la economía es un hecho irreversible que nadie ni nada va a poder socavar. La globalización es producto del acortamiento de las distancias por avances en diversas tecnologías, las comunicaciones y la manera de producir. Un enorme porcentaje de las exportaciones mexicanas, por citar el ejemplo más obvio, habrían sido imposibles hace treinta años por la simple razón de que antes industrias como la automotriz o la electrónica integraban verticalmente la producción de todas sus partes y componentes bajo un mismo techo corporativo. Lo mismo ha ocurrido con los sistemas financieros nacionales, que se han ido integrando unos con otros gracias a los avances en las telecomunicaciones e informática. La única manera en que un país puede independizarse de las corrientes económicas que integran el mundo de lo que se ha dado por llamar la globalización es cerrándose a la inversión y a las importaciones de bienes, tecnología, etcétera. Los pocos países que, en algún momento, han intentado ese camino, incluyendo a China e India, además de Cuba y Corea del Norte, son muchísimo más pobres que México y otras naciones que, con decisión o escepticismo, han aceptado la inexorable realidad económica actual.

Si uno acepta que el problema no reside en la globalización, no hay más remedio que ver para adentro. La razón por la cual el peso mexicano experimenta movimientos tan abruptos cada vez que algún país de los llamados «emergentes» entra en crisis como ocurrió con Tailandia y el resto del sudeste asiático en 1997, con Rusia en 1998 y ahora con Brasil, es que nuestro sistema financiero es extraordinariamente débil. El marco jurídico e institucional del sistema es extraordinariamente débil y está plagado de contradicciones. Los bancos mexicanos destacan por su falta de solvencia. La banca de desarrollo constituye un enorme lastre que no parece tener fin y, por si esto no fuera suficiente, las finanzas públicas siguen arrojando un déficit mucho más grande que el reconocido. Lo anterior se traduce en inflaciones (y tasas de interés) excesivamente elevadas; ausencia casi total de crédito más que para un puñado de empresas que, en general, no lo requieren; fuga de capitales; y, por encima de todo, una población dominada por la incertidumbre. No es difícil entender por qué cuando a alguna otra nación le da un resfriado, a la nuestra le da pulmonía.

El problema comienza por la concepción misma de nuestro sistema financiero. En un mundo totalmente globalizado, donde todos los países dependen de la disponibilidad continua de flujos financieros, es absurdo suponer que puede sobrevivir un sistema financiero nacional, aislado del resto del mundo. Puesto en otros términos, el mundo no sólo se está integrando en términos de la industria manufacturera, sino que lo mismo está ocurriendo, y mucho más rápido, en el sector financiero. La noción misma de que el sistema financiero mexicano va a sobrevivir en forma autónoma es irrisoria. Lo mismo va para nuestra moneda, que no goza de ninguna credibilidad en el interior del país y, mucho menos, en el resto del mundo.

En este momento, casi todos los países del mundo enfrentan un dilema semejante: en la era del euro, del yen y del dólar -excepción hecha de países en circunstancias especiales como Suiza, o con economías enormes, es prácticamente impensable que vayan a sobrevivir otras monedas nacionales. Mucho menos aquellas que no están amparadas por un Banco Central que proteja su valor y por un sistema legal -un Estado de derecho- que haga efectivo el cumplimiento de contratos, la quiebra de las empresas que así lo ameriten y que garantice la propiedad de las personas y las empresas. El desempeño de nuestra moneda en los últimos años y meses habla por sí mismo. O, lo que es lo mismo, el peso no tiene futuro alguno y más vale que comencemos a enfrentar este tema como uno de trascendencia nacional.

Si se observa cuidadosamente la manera en que las turbulencias financieras de los últimos años han afectado a distintos países, resulta evidente que la pertenencia a un club privilegiado hace una enorme diferencia. En 1995, a raíz de la crisis desatada por la devaluación del peso, por ejemplo, las monedas de Italia, Portugal y España se devaluaron 11.5%, en tanto que las monedas de Suecia y Noruega experimentaron una caída del 6.8%. En 1998, con la crisis asiática, sin embargo, la situación había cambiado: mientras que las monedas de los primeros tres países se devaluaron en sólo 0.8%, las de Suecia y Noruega experimentaron una caída del 12%. La diferencia para entonces era que Italia, Portugal y España se habían dedicado a fortalecer sus sistemas financieros en anticipación a la inauguración del euro y a que ya funcionaban bajo la lógica de la unión monetaria europea. Este ejemplo demuestra, en forma patente e incontrovertible, que la fortaleza del sistema financiero es clave para el desarrollo económico, pero también que las monedas nacionales de países de menor tamaño no tienen futuro.

La debilidad del sistema financiero mexicano es patente. Los bancos se encuentran extraordinariamente subcapitalizados como consecuencia de todo el proceso que va desde su privatización a su rescate a través del malogrado Fobaproa. Los incentivos para capitalizar -y el capital mismo- han sido sumamente escasos. Es urgente e imperativa la necesidad de capitalizar a los bancos, limpiar definitivamente su cartera y modernizar las regulaciones para que se conviertan en el pilar de la economía que deberían ser. Ahora que se ha facilitado la capitalización de los bancos grandes con las modificaciones legislativas aprobadas en diciembre pasado, lo urgente es proceder a llevarla a cabo. El retraso del sistema bancario, y financiero en general, respecto a las necesidades de la industria y economía del país es abismal. En este contexto es verdaderamente infantil culpar a la globalización o a los tailandeses, rusos o brasileños de nuestra propia incompetencia e indecisión.

El país enfrenta dos grandes desafíos en su sistema financiero. El primero, que además es una precondición para cualquier otra cosa, es el de capitalizar y consolidar a los bancos mexicanos bajo una estructura regulatoria moderna que permita y facilite la integración del sistema financiero nacional con el del resto del mundo. Negar esta necesidad es tanto como cortarle el flujo de recursos a toda la industria mexicana, particularmente a la pequeña y mediana que no tiene acceso a ninguna otra fuente de financiamiento. El segundo reto que enfrenta el país reside en reconocer y decidirse a lo que todo mundo sabe que es inevitable, excepto nuestras dilectas autoridades monetarias, que se niegan a ver la realidad. Las recurrentes crisis devaluatorias, los depósitos de mexicanos en el exterior, la demanda de empleos e ingresos de mexicanos fuera del país para el sostén de sus familias en México y, en general, la incapacidad de la economía para crecer sostenidamente y con estabilidad, son indicios de que la moneda nacional no responde a las necesidades del país. La unión monetaria es el camino inevitable. Mientras más tardemos en reconocerlo -y, sobre todo, en prepararnos para ello- tendremos que empeñarnos en culpar a otros de nuestras propias fallas.

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Y después de las elecciones -que

Luis Rubio

Todo el peso del embate político que vivimos se ha puesto sobre el día de las próximas elecciones presidenciales en julio de 2000. Ninguno de los partidos o candidatos parece estar mayormente preocupado por la manera en que habría de gobernar en caso de llegar al poder. Dada la expectativa de que esta vez podría ser posible que un partido distinto al PRI ganara las elecciones, el lógico que la atención de la población y los partidos se concentre en la elección misma. Sin embago, son mínimas las anclas institucionales que existen en la actualidad, razón por la cual todo mundo debería estar preocupado por construir ahora, antes de que se inicien las campañas propiamente dichas, un grupo de acuerdos mínimos para poder asegurar que lo importante -la estabilidad del país y la recuperación de la economía- no se afecten por el hecho mismo del cambio de gobierno.

Nadie debe albergar la menor duda de que las elecciones del 2000, cualquiera que sea el resultado, van a ser traumáticas. De ganar la oposición, un partido en forma independiente o varios de ellos en coalición, México entraría en una nueva etapa de su desarrollo político, causando con ello una profunda dislocación de los conceptos, de los criterios para evaluar la vida pública y, trascendental, de la manera de hacer las cosas. El mero hecho de que ganara un partido distinto al PRI traería consigo enormes oportunidades de participación política y de oxigenación de un sistema que lleva décadas dominado por los intereses más encumbrados que uno pudiera imaginar. Pero un triunfo de la oposición, panista o perredista, también implicaría una enorme incertidumbre respecto a la continuidad de un sinnúmero de procesos que no están debidamente institucionalizados, tanto en la economía como en la política. La ausencia de un Estado de derecho y de instituciones sólidas abriría la caja de Pandora, pues todo podría ser sujeto de alteración.

Pero el trauma no sería menor de ocurrir lo contrario. Para los partidos de oposición (y las crecientes masas de votantes que simpatizan con ellos) que, históricamente, han atribuido los triunfos del PRI en las urnas al fraude electoral, la mera noción de que el candidato a la presidencia del PRI pudiese ganar limpiamente en los próximos comicios constituye una verdadera herejía. Muchos mexicanos, ciertamente los más ruidosos, quedarían sumamente afectados de ganar el PRI la presidencia luego de un proceso electoral de cuya legitimidad, por la existencia de una ley electoral moderna y de Instituto Federal Electoral independiente, nadie pudiera dudar. Además, aunque el ganador viniera del PRI, la incertidumbre sería igualmente apabullante, toda vez que la ausencia de instituciones no constituye un problema de la oposición, sino del país.

El tema de fondo que nos afecta es precisamente la falta de instituciones y la extrema debilidad de las existentes. La desaparición de la presidencia fuerte -centralizada y controladora de todos los procesos económicos, políticos y sociales- ha abierto oportunidades extraordinarias para el desarrollo político (así como económico y social) del país, pero no ha venido acompañada de una nueva estructura institucional que establezca parámetros para el funcionamiento de las instituciones públicas, que imponga pesos y contrapesos al actuar gubernamental y que permita ir construyendo los andamios para que la ciudadanía pueda llegar a exigirle cuentas efectivas a los gobernantes sin por ello, como ocurre ahora, impedirles trabajar.

El problema es mucho más serio y grave de lo que podría parecer a primera vista. La evolución reciente del poder legislativo ilustra el problema y lo coloca en su justa dimensión: si bien la manera en que se procesaban y aprobaban las iniciativas de ley por parte de los diputados en el pasado era vergonzosa e irresponsable, los productos de la primera experiencia de un Congreso dominado por la oposición no son exactamente encomiables. La dinámica actual permite exhibir al gobierno y obstruir sus iniciativas, pero no favorece la decisión legislativa en materia de leyes controvertidas. Lo mismo ocurre con el ejecutivo, donde las facultades discrecionales son tan vastas, que la arbitrariedad es más la norma que la excepción, como ilustra la privatización de los bancos y el mal llamado salvamento de los mismos. La ausencia de instituciones fuertes que definan límites y normas para el comportamiento de los diputados en un caso y de los miembros del ejecutivo en el otro favorece la total anarquía en el gobierno, entendiendo éste en el sentido más amplio del término.

A la luz de lo anterior, es imperativo comenzar a construir al menos los cimientos de nuevas instituciones que permitan disminuir los riesgos que corre la ciudadanía en el proceso de cambio de gobierno. Es decir, en la medida en que se logren algunos amarres institucionales entre los partidos y candidatos, disminuirían los riesgos de disrupción y crisis que han caracterizado a los cambios de gobierno en las últimas décadas. Si esas crisis tuvieron lugar al transferirse el poder entre dos gobiernos de un mismo partido, parecería evidente que las tensiones se elevarían de una manera dramática en caso de que un candidato de otro partido llegar a ganar. Por esta razón, todos los partidos se beneficiarían de comenzar a crear o fortalecer instituciones básicas. El PRI no tiene el monopolio de las crisis.

Lo ideal sería comenzar a estructurar acuerdos políticos de fondo entre los partidos y el gobierno en materias tan fundamentales para la gobernabilidad del país como los derechos ciudadanos, las relaciones ejecutivo-legislativo-judicial, las relaciones prensa-gobierno-ciudadanía y así sucesivamente. Es decir, la agenda de lo que comenzó siendo una posible reforma del Estado hace cinco años y que acabó en nada. Un segundo escalón dentro de la jerarquía de lo ideal sería llegar a acuerdos sobre los procedimientos para la aprobación o rechazo de iniciativas de ley y para presupuestos, así como para los fundamentos elementales de la actividad económica, incluyendo la apertura a las importaciones, el TLC, etcétera. En ausencia de acuerdos de esa naturaleza, lo procedente sería lograr pequeños avances en cosas importantes, del tipo del listado que a continuación se presenta.

Lo que sigue son un conjunto de ideas diversas, todas ellas encaminadas a fortalecer los procesos institucionales en distintos lugares y momentos del proceso político. Ninguna de ellas es particularmente nueva o propia, pero todas ayudarían a mejorar las probabilidades de que el país navegue con menos riesgos entre julio del 2000 y los primeros meses del 2001. Todas ellas sugieren que estamos entrando en un proceso por demás delicado, sin instrumentos, sin reglas, sin acuerdos y, por lo tanto, totalmente descubiertos y desprotegidos, sobre todo en el ámbito económico, donde el riesgo de afectar al empleo y la producción es, como muestra nuestra historia de cirisis sexenales, aterrador.

Una primera idea sería que la elección (primaria) de los candidatos de todos los partidos tuviese lugar el mismo día y, además, que ésta fuese supervisada por el IFE. El propósito de lo anterior sería el de fomentar la participación ciudadana pero también la definición de la preferencia partidista de la ciudadanía. Esto fortalecería la credibilidad de los comicios internos y comenzaría a definir las lealtades partidistas de la ciudadanía, sin que esto último tuviera cosecuencia alguna para ellos, pero sí tendría el efecto de disminuir el llamado voto estratégico en ese momento del proceso electoral.

Una segunda idea sería la de hacer público el estado que guardan las finanzas gubernamentales todos los meses que dure la campaña electoral. Con esa información en manos de la ciudadanía, de los medios de comunicación y de los propios partidos, sería imposible que los candidatos hicieran promesas absurdas, exageradas e improcedentes. Todo mundo sabría las restricciones presupuestales reales que afectan el desempeño del gasto público, lo que llevaría a una discusión seria y razonable de la realidad nacional. En otras palabras, elevar el costo de la irresponsabilidad.

En tercer lugar, tomar las decisiones legislativas conducentes a fin de que el presupuesto federal del año 2001 sea aprobado en conjunto con el del año 2000. Es decir, evitar obligar al nuevo gobierno a verse obligado a instrumentar un nuevo presupuesto en el aire, sin información o experiencia. Una decisión de esta naturaleza permitiría establecer una base de continuidad mientras la nueva administración toma las riendas del gobierno.

En cuarto lugar, la esencia de la estabilidad económica reside en los equilibrios macroeconómicos que se derivan de unas finanzas públicas sanas, equilibrio fiscal, un déficit moderado en la cuenta corriente de la balanza de pagos, un régimen comercial de apertura a las importaciones, niveles bajos de inflación y un gobierno abocado a asegurar que estas condiciones se cumplan más que a actuar directamente en la economía. Por su parte, la esencia del desarrollo, es decir, todo lo vinculado con la pobreza, la distribución del gasto público y la estrategia de recaudación de impuestos, son sujetos de legítimas diferencias entre unos candidatos o partidos y otros. Lo necesario es que todos los candidatos públicamente reconozcan el mérito de un equilibrio macroeconómico.

Finalmente, es indispensable que todos los candidatos públicamente se compromentan a mantener y sujetarse a los lineamientos de los acuerdos y tratados de carácter económico, financiero y comercial que el país ha firmado con otras naciones e instituciones multilaterales. Este compromiso garantizaría la continuidad de la inversión productiva hacia el país.

Los mexicanos han padecido en exceso las crisis de fin de sexenio. Ahora que es factible el triunfo de algún candidato de oposición, es indispensable garantizar su bienestar. Aqui hay tela para comenzar a construir una transición menos golpeada.

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La electricidad y la transparencia política

Luis Rubio

 La ausencia de transparencia en el mundo de la política nacional sirve bien a los intereses más obscuros y encumbrados, que gozan de beneficios indescriptibles a costa de toda la población. Tal es el caso del Sindicato Mexicano de Electricistas, cuyos miembros y asociados se han envuelto en la bandera nacional sin el menor pudor o empacho. Apelando al patriotismo (cuando no al ramplón patrioterismo) de los mexicanos, el SME se ha adueñado de la agenda de discusión relativa a la iniciativa para reforma al sector eléctrico que envió el ejecutivo al Congreso hace algunas semanas. El problema es que detrás del embate del sindicato de la compañía Luz y Fuerza del Centro se esconden intereses nefastos y profundamente arraigados.

Quizá lo más significativo del antidebate que estamos presenciando en torno a la reforma (más que privatización) del sector eléctrico, es que los dos principales actores en el drama -el SUTERM, que es el sindicato de la Comisión Federal de Electricidad, y el SME, de Luz y Fuerza del Centro- tengan posturas tan extremas y distintas. El SUTERM no sólo apoya la iniciativa gubernamental, sino que fue el primero en proponerla. Por su parte, el SME no sólo se opone a ella, sino que ha recurrido a todo tipo de acciones (incluyendo la acusación de traición a la patria) para denunciarla. Si uno observa las cifras de desempeño de ambas empresas -la CFE y LFC, respectivamente- es fácil entender por qué.

La Comisión Federal de Electricidad es, con mucho, la empresa eléctrica más grande del país. Es una empresa que genera el 97% de la electricidad que se produce y consume en todo el país y tiene un total de setenta y tres mil empleados, con poco más de diecisiete millones de usuarios. Por su parte, la empresa Luz y Fuerza del Centro genera menos del 3% de la energía del país y la distribuye al Distrito Federal, a ochenta y un municipios del estado de México, cuarenta y ocho de Hidalgo, dos de Puebla y dos de Morelos. En total, LFC es responsable de aproximadamente el 20% de las ventas de energía del país con un total de casi treinta y cinco mil trabajadores. Es decir, mientras que la CFE requiere a un trabajador por cada 236 usuarios, cada uno de los empleados de LFC atiende tan sólo a 143 usuarios. De esta forma, aun si la CFE fuese muy ineficiente, las cifras de LFC son abismales.

Pero la CFE no es tan ineficiente como uno podría pensar. Según comparaciones internacionales, la CFE logra índices de eficiencia en la generación eléctrica equivalentes a aproximadamente el 75% de los índices logrados por las empresas norteamericanas de energía. Dado que el norteamericano es de los sectores más eficientes y competitivos del mundo, ese índice es realmente extraordinario. Desafortunadamente nada parecido arrojan las cifras de LFC. Las pérdidas de energía en el proceso de distribución son del 10% en la CFE, en tanto que éstas alcanzan el 18% en LFC. Mientras que los usuarios de la CFE padecieron interrupciones en el servicio eléctrico de 202 minutos en 1998, los de LFC las padecieron por 374 minutos en ese mismo periodo. Con esta eficiencia, no es casualidad que los trabajadores del SUTERM tarden un día en conectar a un nuevo usuario, mientras que los del SME tardan diez. Las prestaciones de que gozan los miembros del SME son escandalosas bajo cualquier comparación y sus beneficios y prestaciones son desmedidos. Para colmo, en su pliego petitorio de negociación laboral más reciente, el SME demandaba un aumento del 42% al salario, porcentaje que es excesivo y abusivo si se consideran sus niveles de productividad y se le compara con los aumentos concedidos a trabajadores y empleados en cualquier lugar del país.

A la luz de estas cifras, es fácil comprender la retórica que ha inflamado el discurso del SME en las últimas semanas. Los argumentos nacionalistas que ha empleado el SME hacen parecer que la soberanía nacional estuviera en riesgo y que el país corriera peligros inusitados a causa del proyecto de reforma que el gobierno ha propuesto para el sector eléctrico. No cabe más que preguntarse si la postura del SME tiene en su origen una preocupación por el futuro de la nación o del sector o es producto de su mera conveniencia, es decir, del interés creado que tiene ese sindicato en no perder prebendas y beneficios de los que ningún otro sindicato o persona goza en el país. En otras palabras: ¿su militancia es producto de su nacionalismo o de su conveniencia?.

La realidad es que el proyecto de reforma al sector eléctrico es por demás modesto. El gobierno no propone privatizar más que algunos segmentos del sector eléctrico, particularmente el de la distribución. Todo el resto quedaría, de una manera o de otra, en manos del gobierno. La privatización de la distribución eléctrica -es decir, las redes y cableados que cruzan las ciudades- tiene todo el sentido del mundo, ya que es ahí donde es imperativa y urgente una inversión masiva para reemplazar cables viejos, substituir transformadores que ya no funcionan y reducir las pérdidas de energía que se dan por ineficiencia, por mala calidad de los cables o por robo a través de los famosos diablitos. Fuera de eso, la propuesta gubernamental no incluye la privatización de nada: en contra de las afirmaciones que dominan al discurso público, la propuesta gubernamental específicamente establece que las presas, la planta nuclear de Laguna Verde y la  infraestructura de transmisión eléctrica (las torres que corren en forma paralela a las carreteras del país) quedarían en manos del gobierno, junto con una entidad reguladora que supervisaría el funcionamiento del sector y una nueva entidad, también gubernamental, que se encargaría de intermediar las compras y ventas de energía en bloque entre productores y usuarios grandes del fluido. Además, la racionalidad principal del proyecto gubernamental no es de carácter económico: su propuesta es emplear los recursos que ahora consume el sector eléctrico para el gasto social u otras áreas prioritarias. Es decir, no es la ausencia de recursos lo que motiva al gobierno, sino el mejor uso que se le podría dar a los recursos que están disponibles.

La propuesta gubernamental no ha avanzado mucho y la agenda la ha dominado el SME, de la mano con diversos voceros del PRD, en buena medida porque el gobierno ha hecho una pésima labor de difusión sobre sus propósitos con la reforma al sector y sobre el contendido de su proyecto. El apoyo del PRD es muy explicable ya que el SME ha sido un componente de ese partido y, más importante, el PRD ha encontrado que su única manera de dominar el debate es oponiéndose a cualquier iniciativa gubernamental, independientemente de la naturaleza o trascendencia de la misma. El SME tiene intereses muy evidentes que defender porque sabe bien que cualquier intento de elevar la eficiencia y mejorar el servicio implicaría reducir sus prebendas y abusos ilimitados. Los números son evidencia abrumadora de que la corrupción del SME daña a todos los mexicanos, toda vez que la operación de Luz y Fuerza del Centro requiere subsidios interminables que nos cuestan a todos. El SUTERM, en cambio, apoya la iniciativa porque sus niveles de eficiencia actuales, independientemente de la posible existencia de fuentes de corrupción, son suficientemente elevados como para que cualquier mejoría en la productividad no tenga porqué representar una afectación a los intereses, esos si legítimos, de sus miembros, en tanto que cualquier crecimiento del sector implicaría  más fuentes de trabajo legítimo y productivo para sus afiliados.

En el fondo, lo que ha hecho el SME es aprovechar una de nuestras grandes carencias. La política mexicana sigue siendo una de tinieblas, una en la que la información es secreta y siempre susceptible de manipulación por parte de algún interés creado. La transparencia simplemente no existe en la política mexicana ni en el debate al respecto. En el caso de la discusión sobre el sector eléctrico no existe una exposición de los hechos, de los factores indiscutibles, dado que eso perjudica a algún interés particular. Los intereses particulares, por su parte, explotan el vacío de información para jalar agua hacia su propio molino, lo que nos deja a todos los mexicanos ante la imposibilidad de determinar qué es un hecho, qué es una opinión y, sobre todo, qué linea de actuación representa la mera dispensa de un interés particular.

La transparencia es una condición necesaria para que pueda prosperar una democracia. Esta vez es el sector eléctrico, pero más adelante habrá otras iniciativas gubernamentales, de cualquier partido, que sufrirán la misma suerte mientras la información no sea transparente y accesible a toda la población. El caso del proyecto de reforma del sector eléctrico muestra cómo la falta de información pública y la manipulación de la información parcial por algún interés creado puede destruir hasta al más modesto de los proyectos gubernamentales. Recurrir a la bandera nacional siempre es un recurso fácil, particularmente cuando lo que se intenta encubrir es un sórdido interés. De vivir en un ambiente de transparencia, y con información oportuna, confiable y accesible, eso jamás habría sido posible.

 

México en la imaginación de los políticos

Luis Rubio

La realidad del país cada día tiene menos que ver con el discurso de los políticos y con lo que éstos imaginan es o debe ser el país. El lenguaje político habla de abstracciones, en tanto que la realidad cotidiana refleja situaciones concretas. Los políticos evocan ideas y temas trascendentales, pero no tienen la menor intención de llevarlos a la práctica; peor, no se dan cuenta de que los vocablos que emplean y las ideas que esbozan poco o nada tienen que ver con la vida real. El desempate entre el lenguaje de los políticos y la realidad de los mexicanos es patente y creciente. Y el problema de esto es que el lenguaje tiene consecuencias en la praxis política. ¿No será tiempo de comenzar a bajar a la realidad?

El lenguaje del mundo político y en particular, pero no exclusivamente, el del PRI y del PRD, refleja un mundo que hace tiempo dejó de existir. El del PAN refleja un mundo que todavía no existe. El arquetipo que guía a los políticos del viejo PRI -o sea, a los del PRD y del PRI- es el de un sistema político cerrado, el partido dominante, el jefe máximo, la cleptocracia, la política de la exclusión, la ausencia de competencia política, la manipulación de la prensa, el desprecio por los derechos ciudadanos y de la población en general y el saldado permanente de viejas cuentas. Los priistas hablan de democracia cuando quieren que se les reconozca una legitimidad que hace tiempo perdieron, esa democracia que nunca promovieron y que, en todo caso, no conocen o comprenden. Las nuevas reglas que gobernarían la nominación de los candidatos de ese partido son un buen paso adelante, pero están lejos de constituir un cambio de paradigma.

Los perredistas hablan de democracia cuando reclaman el poder para sí, partiendo de la premisa de que ellos son más merecedores del mismo que el PRI, a cuyos miembros consideran meros usurpadores en el arte de abusar de la población. Los políticos de ambos partidos ven con nostalgia para atrás y pretenden recuperar un mundo que hace mucho dejó de existir. El paradigma que guardan en la cabeza nada tiene que ver con el México de hoy, con las realidades que afectan a los mexicanos, con la complejidad económica que caracteriza al país y, sobre todo, con los riesgos que corremos todos los mexicanos en un proceso de sucesión sin reglas, sin árbitro y sin instituciones.

Los panistas padecen de nostalgia por un mundo que sólo existe en su propia imaginación. Asumen que la democracia mexicana es una realidad y que todos los actores políticos se comportan de acuerdo a esa norma. En su mundo, la competencia política es el vehículo para alcanzar el poder, mismo que, una vez alcanzado, va a sostenerse a partir de la legitimidad de origen que confieren los procesos electorales. Las aciones violentas y no institucionales simplemente no caben en su marco mental. Lo anterior les lleva a darse de golpes contra la pared una y otra vez: que si porque apoyaron las iniciativas de Carlos Salinas en el sexenio pasado o porque no apoyan la aprobación del consejo del Instituto Protección del Ahorro Bancario en el momento actual. Para los panistas no hay manera de ganar. Cuando de pronto deciden ponerse los pantalones, con frecuencia escogen un callejón sin salida, como al que se siguen acercando con el tema de la renuncia del director del Banco de México. Sus motivaciones son, las más de las veces, honestas pero ingenuas. Al igual que sus contrapartes del PRI y del PRD, viven en un mundo que no es el de la realidad mexicana, aunque su mundo es más cercano al que quizá fuese deseable alcanzar. Pero ese mundo todavía no es y, peor, no es obvio que vayamos encaminándonos hacia allá.

El México de hoy poco o nada tiene que ver con el discurso de los políticos. Los mexicanos vivimos una cambiante realidad que prácticamente en nada se identifica con el mundo que refleja el discurso político y la retórica partidista. La vida del mexicano común y corriente es una de temor por la violencia y criminalidad cotidianas, por una parte, y de necesidad de adaptación a una realidad económica nueva, por la otra. La criminalidad es una realidad que simplemente no existe en las políticas gubernamentales de todos niveles. La retórica del gobierno federal y la del gobierno del Distrito Federal, por citar los más obvios, refleja una de preocupación en abstracto, en tanto que la realidad es una de inseguridad pública creciente y, aparentemente, incontenible.

Algo muy distinto ocurre en el mundo de la producción y el empleo. La economía mexicana vive una situación de esquizofrenia: por un lado las empresas ganadoras, cuyos empresarios saben a dónde van y cómo llegar ahí. Por el otro, un mundo de empresas inviables, deudas sin pagarse, empleos sin futuro y muchísimas familias preocupadas por su futuro. A diferencia de los críticos de la política económica, que tienen el privilegio de no tener que adaptarse a una cambiante economía, la mayoría de los mexicanos sabe bien que su bienestar no depende de las grandes disquisiciones intelectuales, sino de conseguirse una mejor chamba, en una empresa exitosa. Más prácticos que los políticos -porque no tienen alternativa-, los mexicanos se lamentan de la ausencia de más y mejores empleos en las empresas que, aparentemente en forma milagrosa, prosperan cada día más. Para colmo, el gobierno ha dejado que este proceso de “selección natural” siga su propio curso, con lo que, para todo fin práctico, el penoso proceso de aprendizaje y adaptación se torna más lento, más traumático y, sobre todo, más incierto.

Pero los partidos políticos, el PRI incluido, ni siquiera reconocen que existe un inevitable proceso de cambio económico. En el mundo ideal de los políticos -de todos los partidos- todos los problemas del país se resuelven si se retorna a las políticas económicas de antaño. En su mundito de los sesenta o setenta todo era más fácil y menos complicado. La década a ser imitada depende del partido de que se trate. En la práctica, lo que añoran los políticos priistas y perredistas es al gobierno duro e impositivo que dominaba a la economía y que permitía a los políticos disfrutar los beneficios de la corrupción y del poder sin que la población se pudiera quejar. Para los panistas la economía es un tema de menos fácil definición: aunque con frecuencia se les identifica con una economía de mercado, la realidad es que, en su interior, el PAN es un partido que nunca se ha decidido sobre la materia: algunos de sus miembros añoran la época de la estabilidad económica y equilibrio fiscal y cambiario de los sesenta, en tanto que otros imaginan un mundo de pequeñas empresas compitiendo para el bien del consumidor. Hoy que todos los partidos compiten por el poder de una manera mucho más equitativa, la economía les ofrece una oportunidad y un dilema. La oportunidad, que todos explotan con singular alegría, es la de reprobar a la política económica, rechazarla y evidenciar los agudos contrastes que hacen transparentes las dos caras de un proceso económico inevitable pero particularmente cruel en nuestro país. Obviamente, explotar esas diferencias es lo lógico y racional para los partidos en una etapa de elecciones. Pero el dilema, que todavía ni comienzan a imaginar, es el de tener que explicarle al electorado cuál sería su programa económico alternativo de ganar las elecciones el próximo año. A diferencia de los políticos, los mexicanos han demostrado, una y otra vez, que prefieren el empleo seguro en una empresa que sabe hacia dónde va, que cientos de promesas partidistas volando…

El lenguaje de los partidos y sus políticos está totalmente divorciado de la realidad de la población. En su reciente fiesta de cumpleaños, el PRI buscó la unidad del partido no en torno a un proyecto visionario y factible de desarrollo del país, sino alrededor de las prácticas más retrógradas que por décadas caracterizaron a ese partido: los candidatos de unidad, la exclusión de grupos y candidatos, la sumisión a un conjunto de reglas que no acaban de precisarse, las consultas a la base pero con mecanismos siempre mediatizables por los intereses más encumbrados a través de las llamadas estructuras sectoriales y territoriales del partido. El PRD no se queda atrás: su sistemático rechazo a todo cambio político o económico respecto a su modelo ideal del México revolucionario (¿cuál? ¿el de los treinta? ¿el de los setenta? ¿el de la inflación y el estancamiento?) no sólo ha contribuido a retrasar la adaptación de los mexicanos a la nueva realidad económica -la de México y del mundo-, sino que ha creado un mundo de dudas e incertidumbres sobre el futuro del país. El PAN, por su parte, ha perdido el sentido de dirección: su discurso no ha contribuido a afianzar un modelo de democracia, ni ha logrado que la economía avance. Algunos días el PAN tiene claro el sendero y apoya (y corrige) las iniciativas gubernamentales; en otros no sabe explicar sus acciones y acaba refugiándose en el mundo ideal de una democracia que, desafortunadamente, es, al menos todavía, inasible, o de una economía que, en el mejor de los casos, aún no está ahí.

Por donde uno le busque, los partidos no reconocen la realidad del país en la actualidad. Lo que el mexicano espera de sus políticos es liderazgo, claridad de rumbo y, al menos, un sentido de esperanza. Pero lo que obtiene de ellos es violencia verbal, confusión en el rumbo y una brutal incertidumbre. Lo menos que se puede decir de esto es que los partidos y sus políticos han fracasado en cumplir la función que les corresponde, sobre todo en una etapa tan compleja y difícil para el país. En lugar de responder a las necesidades de la población, los partidos viven en un mundo imaginario que sólo ellos entienden. Su paradigma es el de un México que no existe y que ya no es posible reconstruir. En lugar de acordar los fundamentos de un nuevo paradigma -uno fundamentado en un sistema político competitivo y democrático, respetuoso de las diferencias, de la libertad de expresión y tolerante de sus contrincantes, y de una economía abierta, competitiva, fuerte, vigorosa y capaz de generarle opciones y oportunidades a una población con frecuencia carente hasta de los fundamentos educativos más elementales- los partidos medran de la esperanza de volver a un mundo que muy pocos mexicanos probablemente perciben como atractivo o posible.

Lo esencial en el momento actual es reconocer que lo que era bueno para los políticos del viejo PRI -los priistas y los perredistas de hoy- no era bueno para los mexicanos. El mundo que idealizan esos políticos era perfecto para su propio disfrute ya que sus intereses estaban perfectamente protegidos y a salvo, pero a costa del mejor interés de toda la población. Los políticos desprecian los cambios económicos no porque sean intrínsecamente malos, sino porque los afectan a ellos en lo personal. Los políticos del PAN, por su parte, han perdido una oportunidad tras otra de fortalecer su viabilidad electoral al no demandar la definición de las políticas de Estado. Ningún país puede progresar a partir de esa realidad. Es tiempo de comenzar a estructurar pactos y acuerdos para los días posteriores al mítico día de elecciones en el 2000.

 

La destrucción de los futuros empresarios del país

Luis Rubio

Las consecuencias de la inseguridad pública se manifiestan de muchas maneras. El mero temor de sufrir un robo, ser víctima de una violación, pasar la tragedia de un secuestro o, peor de un asesinato, ha hecho que las familias mexicanas cambien sus hábitos, sus costumbres y, sobre todo, sus expectativas. Aunque el problema de la inseguridad se manifiesta de maneras distintas entre los habitantes más pobres, de las clases medias y entre los más ricos del país, el hecho de la inseguridad sigue siendo el mismo y no está siendo resuelto. Unido al desempleo estructural que desde hace décadas padece la economía mexicana, la inseguridad está produciendo uno de los escenarios más peligrosos y graves para el futuro: la destrucción o desaparición del empresariado mexicano.

Este fenómeno tiene dos manifestaciones, con lógicas que no tienen nada en común. Poblaciones enteras sobre todo del centro del país se han vaciado de hombres en edad de trabajar para ir en busca de mejores oportunidades al norte de la frontera. Un enorme grupo de ellos acaba desarrollando una sorprendente capacidad empresarial, como lo muestra el creciente número de restaurantes, tiendas y negocios de todo tipo que han creado mexicanos originarios sobre todo de Oaxaca, Guanajuato, Jalisco, Zacatecas y demás. El tema es sorprendente no porque esas personas tengan menos derecho a progresar que otros mexicanos que han tenido mejores oportunidades de entrada -sobre todo aquellas mesurables en términos de educación y salud, o lo que los economistas llaman capital humano- sino porque la abrumadora mayoría de esos empresarios en el exilio jamás habría tenido la oportunidad de serlo en su lugar de origen. El sistema político, las regulaciones explícitas y las implícitas, los cacicazgos y, simplemente, la opresión que en la práctica ejercen las autoridades de todos los niveles sobre la actividad económica no sólo han impedido que progrese y alcance su potencial un enorme número de mexicanos, sino que han creado las condiciones para que se vayan a otra parte y creen empleos y riqueza allá.

Aunque todo el país vive una inseguridad creciente y angustiante, la criminalidad más perniciosa afecta desproporcionadamente a las clases medias. El robo a una familia pobre puede hacerle perder todas sus pertenencias, pero del asesinato de un familiar o un trauma semejante una familia no se recupera nunca. Los secuestros, las violaciones y los asaltos a mano armada se han vuelto una realidad cotidiana para la juventud urbana del país y nada ni nadie parece estar avanzando mayor cosa en este frente. La respuesta ciudadana ha ido cambiando en el tiempo. En un principio las familias se enquistaron, saliendo lo mínimo posible, sobre todo en las noches. Pero con el tiempo las respuestas han cambiado, al grado de comenzar a adquirir un carácter permanente. Cada respuesta individual tiene su propia lógica, pero la acumulación de acciones semejantes tiene consecuencias nacionales.

Quizá la más significativa de las respuestas que caracteriza hoy a un grupo importante de la clase media es la de enviar a sus hijos a estudiar al exterior. Un creciente número de familias ha estado enviando hijos a estudiar fuera del país, comenzando con edades cada vez menores. Si hace décadas comenzó a ser frecuente la realización de estudios de postgrado en el extranjero, hoy no es infrecuente encontrar alumnos mexicanos ya no sólo a nivel universitario, sino incluso a nivel de secundaria y preparatoria. El hecho no sería importante de no ser por el número creciente de familias que han recurrido a este mecanismo para proteger a sus hijos. Familias más pudientes han optado por mover a la familia en su conjunto fuera del país, manteniendo un puente permanente con el negocio o empleo del jefe de la misma.

Ante la total incapacidad del gobierno de enfrentar el problema, es perfectamente racional que las familias velen por los suyos. Sin embargo, es tiempo de comenzar a contemplar las consecuencias nacionales de la ausencia de una solución al problema de la inseguridad por parte del gobierno. No sería excesivo afirmar que la desidia e incompetencia en este frente está causando la destrucción o desaparición de un enorme potencial de desarrollo empresarial en el país. Y dado que sin empleadores no hay empleos, el tema es brutalmente trascendental. De no resolverse el problema de la inseguridad de una manera efectiva y definitiva, los prospectos del país -y con ello las expectativas de la población- van a contraerse todavía más.

Hay dos sectores de la población que han mostrado dotes empresariales particularmente significativas. Uno es el de los mexicanos más pobres que sólo encuentran un entorno apropiado para desarrollar su potencial en el exterior; y el otro es el de las clases medias, de las cuales ha surgido la nueva camada de empresarios dentro del país en los últimos años. Estos dos sectores están siendo diezmados por la realidad nacional: unos porque sólo enfrentan impedimentos y, los otros, porque no quieren ser víctimas de la criminalidad. Ambos evidencian el fracaso de una secuencia de gobiernos a lo largo de décadas que estaban demasiado preocupados por sus propios intereses como para atender lo elemental.

Para los mexicanos de hoy el dilema es muy simple: o se eliminan las causas de la emigración o las dificultades económicas del país en el largo plazo van a ser cada vez mayores. Este no es un dilema partidista ni relativo a algún candidato en lo particular. Se trata de un tema de envergadura nacional por el simple hecho de que sin empresarios no hay empleos.

Los gobernantes -estatales, municipales y federales- no pierden oportunidad de presentar una nueva iniciativa o inaugurar un nuevo programa, todos ellos supuestamente encaminados a resolver el problema de la inseguridad o a mejorar el entorno para el desarrollo de la economía. Uno a uno de esos programas, sin embargo, se topa con la cruda realidad. En el frente regulatorio, han desaparecido, literalmente, centenas de regulaciones, pero la realidad de las empresas es que dedican una enorme porción de sus horas de trabajo y recursos a tratar de satisfacer una insaciable burocracia. Algunas cámaras empresariales argumentan, por ejemplo, que la nueva Ley de Ingresos entraña costos administrativos adicionales de más de 20%. Eso quizá lo aguanten algunas de las empresas más grandes del país, pero evidentemente constituye una carga punitiva para todo aquél que quiera iniciar una empresa. Nada premia el trabajo empresarial. Aunque tres sucesivas administraciones federales han hecho de la liberalización económica y empresarial su razón de ser, la burocracia que administra la economía y cuida de que los empresarios actuales y potenciales no hagan de las suyas, no ha hecho sino congelar toda oportunidad de que los objetivos se logren.

Por el lado de la inseguridad, vivimos en el país de Alicia y sus maravillas. Recientemente se aprobó una legislación para combatir la criminalidad que multiplica el número de años que un criminal puede acabar pasando en prisión. Esto suena precioso, excepto por el “detalle” de que la abrumadora mayoría de los crímenes quedan impunes, razón por la cual la nueva legislación no tiene vinculación con la realidad de la inseguridad. Pero sí tiene consecuencias: la población, que a fuerzas tiene que ser más realista que sus gobernantes, decide qué es lo que más le conviene y actúa en consecuencia. Y las decisiones que muchos de esos mexicanos han estado tomando entrañan muy malas noticias para el futuro del país.

La inseguridad surgió como resultado de la desaparición del viejo sistema político. Antes, las personas y grupos políticos clave, incluidas las mafias y bandas de criminales, estaban controladas por el gobierno a través de sus poderosos tentáculos. La erosión de ese sistema, producto del desarrollo económico, del crecimiento demográfico, de la liberalización política y de la reticencia del PRI y los grupos e intereses que lo integran a modernizarse y transformarse para convertirse en una fuerza política positiva y constructiva, ha dado rienda suelta a toda clase de abuso y delincuencia. El aparato de seguridad de antaño servía a los intereses de ese sistema político y ahora sirve exclusivamente a los suyos propios.

En lugar de legislaciones y promesas, requerimos de la creación de nuevas policías que vean a la ciudadanía como su objeto y razón de ser. Mientras no se enfrente el hecho de que todo el aparato de seguridad que existe jamás va a cumplir con este simple objetivo, el problema de la inseguridad persistirá. Y con ello la destrucción del potencial económico del país.

Abrir y privatizar

Abrir y privatizar

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\par }\pard \qr\sl480\slmult1\nowidctlpar\widctlpar\adjustright {Luis Rubio

\par }\pard \qj\sl480\slmult1\nowidctlpar\widctlpar\adjustright {

\par La privatizaci\"f3n de empresas paraestatales ha adquirido un mal nombre. Sus detractores culpan a las privatizaciones de los a\"f1os pasados de la crisis de la econom\"ed

a, del empobrecimiento de muchos mexicanos y, en general, del hecho de que no hayan sido satisfechas las expectativas que se hab\"edan creado. Pero la realidad es que a la privatizaci\"f3n de empresas no se le pueden atribuir grandes m\"e9

ritos ni tampoco grandes culpas. La privatizaci\"f3n de empresas propiedad de un gobierno es un mero instrumento de la estrategia de desarrollo de un pa\"eds. Si la estrategia est\"e1 bien concebida, la privatizaci\"f3

n de empresas puede rendir buenos frutos; si no, es imposible pedirle peras al olmo.

\par

\par No cabe la menor duda de que hay un conjunto de objetivos que todos los mexicanos compartimos para el desarrollo del pa\"eds: una econom\"ed

a robusta que crezca en forma acelerada y sostenida y que permita crear numerosos empleos bien remunerados, bajos niveles de inflaci\"f3n, una alta competitividad y mucha riqueza bien distribuida. Si observamos el mundo a n

uestro alrededor, es evidente que hay un grupo de pa\"edses que se acerca a ese ideal, en tanto que otro grupo va en direcci\"f3n opuesta. En forma objetiva y sin pasiones es claro que las econom\"ed

as abiertas que, en general, privilegian los mecanismos de mercado para la toma de decisiones en sus econom\"edas crecen m\"e1s, son las que gozan de niveles de vida superiores y distribuyen mejor la riqueza entre sus habitantes. Las econom\"ed

as cerradas y protegidas van de crisis en crisis y se caracterizan por sus elevad\"edsimos niveles de pobreza. Esto es cierto en los pa\"edses de Europa y en los de Asia, en el continente americano y en Africa. Por donde uno le busque, las econom\"ed

as abiertas arrojan mejores resultados en todas las cosas que realmente importan: el crecimiento, el empleo y los niveles de vida.

\par

\par La pregunta que los mexicanos tenemos que hacernos es c\"f3mo se vincula el tema de la econom\"eda abierta con el de la privatizaci\"f3n de empresas. Si uno observa la diversidad de pa\"edses cuyas econom\"edas est\"e1n abiertas, es muy claro que el r\"e9

gimen de propiedad de las empresas es muy variado. Igual existen econom\"edas asi\"e1ticas con una fuerte presencia gubernamental a trav\"e9s de la propiedad de empresas, que pa\"edses que pr\"e1

cticamente no cuentan con empresas paraestatales. Francia es un pa\"eds que se ha caracterizado por un gobierno mucho m\"e1s activo en este frente que el alem\"e1

n, y eso no ha obstado para que ambos cuenten con niveles de vida muy semejantes. El punto de fondo es que la privatizaci\"f3n de empresas no es un fin en s\"ed mismo, sino un instrumento de la estrategia }{de desarrollo }{vigente por muchos a\"f1

os. Cuando en Inglaterra un candidato a primer ministro en los setenta convenci\"f3 al electorado de que la estrategia de desarrollo }{vigente por muchos a\"f1os }{era insostenible, cambi\"f3 toda la pol\"edtica econ\"f3mica y, como consecuencia, se inici

\"f3 un vasto proyecto de privatizaci\"f3n de empresas. Algo semejante, aunque con menos estruendo que el generado por Margaret Thatcher, ha venido ocurriendo en los \"faltimos a\"f1os en Francia y en varias naciones del sudeste asi\"e1tico.

\par \line El tema de fondo no es, pues, el de la privatizaci\"f3n de empresas, sino el de la apertura de la econom\"eda. Este es el punto nodal. La pregunta para M\"e9xico no es si son, ser\"e1

n o han sido buenas o malas las privatizaciones, sino si la nuestra es una econom\"eda abierta, con una clara estrategia de desarrollo, que utilice instrumentos como la privatizaci\"f3

n de empresas paraestatales, en congruencia con la estrategia general de desarrollo selecionada. El problema de la econom\"eda mexicana es que la apertura de la econom\"eda que se inici\"f3

en los ochenta ha sido inconsistente, aleatoria y parcial. En este contexto no es casual que algunas empresas privatizadas hayan resultado ser \"e9xitos indescriptibles bajo casi cualquier medida, en tanto que otras, por desgracia muchas de las m\"e1

s significativas, han probado ser rotundos fracasos.

\par }\pard \nowidctlpar\widctlpar\adjustright {

\par }\pard \qj\sl480\slmult1\nowidctlpar\widctlpar\adjustright {A la privatizaci\"f3n de empresas que eran propiedad del gobierno le debemos la quiebra de los bancos, los abusos en materia de competencia telef\"f3nica y la ausencia de opciones en transporte a

\"e9reo. Pero a la privatizaci\"f3n de empresas tambi\"e9n debemos el resurgimiento de la industria acerera en el pa\"eds, el nacimiento de la competencia en el mundo de la televisi\"f3

n, el crecimiento de la industria de los fosfatos y fertilizantes y de muchas ramas de la industria qu\"edmica y la revitalizaci\"f3n de un sinn\"famero de empresas y regiones mineras. La pregunta es por qu\"e9 los resultados son tan contrastantes.

\par }\pard \nowidctlpar\widctlpar\adjustright {

\par }\pard \qj\sl480\slmult1\nowidctlpar\widctlpar\adjustright {Hay dos factores clave en el tema de la privatizaci\"f3n de empresas propiedad del gobierno. Uno t

iene que ver con el precio de venta y el otro con las regulaciones que van a establecer el marco de acci\"f3n dentro del cual va a operar la empresa una vez privatizada. Estos dos factores tienen caracter\"edsticas muy distintas en una econom\"ed

a abierta y en una econom\"eda cerrada y, por lo tanto, en el desempe\"f1o de una empresa luego de ser privatizada.

\par

\par En una econom\"eda cerrada de un tama\"f1o intermedio, como era la mexicana (hoy es semicerrada), es frecuente encontrar que no existen precios de referencia para la venta de una empresa, por el hecho de que frecuentemente es el \"fa

nico productor en el mercado. Aun cuando hubiera varios productores, es com\"fan encontrar que los precios se encuentren distorsionados por el extraordinario peso del gobierno y de las regulaciones que \"e9

ste establece. Esto es, el gobierno, que en estas circunstancias es el vendedor, tiene autoridad sobre las regulaciones que pueden hacer m\"e1s o menos atractiva a la empresa y puede elevar o disminuir el valor de \"e9sta en funci\"f3

n de sus objetivos espec\"edfi

cos. En un extremo puede crear condiciones regulatorias para que la empresa valga muy poco, lo que se presta a toda clase de corruptelas; en el otro, puede proteger de tal manera al sector en que se encuentra la empresa, que su valor asciende a niveles ta

n absurdamente altos que crea incentivos perversos, generando conductas imprudentes y riesgosas, como ocurri\"f3 en la primera mitad de esta d\"e9cada con los bancos privatizados. Este tipo de situaciones no existe en una econom\"ed

a abierta, donde con muy pocas excepciones, existen precios de referencia a nivel internacional.

\par

\par De hecho, es inevitable que las caracter\"edsticas de una econom\"eda abierta o de una econom\"eda cerrada se manifiesten de maneras muy distintas cuando se inicia un proceso de privatizaci\"f3n de empr

esas estatales. Evidentemente, un factor central en la privatizaci\"f3n de las empresas se refiere al precio al que \"e9stas se van a vender. Pero el valor de los activos -las m\"e1quinas, los terrenos, la marca de los productos, etc\"e9

tera- es muy distinta en cada caso. En el caso de una econom\"ed

a abierta, los activos valen lo que el mercado determina que valen, no el precio que un funcionario gubernamental les quiere asignar. El valor de la empresa y sus activos se determina en funci\"f3n de lo que la empresa produce a

precios internacionales. Es decir, en su esencia, la valuaci\"f3n de activos en una econom\"eda abierta no tiene mayor ciencia, como ilustra el caso de la privatizaci\"f3n de las empresas sider\"fargicas de L\"e1zaro C\"e1rdenas en Michoac\"e1

n, en donde plantas que hab\"edan costado miles de millones de d\"f3lares fueron vendidas en menos de veinte millones porque no val\"edan m\"e1s. Lo mismo ocurre en otros campos de la vida cotidiana: en una econom\"ed

a abierta las placas de los taxis o de los camiones valen lo que el mercado dice que valen, y no, como ocurr\"eda con los camiones de carga en el pa\"eds, o como sigue pasando con los taxis de Nueva York, donde las placas con frecuencia valen mucho m\"e1

s que el propio veh\"edculo.

\par

\par No es casualidad que la privatizaci\"f3n de empresas cause innumerables controversias, pues sus consecuencias han sido, en m\"faltiples casos, desastrosas para el pa\"eds por la incompleta apertura de la econom\"eda. Sin embargo, la privatizaci\"f3

n de empresas es un instrumento neutro de la pol\"edtica econ\"f3mica. En esta \"e9poca del mundo, lo importante para el crecimiento econ\"f3mico y para la fortaleza de un pa\"ed

s no reside en la naturaleza del propietario de las empresas, sino en el dinamismo y competencia de la econom\"eda en su conjunto. A diferencia de la inversi\"f3n gubernamental directa en infra

estructura, las empresas paraestatales han sido, siempre, un lastre y un impedimento a la competitividad y al dinamismo de la econom\"eda. La conclusi\"f3n inevitable es que la privatizaci\"f3

n es un instrumento deseable para promover el desarrollo de la econom\"eda, pero siempre y cuando exista una estrategia clara de desarrollo que lleve a la consolidaci\"f3n de una econom\"ed

a abierta en todos los sentidos. De otra manera las privatizaciones seguir\"e1n siendo meras transferencias de monopolios (o, en algunos casos, oligopolios) p\"fablicos al sector privado, con las consecuencias conocidas y sufridas por todos. Esto, m\"e1

s que un in\"fatil debate ideol\"f3gico, es lo que vale la pena discutir con la iniciativa gubernamental de privatizar algunos componentes del sector el\"e9ctrico del pa\"eds.

\par

\par Las privatizaciones en M\"e9xico tienen mal nombre por buenas razones. Si bien hay algunos casos de \"e9xito extraordinario, las m\"e1

s grandes y visibles son evidencia patente de los vicios que caracterizaron al proceso. Pero cualesquiera que hayan sido esos vicios, no hubieran sido posibles en el contexto de una econom\"eda verdaderamente abierta. M\"e1s claro ni el agua.

\par

\par }\pard \nowidctlpar\widctlpar\adjustright {

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