Luis Rubio
Carl Friedrich, uno de los teóricos políticos más importantes del siglo XX, decía que «ser un americano es un ideal, mientras que ser un francés es un hecho». De acuerdo a Friedrich, la identidad estadounidense se define en términos normativos, mientras que la francesa en términos existenciales. Estas diferencias se traducen en cosmogonías muy distintas que tienen impacto no sólo sobre su propia estructura y organización política y gubernamental, sino también sobre su forma de actuar. Nuestro caso no es distinto. Mucho de lo que hoy caracteriza al debate político norteamericano, tanto respecto a la economía como a su seguridad y fronteras, se deriva de esa perspectiva. La pregunta es cómo podemos beneficiarnos más de la relación bilateral a pesar de estas diferencias.
Como bien observaba Octavio Paz, las diferencias entre los estadounidenses y los mexicanos trascienden lo específico. En sus palabras, «la frontera entre México y EUA es política e histórica, no geográfica». No son las barreras geográficas las que importan, continuaba, sino el cambio de civilización. «Los americanos son hijos de la Reforma y sus orígenes son los del mundo moderno; nosotros somos hijos del imperio español, el campeón de la Contra Reforma, un movimiento que se opuso a la modernidad y fracasó… los americanos sobre valoran el futuro y veneran el cambio; los mexicanos se aferran a la imagen de nuestras pirámides y catedrales, a los valores que percibimos como inmutables y a los símbolos que, como la Virgen de Guadalupe, personifican la permanencia». Como con la observación de Friedrich, el contraste difícilmente podría ser mayor.
Los contrastes no se limitan a los aspectos culturales y filosóficos. La cosmogonía azteca y maya había cuajado siglos antes de que existiera la Unión Americana, incluso en concepto, y eso explica muchas de nuestras desavenencias, pero nada de eso ha impedido que profundicemos la relación ni que hayamos buscado apalancar nuestro desarrollo en una mayor cercanía con aquellos. Lo que no hemos logrado es comprenderlos mejor como principio para una integración más exitosa y benéfica. Nuestro desconocimiento de sus procesos no sólo en el plano comercial y económico, sino sobre todo en la forma de evolucionar de su política interna y, en estos días, en materia presupuestal, es costoso.
En su estudio sobre la política interna de Estados Unidos*, Samuel Huntington afirma que existe un «credo americano»: «en contraste con la mayoría de las sociedades europeas, en Estados Unidos existe y ha existido un amplio consenso respecto a unos valores y creencias políticos básicos». Ese consenso básico permite remontar las diferencias que cotidianamente caracterizan a su frecuentemente agrio proceso político. Es decir, para Huntington la polarización política en EUA es una característica permanente que no debilita su estabilidad porque es producto de su origen y de un sistema político que premia la competencia y la activa participación de todos los intereses particulares. Desde esta perspectiva, la polarización mediática y discursiva que se observa en las contiendas políticas y en las discusiones sobre asuntos de enorme trascendencia, para ellos y para nosotros, como el TLC, o su estrategia presupuestal frente a la crisis económica, es real y profunda, pero no entraña el riesgo de un rompimiento. Eso, decía Seymour Martin Lipset, es una característica medular de la «excepcionalidad americana».
Si uno sigue las controversias respecto a estos temas (y otros estrictamente políticos como aquél de si Obama nació en EU o no), las diferencias no son menores y las posturas por demás ácidas. En el tema comercial, que hoy se puede apreciar en debates relativos a los tratados comerciales con Colombia, Panamá y Corea, el asunto es mucho más mundano y, en casi todos los casos, refleja intereses específicos en terrenos como el sindical y empresarial que suponen saldrían beneficiados o perjudicados de darse una mayor apertura comercial. El tema presupuestal es particularmente llamativo porque su poderío le ha permitido evadir un ajuste fiscal profundo, a la vez que ha mostrado una extraordinaria incapacidad para reconocer sus dilemas y actuar en consecuencia.
El tema fiscal es particularmente preocupante no sólo porque la salud de la economía estadounidense es clave para nuestro crecimiento, sino porque su actitud tiende a fortalecer a los críticos de nuestra estabilidad, de la cual depende la viabilidad de la clase media mexicana. En el terreno fiscal EUA enfrenta déficits de más del 10% de su PIB, cifra que, con la sola excepción de 1982, nunca rebasamos nosotros, ni en la peor de nuestras crisis.
Aquellos desequilibrios fiscales se tradujeron en un colapso instantáneo de la actividad económica y en un inevitable ajuste fiscal para restituir la salud financiera de la economía. Luego de varias crisis, los mexicanos finalmente aprendimos en 1995 que un desequilibrio fiscal no produce nada más que pobreza. No es casualidad que la clase media mexicana haya crecido justo en los momentos de estabilidad económica: en los cincuenta y sesenta y a partir de 1995. Para los estadounidenses su actual crisis no tiene precedente en tiempos modernos, lo que les ha llevado a desvariar, en los dos extremos: tanto por parte de quienes quieren revivir la economía con un gasto exacerbado, como por aquellos que quieren un ajuste fiscal sin impuestos adicionales. Si observaran nuestra experiencia verían que el ajuste es inevitable y que los impuestos no tienen remedio. El problema es que su economía es tan importante para el mundo que han podido transferir muchos de sus costos a otros países (por ejemplo en la forma de un fortalecimiento del peso o del real brasileño) aunque me parece evidente que tarde o temprano pagarán las consecuencias.
No hay nada que nosotros podamos hacer en esas materias y menos porque están tan divididos al respecto. Sin embargo, donde sí hay mucho que podríamos hacer es en cultivar a las poblaciones locales en donde mayor oposición hay a los temas que son vitales para nosotros, sobre todo los comerciales, migratorios y fronterizos en general. Los tiempos de debilidad son tiempos de oportunidad y mucho se puede ganar con un gran despliegue territorial. Eso es exactamente lo que hizo la Secretaría de Economía cuando identificó los productos que serían motivo de sanción por el asunto camionero. Actuar en torno a los principios del «credo americano» y su esencia liberal, individualista, igualitaria y democrática a nivel local podría transformar la relación y los temas centrales para nuestro desarrollo.
*The promise of Disharmony
a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org