Los dilemas del euro

Luis Rubio

La idea del euro constituyó un enorme desafío para muchos países que nada tienen que ver con la Unión Europea. Después de años de crisis económicas, altibajos políticos e inflación, muchas naciones, sobre todo de América Latina, veían con envidia la oportunidad de oro que parecía presentársele a países como Grecia e Italia: saltarse etapas en su proceso de desarrollo sin tener que pagar sus costos. El euro parecía hacer posible el milagro de tener tasas de interés alemanas con el sol del Mediterráneo. Hoy sabemos que los espejismos pueden salir muy caros: el desarrollo no se da por casualidad; más bien, requiere de gran capacidad de gobierno y disposición a actuar. Lo mismo se puede decir de las políticas de ajuste que hoy están en la palestra de la discusión.

El drama griego tiene muchas causas y componentes pero una muy evidente es que la estrategia que ha adoptado o, más bien, que las circunstancias y sus vecinos le han impuesto, no empata con su realidad interna, sobre todo con su capacidad de gobierno. De no existir el euro, Grecia estaría viviendo una situación muy distinta, quizá más parecida a las que caracterizaron a muchas naciones latinoamericanas en sus momentos de crisis, es decir, una brutal caída que hizo inevitable, más que voluntario, el ajuste fiscal. El euro hizo parecer que el ajuste era voluntario y pocos se lo tomaron en serio. La realidad es que, con euro o sin la moneda común, no hay atajos a la prosperidad.

Las crisis mexicanas fueron muy distintas: comenzaron con circunstancias similares (déficit presupuestal, desequilibrio en la balanza de pagos) pero su dinámica fue enteramente diferente. En ausencia de dólares, el costo de todo lo importado, incluyendo los intereses sobre la deuda, se fue al cielo y eso llevó al colapso de la economía. La disyuntiva era muy simple: el ajuste lo organiza el gobierno o éste ocurría por sí mismo. Un gobierno con capacidad de acción puede establecer prioridades y cuidar ciertos programas; cuando la crisis domina al gobierno no hay prioridad alguna: todo se colapsa. En 1995 el gobierno mexicano acordó con el FMI un déficit cero en el primer año, es decir un ajuste brutal. Gracias al euro, el caso de Grecia ha sido muy distinto, creando una dinámica política que hace parecer que el ajuste es algo opcional. Su compromiso con la UE y con el FMI es el de llegar a un déficit del 10% el primer año: podría parecer que Grecia salió bien librada porque puede tomarla con calma.

Cada una de las crisis mexicanas implicó una brutal caída en la actividad económica (en 1995 la contracción fue de más de 8% del PIB) pero a los cuantos meses el panorama comenzaba a mejorar: realizado el ajuste, las exportaciones comenzaban a crecer y la actividad económica se recuperaba con celeridad. Pero lo más importante no fue el desempeño de la economía, sino la evolución de las expectativas de la población. Los críticos del ajuste denunciaban los despidos, los recortes del gasto y la contracción salarial, pero en cuestión de meses la población pasó de la depresión a un creciente optimismo. En contraste, los griegos, cuyo ajuste es draconiano y a la vez interminable, llevan un año en el proceso y no tienen razón alguna para pensar que las cosas mejorarán en un futuro previsible. Paradójicamente, la existencia del euro, que tantas ventajas ofrecía en los buenos momentos, ahora resulta ser un gran pasivo.

En su momento, al adoptar al dólar como moneda de referencia, Argentina intentó algo semejante al euro pero se comportó exactamente igual como Grecia: llevó una economía desordenada y sin control hasta que la realidad la alcanzó y acabó en una profunda crisis de la que todavía no sale. En México y otras naciones latinoamericanas hubo muchas discusiones sobre la adopción del dólar como moneda de curso legal y un canadiense propuso la idea de crear el “amero” como equivalente del euro en el continente americano. En retrospectiva, parece evidente que los más cautos tuvieron razón.

La moneda de un país no se puede separar de su capacidad de gobierno: se trata, valga la redundancia, de dos caras de una misma moneda. No es casualidad que Irlanda y, en segundo lugar, España, hayan reconocido que no hay salida fácil y, con gran capacidad de gobierno, han realizado el ajuste con seriedad y sentido de inevitabilidad. Por su parte, ahora Grecia ha tenido que adoptar criterios alemanes para los agregados macroeconómicos sin la capacidad real de gobierno que eso entraña en todo lo demás.

La verdadera encrucijada reside en Alemania. Hace ocho años, Alemania y Francia rebasaron los topes fiscales que había establecido el acuerdo de Maastricht pero nadie se atrevió a condenarlos. Algunos argumentan que ese hecho le hizo sentir a los países que hoy están en problemas que los límites eran irrelevantes; de esta forma, mientras que los alemanes se dedicaron a corregir su situación fiscal y elevar dramáticamente sus niveles de productividad, los sureños continuaron disfrutando la vida. Hoy son los propios alemanes quienes enfrentan la difícil tesitura de absorber las pérdidas de sus socios despilfarradores para seguir teniendo las ventajas del euro (y poder exportar con una moneda no excesivamente cara) o abandonar el euro y enfrentar los costos de una moneda tan dura que dejarían de ser competitivos en los mercados de exportación. Costosas las virtudes fiscales de los alemanes…

El hecho simple es que los europeos no tienen salidas fáciles, enfrentan una situación fiscal y bancaria compleja que va a requerir definiciones por demás desagradables en Alemania, donde el electorado no tiene paciencia ni tolerancia para la vida fácil de los griegos e italianos. En lugar de lo deseable, a los alemanes les espera lo que alguna vez sentenció Galbraith, «la política no es el arte de lo posible, sino que consiste en escoger entre lo desastroso y lo indigerible».

Al final del día, todo depende de la capacidad de gobierno que tiene un país y ésta incluye la responsabilidad fiscal y monetaria. Earl Long, un gobernador norteamericano un tanto folclórico, alguna vez afirmó que “algún día Louisiana va a tener un buen gobierno y no les va a gustar nada.” Grecia parece estar atravesando por una tesitura como esa. Su tragedia es que no hay una luz al final del túnel, circunstancia que no es cierta en países como Irlanda o España que, por duro que sea el camino inmediato, el futuro no deja de ser al menos promisorio. Los expertos dicen que el verdadero factor clave es Italia porque, a diferencia de Grecia, el colapso de ese país se podría llevar a todos los demás. Tiempos interesantes decía la maldición china.

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