Luis Rubio
Los tiempos cambian, aunque no tanto. Recuerdo una caricatura de Abel Quezada en la que se mofaba de las reacciones políticas respecto a la cirugía que había experimentado el presidente. Comparando la publicación de los detalles precisos del procedimiento que le habían practicado al presidente Reagan un tiempo antes y la ausencia de detalles en el caso del presidente mexicano, Quezada citaba las respuestas y reacciones que había habido en nuestro país: “Saludable operación honra a México” rezaba un titular. Otros decían: “Los diputados aplaudieron la operación”, “La economía se fortalecerá con la operación: CANACO”, “Fidel declara que la operación es positiva para el país”, “La CANACINTRA y la CONCAMIN apoyan la operación”, “La operación: un triunfo más de México dice Bartlett”. A juzgar por las reacciones a la detención de Elba Esther Gordillo, no tanto ha cambiado. Pero lo que sí ha cambiado es significativo.
En contraste con lo relatado por Quezada, situado en los ochenta, las reacciones a la detención de “la maestra” fueron reveladoras de perspectivas, intereses y posturas del hoy. Si bien la mayoría fue más bien parecida a las de Quezada, una cosa notable fue la disposición de muchos a dejar ver sus sentimientos más íntimos. Antes todo mundo se disciplinaba ante el “señor presidente”. Hoy se aprecia, admira o critica al jefe de Estado pero (casi) no se da esa manifestación de disciplina acrítica que era prototípica del viejo sistema. En una palabra, el país ha madurado políticamente y eso nada le resta al presidente de la república el mérito de consolidar su poder.
Observar las reacciones permite entender las motivaciones personales o grupales, pero también evaluar el grado de avance o retroceso que ha experimentado la política mexicana. Como sería de esperarse, hubo de todo. Algunas de las reacciones fueron notables por la óptica de poder que emplearon: ante todo, la incapacidad de la otrora líder sindical y sus acólitos de leer los tiempos políticos. Más allá de su personalidad o del móvil que animaba el ejercicio de su poder, lo que es claro es que “la maestra” no entendió que los tiempos cambiaron. En mi vida como observador de la política nacional he encontrado sólo tres presidentes que son hombres de poder y Enrique Peña Nieto es ciertamente uno de ellos (los otros fueron Echeverría y Salinas). No entender que retornaba esa era de la política mexicana acabó siendo trágico para la maestra. Más que un pecado, dijo Oscar Wilde, fue una estupidez.
Quizá las reacciones más impresionantes provinieron de los panistas que, sin decir “agua va”, se pusieron el saco. Ignorando la máxima de Mark Twain que escribió “nunca discutas con un idiota porque los observadores pueden no percatarse de la diferencia”, algunos panistas hicieron gala de su sabiduría. El proceso legal tomará su curso, pero es evidente que los cargos que enfrenta la hoy detenida provendrán abrumadoramente de la información recolectada a lo largo del sexenio anterior. Mejor cerrar la boca que evidenciar el pobre ejercicio de esa administración, si no es que complicidades inconfesas. Revelador de su realidad, un buen número de panistas fueron incapaces de reconocer que su alianza con la maestra acabó siendo una muestra, poderosa en sí misma, de todo lo que fue patético y penoso de su paso por el poder.
Más interesante fue la ausencia de reacción pública por parte de los asustados, aquellos que se saben “culpables” de abusar del poder o, al menos, susceptibles de acciones similares. Algunos ni cuenta se han dado, pero para todos los observadores –desinteresados- de la política nacional es claro que el entorno ha cambiado y que las reglas de aquí en adelante serán otras. Bienvenida la disciplina y la existencia de autoridad, siempre y cuando ésta no sea arbitraria. Un preclaro analista advertía que podría no haber muchas diferencias entre la forma y cargos que enfrenta la maestra respecto a la francesa Cassez. Para un gobierno que ha hecho de las formas una característica distintiva, y gala del cuidado con el que se llevó a cabo este proceso, será clave que lo que siga no sea distinto. Por lo que toca a aquellos intereses o grupos – poderes fácticos- que no han leído las implicaciones de la detención sobre sí mismos, más vale que “se pongan las pilas”.
Quienes no ocultaron sus sentimientos fueron los grandes perdedores. Al perenne excandidato puede no haberle gustado el actuar gubernamental pero entendió con clarividencia que los tiempos cambiaron. Lo mismo parece cierto de la mayoría de los acólitos, secuaces, dependientes y compinches de la maestra. Todos calladitos o enviando señales de paz (¿y sumisión?) al presidente. Me hacen recordar a un empresario, grande y prominente quien, tan pronto supo de la detención de La Quina, tomó el primer avión fuera del país y se pasó semanas temeroso en el exterior. Regresó cuando, en un intento por conocer su propia situación, llamó al secretario del presidente con alguna excusa espuria y éste le tomó la llamada al primer intento.
Este mensaje me parece crucial: el ejercicio de la autoridad tiene dos posibles derivaciones. Por un lado, lleva a atemorizar a un buen número de personas que se saben vulnerables. Nada hay de malo en ello, excepto que el temor no es una buena prescripción para el desarrollo de la actividad productiva (o política o cualquier otra). Por otro lado, el ejercicio de la autoridad, si conduce a la institucionalización del poder y, con ello, a la transformación del país, se constituye en lo que Weber llamó legitimidad. El presidente Peña tiene ahora en sus manos la disyuntiva de afianzarse en el poder como todos sus predecesores pero sin posibilidad de trascender o construir un país moderno. El poder por el poder o el poder para la transformación.
En su obra de teatro sobre la relación entre jerarquía, indagación científica, política y verdad, Bertolt Brecht exploró la forma en que distintos actores se reflejan en la realidad. En la versión de David Hare, el momento más dramático es cuando el inquisidor se niega a ver a través del telescopio de Galileo: la Iglesia ha decretado que lo que Galileo afirma haber observado no puede estar ahí. La incapacidad de observar las cosas como son, aún si las consecuencias son ingratas, tiende a ser desalentador y, en política, trágico.
La detención de la maestra abre la oportunidad de redefinir la dirección del país y construir los cimientos de un país moderno, pero no lo garantiza. Sería trágico que acabe siendo un mero ajuste de cuentas y no el inicio de una transformación institucional. De lo primero hay demasiadas experiencias. De lo segundo ninguna.
@lrubiof
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