Luis Rubio
Lo que parecía resuelto y definido ha dejado de serlo. Y el riesgo es monumental. Años de crisis nos enseñaron lo crucial que era mantener finanzas públicas estables, un déficit mínimo y un gasto controlado. Sin embargo, ahora las cosas están cambiando. La crisis internacional ha hecho sentir a nuestros políticos que las restricciones del pasado ya no son necesarias y que no hay límites a lo que pueden gastar. Y, por supuesto, un proceso electoral en puerta parece una oportunidad maravillosa para gastar sin ton ni son. El problema es que, como ilustra la volatilidad reciente del tipo de cambio, México no tiene mucho margen de maniobra en materia fiscal y la probabilidad de causar una crisis es muy elevada. Ante esta situación, el mayor de los riesgos es la desaparición de la clase media. Esa, y no otra, debería ser la consideración central del gobierno y de nuestros legisladores.
Las clases medias son resultado de la estabilidad económica, un factor pocas veces reconocido, pero fundamental: las dos eras en que creció la clase media en México fueron los cincuenta y sesenta y en los últimos quince años. Lo que hizo que creciera y se consolidara este segmento de la población fue la estabilidad económica y financiera porque eso hizo posible que hubiera tasas de interés bajas que estimularon el consumo.
Se trata de un binomio: la estabilidad económica procrea a la clase media y su crecimiento apuntala la estabilidad política del país. Aunque algunos de nuestros políticos, sobre todo aquellos de la izquierda originada en el PRI, pretenden que lo importante es elevar el gasto público y crear nuevas fuentes de subsidio, la realidad es que la estabilidad del país depende de que siga creciendo la clase media y esto sólo sucederá en la medida en que se mantenga la estabilidad económica y que el país logre una tasa de crecimiento económico elevada y sostenida.
Por mucho tiempo, nuestros políticos han privilegiado el gasto y han abandonado lo sustantivo: es decir, los cambios en la forma de gobernar, regular la economía y crear condiciones para que el país prospere. El gasto, sobre todo si no viene acompañado de rendición de cuentas, es muy cómodo, pero no es substituto de la función de gobernar. La clave es el crecimiento de la economía y esta crisis debería forzarnos a emprender acciones definitivas para romper con el estancamiento, pero sin que eso implique romper con la estabilidad macro económica. Años, realmente décadas, de posponer decisiones de fondo en materia económica y de suponer que las clases medias pueden resistir cualquier embate nos han colocado, una vez más, en una complicada tesitura.
Es importante entender el brete en el que se encuentra la clase media mexicana. Su desarrollo es resultado de una combinación de factores, de los cuales lo esencial es la estabilidad económica. Han sido las etapas de tasas bajas de interés las que permitieron la adquisición de una vivienda y otros satisfactores, desde automóvil hasta todos los artículos de consumo. Arriesgar la permanencia de la clase media conlleva el potencial de inestabilidad política. El resultado de la elección de 2006 hubiera sido inconcebible si las clases medias no hubieran reconocido el riesgo que entrañaba un cambio radical de política económica y lo que eso podría implicar para su tranquilidad.
Ahora, con la crisis económica internacional, muchos políticos están comenzando a abogar por un cambio radical en política económica. El mismo argumento se presenta en todos lados, pero no todos tienen la misma latitud. Quizá un país con moneda de reserva, como Estados Unidos, pueda darse el lujo de incrementar su déficit sin límite, pero el costo de esa manera de actuar todavía está de verse. Alemania, el país que constituye el corazón del euro, ha optado por mantener sus cuentas fiscales estables para no arriesgar la estabilidad de su economía y el bienestar de su población.
En lugar de gastar más y de manera desbocada, éste sería un momento excepcional para avanzar agresivas iniciativas en materia de modernización de la planta productiva, estimular el cambio tecnológico y proveer incentivos para que se active, o reactive, la industria instalada en México. En vez de eso, seguimos actuando como si nada hubiera cambiado, máxime cuando es evidente que viene un periodo de austeridad debido a la disminución del ingreso fiscal, como consecuencia tanto del precio del petróleo como de una menor actividad económica.
La contracción económica que estamos experimentando va a afectar fundamentalmente a las clases medias, el segmento mayoritario de la población, que hicieron posible el triunfo electoral del presidente Calderón. En abstracto, parecería razonable romper los equilibrios fiscales, elevar el gasto público y tratar de satisfacer a todos los intereses que reclaman subsidios y más gasto. Sin embargo, el riesgo de adoptar semejante enfoque es tan grande como el de recrear las crisis económicas de los setenta, ochenta y noventa. Y no sería irrelevante afirmar que sin esas crisis, el PRI jamás habría perdido la elección de 2000. Es decir, la estabilidad de las clases medias es crucial no sólo para la estabilidad del país sino también del gobierno actual.
Es tiempo de abandonar el voluntarismo y abocarse a lo que preocupa al votante, lo que afecta al ciudadano común y corriente. Si el gobierno pierde de vista la razón de su éxito original y la fuente de su estabilidad y del país, pondría en riesgo su propia viabilidad y podría acabar perdiendo las elecciones próximas, en 2009 y en 2012. Peor, podría acabar provocando una todavía mayor frustración entre las clases medias y generando el tipo de polarización que caracterizó a la elección de 2006, o sea exactamente lo opuesto a lo que se propone. De esta manera, un gobierno que pretende grandes cambios, que no ha generado, podría acabar siendo la fuente de una crisis similar a la de los peores gobiernos priístas. Analogía peculiar.
Dado que llevamos años sin una tasa de crecimiento elevada, la clase media ha subsistido gracias al número de aportantes al ingreso familiar más que debido al crecimiento del ingreso de cada individuo en el país. Es decir, ha sido la suma de varios ingresos en una misma familia la que ha permitido un nivel creciente de consumo. Por eso, la clase media está en el límite y no aguantaría un brote inflacionario, situación que, además, causaría profunda frustración en el segmento políticamente más relevante de la sociedad. Sería patético que un gobierno panista, supuestamente emanado de la clase media, acabe siendo el verdugo de su extinción. El riesgo es real y nadie debería minimizarlo.