Luis Rubio
A los doctores Legaspi, Cervantes, Broc, Lira Puerto, Lisker, D»hyver y Zajarias, con profundo agradecimiento.
Está de moda decir que la crisis «nos alcanzó». También es ubicua la noción de que el país no ha definido su proyecto de nación, que las acciones y decisiones del pasado no fueron acertadas y que los caminos que hemos seguido han resultado infructuosos cuando no errados. Es obvio que hay mucho de verdad en todo esto, pero yo propondría que lo que en realidad nos alcanzó es una forma muy nuestra de ser, una forma muy priista de actuar, que consiste en siempre evitar decisiones difíciles, pretender acomodar todas las posiciones, intereses y posturas, y hacer sólo los cambios que permitan que todo siga igual. Nos alcanzó la indisposición a decidir y asumir los costos de las decisiones que urgen al país y que todos los involucrados en la actividad política conocen al detalle, independientemente de que les gusten. El problema hoy es que más de lo mismo ya no funciona ni resuelve nuestros problemas. Nos alcanzó nuestro modus vivendi. Como escribió alguna vez Ayn Rand, «se puede evadir la realidad pero no se pueden evadir las consecuencias de evadirla».
En días pasados el presidente Calderón propuso un conjunto de medidas de gran calado que podrían contribuir a enfrentar la crisis, en tanto que los otros partidos, especialmente el PRI, respondieron con un conjunto de propuestas concretas, muy distintas a las del ejecutivo. Aunque debemos dar la bienvenida al cambio de tono implícito en el hecho mismo de que se propongan soluciones en lugar de meras críticas y descalificaciones, lo notable es lo cerrado y circular del debate que estas propuestas entrañan.
La historia de las últimas cuatro o cinco décadas habla por sí misma. El desplome del «desarrollo estabilizador» a mediados de los sesenta vino seguido de un proyecto estatista que sólo fue posible por la disponibilidad de deuda externa así como por los elevados precios del petróleo. Cuando ambos desaparecieron del mapa, todo ese proyecto se vino al suelo en la forma de las dos primeras mega crisis financieras (76 y 82). Luego vino el proyecto de desregulación económica e incorporación en el mundo de la globalización, pero nunca se tomaron las decisiones de cambio profundo que ese proyecto requería para tener la posibilidad de ser exitoso.
La propuesta del presidente es un intento por atender las carencias y limitaciones del proyecto liberalizador que, con todas las adecuaciones que se requieren por sus defectos de origen y por la nueva realidad internacional, es el único susceptible de generar empleos y riqueza en el largo plazo.
La propuesta del PRI es una invitación a recrear los setenta (de hecho, su alma intelectual recae en las mismas personas que fueron responsables de aquellas crisis) y, aunque hay en ella ideas que podrían contribuir a atenuar la coyuntura, sus componentes más ambiciosos, además de descarrilar lo que sí funciona, no harían sino estimular la demanda en un país cuyo problema es la falta de oferta y, por lo tanto, nos llevaría directo a una crisis, de manufactura nacional, como las de antes. Notable la falta de imaginación y, peor, de memoria: como si se partiera del principio de que la sociedad no se da cuenta ni sufrió las crisis.
Lo que en realidad nos alcanzó no es la crisis internacional sino nuestra propia manera de ser. La tradición priista de «no le muevan» ha sido una forma de no decidir, de eludir la responsabilidad de gobernar. Esa manera de atender y responder nos hizo un daño terrible. Incluso en los momentos en que se avanzaron algunas reformas serias, todas venían preñadas de una inevitable reticencia a hacer el trabajo completo, sobre todo afectar intereses relevantes, lo que garantizaba resultados insuficientes. En lugar de enfrentar los problemas, buscar soluciones y aceptar la inevitabilidad de pagar los costos de cualquier mejoría, la tradición priista consistió en «negociar», ceder, comprar, cooptar, eludir y evadir.
Cuando, en los ochenta, se le pusieron duras las cosas al PRI en el ámbito electoral, los propios priistas acuñaron el término de «concertacesión» para criticar el acomodo eterno que nunca dejaba claro nada. En retrospectiva, ese neologismo decía mucho más de ellos, y del país, de lo que imaginaron: resumía todo un proyecto de vida, un proyecto de gobierno y de nación. Tan fue así que la indisposición de los gobiernos panistas a cambiar de entrada es un reflejo del arraigo y profundidad del inmovilismo priista en la toda la sociedad. Eso es lo que nos alcanzó.
Italia ofrece un punto de comparación muy interesante y relevante. Como el PRI en México, Italia fue gobernada por décadas por la Democracia Cristiana. Mientras que los alemanes reconstruían a su nación luego de la destrucción ocasionada por la guerra, los italianos se dedicaron a vivir la vida, evitar decisiones difíciles y pretender que ese camino era suficiente. Liderada por su enorme capacidad empresarial y la creciente demanda europea, la economía italiana crecía y se desarrollaba. Un buen sistema policiaco y judicial permitió controlar a las mafias, todo lo cual hacía pensar que la inestabilidad e indefinición política eran un problema menor que no tendría consecuencias. El problema es que los italianos, como nosotros, se creyeron sus propias mentiras. Una vez que se instituyó el Euro como moneda común, lo que antes era flexibilidad pasó a ser una camisa de fuerza. Los alemanes han elevado su productividad de una manera notable, en tanto que los italianos han sido incapaces de enfrentar sus problemas. Su única opción consistiría en llevar a cabo el tipo de reformas que llevan décadas evadiendo. La noción de que se puede mantener el statu quo de manera permanente y sin costos probó ser un error garrafal.
Ese «no le muevas» protege negocios e intereses, privilegia amistades y socios, preserva la impunidad y permite a los participantes pensar que el problema es pasajero y que, con un poco de tiempo, y mucho rollo, todo se resolverá. Eso explica que en lugar de abocarse a la crisis, nuestros políticos estén en lo suyo: «ni un paso atrás» en el presupuesto nos dice el rector de la UNAM, concepto ininteligible para los gobernadores que todavía quieren más: incrementos como esencia y base de negociación. Todos están evadiendo la realidad.
La invitación implícita del presidente es a comenzar a entender que el mundo del pasado, el de las fantasías financiadas por el petróleo, está llegando a su fin y que sólo una ambiciosa transformación mental, seguida de cambios estructurales, podrá darnos la oportunidad de romper con el círculo vicioso en el que nos encontramos. Ahora resta que la sociedad le exija a sus políticos que cumplan con su responsabilidad.