Luis Rubio
Camina uno por cualquiera de las principales calles de las urbes del mundo y es imposible no encontrar un banco tras otro, una caja de efectivo o una promoción de tarjetas de crédito. La impresión que se lleva uno es que los bancos están en todas partes y todo mundo tiene acceso a ellos. Lo cierto es que menos de la mitad de la población de México y sólo alrededor del 20% de los habitantes de Centroamérica tienen una cuenta bancaria o acceso a una caja de efectivo. En el mundo, cerca de dos billones de adultos que trabajan carecen de acceso a servicios financieros. Este hecho no sólo les impide tener oportunidad de desarrollar una mejor vida, sino que limita el crecimiento económico del país.
La razón es simple: la población en condiciones de pobreza constituye una proporción enorme de la población total en estos países; de incorporarse a los circuitos económicos formales, el potencial de crecimiento económico nacional se multiplicaría de manera vertiginosa. Es por esta razón que aumentar la profundidad del sistema financiero -hacerlo llegar a todas las personas y familias- constituye un mecanismo que directamente beneficiaría al conjunto de la sociedad. Como dice el dicho, es una estrategia ganadora para todos.
Aunque en concepto la inclusión tiene un sentido claro, ha sido la tecnología la que ha permitido convertir una idea en una posibilidad real: un mundo en el que toda la población tenga acceso y pueda utilizar servicios financieros que requiera para capturar oportunidades y reducir su vulnerabilidad. No es casualidad que en los últimos años un sinnúmero de países y organizaciones, comenzando por el G20, hayan hecho suyo el objetivo de lograr una inclusión financiera plena en los próximos años.
Todo mundo gana
La población que vive en pobreza o en desventaja económica tiene el mismo deseo de progreso que el resto del mundo pero, a diferencia de quienes viven conectados a los circuitos económicos y financieros modernos, no cuenta con instrumentos de ahorro y crédito formales y económicos que le permitirían romper con ese círculo vicioso. El sistema financiero tradicional, cuyo objetivo es intermediar el ahorro, ha estado ausente en la llamada “base de la pirámide”. Este hecho divide a la población de manera mucho más trascendente de lo que parece a primera vista entre quienes tienen posibilidades de progresar y quienes su circunstancia específica se los impide. La investigación que ha realizado Hernando de Soto a lo largo del tiempo muestra cómo el rápido crecimiento del mundo que hoy es desarrollado fue posible cuando la población pudo transformar sus activos en activos productivos y comercializables. Esto es lo que a la población pobre en México se le ha negado por no ser parte del sistema financiero formal. En consecuencia, los excluidos padecen por la exclusión de manera directa, pero el conjunto de la sociedad también se priva de mayores oportunidades de desarrollo por el menor tamaño de la economía y por el peor desempeño de la misma.
El beneficio de la inclusión financiera para quienes no han contado con acceso al sistema es evidente, pero también lo es para la sociedad en su conjunto. Aunque la mayor parte de quienes carecen de acceso al sistema financiero son pobres, sus necesidades son frecuentemente tan grandes o mayores respecto a quienes tienen ingresos superiores. Los estudios que ha publicado el Banco Mundial muestran que el acceso a productos de ahorro -sobre todo aquellos que entrañan el compromiso de ahorrar un monto y restringen el retiro de fondos hasta que el ahorrador logra el monto que estableció él mismo de antemano- entraña beneficios que trascienden a la persona específica: libera a las mujeres y les confiere capacidad de decisión independiente en asuntos económicos, incrementa la inversión productiva y el consumo, eleva la productividad y el ingreso y aumenta el gasto en salud productiva. Es decir, un mayor ahorro incrementa el ahorro en la sociedad y transforma a la población antes excluida. Todo mundo gana.
El origen de la exclusión
En la teoría económica tradicional se concibe al sistema financiero como un mecanismo de transmisión e intermediación ya existente y en condiciones de cumplir su cometido, es decir, parte del supuesto que el ahorro del público es procesado por el sistema financiero y convertido en fuente de inversión para el desarrollo: unos ahorran, en tanto que otros utilizan ese dinero en la forma de crédito para crear riqueza. La función del sistema financiero es empatar el ahorro con la demanda de crédito de la manera más productiva. Aunque conceptualmente acertada, la realidad es que en países en que persisten elevados niveles de pobreza e informalidad, el sistema financiero tiende a satisfacer solo a una parte de la población: una porción importante, frecuentemente mayoritaria, de los habitantes de estos países no goza de servicios financieros accesibles y no cuentan con los instrumentos necesarios para mejorar su nivel de vida: algunos por pobres, otros por informales, o ambas circunstancias combinadas. Hernando de Soto va un paso más adelante: dice que los pobres cuentan con activos pero se trata de un «capital muerto» porque no lo pueden utilizar.
Muchos de quienes viven en la informalidad quedan excluidos del sistema financiero porque no cuentan con un ingreso confiable producto de un empleo o una actividad formal, que es el supuesto que encarna la teoría económica. Algunos, si cuentan con ingresos suficientes, pueden abrir una cuenta de ahorro e incluso acceder a cierto tipo de créditos, sobre todo vía micro financieras. Pero lo cierto es que los individuos menos exitosos (y por lo tanto con ingresos menos consistentes) quedan fundamentalmente excluidos.
Una familia que se sustenta en ingresos producto de la informalidad solo puede consumir lo que produce. El resultado de este hecho es que, para romper el círculo vicioso, requiere un tipo de productos financieros que le permitan construir activos, administrar riesgos y mantener su nivel de consumo en diferentes momentos del ciclo económico. De esta forma, mientras que en la teoría económica se diferencia al ahorrador del acreditado, en la informalidad son dos necesidades simultáneas en cada familia. Al no contar con estos servicios formales, las familias tienden a utilizar diversas estrategias para mitigar esa ausencia. Por ejemplo, emplean medios informales para ahorrar y obtener crédito, mecanismo que, aunque eficiente, tiende a ser caro. La evidencia empírica demuestra que las familias que viven en pobreza y en la informalidad dominan el empleo de esos mecanismos financieros informales.
El hecho de no tener acceso fácil y costeable al sistema financiero contribuye a preservar el círculo vicioso de la pobreza. Es decir, una parte importante de la población queda excluida del sistema financiero tradicional, cerrándole posibilidades de progresar a grupos numerosos de la sociedad, lo que no solo elimina oportunidades de generación de riqueza para ellos mismos, sino también para la sociedad en su conjunto.
Es importante hacer distinción entre pobres y vulnerables. De acuerdo a los cálculos del INEGI, en México hay aproximadamente 53 millones de personas en condiciones de pobreza. De estas, se estima que 30 a 32 millones son vulnerables, diferencia que tiene importantes consecuencias para la inclusión financiera. En términos generales, los pobres extremos difícilmente utilizan el sistema financiero para generar riqueza; distantes de la economía moderna, su única vinculación relevante con el sistema financiero es la que se establece a través de los programas gubernamentales de transferencias monetarias o programas sociales. Para este segmento, al menos para la generación que recibe la transferencia, su inclusión en el sistema financiero tendría el beneficio de reducir los costos de transacción. Sin embargo, de ser exitosos esos programas en incorporar a los hijos de esas familias en la escuela y el sistema de salud (dos condiciones clave de acceso a programas como Oportunidades o Prospera), es concebible que la siguiente generación pudiera tener otras opciones. En este sentido, la inclusión financiera para el «pobre extremo» se debería entender como un mecanismo para reducir costos de los programas sociales y, potencialmente, beneficiar a un mayor número de personas. Es decir, la inclusión financiera universal es factible en un horizonte de tiempo previsible.
Los vulnerables por ingreso y por carencias sociales son aquellos que típicamente consumen todo su ingreso. Para esta cohorte, la imposibilidad de acceder al sistema financiero le impide tener coberturas que le protejan de choques a su nivel de ingreso. Dicho de otro modo, la imposibilidad de acceder al sistema financiero para estas personas los pone en riesgo de caer rápidamente en situación de pobreza cuando el jefe de familia entrara en desempleo, accidente, enfermedad o muerte. Este es el primer segmento que típicamente atrae al sector financiero dedicado al micro crédito.
El resto de la población que se encuentra en situación de pobreza es aquella que tiene opciones potenciales, al menos las concibe, circunstancia que, bajo las condiciones propicias, sobre todo la inclusión financiera, podría llevarla a otro estadio de desarrollo. La barrera de la inclusión financiera de los pobres (no extremos) se podría entender como una dimensión de carencias sociales. De romperse esa barrera, se podría hablar de la posibilidad para estas personas de acceder a bienes de esparcimiento, o sea, mucho más allá del acceso a instrumentos financieros: vacaciones, salud y servicios de vivienda (piso firme, materiales más duraderos, drenaje adecuado).
Un enfoque de negocio
Muchos pensarán que la inclusión financiera constituye en una concesión a la población que vive en pobreza o que es necesario subsidiar los servicios financieros para poder incorporarla en el sistema financiero. La evidencia prueba lo contrario. Aunque sin duda existen innumerables organizaciones dedicadas a proveer servicios financieros de manera altruista, las entidades más exitosas y que han logrado una mayor penetración son aquellas que se han organizado como negocios dedicados a servir un mercado que no ha sido atendido ni explotado. Ejemplos de esto son muchos y de lo más diverso, e incluyen el uso de teléfonos celulares en Kenia como medio de pago, el uso de tarjetas inteligentes para el pago de pensiones en Sudáfrica o el uso de un instrumento de ahorro llamado “Caja de Ladrillo” en Uruguay para la autoconstrucción.
Existen muchos modelos de negocio que han podido surgir gracias al uso de tecnologías digitales, evitando con estos la necesidad de realizar el tipo de inversiones cuantiosas que representa la banca tradicional. Los nuevos modelos se caracterizan por la simplicidad en el acceso al sistema financiero (¿qué hay más simple que ahorrar y pagar a través de un teléfono móvil?), la seguridad que el sistema provee y las oportunidades que representa. En cada una de las instancias que han resultado exitosas se encuentra una o varias empresas que han desarrollado modelos de negocio que empatan las características de un mercado y las necesidades de una población específica. Cuando existe un entorno regulatorio que permite y favorece la experimentación, se acelera la inclusión financiera.
La oportunidad que ha generado la tecnología
La exclusión financiera tiene dos dimensiones. Por un lado están quienes por cualquier razón carecen de acceso al sistema financiero, factor que entraña obstáculos con frecuencia insalvables para su desarrollo como entes productivos. Por otro lado, en la medida en que hay personas y sectores de la sociedad que están excluidos, la economía crece menos, afectando al conjunto. Puesto en otros términos, la existencia de personas alienadas del sistema financiero implica un menor crecimiento económico general y, por lo tanto, una sociedad menos rica de lo que podría ser. Este sólo hecho justifica un reconocimiento de la importancia de los instrumentos, empresas y proyectos orientados a incrementar de manera acelerada la inclusión financiera. Sin embargo, hasta hace pocos años las barreras y los costos hacían imposible lograr una inclusión plena, pero ahora es posible, gracias a la tecnología, romper con el círculo vicioso por los costos inherentes a la función financiera en un entorno informal y en regiones remotas. Ambas circunstancias han sido superadas por tecnologías nuevas (o nuevos usos de la tecnología existente) que permiten ofrecer servicios financieros formales en condiciones mucho más competitivas. No por casualidad, en su reporte de 2013, el Banco Mundial estableció como meta lograr una inclusión financiera universal para el 2020. No es un reto menor, pero es evidente la oportunidad que lograrlo implicaría.
La población excluida del sistema financiero formal no sólo se ve obligada a pagar un precio substancial por el uso de los pocos instrumentos a los que tiene acceso, sino que ni siquiera cuenta con la opción de emplear productos más allá de lo más elemental, como crédito y, en ocasiones, algunas formas de ahorro. Simplemente imaginar las implicaciones productivas de extender otros productos financieros, por ejemplo seguros para las cosechas, el ganado o la vida de las personas, muestra la enormidad de la oportunidad y, sin duda, de la necesidad. La imposibilidad de comprar cobertura limita el desarrollo económico porque las familias se dedican al autoconsumo, cuando podrían producir para el mercado y, sobre todo, migrar hacia productos más rentables, incorporándose con ello en la economía monetaria. El dinero que circula como efectivo en la economía incentiva la criminalidad, mientras que cuando éste se convierte en ahorro formal –que es lo que hace la intermediación financiera- ese dinero se convierte en un activo productivo que, además, conlleva la formalización de la familia que produjo el ahorro. Es decir, gana tanto la familia que ahorra como la economía en general. La clave reside en encontrar formas de proveer esos servicios de manera económica y a la vez rentable, algo que diversos avances tecnológicos han comenzado a hacer posible
Es importante reconocer que quienes están excluidos del sistema bancario tradicional no necesariamente carecen de acceso a algunos servicios financieros, pero sus opciones son sumamente limitadas y el costo en ocasiones prohibitivo, sobre todo por el lado del crédito. Mucho más complejo y escaso, cuando no inexistente, es el acceso al ahorro y a productos relacionados con seguros, instrumentos susceptibles de transformar no solo las vidas de las personas que viven en pobreza sino también sus oportunidades de desarrollarse como empresarios. En ausencia de instrumentos formales de ahorro, esa población se ve obligada a recurrir a alternativas indeseables por riesgosas y costosas, como guardar dinero bajo el colchón, con el evidente riesgo de ser robado, además de que, al no incorporar ese dinero en el sistema financiero, se pierde la oportunidad de obtener intereses y de que ese dinero sea empleado de una manera productiva en la economía en general. Es por esta razón que la creación de micro financieras y otro tipo de entidades orientadas a atender a esa población ha permitido abrir oportunidades de inclusión que, si bien importantes en muchos lugares, son todavía insuficientes.
En ausencia de un sistema formal susceptible de darle acceso a este segmento de la población, la gente se ve obligada a ahorrar de manera muy poco eficiente e insegura. Por ejemplo, la gente tiende a comprar animales como forma de ahorro, invierte en tandas o empeña sus escasos bienes. Estos mecanismos ancestrales de ahorro y obtención de crédito impiden que se desarrollen las capacidades empresariales de una población que no por pobre es menos talentosa. En la práctica, estos mecanismos cierran posibilidades y, aún en el mejor de los casos, son riesgosos, costosos y frecuentemente implican el desperdicio de años valiosos de una vida para obtener un primer crédito formal. Existen ejemplos -algunos que se presentan en este libro- que ilustran el drama que representa dedicar años de una vida a ahorrar un pequeño patrimonio para que, tan pronto éste existe, surja una empresaria exitosa. De haber tenido acceso al crédito, todos esos años habrían podido dedicarse a crear riqueza.
La tecnología se ha convertido en un instrumento vital para la inclusión financiera, debido a su potencial para agilizar y reducir el costo de realizar transacciones financieras. En contraste con la banca tradicional, cuyos costos de operación son sumamente elevados, la tecnología digital ha comenzado a permitir a los intermediarios financieros brindar productos y servicios a la población que vive en pobreza a través de medios cuyo costo de operación es sensiblemente menor al de los bancos tradicionales, permitiéndole hacerlo de manera rentable.
Inclusión, desarrollo y política pública
De acuerdo al Banco Mundial, “la inclusión financiera implica que las personas y las familias tienen acceso y pueden emplear servicios financieros apropiados de manera efectiva. A su vez, esos recursos deben ser provistos de manera responsable y sostenida en un entorno debidamente regulado”. Hoy se reconoce que la inclusión financiera no es un asunto marginal, sino que constituye un componente fundamental del desarrollo económico. El propio Banco Mundial estima que, utilizando nuevas tecnologías y medios de acceso al sistema financiero, será posible incorporar a la mitad de los adultos hoy excluidos, o sea un billón de personas, al sistema financiero formal en el próximo lustro.
En las décadas pasadas, han surgido diversos proveedores de servicios financieros atendiendo a este segmento de la economía. Además de organizaciones comunitarias y caritativas, en tiempos recientes se han incorporado bancos, compañías de tarjetas de crédito, empresas de telecomunicación y proveedores de mecanismos de “acceso en punto de venta”. Todos ellos atacan un mercado con un enorme potencial tanto por su realidad actual, pero sobre todo por su gran potencial de creación de riqueza que, en la práctica, había estado obstaculizada por el costo inherente al modelo financiero-bancario tradicional.
“Una transacción financiera o una cuenta de depósito puede convertirse en un peldaño hacia una inclusión financiera plena, creando un sendero hacia un amplio abanico de servicios financieros responsables provistos por instituciones financieras más fuertes y diversas”, dice el Banco Mundial. El objetivo y el beneficio es claro; la pregunta es cómo lograrlo.
Tanto el desarrollo de nuevas tecnologías de acceso al ahorro y crédito –que incluyen desde micro crédito directo hasta el uso de instrumentos como teléfonos celulares como vehículo de contacto e intercambio con instituciones financieras- han creado modelos de negocio que permiten servir de una manera rentable a quienes viven en condiciones de pobreza. A su vez, la inclusión financiera –incipiente en unos casos, consolidada en otros- ha permitido descubrir a grandes empresarios que antes no podían surgir como tales. El beneficio de la inclusión financiera cabal para la sociedad en su conjunto es interminable.
Inclusión y política pública
La evidencia muestra que la pobreza o riqueza relativa de los países no es un factor determinante del acceso a los servicios financieros. Países con niveles similares de ingreso muestran muy distintos niveles de acceso a servicios financieros. El factor de diferenciación no se deriva del nivel de pobreza sino de la política pública. En algunos casos, la regulación es tan compleja que mantiene a mucha gente alienada del sistema financiero, circunstancia que en años recientes se ha hecho todavía más onerosa por las leyes en materia de lavado de dinero. Por ejemplo, en muchos países, personas que no cuentan con documentos de identidad o comprobantes de domicilio quedan excluidas el sistema por la regulación. Algunas regulaciones imponen tasas de interés artificiales, lo que lleva a asignaciones de crédito riesgosas o menos rentables, impidiendo la innovación que es la esencia de este mercado. La evidencia muestra que las regulaciones que promueven innovación y facilitan a los bancos y otros actores en su cumplimiento tienden a ser más exitosas en el objetivo último de formalizar al sistema financiero e incluir a toda la población.
Mucha de la discusión relativa a la inclusión financiera se centra en la regulación. Una regulación excesivamente onerosa impide el desarrollo del mercado, pero una regulación demasiado laxa genera oportunidades para el establecimiento de negocios criminales, incompetentes o inviables. El caso mexicano ilustra el dilema de manera cabal: si bien el sistema financiero formal exhibe una gran solidez y goza de un sistema regulatorio en general complejo pero efectivo, existe otro componente del sector financiero que prácticamente no está regulado o que, con una escueta regulación se ha convertido en una barrera a la inclusión financiera porque promueve muy altos costos de transacción (tasas de interés) para el usuario del crédito, a la vez que carece de mecanismos de protección para el consumidor, como han evidenciado algunas quiebras masivas de entidades no reguladas. Esta aparente paradoja no es producto de la casualidad: la regulación tiene que ser efectiva y la supervisión eficaz, sin que ello implique que a una pequeña micro financiera se le exija la misma regulación que se le impone a un banco establecido. El justo medio en esta instancia es siempre difícil de lograr, pero los casos exitosos constituyen ejemplos de que sí es posible lograrlo. En todo caso, la clave reside no en una regulación laxa, sino en una regulación inteligente que parta de la comprensión de la naturaleza del mercado, que es muy distinto al del sistema financiero formal.
En consecuencia, la política pública debe enfocarse a facilitar el acceso a los servicios financieros en un entorno que, si bien debidamente regulado y supervisado, no se convierta en un impedimento a la inclusión. La evidencia muestra que los países más exitosos son los que han logrado la combinación ideal: una regulación idónea y elevadas tasas de crecimiento económico. Es decir, el énfasis debe colocarse en una regulación idónea que facilite la inclusión, no que procure administrarla o subsidiarla. La combinación de buena regulación y crecimiento constituye una receta infalible que a todos beneficia
Lo anterior es crucial porque existe una correlación positiva entre la inclusión financiera y el crecimiento de micro empresas, esencialmente porque éstas incorporan a segmentos de la población que, aunque tuvieran potencial, se encontraban excluidos del sistema financiero. Contando con instrumentos confiables y tecnológicamente avanzados es posible generar un sistema financiero más equitativo, transparente y competitivo.
Una paradoja de la inclusión financiera es que, una vez que existe, ésta abre puertas a servicios y oportunidades más allá de lo financiero y que son imposibles de acceder para quien no es parte, o no tiene acceso, a servicios financieros formales. Por ejemplo, una de las conclusiones a las que llegan diversos estudios es que los mercados financieros son un medio eficaz para la ejecución de diversas políticas sociales, incluyendo vacunación, educación y recepción de apoyos gubernamentales directos, sin intermediarios. Más importante, una vez con acceso, las oportunidades potenciales se multiplican. La reducción de costos de transacción crea oportunidades y posibilidades nunca antes concebidas como factibles.
Los servicios financieros son un medio para un fin, no un fin en sí mismo. Su relevancia para la población que vive en pobreza e informalidad depende de que permitan mejorar la vida de esta población por medio de la reducción de costos de transacción y le confieran acceso a los beneficios sociales a que tienen derecho. En la medida en que esto vaya ocurriendo, el potencial de innovación en el sector financiero crecerá y los beneficios también. Parte de ello depende de los actores financieros que vayan desarrollando mejores productos y tecnologías y parte de que la regulación sea idónea y facilite esa innovación, sin que ello implique laxitud.
Paul Collier, autor del libro El billón de abajo, afirma que “el desarrollo depende de dos cosas: la oportunidad y la capacidad de aprovecharla”. La inclusión financiera es sin duda un elemento medular del desarrollo, razón por la cual es imperativo acelerarla utilizando todos los medios tecnológicos, pero seguros, disponibles.
Bibliografía
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