Apostar al desarrollo

          Luis Rubio

¿Apostar por el desarrollo o por la influencia? Para las grandes potencias no existe distinción: una cosa se deriva de la otra. Pero la disyuntiva es real para un país que todavía está por lograr el desarrollo y satisfacer las necesidades, incluso las más elementales, de su población. El asunto se tornó álgido cuando un brasileño derrotó a Herminio Blanco como cabeza de la Organización Mundial de Comercio. Muchos le recriminaron al gobierno por haberse concentrado en sus relaciones económicas con el exterior en lugar de construir una capacidad de influencia en el mundo. La derrota duele, pero el país ha tomado la apuesta correcta, aunque no con la intensidad requerida.

Parafraseando a Clausewitz, la política exterior es un instrumento de la política interna, no un objetivo en sí mismo. En los ochenta, el gobierno mexicano optó por una estrategia de desarrollo centrada en la construcción de una economía competitiva, inserta en la globalización. El enfoque implicaba romper con la apuesta fundamentada en una economía cerrada, protegida y saturada de subsidios. En lugar de altos niveles de impuestos destinados a financiar un enorme gasto público, el país procuraría dejar que funcionaran los mercados, la economía se especializara y el mexicano promedio saliera ganador. El TLC se convirtió en la piedra angular de la estrategia: su fuente de certidumbre.

Veinte años después de la entrada en vigor del TLC la estructura de la economía ha experimentado una extraordinaria transformación que, si bien inconclusa, rinde frutos significativos: se consolidó una economía estable; se han logrado tasas de crecimiento superiores al promedio del mundo, aunque sin duda inferiores a lo deseable; se ha construido una plataforma industrial hiper competitiva, que compite con las mejores del mundo; y virtualmente todas las nuevas inversiones que se realizan están concebidas dentro de una lógica de competencia en una economía global. El reto no debería ser el replanteamiento del modelo sino concluir el proceso para apalancar el crecimiento futuro en los enormes activos ya existentes.

Entonces, ¿se debería mejor apostar por la influencia en lugar del desarrollo? Brasil, el país que nos derrotó en la OMC, tiene una concepción del mundo y de sí mismo radicalmente distinta a la nuestra. Ellos se conciben como potencia emergente, mientras que nosotros somos más introspectivos y nos percibimos como víctimas. Brasil ha desarrollado una política exterior que trasciende a sus gobiernos y está orientada a proyectar el poderío del gigante sudamericano con una visión geopolítica. En México contamos con un servicio diplomático profesional que no tiene una estrategia independiente del gobierno y su visión se acota a la que establece la presidencia. La influencia brasileña se nota cuando se dan casos como el de la OMC, donde cosechó décadas de inversión.

Pero nuestra respuesta ha sido la correcta: la prioridad es el desarrollo. El mexicano promedio vive mejor que el brasileño promedio, tiene mejores niveles de escolaridad y de ingreso, las tasas de interés que pagan aquellos son superiores a las de México. La industria mexicana se ha transformado mientras que la brasileña sigue relativamente protegida. Por supuesto que algunos indicadores favorecen a Brasil, pero donde México ha fallado no es en el sentido de la apuesta sino en la convicción de lograrlo y la disposición de hacer lo necesario para hacerlo posible. Contrario a lo que afirman muchos críticos de la estrategia de apertura, el problema no es que se hayan aplicado una serie de prescripciones de manera dogmática, sino que se han aplicado sin convicción y sin determinación. El resultado es que la tasa de crecimiento económico es muy inferior a la que podría ser. Es ahí donde se debe invertir, no en una escurridiza influencia internacional que contribuye poco a las necesidades de la población.

Nada ejemplifica mejor la diferencia en la estrategia brasileña y la mexicana que la industria aeronáutica. Aunque Embraer es un ícono visible en todas partes, México ha construido una impresionante industria aeronáutica que hoy emplea más gente que la brasileña y agrega mayor valor que la de aquel país. La diferencia es que no existe una marca “Mexair” que sea tan visible y proyecte poderío. Sin embargo, ¿a qué país le va mejor en esta industria, qué población tiene mayor probabilidad de acceder a la riqueza? El caso es emblemático porque ilustra dos concepciones radicalmente distintas del mundo.

Nuestro problema es que no hemos concluido la revolución que se inició en los ochenta. El país vive los restos del sistema protegido de antaño donde conviven –pero no se comunican- empresas inviables con las más productivas y exitosas de la economía globalizada. La fusión no ha sido muy feliz porque ha limitado la capacidad de crecimiento de las más modernas y competitivas, a la vez que ha preservado una industria vieja que no tiene capacidad alguna de competir. El dilema es cómo corregir estos desfases. La tesitura es obvia: avanzar hacia el desarrollo o preservar la mediocridad.

A veinte años del inicio del TLC resulta evidente que en la política (y política económica) es la inversión de largo plazo la que paga dividendos. Muchos de los avatares políticos de los últimos años, y no pocas de nuestras dificultades económicas, han sido producto de apuestas al corto plazo, mismas que nunca resultan bien. El TLC es el mejor ejemplo de que el largo plazo es lo que trae resultados.

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La asimetría de poder, una gran oportunidad para México

  • América Economía – Luis Rubio

En una conferencia sobre el futuro del Medio Oriente  me encontré una respuesta a uno de nuestros dilemas. Se trata de una región por demás compleja, donde los temas religiosos, políticos, territoriales y geopolíticos se traslapan y son absolutamente contenciosos. En una de las presentaciones,  un participante de Qatar resumió su perspectiva así: “en la reciente comparecencia del nominado secretario de defensa estadounidense, Chuck Hagel, se mencionó más veces a Irán, Israel y China que a Canadá o México. De hecho, estos países no fueron mencionados una sola vez”. El comentario pretendía mostrar la importancia de la región para EE.UU., pero la discusión me hizo meditar sobre las implicaciones de esa afirmación para nosotros: ¿es bueno o malo? En todo caso, ¿cuál es su consecuencia?

Si uno recuerda, a lo largo de la campaña presidencial estadounidense del 2012, no fue infrecuente la queja de que México no se mencionó en los debates entre candidatos, discursos de campaña o de inauguración del presidente Obama. De manera subyacente, se lee la ausencia de mención de México como desprecio, como que no les importamos. Esa manera de leer el discurso político entraña la expectativa de que de ellos dependen las soluciones a nuestros problemas o que su poder es tanto que no podemos hacer nada sin su anuencia.

México no es un tema que genere discordancia entre los partidos políticos o que amerite discusiones y polémicas interminables. Lo anterior no quiere decir que les plazca nuestra situación, sólo que no hay polémica al respecto. Puesto en otros términos, es mucho mejor que no se nos mencione a que se nos equipare con Corea del Norte o Irán, por mencionar dos casos obvios.

 

Mi perspectiva es otra. La ausencia de mención implica que México no es un tema contencioso en su lectura y diagnóstico, y menos cuando se le compara con lo que ocurre en el resto del mundo. México no es un tema que genere discordancia entre los partidos políticos o que amerite discusiones y polémicas interminables. Lo anterior no quiere decir que les plazca nuestra situación, sólo que no hay polémica al respecto. Puesto en otros términos, es mucho mejor que no se nos mencione a que se nos equipare con Corea del Norte o Irán, por mencionar dos casos obvios.

Hay casi 200 países en el mundo, para la abrumadora mayoría de los cuales EE.UU. es un punto de referencia fundamental y con quien pretenden avanzar sus intereses. Visto desde la óptica de los estadounidenses, hay algunos países más importantes que otros, pero su concentración inevitablemente se dispersa entre tanta demanda de atención. No es lo mismo la perspectiva de Roma que la de las provincias distantes.

Pero la distancia, y la percepción (y, para muchos, queja) de asimetría no es necesariamente tal ni implica imposibilidad de actuar. Hace tiempo, Joseph Nye, profesor de Harvard, hacía referencia a esta situación al referirse a Cuba: “nosotros siempre hemos creído que tenemos control de la situación, pero en Cuba enfrentamos a un actor que tiene la vista fijamente puesta en nosotros y cada rato nos deja un ojo morado”. El tema clave es que con mucha frecuencia hemos percibido a la asimetría de poder y tamaño como una calamidad, cuando en realidad, como ilustra Castro, puede ser una enorme oportunidad.

Así como a quien trae un martillo en la mano le parece que todo lo que hay en el mundo son clavos, desde la perspectiva de la potencia, todo el mundo amerita una respuesta similar. De esa concepción han surgido igual esquemas de conducción económica que estrategias de combate a la criminalidad. Como en todo, algunas funcionan y otras no. Pero el punto clave es que la nación más débil en esa relación no tiene por qué aceptar de manera dogmática o acrítica todos sus planteamientos ni que una perspectiva distinta tenga por qué implicar un conflicto.

En una relación asimétrica, la nación débil tiene que definir la naturaleza de la vinculación y dedicarse a avanzarla de manera permanente y sistemática. El tamaño de la potencia y la diversidad y dispersión de sus intereses exige que la nación pequeña o menos poderosa defina la agenda y convenza a la grande. En términos generales, nosotros hemos hecho exactamente lo contrario: hemos esperado a que ellos definan la agenda y luego nos hemos dedicado a protestar.

La gran excepción, y la mejor muestra de la forma en que debemos conducirnos, es el TLC norteamericano. Ahí fue México quien definió la agenda, forzó a Washington a responder, desarrolló una amplia y ambiciosa estrategia de redefinición de la relación y se dedicó a “venderla” de manera integral: a todos sus públicos, grupos de interés y actores clave.

Lo más destacable del planteamiento mexicano a Washington en aquel momento fue su deliberado abandono de viejas formas de actuar. México no pretendía defender el orden existente  sino utilizar un acuerdo comercial (y, sobre todo, de inversión) para apalancar su propio desarrollo y crear un nuevo orden económico. En lugar de recurrir al gastado recurso de intentar poner en la mesa de negociación el statu quo, México se dedicó a intentar construir uno nuevo. México no pretendió modificar el statu quo de EE.UU., sino que escogió sus batallas: por ejemplo, haber pretendido incorporar el tema migratorio en esa instancia previsiblemente habría descarrilados la negociación.

En su Leviatán, Thomas Hobbes escribió que “Así hallamos en la ‘naturaleza’ del hombre tres causas principales de discordia. Primera, la competencia; segunda, la desconfianza; tercera, la gloria. La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio; la segunda, para lograr seguridad; la tercera, para ganar reputación”. La naturaleza de los países no es muy distinta. Las iniciativas que se emprendan deben avanzar  nuestro desarrollo y no esperar que otros lo limiten o impongan. A cada sapo su pedrada.

http://www.americaeconomia.com/analisis-opinion/la-asimetria-de-poder-una-gran-oportunidad-para-mexico

La asimetría ayuda

 Luis Rubio

En una conferencia sobre el futuro del Medio Oriente  me encontré una respuesta a uno de nuestros dilemas. Se trata de una región por demás compleja, donde los temas religiosos, políticos, territoriales y geopolíticos se traslapan y son absolutamente contenciosos. En una de las presentaciones,  un participante de Qatar resumió su perspectiva así: “en la reciente comparecencia del nominado secretario de defensa estadounidense, Chuck Hagel, se mencionó más veces a Irán, Israel y China que a Canadá o México. De hecho, estos países no fueron mencionados una sola vez”. El comentario pretendía mostrar la importancia de la región para EUA, pero la discusión me hizo meditar sobre las implicaciones de esa afirmación para nosotros: ¿es bueno o malo? En todo caso, ¿cuál es su consecuencia?

Si uno recuerda, a lo largo de la campaña presidencial estadounidense del 2012, no fue infrecuente la queja de que México no se mencionó en los debates entre candidatos, discursos de campaña o de inauguración del presidente Obama. De manera subyacente, se lee la ausencia de mención de México como desprecio, como que no les importamos. Esa manera de leer el discurso político entraña la expectativa de que de ellos dependen las soluciones a nuestros problemas o que su poder es tanto que no podemos hacer nada sin su anuencia.

Mi perspectiva es otra. La ausencia de mención implica que México no es un tema contencioso en su lectura y diagnóstico, y menos cuando se le compara con lo que ocurre en el resto del mundo. México no es un tema que genere discordancia entre los partidos políticos o que amerite discusiones y polémicas interminables. Lo anterior no quiere decir que les plazca nuestra situación, sólo que no hay polémica al respecto. Puesto en otros términos, es mucho mejor que no se nos mencione a que se nos equipare con Corea del Norte o Irán, por mencionar dos casos obvios.

Hay casi 200 países en el mundo, para la abrumadora mayoría de los cuales EUA es un punto de referencia fundamental y con quien pretenden avanzar sus intereses. Visto desde la óptica de los estadounidenses, hay algunos países más importantes que otros, pero su concentración inevitablemente se dispersa entre tanta demanda de atención. No es lo mismo la perspectiva de Roma que la de las provincias distantes.

Pero la distancia, y la percepción (y, para muchos, queja) de asimetría no es necesariamente tal ni implica imposibilidad de actuar. Hace tiempo, Joseph Nye, profesor de Harvard, hacía referencia a esta situación al referirse a Cuba: “nosotros siempre hemos creído que tenemos control de la situación, pero en Cuba enfrentamos a un actor que tiene la vista fijamente puesta en nosotros y cada rato nos deja un ojo morado”. El tema clave es que con mucha frecuencia hemos percibido a la asimetría de poder y tamaño como una calamidad, cuando en realidad, como ilustra Castro, puede ser una enorme oportunidad.

Así como a quien trae un martillo en la mano le parece que todo lo que hay en el mundo son clavos, desde la perspectiva de la potencia, todo el mundo amerita una respuesta similar. De esa concepción han surgido igual esquemas de conducción económica que estrategias de combate a la criminalidad. Como en todo, algunas funcionan y otras no. Pero el punto clave es que la nación más débil en esa relación no tiene por qué aceptar de manera dogmática o acrítica todos sus planteamientos ni que una perspectiva distinta tenga por qué implicar un conflicto.

En una relación asimétrica, la nación débil tiene que definir la naturaleza de la vinculación y dedicarse a avanzarla de manera permanente y sistemática. El tamaño de la potencia y la diversidad y dispersión de sus intereses exige que la nación pequeña o menos poderosa defina la agenda y convenza a la grande. En términos generales, nosotros hemos hecho exactamente lo contrario: hemos esperado a que ellos definan la agenda y luego nos hemos dedicado a protestar.

La gran excepción, y la mejor muestra de la forma en que debemos conducirnos, es el TLC norteamericano. Ahí fue México quien definió la agenda, forzó a Washington a responder, desarrolló una amplia y ambiciosa estrategia de redefinición de la relación y se dedicó a “venderla” de manera integral: a todos sus públicos, grupos de interés y actores clave.

Lo más destacable del planteamiento mexicano a Washington en aquel momento fue su deliberado abandono de viejas formas de actuar. México no pretendía defender el orden existente  sino utilizar un acuerdo comercial (y, sobre todo, de inversión) para apalancar su propio desarrollo y crear un nuevo orden económico. En lugar de recurrir al gastado recurso de intentar poner en la mesa de negociación el statu quo, México se dedicó a intentar construir uno nuevo. México no pretendió modificar el statu quo de EUA sino que escogió sus batallas: por ejemplo, haber pretendido incorporar el tema migratorio en esa instancia previsiblemente habría descarrilados la negociación.

En su Leviatán, Thomas Hobbes escribió que “Así hallamos en la ‘naturaleza’ del hombre tres causas principales de discordia. Primera, la competencia; segunda, la desconfianza; tercera, la gloria. La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio; la segunda, para lograr seguridad; la tercera, para ganar reputación”. La naturaleza de los países no es muy distinta. Las iniciativas que se emprendan deben avanzar  nuestro desarrollo y no esperar que otros lo limiten o impongan. A cada sapo su pedrada.

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Mis lecturas imperdibles del 2013

América Economía – Luis Rubio

 «Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído» Jorge Luis Borges

Recientemente tuve acceso a una lectura maravillosa, el «Libro del Desasosiego», del poeta y escritor Fernando Pessoa. Había leído crónicas y novelas suyas que describían a Lisboa, su ciudad, de una manera excepcional. Este libro me mostró a un autor que era muchos escritores en uno mismo, con historias, posturas, visiones ideológicas e incluso biografías distintas. Es un compendio, un alter ego del propio Pessoa: un diario con prosa, poesía y narrativa que no se puede dejar ni un minuto.

 

El libro más profundo e interesante que leí este año fue la biografía de Margaret Thatcher, publicado de manera póstuma*. Más allá de los datos biográficos, lo extraordinario de la estadista fue que, no siendo miembro de la élite inglesa, llegó a revolucionar a su país y al mundo. Sus instintos eran los de una persona ordinaria que veía la dificultad y complejidad de la vida desde abajo.

 

«The Passage of Power» es el cuarto volumen de la biografía que escribe Robert Caro sobre Lyndon Johnson. Lo extraordinario de la biografía es que se trata de un estudio descarnado del poder: unaexplicación detallada y cabal de la política real. Sólo para ilustrar, en el primer volumen, Caro dedica 14 páginas a describir cómo logró Johnson, un mozalbete de 17 años, convertirse en líder de los asistentes de los senadores pasándose cinco horas en los baños donde se rasuró 57 veces mientras «grillaba» a todos sus congéneres. La biografía de Caro es un poco el lado anverso de la moneda de «Memorias», de Gonzalo N. Santos: dos políticos conquistando al mundo.

«A World Transformed» es un tanto sui generis. Escrito por el presidente Bush padre y su entonces asesor en seguridad nacional, Brent Scowcroft, el libro versa sobre la transformación del mundo que presenció el presidente estadounidense durante su mandato. Pudiendo haber escrito una memoria de las miles que publican los políticos prominentes, lo extraordinario de este volumen es que relata los dilemas que enfrentó y la forma en que condujo su administración para tratar de lograr un aterrizaje exitoso de la relación entre Estados Unidos y Rusia, luego de la caída del Muro de Berlín, la reunificación alemana y la muerte de la Unión Soviética.

«The Law of the Constitution», un tratado sobre el Estado de Derecho, originalmente publicado por AV Dicey en 1885, constituye una obra magna sobre el contenido y naturaleza, pero también limitaciones, del concepto de Estado de Derecho, rule of lawen inglés. La parte más fascinante para mí del estudio de Dicey es su comparación del sistema legal inglés frente al francés respecto al Estado de Derecho. Para Dicey, se trata de dos sistemas tan ajenos en concepción fundamental que contraponen al individuo frente al Estado de maneras radicalmente distintas. La protección de la propiedad que confiere el derecho administrativo (como Dicey llama al sistema francés) frente a las que confiere el sistema inglés de «ley común», conllevan a tratamientos diferentes para inversiones, comercio y acciones por parte de individuos, diferencias que explican muchos de los conflictos que observamos en la aplicación de la ley de competencia (fundamentada en el sistema inglés) frente al sistema legal general, que deriva del derecho romano.

Wayne A. Leighton y Edward J. López han escrito un fascinante libro sobre los factores que permiten o impiden el cambio en una sociedad. Su punto de partida es que «el cambio político es como sigue: las reglas del juego crean incentivos, lo que los economistas llaman instituciones, y estas instituciones son forjadas por las ideas de la sociedad. En otras palabras, las ideas importan». A partir de esto intentan responder tres interrogantes: ¿Por qué las democracias generan políticas que le imponen elevados costos a la sociedad? ¿Por qué persisten esas políticas por largos periodos, aún cuando son socialmente costosas y existen mejores alternativas? Y ¿Por qué algunas de esas políticas eventualmente son eliminadas mientras que otras perduran? Su respuesta, en «Madmen, Intellectuals and Academic Scribblers», es que el cambio se da cuando quienes crean las ideas, quienes las discuten y opinan sobre ellas y quienes deciden sobre las políticas públicas se rebelan contra el orden ideológico existente y se convierten en «empresarios» promotores del cambio.

El libro más profundo e interesante que leí este año fue la biografía de Margaret Thatcher, publicado de manera póstuma*. Más allá de los datos biográficos, lo extraordinario de la estadista fue que, no siendo miembro de la élite inglesa, llegó a revolucionar a su país y al mundo. Sus instintos eran los de una persona ordinaria que veía la dificultad y complejidad de la vida desde abajo. El libro tiene la virtud de estudiar a la primer ministro en sus circunstancias, no con el beneficio del tiempo: esta perspectiva permite entender su proceso de decisión, su determinación y los enormes riesgos que estuvo dispuesta a correr. El libro le permite al lector entender los dilemas del poder y, por eso mismo, la enorme grandeza de la biografiada: una mujer que enfrentó a su mundo y lo derrotó. Aunque los tradicionalistas de su partido luego la removieron del poder, para entonces ella ya había cambiado a su país y, sin duda, al mundo.

Erick Schmidt y Jared Cohen, personajes clave de Google, analizan cómo el avance de la tecnología afecta las estructuras de poder. Una de sus conclusiones es que los gobiernos que se cierran ante el cambio tecnológico van a vivir combatiendo la pérdida de control que éste entraña. Estudian el caso de Mubarak en Egipto y cómo su decisión de cancelar el acceso a Internet pudo haber precipitado su caída y cómo el gobierno chino ha construido mecanismos para utilizar ese mismo vehículo como medio de control. «The New Digital Age» deja mucho que pensar.

* Margaret Thatcher-The Authorized Biography, Volume I: From Grantham to the Falklands.

 

http://www.americaeconomia.com/node/108294

Mis lecturas 2013

Luis Rubio


«Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.» Jorge Luis Borges

Recientemente tuve acceso a una lectura maravillosa, el Libro del desasosiego, del poeta y escritor Fernando Pessoa. Había yo leído crónicas y novelas suyas que describían a Lisboa, su ciudad, de una manera excepcional. Este libro me mostró a un autor que era muchos escritores en uno mismo, con historias, posturas, visiones ideológicas e incluso biografías distintas. Es un compendio, un alter ego del propio Pessoa: un diario con prosa, poesía y narrativa que no se puede dejar ni un minuto.

The Passage of Power es el cuarto volumen de la biografía que escribe Robert Caro sobre Lyndon Johnson. Lo extraordinario de la biografía es que se trata de un estudio descarnado del poder: una explicación detallada y cabal de la política real. Sólo para ilustrar, en el primer volumen Caro dedica 14 páginas a describir cómo logró Johnson, un mozalbete de 17 años, convertirse en líder de los asistentes de los senadores pasándose 5 horas en los baños donde se rasuró 57 veces mientras «grillaba» a todos sus congéneres. La biografía de Caro es un poco el lado anverso de la moneda de las Memorias de Gonzalo N Santos: dos políticos conquistando al mundo.

A World Transformed es un tanto sui generis. Escrito por el presidente Bush padre y su entonces asesor en seguridad nacional, Brent Scowcroft, el libro versa sobre la transformación del mundo que presenció el presidente estadounidense durante su mandato. Pudiendo haber escrito una memoria de las miles que publican los políticos prominentes, lo extraordinario de este volumen es que relata los dilemas que enfrentó y la forma en que condujo su administración para tratar de lograr un aterrizaje exitoso de la relación entre Estados Unidos y Rusia luego de la caída del Muro de Berlín, la reunificación alemana y la muerte de la Unión Soviética.

The Law of the Constitution, un tratado sobre el Estado de derecho, originalmente publicado por AV Dicey en 1885, constituye una obra magna sobre el contenido y naturaleza, pero también limitaciones, del concepto de Estado de derecho, rule of law en inglés. La parte más fascinante para mí del estudio de Dicey es su comparación del sistema legal inglés  frente al francés respecto al Estado de derecho. Para Dicey, se trata de dos sistemas tan ajenos en concepción fundamental que contraponen al individuo frente al Estado de maneras radicalmente distintas. La protección de la propiedad que confiere el derecho administrativo (como Dicey llama al sistema francés) frente a las que confiere el sistema inglés de «ley común» conllevan a tratamientos diferentes para inversiones, comercio y acciones por parte de individuos, diferencias que explican muchos de los conflictos que observamos en la aplicación de la ley de competencia (fundamentada en el sistema inglés) frente al sistema legal general, que deriva del derecho romano.

Wayne A. Leighton y Edward J. López han escrito un fascinante libro sobre los factores que permiten o impiden el cambio en una sociedad. Su punto de partida es que «el cambio político es como sigue: las reglas del juego crean incentivos, lo que los economistas llaman instituciones, y estas instituciones son forjadas por las ideas de la sociedad. En otras palabras, las ideas importan». A partir de esto intentan responder tres interrogantes: ¿Por qué las democracias generan políticas que le imponen elevados costos a la sociedad? ¿Por qué persisten esas políticas por largos periodos, aún cuando son socialmente costosas y existen mejores alternativas? Y ¿Por qué algunas de esas políticas eventualmente son eliminadas mientras que otras perduran? Su respuesta, en Madmen, Intellectuals and Academic Scribblers, es que el cambio se da cuando quienes crean las ideas, quienes las discuten y opinan sobre ellas y quienes deciden sobre las políticas públicas se rebelan contra el orden ideológico existente y se convierten en «empresarios» promotores del cambio.

El libro más profundo e interesante que leí este año fue la biografía de Margaret Thatcher, publicado de manera póstuma*. Más allá de los datos biográficos, lo extraordinario de la estadista fue que, no siendo miembro de la élite inglesa, llegó a revolucionar a su país y al mundo. Sus instintos eran los de una persona ordinaria que veía la dificultad y complejidad de la vida desde abajo. El libro tiene la virtud de estudiar a la primer ministro en sus circunstancias, no con el beneficio del tiempo: esta perspectiva permite entender su proceso de decisión, su determinación y los enormes riesgos que estuvo dispuesta a correr. El libro le permite al lector entender los dilemas del poder y, por eso mismo, la enorme grandeza de la biografiada: una mujer que enfrentó a su mundo y lo derrotó. Aunque los tradicionalistas de su partido luego la removieron del poder, para entonces ella ya había cambiado a su país y, sin duda, al mundo.

Erick Schmidt y Jared Cohen, personajes clave de Google, analizan cómo el avance de la tecnología afecta las estructuras de poder. Una de sus conclusiones es que los gobiernos que se cierran ante el cambio tecnológico van a vivir combatiendo la pérdida de control que éste entraña. Estudian el caso de Mubarak en Egipto y cómo su decisión de cancelar el acceso a Internet pudo haber precipitado su caída y cómo el gobierno chino ha construido mecanismos para utilizar ese mismo vehículo como medio de control. The New Digital Age deja mucho que pensar.

* Margaret Thatcher-The Authorized Biography, Volume I: From Grantham to the Falklands

 

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China a ojos de Lee Kuan Yew, el estadista de Singapur

América Economía – Luis Rubio

 Lee Kuan Yew, el estadista de Singapur que transformó un puerto mugroso, saturado de corrupción y vicios, en una de las ciudades-Estado más modernas del mundo, lleva décadas observando y analizando con profundidad lo que ocurre en el mundo. Supuestamente retirado, es frecuente visitante de presidentes en Beijing, Washington, Davos y otras capitales donde su sabiduría es siempre apreciada y respetada. Recientemente, tres académicos lo entrevistaron y reunieron toda esa sapiencia en un pequeño volumen*.

.Aquí van algunas de sus valiosas observaciones sobre China:

«No es realista hacer extrapolaciones simples y directas de su extraordinario desempeño económico en las últimas décadas. China enfrenta más desventajas hacia adelante y muchos más obstáculos que vencer de lo que reconoce la mayor parte de los observadores»

¿Pretende China desplazar a Estados Unidos como la principal potencia del mundo? «Por supuesto. ¿Por qué no? Por medio de un milagro económico han transformado a una sociedad pobre y ahora la segunda economía del mundo… Han seguido el mapa estadounidense al enviar gente al espacio y tumbar satélites con misiles. La suya es una cultura de cuatro mil años con 1,3 billones de gente, mucha de ella de gran talento. ¿Cómo no habrían de aspirar a ser el número uno en Asia y, eventualmente, del mundo?»

«La preocupación de EE.UU. es qué clase de mundo enfrentarán cuando China pueda disputar su preeminencia… Muchas naciones medianas y pequeñas en Asia también están preocupadas. Les inquieta que China quiera recrear el estatus de imperio que tuvo en siglos previos y tienen miedo de ser tratados como vasallos, obligados a pagarle tributo a esa nación «.

«Los chinos han concluido que su mejor estrategia es construir un futuro fuerte y próspero, y emplear a su inmenso número de trabajadores, crecientemente calificados y educados, para construir más y vender más que todos los demás. Ellos evitarán cualquier acción que deteriore su relación con EE.UU. Retar a una potencia más fuerte y tecnológicamente superior  como EE.UU. abortaría su proceso de ‘ascenso pacífico'».

«Los chinos han calculado que requieren 30 a 40, quizá 50, años de paz y tranquilidad para cerrar la brecha, consolidar su sistema, cambiar del comunismo a un sistema de mercado. Tienen que evitar los errores cometidos por Alemania y Japón. Su búsqueda de poder, influencia y recursos llevó a dos terribles guerras en el siglo pasado…»

«China inevitablemente alcanzará a EE.UU. en PIB absoluto. Pero su creatividad probablemente nunca empate la de los americanos porque su cultura no les permite un libre intercambio y competencia de ideas. ¿De qué otra forma explicar que un país con cuatro veces más población que EE.UU. -y, presumiblemente, cuatro veces más gente talentosa- no logra avances tecnológicos tan importantes?»

«China enfrenta problemas económicos enormes -una disparidad de ingresos entre las ciudades ricas de la costa y las provincias tierra adentro- y en las propias ciudades costeñas. Tienen que cuidar eso o acabará con un severo descontento y disturbios civiles. La tecnología va a hacer obsoleto su sistema de gobierno. Para 2030, 70% o tal vez el 75% de la población vivirá en ciudades. Tendrán teléfonos celulares, Internet, televisión satelital. Van a estar bien informados y se organizarán. No será posible gobernarlos en la forma en que ahora lo hacen, monitoreando y aplacando a unas cuantas personas, porque los números serán tan grandes».

«No es realista hacer extrapolaciones simples y directas de su extraordinario desempeño económico en las últimas décadas. China enfrenta más desventajas hacia adelante y muchos más obstáculos que  vencer de lo que reconoce la mayor parte de los observadores. El principal de ellos es su problema de gobierno: la ausencia de Estado de derecho, que en la China de hoy se parece más a la imposición del emperador; un enorme país en el que pequeños emperadores ejercen excesivo poder; hábitos culturales que limitan la imaginación y la creatividad, premiando el conformismo; un idioma que obliga a pensar por medio de epigramas y cuatro mil años de textos que sugieren que todo lo que vale la pena ya ha sido dicho, y dicho mejor por autores de antes; un lenguaje que es extraordinariamente difícil de aprender para extranjeros y que impide que comprendan bien a China y sean abrazados por su sociedad; y severas restricciones en su habilidad de atraer y asimilar talento de otras sociedades del mundo».

«China no será una democracia liberal; si lo fuera, se colapsaría. De eso estoy muy seguro y laintelligentsia china también lo entiende. Si uno cree que va a haber una revolución por la democracia en China, uno está equivocado. ¿Dónde están los estudiantes de Tiananmen ahora? Son irrelevantes. La gente quiere una China revitalizada»

«Para lograr la modernización de China, sus líderes comunistas están preparados para probar todos y cualquier método, excepto la democracia de un hombre y un voto en un sistema de partidos múltiples. Sus dos principales razones son su creencia de que el Partido Comunista Chino debe preservar el monopolio del poder para mantener la estabilidad; y su profundo temor por la inestabilidad en un sistema de competencia entre muchos partidos, que llevaría a una pérdida de control del centro sobre las provincias, con horrendas consecuencias, como los señoríos de los veinte y treinta del siglo XX».

En este libro Lee dice mucho más, no todo encomiable, sobre los mexicanos, la democracia y la globalización. Hombre talentoso y sumamente inteligente, ha pensado mucho los temas clave para el futuro sobre los que es imperativo reflexionar.

*Allison, Blackwill and Wyne: Lee Kuan Yew: The Grand Master’s Insights on China, The United States and the World, MIT Press, Cambridge, 2013.

 

http://www.americaeconomia.com/node/107790

Planeación de México: en una de esas, el chilazo nos sale bien

América Economía – Luis Rubio

    “Lo viejo se está muriendo y lo nuevo no puede nacer: en el interregno aparecerán toda clase de síntomas mórbidos”. Así escribió Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la Cárcel. Los mexicanos tenemos una gran experiencia en estas materias porque, a final de cuentas, llevamos décadas en una serie de transiciones que no tienen principio ni fin. En contraste con el puñado de naciones que lograron -por circunstancia o liderazgo excepcional- construir una transición negociada, nuestro curso ha sido una mezcla de reformas reales, prejuicios, competencia y choques con intereses dedicados a minar el proceso. Los desafíos han provenido igual de la derecha que de la izquierda, de la burocracia o los poderes fácticos. En ocasiones por desidia, en otras por ausencia de visión o capacidad de operación política, el país ha transitado de un sistema autoritario a uno indefinido, saturado de contradicciones y procesos incompletos. Me pregunto si la complejidad (y los absurdos y excesos) del proceso político que estamos viviendo estos días con lo electoral y energético se puede explicar en esta dimensión. 

Hace unas semanas mencioné el tema del este de Europa, donde la presencia de «élites alternativas» fue un factor diferenciador crucial entre los países exitosos y los que no lo fueron. Por otro lado, China es un país en el que su gobierno y partido han planeado hasta la hora en que sale el sol y, sin embargo, experimenta un proceso de cambio que está cada vez menos bajo el control de sus autoridades. En los países del este de Europa nada se planeó porque su evolución política y nacional se debió a un factor externo: el colapso de la Unión Soviética.

Como China, México experimenta un cambio incompleto donde, a pesar de la alternancia de partidos en el gobierno, no se han desmantelado las estructuras autoritarias de antaño ni se ha incorporado un cuerpo de funcionarios que creció y se desarrolló de manera independiente del viejo sistema. Como en las naciones menos exitosas de Europa del este, los viejos funcionarios priistas se mantuvieron en control del aparato del Estado…

 

Robert Kaplan* lleva años, y varios libros, estudiando la evolución china. Sus ideas se resumen así:

a.- la era de los tecnócratas está culminando, dando lugar a la de los políticos y “los políticos, aún en las democracias liberales, explotan las emociones de la gente. Esto podría llevar a la presencia de gobernantes más erráticos y nacionalistas”;

b.- el problema no es la democracia: “el problema en China es un vasto e indisciplinado Estado que lleva décadas en un proceso desordenado de liberalización”;

c.- en sus primeras etapas, “la democratización de cualquier sociedad entraña la disminución de sus élites de poder y, con la excepción de los estados totalitarios -de los cuales China ya no es uno- la caída de las élites puede llevar a decisiones y exabruptos inmoderados en el corto plazo”;  y

d.- “el problema con los sistemas autoritarios es que, si permanecen así por décadas, la única cohorte de funcionarios capaces de administrar al gobierno y formular sus políticas son las mismas élites autoritarias; por lo tanto, derrocar o cambiar a un sistema así entraña riesgos severos”.

Parece evidente que ambas perspectivas ofrecen lecciones para México. Como China, México experimenta un cambio incompleto donde, a pesar de la alternancia de partidos en el gobierno, no se han desmantelado las estructuras autoritarias de antaño ni se ha incorporado un cuerpo de funcionarios que creció y se desarrolló de manera independiente del viejo sistema. Como en las naciones menos exitosas de Europa del este, los viejos funcionarios priistas se mantuvieron en control del aparato del Estado, haciendo tanto más difícil la aprobación e instrumentación de reformas significativas. Baste recordar la forma en que los sindicatos de entidades estatales se mantuvieron incólumes a lo largo de todo este periodo o el modo en que perredistas y panistas se acomodaron a las formas ancestrales de corrupción.

Quizá la principal lección que ofrecen estos ejemplos resida en el hecho de que, en ausencia de un acuerdo explícito entre las élites (España, Chile o Sudáfrica) o del total colapso del sistema anterior (el este de Europa), el devenir de una nación depende en buena medida de la capacidad del liderazgo que se encuentra en el momento. Es decir, hay un extraordinario elemento de suerte en todo esto. China vive el proceso de cambio de manera cotidiana y todavía está por verse qué clase de aterrizaje logra.

En su estudio sobre la Reforma religiosa, el nacimiento del Protestantismo, Patrick Collinson** afirma que“ninguna revolución, no importa qué tan radical, jamás ha involucrado un repudio total al orden que le precedió. ¿Con qué van a trabajar los revolucionarios si no es con las ideas y aspiraciones de quienes les precedieron? ¿Qué fue Stalin si no un nuevo zar? Thomas Hobbes afirmó que ‘el Papado no es otra cosa que el espíritu del extinto Imperio Romano, sentado con la corona sobre su tumba’. Jesús no fue el primer cristiano y Lutero no fue luterano”. Los cambios políticos y las transiciones entre sistemas toman tiempo y nunca son iguales.

México tendrá que encontrar su propio camino, con las estructuras, personas y visión que tenga disponible. Una paradoja de nuestra peculiar evolución es que el partido que siempre ofreció una reforma «radical»  no supo cómo encabezarla ni tuvo la grandeza para intentarlo: y su propuesta político-electoral demuestra que no ha avanzado ni un milímetro. Ahora le toca al PRI intentarlo, evitando atorarse en el camino como le ha ocurrido al gobierno chino. No es casualidad que China se dio contra la pared y ahora anda en búsqueda de una nueva estrategia. México no anda muy lejos de esa proverbial pared… La ventaja es que mucha planeación no hace la diferencia. Capaz que, en una de esas, al chilazo mexicano nos sale bien.

*The China Puzzle.

**The Reformation.

 

http://www.americaeconomia.com/node/107561

China a ojos de Lee

Luis Rubio

Lee Kuan Yew, el estadista de Singapur que transformó un puerto mugroso, saturado de corrupción y vicios, en una de las ciudades-Estado más modernas del mundo, lleva décadas observando y analizando con profundidad lo que ocurre en el mundo. Supuestamente retirado, es frecuente visitante de presidentes en Beijing, Washington, Davos y otras capitales donde su sabiduría es siempre apreciada y respetada. Recientemente, tres académicos lo entrevistaron y reunieron toda esa sapiencia en un pequeño volumen*. Aquí van algunas de sus valiosas observaciones sobre China:

¿Pretende China desplazar a Estados Unidos como la principal potencia del mundo? «Por supuesto. ¿Por qué no? Por medio de un milagro económico han transformado a una sociedad pobre y ahora la segunda economía del mundo… Han seguido el mapa estadounidense al enviar gente al espacio y tumbar satélites con misiles. La suya es una cultura de cuatro mil años con 1.3 billones de gente, mucha de ella de gran talento. ¿Cómo no habrían de aspirar a ser el número uno en Asia y, eventualmente, del mundo?»

«La preocupación de EUA es qué clase de mundo enfrentarán cuando China pueda disputar su preeminencia… Muchas naciones medianas y pequeñas en Asia también están preocupadas. Les inquieta que China quiera recrear el status de imperio que tuvo en siglos previos y tienen miedo de ser tratados como vasallos, obligados a pagarle tributo a esa nación «.

«Los chinos han concluido que su mejor estrategia es construir un futuro fuerte y próspero, y emplear a su inmenso número de trabajadores, crecientemente calificados y educados, para construir más y vender más que todos los demás. Ellos evitarán cualquier acción que deteriore su relación con EUA. Retar a una potencia más fuerte y tecnológicamente superior  como EUA abortaría su proceso de ‘ascenso pacífico'».

«Los chinos han calculado que requieren 30 a 40, quizá 50, años de paz y tranquilidad para cerrar la brecha, consolidar su sistema, cambiar del comunismo a un sistema de mercado. Tienen que evitar los errores cometidos por Alemania y Japón. Su búsqueda de poder, influencia y recursos llevó a dos terribles guerras en el siglo pasado…»

«China inevitablemente alcanzará a EUA en PIB absoluto. Pero su creatividad probablemente nunca empate la de los americanos porque su cultura no les permite un libre intercambio y competencia de ideas. ¿De qué otra forma explicar que un país con cuatro veces más población que EUA -y, presumiblemente, cuatro veces más gente talentosa- no logra avances tecnológicos tan importantes?»

«China enfrenta problemas económicos enormes -una disparidad de ingresos entre las ciudades ricas de la costa y las provincias tierra adentro- y en las propias ciudades costeñas. Tienen que cuidar eso o acabará con un severo descontento y disturbios civiles. La tecnología va a hacer obsoleto su sistema de gobierno. Para 2030, 70% o tal vez el 75% de la población vivirá en ciudades. Tendrán teléfonos celulares, Internet, televisión satelital. Van a estar bien informados y se organizarán. No será posible gobernarlos en la forma en que ahora lo hacen, monitoreando y aplacando a unas cuantas personas, porque los números serán tan grandes».

«No es realista hacer extrapolaciones simples y directas de su extraordinario desempeño económico en las últimas décadas. China enfrenta más desventajas hacia adelante y muchos más obstáculos que  vencer de lo que reconoce la mayor parte de los observadores. El principal de ellos es su problema de gobierno: la ausencia de Estado de derecho, que en la China de hoy se parece más a la imposición del emperador; un enorme país en el que pequeños emperadores ejercen excesivo poder; hábitos culturales que limitan la imaginación y la creatividad, premiando el conformismo; un idioma que obliga a pensar por medio de epigramas y cuatro mil años de textos que sugieren que todo lo que vale la pena ya ha sido dicho, y dicho mejor por autores de antes; un lenguaje que es extraordinariamente difícil de aprender para extranjeros y que impide que comprendan bien a China y sean abrazados por su sociedad; y severas restricciones en su habilidad de atraer y asimilar talento de otras sociedades del mundo».

«China no será una democracia liberal; si lo fuera, se colapsaría. De eso estoy muy seguro y laintelligentsia china también lo entiende. Si uno cree que va a haber una revolución por la democracia en China, uno está equivocado. ¿Dónde están los estudiantes de Tiananmen ahora? Son irrelevantes. La gente quiere una China revitalizada»

«Para lograr la modernización de China, sus líderes comunistas están preparados para probar todos y cualquier método, excepto la democracia de un hombre y un voto en un sistema de partidos múltiples. Sus dos principales razones son su creencia de que el Partido Comunista Chino debe preservar el monopolio del poder para mantener la estabilidad; y su profundo temor por la inestabilidad en un sistema de competencia entre muchos partidos, que llevaría a una pérdida de control del centro sobre las provincias, con horrendas consecuencias, como los señoríos de los veinte y treinta del siglo XX».

En este libro Lee dice mucho más, no todo encomiable, sobre los mexicanos, la democracia y la globalización. Hombre talentoso y sumamente inteligente, ha pensado mucho los temas clave para el futuro sobre los que es imperativo reflexionar.

 

*Allison, Blackwill and Wyne: Lee Kuan Yew: The Grand Master’s Insights on China, The United States and the World, MIT Press, Cambridge, 2013

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@lrubiof

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UN AÑO

 FORBES – LUIS RUBIO

 “LA DIFERENCIA ENTRE EL PASADO, PRESENTE y el futuro – decía Einstein -, es sólo una ilusión persistente”. El gobierno del presidente Peña Nieto parece empeñado en demostrar que es posible recrear al menos parte del pasado, la más exitosa de nuestra historia reciente.

El punto de partida del gobierno fue simple y contundente: el país no ha estado avanzando, le economía exhibe un muy pobre desempeño, la pobreza no ha aminorado y las estructuras políticas no responden a las necesidades del país ni resuelven sus problemas. En una palabra, el país está a la deriva y para alterar ese curso se requiere un gobierno eficaz. Comparta uno la estrategia adoptada o no, nadie podría disputar la esencia del diagnóstico.

Mi hipótesis es que el proyecto del gobierno surgió de comparar la era exitosa del desarrollo estabilizador en términos de crecimiento económico y orden político con las últimas décadas, lo que le llevó a desarrollar una estrategia dedicada a la reconstrucción  de las estructuras características de antaño, con el objetivo de convertir al presidente en el corazón del Estado y al gobierno en el factótum  del desarrollo económico.

Es decir, se trata de una respuesta política – de poder – a la problemática  que experimenta el país en todos los frentes, factor que quizá explique tanto el énfasis en los asuntos de poder como la ausencia de proyectos específicos en temas qua abruman a la población como la seguridad pública, la justicia, el abuso burocrático y el pésimo desempeño del gasto público que se ejerce en todo el sistema en general.

Con esa lógica, la primera etapa del gobierno consistió en establecer un sentido de orden, una jerarquía de autoridad y una presidencia fuerte por encima de los conflictos cotidianos de un gobierno eficaz.

Para hacer avanzar el proyecto, se hizo un uso excepcionalmente diestro de la comunicación, se emprendieron iniciativas que van desde la implementación de la forma como un elemento de fondo en las relaciones políticas, hasta la detención de la lideresa magisterial y la construcción del llamado Pacto por México. El nuevo modelo es político, más que económico, y la apuesta consiste en que sus beneficios se traducirán en una mayor tasa de crecimiento de la economía, que lo logrados en las décadas pasadas.

 

EL PAÍS ES MUCHO MÁS COMPLEJO QUE EL ESTADO DE MEXICO Y,  [LAS DECISIONES DEL PRESIDENTE] HAN MOSTRADO QUE LA CONDUCCION HA SIDO MUCHO MENOS EFICAZ DE LO QUE PROMETE EL DISCURSO”.

 

El problema es que no sólo es necesaria la eficacia; también se requiere de un proyecto idóneo. Así, no deberían sorprendernos los magros resultados a la fecha. El gobierno ha prometido eficacia pero se ha quedado corto, no sólo en realidades sino, sobre todo, en su proyecto. El país es mucho más complejo que el Estado de México y, como ilustran sus decisiones y resultados en asuntos como la vivienda, la tasa de crecimiento de la economía, la miscelánea fiscal y la forma en que ha permitido que se le junten las oposiciones a sus reformas, la conducción ha sido mucho menos eficaz de la que promete en su discurso. El desempate entre realidad y discurso igual lleva a una revisión integral del proyecto, lo que sería deseable, que a un nuevo círculo vicioso de inflación, liderazgo y crisis, multiplicado por el conflicto político y la inseguridad, que subyacen.

El mundo ha cambiado dramáticamente en cinco décadas, desde el fin del llamado desarrollo estabilizador. Por indispensable que sea el fortalecimiento del gobierno, las características que hoy hacen exitosos a los países trascienden el hecho de contar con un gobierno eficaz. Lo que hace exitoso al gobierno es que sea eficaz en lo que le corresponde como esencia y eso implica solución a los problemas fundamentales (seguridad, infraestructura física, justicia, educación, etcétera) y convencimiento (con los recursos que sean necesarios) de todos los actores sociales. El desarrollo no es un proyecto de poder: es un resultado de la acción eficaz del Estado.

El éxito del gobierno no dependerá de cuántas reformas se aprueben, sino de los problemas que éstas resuelvan. Hasta ahora, el tenor del actuar gubernamental, sobre todo en el terreno de legislativo, ha sido más un ejercicio de poder – demostrar que este gobierno si tiene capacidad de lograr reformas fundamentales –, más que en avanzar un proyecto coherente, profundo y continuo de transformación. La diferencia no reside en la capacidad de operación política (condición que sine que non para hacer posible el desarrollo), sino en la sustancia de su proyecto. Podría parecer lo mismo pero no es igual.

 

LUIS RUBIO ES PRESIDENTE DEL CENTRO DE INVESTIGACION PARA EL DESARROLLO, A.C

www.cidac.org

@lrubiof

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¿Dónde quedó la bolita?

Luis Rubio

“Lo viejo se está muriendo y lo nuevo no puede nacer: en el interregno aparecerán toda clase de síntomas mórbidos”. Así escribió Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la Cárcel. Los mexicanos tenemos una gran experiencia en estas materias porque, a final de cuentas, llevamos décadas en una serie de transiciones que no tienen principio ni fin. En contraste con el puñado de naciones que lograron –por circunstancia o liderazgo excepcional- construir una transición negociada, nuestro curso ha sido una mezcla de reformas reales, prejuicios, competencia y choques con intereses dedicados a minar el proceso. Los desafíos han provenido igual de la derecha que de la izquierda, de la burocracia o los poderes fácticos. En ocasiones por desidia, en otras por ausencia de visión o capacidad de operación política, el país ha transitado de un sistema autoritario a uno indefinido, saturado de contradicciones y procesos incompletos. Me pregunto si la complejidad (y los absurdos y excesos) del proceso político que estamos viviendo estos días con lo electoral y energético se puede explicar en esta dimensión.

 

Hace unas semanas mencioné el tema del este de Europa, donde la presencia de «élites alternativas» fue un factor diferenciador crucial entre los países exitosos y los que no lo fueron. Por otro lado, China es un país en el que su gobierno y partido han planeado hasta la hora en que sale el sol y, sin embargo, experimenta un proceso de cambio que está cada vez menos bajo el control de sus autoridades. En los países del este de Europa nada se planeó porque su evolución política y nacional se debió a un factor externo: el colapso de la Unión Soviética.

 

Robert Kaplan* lleva años, y varios libros, estudiando la evolución china. Sus ideas se resumen así: a) la era de los tecnócratas está culminando, dando lugar a la de los políticos y “los políticos, aún en las democracias liberales, explotan las emociones de la gente. Esto podría llevar a la presencia de gobernantes más erráticos y nacionalistas”; b) el problema no es la democracia: “el problema en China es un vasto e indisciplinado Estado que lleva décadas en un proceso desordenado de liberalización”; c) en sus primeras etapas, “la democratización de cualquier sociedad entraña la disminución de sus élites de poder y, con la excepción de los estados totalitarios –de los cuales China ya no es uno- la caída de las élites puede llevar a decisiones y exabruptos inmoderados en el corto plazo”;  y d) “el problema con los sistemas autoritarios es que, si permanecen así por décadas, la única cohorte de funcionarios capaces de administrar al gobierno y formular sus políticas son las mismas élites autoritarias; por lo tanto, derrocar o cambiar a un sistema así entraña riesgos severos”.

 

Parece evidente que ambas perspectivas ofrecen lecciones para México. Como China, México experimenta un cambio incompleto donde, a pesar de la alternancia de partidos en el gobierno, no se han desmantelado las estructuras autoritarias de antaño ni se ha incorporado un cuerpo de funcionarios que creció y se desarrolló de manera independiente del viejo sistema. Como en las naciones menos exitosas de Europa del este, los viejos funcionarios priistas se mantuvieron en control del aparato del Estado, haciendo tanto más difícil la aprobación e instrumentación de reformas significativas. Baste recordar la forma en que los sindicatos de entidades estatales se mantuvieron incólumes a lo largo de todo este periodo o el modo en que perredistas y panistas se acomodaron a las formas ancestrales de corrupción.

 

Quizá la principal lección que ofrecen estos ejemplos resida en el hecho de que, en ausencia de un acuerdo explícito entre las élites (España, Chile o Sudáfrica) o del total colapso del sistema anterior (el este de Europa), el devenir de una nación depende en buena medida de la capacidad del liderazgo que se encuentra en el momento. Es decir, hay un extraordinario elemento de suerte en todo esto. China vive el proceso de cambio de manera cotidiana y todavía está por verse qué clase de aterrizaje logra.

 

En su estudio sobre la Reforma religiosa, el nacimiento del Protestantismo, Patrick Collinson** afirma que “ninguna revolución, no importa qué tan radical, jamás ha involucrado un repudio total al orden que le precedió. ¿Con qué van a trabajar los revolucionarios si no es con las ideas y aspiraciones de quienes les precedieron? ¿Qué fue Stalin si no un nuevo zar? Thomas Hobbes afirmó que ‘el Papado no es otra cosa que el espíritu del extinto Imperio Romano, sentado con la corona sobre su tumba’. Jesús no fue el primer cristiano y Lutero no fue luterano”. Los cambios políticos y las transiciones entre sistemas toman tiempo y nunca son iguales.

 

México tendrá que encontrar su propio camino, con las estructuras, personas y visión que tenga disponible. Una paradoja de nuestra peculiar evolución es que el partido que siempre ofreció una reforma «radical»  no supo cómo encabezarla ni tuvo la grandeza para intentarlo: y su propuesta político-electoral demuestra que no ha avanzado ni un milímetro. Ahora le toca al PRI intentarlo, evitando atorarse en el camino como le ha ocurrido al gobierno chino. No es casualidad que China se dio contra la pared y ahora anda en búsqueda de una nueva estrategia. México no anda muy lejos de esa proverbial pared… La ventaja es que mucha planeación no hace la diferencia. Capaz que, en una de esas, al chilazo mexicano nos sale bien.

 

*The China Puzzle.

**The Reformation.

 

www.cidac.org

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