Luis Rubio
“Lo viejo se está muriendo y lo nuevo no puede nacer: en el interregno aparecerán toda clase de síntomas mórbidos”. Así escribió Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la Cárcel. Los mexicanos tenemos una gran experiencia en estas materias porque, a final de cuentas, llevamos décadas en una serie de transiciones que no tienen principio ni fin. En contraste con el puñado de naciones que lograron –por circunstancia o liderazgo excepcional- construir una transición negociada, nuestro curso ha sido una mezcla de reformas reales, prejuicios, competencia y choques con intereses dedicados a minar el proceso. Los desafíos han provenido igual de la derecha que de la izquierda, de la burocracia o los poderes fácticos. En ocasiones por desidia, en otras por ausencia de visión o capacidad de operación política, el país ha transitado de un sistema autoritario a uno indefinido, saturado de contradicciones y procesos incompletos. Me pregunto si la complejidad (y los absurdos y excesos) del proceso político que estamos viviendo estos días con lo electoral y energético se puede explicar en esta dimensión.
Hace unas semanas mencioné el tema del este de Europa, donde la presencia de «élites alternativas» fue un factor diferenciador crucial entre los países exitosos y los que no lo fueron. Por otro lado, China es un país en el que su gobierno y partido han planeado hasta la hora en que sale el sol y, sin embargo, experimenta un proceso de cambio que está cada vez menos bajo el control de sus autoridades. En los países del este de Europa nada se planeó porque su evolución política y nacional se debió a un factor externo: el colapso de la Unión Soviética.
Robert Kaplan* lleva años, y varios libros, estudiando la evolución china. Sus ideas se resumen así: a) la era de los tecnócratas está culminando, dando lugar a la de los políticos y “los políticos, aún en las democracias liberales, explotan las emociones de la gente. Esto podría llevar a la presencia de gobernantes más erráticos y nacionalistas”; b) el problema no es la democracia: “el problema en China es un vasto e indisciplinado Estado que lleva décadas en un proceso desordenado de liberalización”; c) en sus primeras etapas, “la democratización de cualquier sociedad entraña la disminución de sus élites de poder y, con la excepción de los estados totalitarios –de los cuales China ya no es uno- la caída de las élites puede llevar a decisiones y exabruptos inmoderados en el corto plazo”; y d) “el problema con los sistemas autoritarios es que, si permanecen así por décadas, la única cohorte de funcionarios capaces de administrar al gobierno y formular sus políticas son las mismas élites autoritarias; por lo tanto, derrocar o cambiar a un sistema así entraña riesgos severos”.
Parece evidente que ambas perspectivas ofrecen lecciones para México. Como China, México experimenta un cambio incompleto donde, a pesar de la alternancia de partidos en el gobierno, no se han desmantelado las estructuras autoritarias de antaño ni se ha incorporado un cuerpo de funcionarios que creció y se desarrolló de manera independiente del viejo sistema. Como en las naciones menos exitosas de Europa del este, los viejos funcionarios priistas se mantuvieron en control del aparato del Estado, haciendo tanto más difícil la aprobación e instrumentación de reformas significativas. Baste recordar la forma en que los sindicatos de entidades estatales se mantuvieron incólumes a lo largo de todo este periodo o el modo en que perredistas y panistas se acomodaron a las formas ancestrales de corrupción.
Quizá la principal lección que ofrecen estos ejemplos resida en el hecho de que, en ausencia de un acuerdo explícito entre las élites (España, Chile o Sudáfrica) o del total colapso del sistema anterior (el este de Europa), el devenir de una nación depende en buena medida de la capacidad del liderazgo que se encuentra en el momento. Es decir, hay un extraordinario elemento de suerte en todo esto. China vive el proceso de cambio de manera cotidiana y todavía está por verse qué clase de aterrizaje logra.
En su estudio sobre la Reforma religiosa, el nacimiento del Protestantismo, Patrick Collinson** afirma que “ninguna revolución, no importa qué tan radical, jamás ha involucrado un repudio total al orden que le precedió. ¿Con qué van a trabajar los revolucionarios si no es con las ideas y aspiraciones de quienes les precedieron? ¿Qué fue Stalin si no un nuevo zar? Thomas Hobbes afirmó que ‘el Papado no es otra cosa que el espíritu del extinto Imperio Romano, sentado con la corona sobre su tumba’. Jesús no fue el primer cristiano y Lutero no fue luterano”. Los cambios políticos y las transiciones entre sistemas toman tiempo y nunca son iguales.
México tendrá que encontrar su propio camino, con las estructuras, personas y visión que tenga disponible. Una paradoja de nuestra peculiar evolución es que el partido que siempre ofreció una reforma «radical» no supo cómo encabezarla ni tuvo la grandeza para intentarlo: y su propuesta político-electoral demuestra que no ha avanzado ni un milímetro. Ahora le toca al PRI intentarlo, evitando atorarse en el camino como le ha ocurrido al gobierno chino. No es casualidad que China se dio contra la pared y ahora anda en búsqueda de una nueva estrategia. México no anda muy lejos de esa proverbial pared… La ventaja es que mucha planeación no hace la diferencia. Capaz que, en una de esas, al chilazo mexicano nos sale bien.
*The China Puzzle.
**The Reformation.
@lrubiof
a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org