Luis Rubio
Siempre me han intrigado los contrastes en la evolución política de México con respecto a las naciones sudamericanas. Si bien hay algunos paralelos, la realidad es que nuestra historia a lo largo del siglo XX en nada se parece a la de aquellos. En términos analíticos, sin adjetivar, el México de hoy arrastra más una herencia totalitaria que autoritaria: la naturaleza del PRI no es similar a las dictaduras militares del sur y la diferencia explica, al menos en alguna medida, esos contrastes. Pero el tiempo y el cambio generacional comienza a erosionar las diferencias, arrojando importantes lecciones.
Guillermo O’Donell* acuñó el término “democracia delegativa” para explicar las distorsiones que las dictaduras sureñas arrojaron. Irónicamente, muchos de los signos que hoy observo en México no son tan distintos. Para O’Donell, las democracias delegativas “No son democracias representativas y no parecen estar en camino a serlo… “. Según el autor, la clave reside en que “la instalación de un gobierno elegido democráticamente [debiera abrir] una ‘segunda transición’, con frecuencia más extensa y más compleja que la transición inicial desde el gobierno autoritario… [pero] nada garantiza que esta segunda transición se lleve a cabo.” ¿No suena esto a Fox?
“El elemento fundamental para el éxito de la segunda transición es la construcción de un conjunto de instituciones… entre un gobierno elegido y un régimen institucionalizado y consolidado… Los casos exitosos han mostrado una coalición decisiva de líderes políticos con un amplio respaldo, que prestan mucha atención a la creación y el fortalecimiento de las instituciones políticas democráticas.”
“Una democracia no institucionalizada se caracteriza por el alcance restringido, la debilidad y la baja intensidad de cualesquiera que sean las instituciones políticas existentes. En lugar de instituciones que funcionan adecuadamente lo ocupan oras prácticas no formalizadas, pero fuertemente operativas, a saber: el clientelismo, el patrimonialismo y la corrupción.” ¿Alguna duda de cómo se aprobaron las reformas del gobierno del presidente Peña? ¿No es posible ver en esta lógica las movilizaciones de la CNTE, los moches del PAN, los votos del PRI en el congreso y, el crecimiento inusitado del gasto público y, por lo tanto, de la deuda?
“Las democracias delegativas se basan en la premisa de quien sea que gane una elección presidencial tendrá el derecho a gobernar como él (o ella) considere apropiado, restringido sólo por la dura realidad de las relaciones de poder existentes y por un periodo en funciones limitado constitucionalmente… [En esta visión] otras instituciones -por ejemplo, los tribunales de justicia y el poder legislativo- constituyen estorbos que acompañan a las ventajas… de ser un presidente democráticamente elegido. La rendición de cuentas a dichas instituciones aparece como un mero obstáculo a la plena autoridad que le ha sido delegada al presidente.” ¿No suena esto al nombramiento de un secretario de la función pública a modo, el desprecio al poder judicial, la corrupción irredenta del legislativo y el pésimo manejo de Ayotzinapa y Nochixtlán?
“Lo importante no sólo son los valores y creencias de los funcionarios, sean o no elegidos, sino también el hecho de que están incorporados en una red de relaciones de poder institucionalizadas. Dado que esas relaciones se pueden movilizar para imponer un castigo, los actores racionales evaluarán los costos probables cuando consideren emprender un comportamiento impropio.”
“La democracia delegativa otorga al presidente la ventaja aparente de no tener prácticamente rendición de cuentas horizontal, y posee la supuesta ventaja adicional de permitir una elaboración de políticas rápida, pero a costa de una mayor probabilidad de errores de gran envergadura, de una implementación arriesgada, y de concentrar en el presidente la responsabilidad por los resultados.” ¿Trump? ¿tren a Querétaro?
La historia de reformas en innumerables países alrededor del mundo -ampliamente estudiada-demuestra que los errores -y las oposiciones- se acumulan en la medida en que la decisión sobre reformar se concentra en grupos sin contrapesos. Parece un libro de texto sobre el devenir del gobierno actual. La pregunta es cuáles serán las consecuencias.
“Una vez que las esperanzas iniciales se han desvanecido… la desconfianza respecto de la política, los políticos y el gobierno se transforma en la atmósfera dominante… El poder fue delegado al presidente y él hizo lo que consideró más adecuado. En la medida en que los fracasos se acumulan, el país debe tolerar a un presidente ampliamente vilipendiado, cuya única meta es resistir hasta el fin de su periodo.” México no es el primer país que padece de “mal humor social.”
El riesgo de México no reside en lo hecho sino en lo que no se haga de aquí al fin del sexenio. Un país que no cuenta con contrapesos efectivos a la presidencia y con un gobierno enquistado y dormido garantiza el resultado que todos los mexicanos, y el propio presidente, encuentran repugnante. El sexenio no termina sino hasta el último día de noviembre de 2018: de aquí a entonces es imperativo hacer efectivas las reformas para que el país salga adelante.
*Delegative Democracy, Journal of Democracy Vol 5, No 1, Enero 1994
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