Luis Rubio
Hasta hace no muchas décadas, la geografía imponía límites a la capacidad de desarrollo de las naciones. Las distancias y la falta de infraestructura determinaban que los países pobres se mantuvieran pobres, con pocas posibilidades de progresar. Sin embargo, los avances tecnológicos han transformado al planeta al permitir escapar de la “prisión de la geografía”, como la llama el Nobel Angus Deaton: “billones de personas se han reunido en el mercado global al construir conectividad a pesar de su ‘mala’ geografía e instituciones”*. La tecnología abre ingentes oportunidades porque permite el acceso a nuevas ideas, prácticas de negocios y tecnologías hasta el lugar más recóndito de la Tierra. A pesar de la oportunidad, México no las ha aprovechado más que marginalmente.
Según Parag Khanna en su nuevo libro Connectography, el futuro del mundo va a determinarse por las cadenas de proveeduría que se establezcan dentro y entre las naciones. La capacidad de acercar los productos a los mercados y las materias primas a los centros de producción es lo que determinará la riqueza de las naciones en la era de la conectividad. La clave del éxito en ese entorno reside en la conectividad y ésta la determina la infraestructura y la adopción de tecnologías que permitan la conectividad.
Siempre se ha sabido que la infraestructura es clave para el desarrollo, pero no cualquier infraestructura es relevante: sólo aquella que permite romper con los límites dela geografía y de la pobreza. “No hay peor corrupción que la opresiva ineficiencia de las sociedades en que la movilidad más básica está impedida por la inexistencia de infraestructura. Es como vivir sin la rueda”. Y continúa: “La falta de infraestructura física y de capacidad institucional es tan desesperante que deberíamos considerar si el problema de la construcción de fortaleza gubernamental no reside en el Estado mismo… Deberíamos conectar áreas urbanas dentro y a través de las fronteras nacionales para que alinear mejor a las personas, recursos y mercados. Esto implica contemplar a las ciudades como la base de la construcción y fortalecimiento del Estado en lugar de verlo como un producto de éste”.
El punto de Khanna es que la infraestructura debe concebirse como un medio para promover la cercanía entre personas, recursos y mercados, de tal suerte que se convierta en un trampolín al desarrollo. En este sentido, es clave que los proyectos de infraestructura que se promuevan sirvan para elevar la conectividad porque los recursos son escasos y no todos contribuyen al desarrollo. Es imperativo, dice el autor, entender al mapa de un país, de la región y del mundo como un conjunto de centros productivos (hubs) que, al vincularse directamente, permiten remontar las limitaciones de Estados débiles y gobiernos sin brújula. Desde esta perspectiva, no hay inversión más importante que la de la infraestructura que permite esa conectividad.
En lugar de los imperios del pasado dedicados a dominar grandes territorios y fuentes de recursos, dice Khanna, la verdadera disputa en la actualidad es por la generación de valor a través de la conectividad como medio para acelerar el crecimiento de las economías. Al estudiar a China, el autor argumenta que ese país no está intentando controlar vastas regiones de África y Asia, sino tener acceso a sus mercados ya sea como fuente de recursos o como destino de sus productos. Es decir, el gran tema del futuro es logístico.
En ese mundo futuro las empresas serán actores fundamentales porque estarán a cargo de la provisión de bienes, recursos y empleos; actuando más allá de sus fronteras, cambiará la dinámica entre empresas, gobiernos y sindicatos, lo que exigirá nuevas formas de rendición de cuentas no sólo para gobiernos sino también para las empresas. De hecho, dice Khanna, “la distinción entre lo público y lo privado, consumidor y ciudadano, se evapora. Cuando la ciudadanía nacional aporta beneficios menores, las cadenas de provisión ciudadanas se tornan mucho más importantes”.
Desde esta perspectiva, atraer cadenas de provisión constituye la forma más rápida para elevar la tasa de crecimiento. Pero no es sólo atraer inversiones, sino cadenas de proveedores que las alimenten, de tal suerte que se amplíen las oportunidades de empleo y generación de riqueza. Como beneficio adicional, la incorporación integral de la economía al mundo global (algo que en México sólo es parcial porque buena parte de la planta industrial sigue aislada de la globalidad), se ha convertido en un vehículo para la transformación social, de derechos laborales y, en general, de derechos de las personas.
“La conectividad se convierte en una plataforma para un desarrollo integral de la sociedad”. Más aún, “el acceso a la información permite afianzar la dignidad de las personas: un derecho fundamental para el avance personal y la productividad económica”. La conectividad tiene otro beneficio: como argumenta Deirdre McCloskey en su nuevo libro,** son las ideas y su diseminación lo que hace posible el desarrollo, ideas para los motores eléctricos y elecciones libres, pero sobre todo las ideas liberales de igualdad, libertad y dignidad para las personas comunes y corrientes.
No es el capital ni las instituciones lo que hizo posible que unas naciones se hicieran ricas, sino las ideas que dignificaron al innovador y dieron vuelo a su imaginación. Las cadenas de proveeduría permitirían diseminar todo eso que ha sido imposible por siglos en México, incluyendo el desarrollo y la riqueza.
*The Great Escape
** Bourgeois Equality
www.cidac.org
@lrubiof
a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org
10 Sep. 2017
https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1378632.conectividad-para-el-futuro.html
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