Las pequeñas cosas

Luis Rubio

La primera vacación que recuerdo fue al recién inaugurado Oaxtepec del IMSS, un paraíso morelense que acababa de ser inaugurado por el presidente saliente. Había un bloque de cuartos donde nos quedamos y prácticamente todo el resto estaba en construcción o semi-abandonado. Eso sí, en la entrada había una enorme placa conmemorando la inauguración que, seguramente, había consistido en uno de los muchos actos faraónicos que son la fijación de nuestra clase política: lo importante no es el resultado sino la intención. Esa enfermedad se puede apreciar en todo lo que nos rodea, por ejemplo, la preferencia por “grandes” reformas en lugar de soluciones a problemas pequeños que, muchas veces, son más importantes y trascendentes, aunque haya menos aplausos falsos.

Desde luego, las reformas de gran calado, esas con gran potencial transformador de actividades, sectores y vidas, son necesarias porque crean nuevas condiciones para el funcionamiento de la economía, el desarrollo de la sociedad o la adopción de formas innovadoras de resolver problemas. Un país con estructuras e instituciones tan antiguas (y nunca diseñadas para ser adaptables o para la trasformación sino para el control y la expoliación) evidentemente requiere muchas reformas de la más diversa índole. Sin embargo, aunque algunas de las reformas de las últimas décadas han arrojado grandes beneficios, muchas se han atorado porque las prisas -y la compra de votos en el legislativo- no suelen conducir a una mayor capacidad de implementación de las mismas. Sobre todo, por la forma de avanzarlas, éstas tienden a alienar más que a sumar a la población.

Quizá la mayor de las ausencias en los procesos de reforma ha sido la falta de acuerdo social respecto a la bondad o, incluso, necesidad de las mismas. Las reformas evidentemente son necesarias, pero lo que importa no es que se inaugure la placa conmemorativa (en sentido figurado) de la reforma, sino que ésta entre en operación y beneficie a la ciudadanía. Hay países, como India, en que el proceso de negociación es arduo y complejo porque involucra a todo tipo de partidos, grupos e intereses pero, una vez que se acuerda, los obstáculos han sido removidos. En sentido contrario, en China las reformas se han implementado desde el poder. Lo interesante es que, más allá del método, en ambas naciones las reformas han logrado no sólo beneficiar a la población, sino lograr su beneplácito. Muy distinto ha sido nuestro caso.

México ha hecho muchas reformas, algunas ambiciosas y profundas pero, salvo excepción, no ha habido ni el menor intento por sumar a la población o convencerla de sus potenciales beneficios, así sean a largo plazo. Los beneficios de muchas de esas reformas son evidentes en menores precios reales (después de inflación) de innumerables productos, en la mayor disponibilidad de bienes de alta calidad y, en general, en mayores niveles de vida para la población de menores ingresos. Sin embargo, en contraste con China e India, en México domina el pesimismo y la desazón.

Mi impresión es que la diferencia radica en un factor muy concreto: además de reformas grandes y con impacto multidimensional, en aquellas naciones ha habido la comprensión de que también es necesario atender asuntos que parecen menores pero que son los que aquejan a la población de manera cotidiana y eso ha permitido que mejoren las percepciones con celeridad. Para una ama de casa puede ser difícil percibir que los zapatos que hoy calzan sus hijos cuestan menos en pesos constantes, porque en pesos corrientes son más. Sin embargo, su percepción cambiaría radicalmente si, súbitamente, una persona tuviera acceso al médico del IMSS en menos de media hora, en lugar de tener que esperar horas, y a veces meses, para ser tratada. Algo similar se podría decir del transporte público: cualquier mañana puede uno apreciar los torrentes de gente que salen de lugares como Chalco o Ecatepec para trabajar en la ciudad de México, proceso al que dedican hasta tres y cuatro horas por día. Resolver esos problemas que sufre la población puede parecer algo menor, pero es mucho más importante para el ciudadano común y corriente que las “grandes” reformas.

¿Cuánto tiempo llevamos discutiendo la inseguridad pública sin haber definido la naturaleza del problema? En lugar de reconocer la seriedad del problema e identificar sus causas, los políticos se desviven por soluciones -como el mando único- que no reconocen causas tan sencillas, por ejemplo, como la enorme corrupción de las policías estatales. Es decir, en lugar de comprender el extraordinario y disruptivo impacto de la inseguridad sobre las familias y las vidas cotidianas de la población y la urgencia de atender el fenómeno, los “gobernantes” buscan controlar a los presidentes municipales y a la población en general.

El punto de fondo es que se requieren soluciones para mejorar la vida cotidiana y eso es tan importante, y muchas veces más, que todas las reformas de gran calado juntas. Por supuesto, una cosa no substituye a la otra, pero la ausencia de esas pequeñas cosas ayuda a explicar en gran medida la razón por la cual el gobierno actual es tan impopular:  lo peor no es la ausencia de soluciones, sino el desdén.

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23 Jul. 2017