CUAL CARDENAS ES EL BUENO

Luis Rubio

El periodo de campaña que acaba de concluir nos mostró a un Cárdenas deseoso de ganar a toda costa, pero no a un Cárdenas definido en cuanto a sus objetivos, prioridades y, sobre todo, a los medios que emplearía para alcanzarlos. Cuauhtémoc Cárdenas logró convertirse en el catalizador de los electores cuya preferencia era derrotar al gobierno, lo que le ha permitido nunca tener que explicar quién es el verdadero Cuauhtémoc y que es lo que realmente quiere. Ahora que ha sido electo a la gubernatura más importante del país -y al puesto político con mayor visibilidad después de la presidencia-, Cárdenas ha puesto su mira en la elección presidencial del año 2000. Es hora de que defina con toda claridad sus programas y prioridades.

La pregunta de quién es hoy Cárdenas y qué quiere lograr no es irrelevante. Acaba de ganar una reñida competencia en la que logró que una pluralidad de los electores lo eligieran para el gobierno del Distrito Federal. Ese es el puesto que se ganó. Sin embargo, nadie alberga duda alguna de que, por conveniencia propia y por el ridículo diseño de una gubernatura que dura tres años y concluye precisamente al final del sexenio, Cárdenas va a enfocar todos sus actos hacia la sucesión presidencial. Por supuesto que esa estrategia es válida y legítima. Sin embargo, el hecho de que lo sea no lo exime de tener que definirse, por voluntad propia o porque lo vaya haciendo a través de sus actos. De una manera o de otra, al buscar visibilidad nacional, va a estar mostrando su calidad de estadista.

Luego de más de diez años de ser candidato a nivel nacional, todavía no es claro cuáles son las políticas con las que Cárdenas está de acuerdo o en desacuerdo. Sabemos muy bien que está en desacuerdo, en términos generales, con muchas cosas, pero nunca sabemos con precisión qué es lo que objeta. A lo largo de su última campaña, Cárdenas logró pasar sin jamás tener que definirse sobre tema alguno y la prensa le dejó salirse con la suya, en buena medida porque había suficientes electores en la ciudad de México para los cuales deshacerse del PRI era más importante que analizar las alternativas. Sin embargo, como gobernante, Cárdenas ya no va a poder responder a cualquier cuestionamiento con frases como habrá que revisarlo o debe abrirse una consulta sobre el tema, y la prensa tendrá que ser tan crítica con él como lo ha sido con gobiernos emanados del PRI. Hay cuatro persistentes imágenes que quedan del último periodo electoral: Cárdenas el del modelo chileno; Cárdenas el del viejo PRI (cuya coalición aparentemente pretende recrear); Cárdenas el de la revancha por la elección de 1988; y Cárdenas el que simplemente quiere ser presidente y ya. ¿Cuál de todos estos Cárdenas es el bueno?

Una buena manera de comenzar a comprender quién es y qué quiere el gobernador electo de la ciudad de México sería preguntándole si comparte la plataforma económica que publicó su partido y, si no, que defina sus diferencias. Ese programa constituye una dramática mejoría sobre todo lo que había publicado el PRD en el pasado, toda vez que fue realizado por economistas serios y responsables, pero sigue siendo un programa que parte del supuesto de que el gobierno tiene todas las cartas en la mano, que no hay restricciones insalvables y que las personas y los mercados van a reaccionar de acuerdo a los designios gubernamentales. El programa está saturado de ejemplos que muestran que el PRD concibe a la economía como algo fácilmente manipulable por el gobierno; esto es, parte del supuesto de que los deseos del gobierno necesariamente se materializan en la actividad económica. Por eso es tan importante que se defina en temas cruciales como el del Tratado de Libre Comercio y la autonomía del banco central, dos instrumentos diseñados ex profeso para disciplinar al gobierno. Si opta por alterarlos, va a abrir la caja de Pandora.

Claramente, los perredistas no creen en los mercados y no reconocen el hecho indisputable de que los gobiernos -todos- tienen cada vez menor latitud respecto a su capacidad de manipulación, es decir, de regresar a nuestra añeja práctica de tratar de vivir en la economía ficción, como pudimos ver a principios de 1995. Cuando un gobierno se sale de la norma, los mercados financieros responden, en ocasiones hasta en forma violenta, a través de vehículos como la bolsa, los movimientos de capital, y en las decisiones de ahorrar e invertir. Si Cárdenas va a intentar recrear el mundo perfecto del pasado priísta, tendremos que amarrarnos los cinturones en serio; si, en cambio, quiere presidir y encauzar la gran transformación política y económica que México requiere con urgencia, sería mejor que se preparara para recrear el ejemplo de Aylwin en Chile, donde nada, ni una coma, fue cambiado en materia económica al finalizar la era de Pinochet. El éxito de Cuauhtémoc provendría de lograr hacer más humano y eficiente el programa económico, pero sin alterar sus estructuras e instituciones fundamentales. En eso, y no en tratar de echar para atrás la esencia de lo que sí funciona, reside su verdadero reto. El proceso de aprendizaje confiadamente será corto, pues cualquier cosa que el próximo gobernador haga tendrá un costo. Nada es gratuito.

Los próximos tres años van a ser sumamente complejos tanto para el nuevo gobierno del D.F., como para la definición de responsabilidades entre la ciudad y el gobierno federal. El gobierno que Cárdenas va a presidir en la ciudad de México podría haber estado severamente limitado en su capacidad de acción. Con el acuerdo al que llegó con el presidente respecto a los nombramientos de sus principales colaboradores, sobre todo en materia de policía y procuraduría, Cárdenas va a tener toda la responsabilidad del gobierno de la ciudad. Con ello no tendrá incentivo alguno de culpar al gobierno federal de lo que salga mal y, a la vez, asumirá los beneficios, pero también los costos, de su gestión. Con suerte, estos acuerdos impedirán que la relación del gobierno de la ciudad con el federal se convierta en el factor de mayor confrontación y desquiciamiento que jamás hayamos visto.

Por otro lado, nadie, comenzando por el propio Cuauhtémoc Cárdenas, puede ignorar el hecho de que fue elegido por menos de la mitad del electorado de la ciudad. Si bien eso no le resta legitimidad electoral, si constituye un factor clave para su desempeño. Los defeños no le dieron un mandato absoluto e ilimitado para llevar a cabo cambios drásticos. Muchos de los votos que captó de por si fueron votos de protesta, lo que constituye un mensaje poderoso en sí mismo. Como gobernante, Cárdenas tendrá que hacer lo que él mismo exigió a los dos últimos presidentes: gobernar para todos, sin distinción de preferencia partidista o lugar de residencia. Esto le otorga la mayor oportunidad de desligarse de los extremos de su partido y de crear con ello una base de credibilidad y confianza entre la población y los agentes económicos de que gobernará con prudencia, reconociendo las limitaciones inherentes a toda actividad gubernamental. Cárdenas tiene la enorme ventaja de ser muy conocido en el país, lo que lo coloca kilómetros adelante de cualquier posible contrincante a la presidencia para el año 2000. Pero esa visibilidad también entraña el otro lado de la moneda: todo mundo lo va a juzgar en los meses y años que vienen por lo que haga en función de una futura presidencia y no en la medida de un simple gobierno de la ciudad. A Cárdenas le tomó más de una década llegar a donde está. Ojalá no desperdicie la oportunidad.

La nueva gubernatura de la ciudad de México está mal diseñada porque dejó para después las definiciones que debieron haberse establecido antes de la elección. En los meses próximos será imperativo que el gobierno federal y el equipo del próximo gobernador precisen qué es de quién y cómo se van a diferenciar sus funciones. El gobierno federal tendrá ahí la oportunidad de construir los cimientos de un gobierno plural, pero también podría adoptar la estrategia de hostigamiento y rechazo que tanto daño nos ha hecho en las últimas dos décadas y que, de alguna manera, condicionó el resultado de ahora. Por su parte, Cuauhtémoc Cárdenas va a tener que reconocer la complejidad del mundo real y demostrar que sabe gobernar tanto como criticar al gobierno, y que sabe los límites de lo que un gobierno puede hacer antes de generar reacciones desaforadas como las que vivimos en 1976 y 1982. Hasta ahora, la tolerancia de los electores ha sido magnánima; cuando los problemas no resueltos de la ciudad comiencen a agobiar a ese mismo electorado, Cárdenas tendrá que actuar. Su presencia y estrategia no deja lugar a dudas de que su objetivo es la presidencia de la República. A partir de ahora será juzgado a la luz de ese umbral. ¿Tendrá el tamaño?

 

ZEDILLO – GARANTE DEL CAMBIO

Luis Rubio

El resultado electoral no deja lugar a dudas: la población está furiosa con el gobierno y decidió aprovechar el vehículo más institucional, y en este momento el menos grave y costoso, para mandar una señal fuerte y clara. O las cosas cambian, parece decir la abrumadora mayoría de los mexicanos, o el gobierno se va a su casa. La población está enojada por la crisis económica que ha vivido desde diciembre del 94, por lo que considera un engaño del gobierno anterior, por la falta de claridad sobre el futuro, por la criminalidad que no cesa, por el mar de corrupción, por la lacerante impunidad y por la enorme incertidumbre que todo esto genera. Al manifestar su descontento ha creado una nueva realidad política: lo que ahora cuenta es quién se alía con quién y en qué términos.

La nueva realidad política puede ser vista como una fuente de incesantes problemas o como la oportunidad de construir un nuevo sistema político, que substituya el arcaísmo en que hemos vivido. Lo que era válido cuando se fundó el PRI, en la realidad del México de los veinte, nada tiene que ver con las circunstancias de hoy. El PRI ha venido caminando con muletas tan absurdas -y con resultados tan contraproducentes- como lo demuestra el reciente intento de su líder de vanagloriar el mundo del pasado como justificación para quedarse en el poder. Lo que la elección demuestra es que el PRI erró al escoger a su enemigo y ahora tendrá que pagar por ello, pues, en esta elección, a nivel federal, no hubo más que un resultado: el PRI perdió. Los apologistas del PRD han querido ver en su ascenso un parteaguas en la historia nacional. Pero los votos parecen señalar que la mayoría de los mexicanos optaron por castigar al PRI más que mostrar una marcada preferencia por otro partido, como lo demuestra el voto nacional del PRD, a diferencia del de Cárdenas, y los triunfos del PAN en Nuevo León y Querétaro.

Sea cual fuere la motivación de los electores, la política nacional ya cambió. Sin mayoría absoluta, el gobierno no tendrá más remedio que negociar con los diputados de otros partidos para poder llevar a cabo sus funciones. Esa negociación podrá adquirir diversas modalidades: desde acuerdos específicos para cada iniciativa de ley, hasta alianzas y coaliciones más perdurables. De una forma u otra, el gobierno sólo podrá actuar en la medida en que logre tanto el apoyo legislativo que requieran sus decisiones, como el apoyo de una población escéptica y, en general, molesta por la falta de oportunidades, empleos e ingresos. Este nuevo escenario va a requerir de una acción presidencial muy distinta a la que ha tenido lugar a lo largo de los últimos treinta meses.

El gran activo del presidente es su creciente popularidad. Claramente, la población aprecia su honestidad, sus convicciones y su estabilidad. A pesar de los altibajos en algunos temas, su actuar ha sido constante y consistente. Su discurso ha seguido dos líneas, en ocasiones contradictorias entre sí: por un lado, ha construido una plataforma de estadista que lo coloca por encima de los conflictos cotidianos viendo hacia el futuro. Por el otro, ha restablecido la alianza con su partido -esto sí, al cuarto para las doce- y se ha dedicado, como es lógico, a promover a sus candidatos. El resultado de la elección reprobó la línea partidista y confirmó lo acertado, urgente y necesario de contar con un estadista en este momento tan acusado de cambio político.

El rey de España supo convertir el momento de crisis en un pedestal para su gloria. Así hoy el presidente Zedillo se encuentra en el momento más dramático, pero también el que ofrece más oportunidades, de su sexenio. Ante los resultados de la elección, optó acertadamente por la línea de conciliación y de la construcción de un futuro democrático, aunque ignoró, una vez más, al PAN como potencial socio legislativo. Con todo, evitó que se agudizara la polarización que venía adquiriendo una preocupante dinámica en los meses recientes. Un triunfo para la prudencia y la estabilidad.

Pero la línea de conciliación sólo va a resolver uno de los problemas que esta elección ha creado. Conciliando se podrá crear un espacio de competencia política institucional donde todos los partidos e intereses tengan la posibilidad de luchar por el poder y expresar sus puntos de vista. Ese es precisamente el papel de la política. Pero, por otra parte, la realidad de hoy es que la política mexicana ya cambió por el mero hecho de que el punto de conflicto ya no va a ser meramente entre partidos, como lo fue en esta ocasión, sino también entre perspectivas ideológicas. Hasta esta elección, todo conflicto ideológico quedaba sofocado dentro del PRI. Lo que contaba era la decisión presidencial. La función del PRI ya nunca más será la misma. Hoy el conflicto político-ideológico va a ser público, en el Congreso.

En este nuevo mundo, algunos priístas seguramente optarán por retornar a sus orígenes en la figura del PRD, mientras que otros intentarán construir una nueva organización política capaz de representarlos exitosamente en el 2000. De contar con un liderazgo nuevo, fresco, totalmente independiente del priísmo decadente, el PRI tendría todo un mundo de posibilidades, sobre todo porque confrontaría a una población al menos tan escéptica de la oposición como furiosa con el PRI. Es decir, el PRI perdió una elección muy importante pero no decisiva. La verdadera prueba, la prueba a la que el PRD también apostó en esta ocasión, vendrá en el 2000.

Pero más allá de las posibilidades que tenga el PRI de liberarse de lo que siempre fue (corrupto y autoritario), se encuentra la lucha ideológica que ya se perfila. Las líneas de conflicto son muy obvias, toda vez que no sólo tienen un referente de preferencias partidistas, sino que reflejan la realidad objetiva de los mexicanos. El PRD explotó como base política a los mexicanos que han perdido en esta etapa de transformación económica, a los que han pagado con mayor severidad los costos de la crisis y a los que no ven solución al problema de inseguridad pública. Su éxito habla por sí mismo. Por su parte, ni el PAN ni el PRI entendieron que su base política se encuentra entre quienes se están beneficiando del cambio económico. Por ello, en lugar de apoyarse en la cara del México exitoso que ya está siendo realidad en muchas localidades y que lo podría ser en todas, se dedicaron a hacerse bolas: el PAN por su mesianismo y el PRI por atacar al PAN y querer esgrimir las banderas de Cárdenas, con lo que únicamente logró reforzarlo.

La ironía de todo esto es que el México que puede ser no es una promesa inmersa en una utopía perdida en una ilusión, sino una realidad concreta que empieza a manifestarse en diversas partes del país. Las reformas de los últimos diez o quince años ya están rindiendo frutos en el norte, en el occidente y en el oriente del país. No es casualidad que en esos lugares el voto de castigo haya sido mucho menor. El PAN, cuando todavía tenía brújula, supo sumarse al México del futuro cuando votó activamente por las reformas económicas, a sabiendas de que éstas inevitablemente llevarían a una transformación política, como la que comenzamos a ver estos días. Por su lado, existen priístas que reconocen que su futuro yace en convertirse en el abogado más grande de estas nuevas realidades, en buena medida porque nadie podrá conquistar las mentes y almas del viejo México, que es la base natural del viejo PRI, hoy PRD. El PRI puede ser liberal y popular a una misma vez, pero no si reniega de lo que sus gobiernos han hecho en la última década.

Los resultados electorales también evidencian la total ausencia de liderazgo político. Los partidos y candidatos compitieron por imágenes y no por ideas o programas. Por esa razón, esta elección arrojó un resultado tan poco convincente, en el que ningún partido logró mayoría de nada. Lo que los mexicanos claramente requieren es un debate de ideas, de programas y de oportunidades para el futuro. Nadie como el presidente para forjar un consenso para ese futuro. Nadie como el presidente para asegurar que el proceso de cambio continúe. Pero, como esta elección demostró, eso sólo se puede lograr con el concurso, apoyo y participación de la población. Lo imperativo es forjar ese consenso popular y desarrollar un frente legislativo multipartidista que lo lleve a la práctica.

Por ello, la única coalición legislativa que se puede traducir en triunfos para el México moderno es la que puedan construir el gobierno, lo que quede del PRI y el PAN. Ninguno de ellos tiene la menor posibilidad de salir exitoso del hoyo en que se encuentra sin jugar de compañeros con los otros dos. De esta manera, o juegan juntos o los tres se hunden. Enorme paquete, pero también la única opción.

 

CALMA CHICHA

Luis Rubio

Hoy es el día de la verdad. Al menos de una primera verdad. Para mucha gente el día es trascendental porque está convencida de que el PRI ha monopolizado la política mexicana por décadas valiéndose del fraude electoral. Según este razonamiento, ahora que se han eliminado los sesgos que favorecían al PRI en la legislación y práctica electorales, muchos mexicanos esperan que el PRI pierda y que con ello la democracia comience a funcionar. En realidad, la democracia mexicana apenas está en pañales y esta realidad poco se va a afectar por el resultado de la contienda que hoy tiene lugar. Lo que las elecciones de hoy van a determinar es la urgencia con que nuestra democracia tendrá que madurar.

Sin afán de menospreciar la importancia y trascendencia local de las contiendas electorales a nivel estatal y municipal a lo largo y ancho del país, no es exagerado afirmar que las dos disputas cruciales del día de hoy son la del Distrito Federal y la de la Cámara de Diputados. En ambas instancias, el país enfrenta tanto la mayor oportunidad de avanzar en su proceso de desarrollo político, como el enorme riesgo de iniciar un período de confrontaciones, recriminaciones y disrupción en todos los órdenes.

Si por algo se ha distinguido el período de campañas, con la notable excepción del mini debate entre los candidatos al senado, esto ha sido por la ausencia de debate sobre los problemas nacionales o locales. Los partidos y candidatos se dedicaron casi exclusivamente a descalificarse mutuamente o a desacreditar a los otros en las formas más primitivas posibles. Mostrando un absoluto desprecio por los electores, los partidos y candidatos se dedicaron a ignorar los temas que a éstos les importan, a ser con frecuencia irresponsables y, sobre todo, a jugar con el desarrollo nacional. La guerra de imágenes, insultos, abusos y críticas no tuvo más impacto que el de profundizar el desprecio que los mexicanos de por sí ya teníamos por la política, los políticos y el gobierno.

Las encuestas han sido consistentes en señalar que Cuauhtémoc Cárdenas ganará la primera gubernatura del Distrito Federal y que la mayoría histórica del PRI en el Congreso se encuentra en entredicho. Hoy es el día en que los electores tendremos la oportunidad de confirmar lo que dicen las encuestas o de cambiar esas tendencias. Pero la pregunta importante tiene menos que ver con las encuestas y con la medida en que éstas reflejan el verdadero sentir de la población, que con las posibles consecuencias de los resultados de la elección en estos dos lugares clave.

Por lo que toca al Congreso, todo parece indicar que el PRI no logrará la mayoría absoluta a través de la cláusula de gobernabilidad implícita que está interconstruida en las fórmulas de asignación de diputados plurinominales. En la práctica esto implica que si el PRI no logra rebasar el umbral del 42.2% del voto efectivo, este partido no alcanzará la mayoría absoluta del 50.1% en la Cámara de Diputados. Para el gobierno federal, en las afirmaciones del presidente, es crucial para la llamada gobernabilidad del país el que el PRI logre ese resultado. Con una mayoría absoluta en el congreso, el gobierno tendría mano libre, a la vieja usanza del PRI, para legislar a su gusto y conveniencia, pues presumiblemente los priístas en la Cámara de Diputados seguirían levantando el dedo cada vez que así les fuese requerido. Pero el mundo no va a desaparecer si no logra esa mayoría.

El debate sobre la famosa gobernabilidad es un tanto artificial. Ciertamente para el gobierno sería preferible contar con una mayoría absoluta indisputada. Pero, de acuerdo a las encuestas, el peor escenario para el PRI, el escenario más extremo, llevaría a que este partido acabase con alrededor de 235 a 240 curules. De materializarse este escenario, el PRI no tendría mayoría automática, pero sería el mayor partido de la Cámara con mucho y tendría frente a sí a tres partidos virtualmente incapaces de entenderse entre sí en todo lo que no sea su relación con el PRI y el gobierno. Es decir, el peor escenario para el PRI no sería catastrófico para el país y, en cambio, obligaría a los partidos a comenzar a entenderse entre sí, todavía bajo un amplio dominio del PRI. Este escenario ciertamente no sería ideal para el gobierno, pero estaría lejos de ser algo necesariamente disruptivo.

No se puede decir lo mismo del Distrito Federal. Cuauhtémoc Cárdenas comenzó a descollar en las encuestas desde el mes de abril y su ascenso fue casi ininterrumpido. Mientras mantuvo un discurso lleno de generalidades y lugares comunes, nada ni nadie logró que su ascenso se viera en entredicho. El candidato del PAN intentó desacreditarlo con evidencia de corrupción durante su pasado priísta, pero ni eso logró detener su incontenible avance. Sólo una cosa sumió a Cárdenas en una controversia y fue precisamente cuando abordó, por primera y al parecer última vez, temas de substancia y trascendencia, como fueron las afores. Ahí el candidato del PRD mostró su verdadera cara: su afán por restaurar la vieja coalición priísta y su concepción de la economía. La elección del día de hoy -incluyendo la proporción del voto que logre- va a demostrar si este traspié en la campaña alteró la percepción que la población tiene de Cárdenas y de lo que podría llegar a ser su gestión.

La controversia en que Cárdenas se metió, tuvo el efecto de demostrar que existe un abismo entre la cuidadosa imagen de moderación que su partido y él mismo trataron de construir, y la intolerancia, ignorancia y ausencia de moderación que fue evidenciando a lo largo de la campaña. La exclusión del candidato del PAN del debate demostró su intolerancia; sus opiniones sobre las afores demostraron, al menos, ignorancia; y su actuación, cada vez que se salió del script que le habían construido sus asesores de imagen, demostró un radicalismo trasnochado. De triunfar, como todo parece indicar que será el caso, los defeños muy pronto sabremos cuál es el verdadero Cárdenas.

El triunfo de un partido distinto al PRI en el D.F. va a llevar a complejos acomodos entre el gobierno federal y el de la ciudad, entre los partidos políticos y en la política mexicana en general. Esos acomodos, aunque en ocasiones llegaran a cobrar la forma de conflicto y parálisis, deben ser bienvenidos y vistos como algo necesario e inevitable si el país ha de progresar. Con una buena conducción política, esos conflictos y acomodos se podrían convertir en la base de la edificación de un sistema de pesos y contrapesos que el país tanto requiere.

A final de cuentas, el problema que hoy confrontamos los mexicanos es que el voto que hoy emitamos puede llevar a una catástrofe en el gobierno del país. Este riesgo es excesivo e inaceptable, y no debería existir. Es un riesgo originado en la inexistencia de un estado de derecho, en la falta de un poder judicial independiente y en la ausencia de pesos y contrapesos. El monopolio priísta de décadas impidió que se forjaran este tipo de instituciones, cuya existencia y operación es lo que distingue a los países desarrollados de los tercermundistas como el nuestro. Los riesgos son muy elevados en ambas direcciones: tanto si se fuerza un cambio de golpe como si éste se pospone. Hoy los mexicanos tendremos la oportunidad de decidir, con nuestro voto, qué riesgos estamos dispuestos a correr en este proceso de cambio de un sistema monopólico, que ya no funciona, a uno cuyas incertidumbres pueden ser elevadas en el corto plazo, pero sin las cuales jamás llegaremos a la posibilidad del imperio de la ley. Cuando lo alcancemos, el desarrollo estará a tiro de piedra.

 

LOS RIESGOS DE UNA ELECCION

Luis Rubio

Todas las baterías de la sociedad mexicana están concentradas en la elección del próximo domingo. Pero las expectativas respecto al resultado son muy variadas. Para unos, estas elecciones constituyen la promesa de que México cruzará el umbral de una transformación que sólo puede ser para bien y que ocurrirá sin el menor contratiempo. Para otros, las elecciones constituyen una enorme amenaza: la posibilidad de que todo lo bueno que se ha venido construyendo a lo largo de la última década se venga abajo. El problema no radica en lo acertado o incorrecto de estas predicciones, sino en que el riesgo de cambio exista y sea tan elevado para todos los mexicanos. Al no existir un marco institucional para que el proceso de cambio que la población parece demandar sea pacífico y predecible, las actitudes extremas del todo o nada son las que florecen. En este ambiente lo único que prospera es la polarización, misma que ya estamos observando.

Nadie puede albergar duda alguna de que la sociedad mexicana se ha venido polarizando. La polarización que caracterizó a la escena política de los setenta parece volver a aparecer, aunque con características y, sobre todo, orígenes muy distintos. En los setenta, el gobierno promovía la polarización como mecanismo de control político. El discurso extremista, la confrontación de clases, la animadversión como estrategia, eran todos instrumentos de la acción política gubernamental. En la actualidad, la polarización no tiene que ver con la acción propiamente dicha del gobierno, sino con la competencia partidista en un ambiente electoral inusitado, precedido por cambios importantes en la estructura de la economía mexicana.

Si bien es dudoso que la distribución del ingreso en los últimos años se haya deteriorado en forma tan extrema como muchos afirman, no hay la menor duda de que la clase media, la que emergió en el transcurso de las últimas tres o cuatro décadas, se ha empobrecido de una manera extraordinariamente preocupante. A esto se debe sumar el hecho de que conviven hoy en día dos economías muy distintas, una que crece a la velocidad del sonido -y que ofrece un maravilloso potencial para el futuro- y la otra que agoniza en la medida en que no encuentra razones o posibilidades para seguir adelante ante la propia incapacidad e incompetencia de sus empresarios y ante los bajísimos niveles de consumo, sobre todo en el centro y sur del país. Estas dos circunstancias, es decir, el deterioro de las clases medias y la dualidad de la estructura económica, explican buena parte de la polarización política que experimentamos.

Los partidos políticos y sus candidatos reflejan, nítidamente, la cambiante realidad del país. El PRD ha sabido explotar con brillantez y audacia los sentimientos, miedos, angustias y realidades concretas de los perdedores en esta época de cambios deshumanizados, así como el encono social ante la impunidad de los servidores públicos cuando abusan de sus facultades. Por su parte, el PAN, que fue quizá el primer partido en comprender la enorme dimensión de los cambios que sobrecogían al país cuando decidió cooperar con el gobierno de Salinas en la transformación gradual de la economía mexicana a través de su voto en el Congreso, se ha rezagado, al punto de quedarse convertido en el agrio defensor del status quo, en lugar de encabezar la vanguardia lúcida y propositiva de un nuevo orden democrático, capitalista y liberal. Todo parece indicar que su expectativa de cosechar el voto de enojo, el voto de protesta, por el hecho de ser percibido como una oposición más sensata y menos radical que el PRD, se vió frenada por la exitosa estrategia de este último partido de capitalizar sobre la incompetencia del PRI y la flojera del PAN. Por su parte, el PRI de Roque Villanueva se ha dedicado a intentar contener al PRD, en lugar de abogar por los logros -y, sobre todo, posibilidades- de las vitales reformas que ha promovido su partido a lo largo de los últimos quince años. El PRI, se ha quedado atorado entre un gobierno que no promueve sus objetivos, aunque tiene visión y claridad de rumbo a seguir, y un partido que añora el pasado. El único partido con brújula acaba siendo el PRD. Independientemente de si este partido se ha reformado como presumen sus líderes o si sigue siendo populista al estilo del viejo (¿y futuro?) PRI, nadie puede culparlo de su éxito.

Los cambios económicos son sumamente profundos y desquiciantes. Esas transformaciones están ocasionando, como nunca antes, ganadores y perdedores por doquier. Los que perciben un futuro promisorio están convencidos de las bondades del cambio económico que experimenta el país y se sienten profundamente amenazados por la posibilidad de que se cierren las oportunidades que tienen hacia adelante. Cuauhtémoc Cárdenas y el PRD pueden estar representando muy bien a su base política cuando afirman, sólo para ejemplificar, que es necesario renegociar el TLC; pero para esta parte pujante y puntera de la sociedad mexicana, que probablemente ya representa a cuatro o cinco millones de trabajadores (o sea, el 25% de la fuerza de trabajo en general y algo así como al 40%, si se excluyen los trabajadores del campo), lo que dice el PRD le causa pavor. Las reformas económicas, el TLC con Estados Unidos y el sinnúmero de acuerdos comerciales con otros países han abierto oportunidades nunca antes soñadas que constituyen la mayor promesa de empleo productivo y crecimiento económico para el futuro. Esta parte del electorado está convencida de que el camino adoptado debe no sólo continuarse sino acelerarse y de que cualquier retroceso sería catastrófico. Ahí se encuentra la base natural tanto del PRI como del PAN, si se pusieran a trabajar.

Por su parte, la otra porción del electorado, la que ha captado el PRD, ve al futuro con enorme preocupación. Para este grupo, perseverar en el camino de las reformas a la economía es equivalente a seguir profundizando en las causas de su pauperización, de su pobreza y de su desempleo. Esta porción del electorado, mucho del cual no cuenta con las capacidades mínimas -educativas, de salud, etc.- para hacerla en una economía moderna, percibe que proseguir con los cambios y transformaciones de la economía equivale a condenarla a un futuro cada vez peor. Cuauhtémoc Cárdenas y el PRD representan la oportunidad de frenar y revertir el proceso y con ello, supuestamente, retornar al paraíso idílico del mundo del pasado (que, por supuesto, nunca existió). Nadie, por parte del gobierno, del PRI o del PAN, les ha ofrecido alguna posibilidad -política o programática- de revertir las tendencias que los agobian.

La confrontación que hemos observado entre banqueros y perredistas es tan solo una muestra de la polarización política que podría explotar a partir de la semana próxima. El problema es que no existe mecanismo alguno de intermediación en la sociedad que impida que esta polarización se convierta en el comienzo de una confrontación de otras magnitudes. La agenda de reforma política que había propuesto el gobierno federal al principio de este sexenio, incluía temas que trascendían con mucho al ámbito (e intereses) de los partidos políticos y se refería directamente a temas de preocupación -o a la solución de temas de preocupación- de los ciudadanos comunes y corrientes, como el estado de derecho, un poder judicial eficiente e independiente y una prensa también independiente. De haberse proseguido con la conformación de esos mecanismos, la confrontación actual habría sido mucho menor, toda vez que se habría progresado en la creación de medios para avanzar y proteger los intereses de cada persona, empresa y grupo al margen de la política.

Pero todavía no es tarde. Más allá del resultado mismo de la elección del próximo domingo, la clave del futuro va a residir en la postura que adopte el presidente de la República. Sea que el PRI pierda sólo el Distrito Federal o también la mayoría absoluta en el Congreso, la disposición a colaborar que el presidente muestre con los partidos que representarán, de una manera o de otra, a casi sesenta por ciento de los mexicanos, será determinante en lo que ocurra en los próximos años. El presidente podría optar por convocar al PAN y al PRD a sumarse en un esfuerzo por construir el país del futuro, o bien, podría optar por confrontarlos. Por el primer camino generaría la base de confianza que sería crucial para seguir adelante. Por el segundo profundizaría el clima de encono y polarización, además de que, en el plano de lo pragmático, induciría una alianza entre el PAN y el PRD en el Congreso.

Como están las cosas, los mexicanos estamos totalmente indefensos frente a los abusos de los gobernantes (de cualquier partido). En este sentido, el riesgo de esta elección es enorme no para la política económica en particular pues, por mucho que se hable a favor o en contra, no está en la picota por el momento. El riesgo es enorme porque todo puede cambiar de la noche a la mañana con el cambio de gobierno. En estas circunstancias, la incertidumbre es extrema y lo va a seguir siendo en cada elección mientras no se disminuya el poder -a través de pesos y contrapesos efectivos y representativos- de quien resulte ganador. Estas elecciones no van a cambiar al gobierno, pero la incertidumbre y confrontación que han desatado sugiere que, de no cambiarse nada, las próximas van a estar de comerse las uñas y jalarse los pelos, todo al mismo tiempo.

 

LECCIONES DE LA POLITICA EUROPEA

Luis Rubio

Es demasiado aventurado afirmar que los electores alrededor del mundo están rechazando un modelo económico específico. La evidencia parece indicar algo muy distinto: los electores parecen estar cada vez más di cualquier persona razonable hubiese hecho: en ausencia de claridad sobre un camino promisorio -como el que Margaret Thatcher le imprimió a Inglaterra- ¿por qué tolerar a un gobierno que lo único que hacía era causar dolor? Cuando John Major ganó su primera elección después de Margaret Thatcher, los electores británicos, que no son mejores ni peores que los franceses, votaron por el proyecto que les ofrecía un futuro cierto; Jacques Chirac fue repudiado porque ofrecía exactamente lo contrario.

Los resultados electorales en Irlanda, donde la oposición de derecha expulsó al gobierno de izquierda, demuestra que la inclinación de los electores no es fundamentalmente ideológica, sino pragmática. Los votantes en Irlanda, como sus contrapartes inglesas y francesas, respondieron a los incentivos que tenían frente a ellos y actuaron en consecuencia. Algo similar ocurrió en Canadá donde, si bien el gobierno de Jean Chretien ??? no fue removido, la estructura de los partidos políticos cambió de manera absoluta. Con esta elección, Canadá se quedó sin partidos nacionales, pues cada región y provincia optó por una alternativa local, lo que en buena manera implica lo mismo que en Europa: el gobierno en funciones fue rechazado, aún cuando no removido.

Los resultados electorales de Inglaterra y Francia son muy poderosos precisamente porque reflejan dos maneras muy distintas de ver al mundo. Ambas naciones, mucho más que Irlanda y Canadá, constituyen modelos de desarrollo contrastantes, lo que entraña lecciones importantes para el resto del mundo. En Inglaterra hay un país que, luego de décadas de estancamiento y retroceso, ha confrontado exitosamente el reto de la globalización y ha reformado su economía de una manera impresionante. Tan impresionante, que el Partido Laborista sólo pudo recobrar el liderazgo político cuando aceptó que el paradigma de una economía abierta y competititva era la única opción a estas alturas del siglo XX. La lección no estriba en que los electores se hayan deshecho del Partido Conservador, sino en que el Partido Laborista adoptara prácticamente todos los principios del partido sobre el que triunfó, a la vez que ofreció caras nuevas.

El caso de Francia es muy distinto. Los franceses, de todos los partidos, no han querido reconocer que confrontan un serio problema de adaptación al mundo moderno. Su economía refleja los éxitos de la época de la postguerra y no la anticipación de un mundo nuevo en el que puedan resultar victoriosos. De ahí que sean tan defensivos en la apertura a la competencia internacional (son especialistas en imponer barreras no arancelarias al comercio) y que rechacen cualquier cambio en el status quo político (lo que les lleva, por ejemplo, a privatizar empresas, pero siempre y cuando éstas queden bajo control de personas que piensen y garanticen que las van a administrar exactamente igual y con los mismos objetivos que el gobierno). Es decir, los franceses han adoptado algunas de las normas que Margaret Thatcher popularizó, sin cambiar la realidad. Para los franceses -de los dos partidos importantes- cualquier alteración del status quo implica incorporar injusticia social. Que le pregunten al enorme número de desempleados, que con el sistema actual han logrado generar, que es lo verdaderamente injusto.

La realidad es que ningún gobierno que pretenda triunfar, al margen de sus preferencias ideológicas o políticas, puede ignorar la realidad de la economía global hacia fines de siglo. El orbe ha cambiado y esto implica que todo mundo tiene que adaptarse. Nadie puede sustraerse a esta realidad, como han pretendido hacer los franceses en su última elección. Pero la realidad es que los franceses votaron como lo hicieron porque los líderes partidistas no tuvieron la capacidad de plantear el dilema que ese país enfrenta -y las posibles soluciones- de una manera clara y transparente. Ante esa ausencia, los electores hicieron lo lógico: despedir a un gobierno incompetente, aunque el que lo substituye pudiese ser igual. ¿Habrá en esto alguna lección para nosotros?

El caso más patente de esta nueva realidad es sin duda Inglaterra. Desde hace varios años, Inglaterra se convirtió en el país más exitoso de Europa. Con una inflación muy baja, elevadas tasas de crecimiento y un nivel de desempleo decreciente (e infinitamente menor al de Francia o Alemania), los ingleses casi eliminaron al Partido Conservador del Parlamento. Claramente, la situación económica no fue la razón del castigo. Hace cuatro años, contra toda expectativa (y las respectivas encuestas), John Major logró reelegirse como primer ministro, a pesar de que la economía no evidenciaba un desempeño tan extraordinario como el actual. La diferencia entre ese entonces y ahora radica en que el Partido Laborista decidió convertirse en un clon virtual del Partido Conservador. En el momento en que los electores acabaron por reconocer que la conversión de los laboristas era verdadera y de que un gobierno de ese partido no alteraría nada significativo del programa económico iniciado por Margaret Thatcher dos décadas atrás, decidieron deshacerse de los conservadores. Los ingleses encontraron en Tony Blair, el nuevo primer ministro, un vehículo aceptable para quitarse de encima a un gobierno que, aunque exitoso en alcanzar una situación económica extraordinaria, era detestado por la población principalmente por su arrogancia.

Si en Inglaterra triunfó la confianza de que el nuevo gobierno no cambiaría nada, en Francia los electores optaron por exactamente lo mismo. Los franceses habían venido sufriendo de un gobierno sin brújula que a lo único a lo que se dedicó desde que llegó fue a recortar el presupuesto -y, con ello, afectar un sinnúmero de intereses- sin ofrecer ninguna solución a los problemas centrales de su país, que son el desempleo y el estancamiento económico. El nuevo gobierno de Lionel Jospin no promete nada extraordinario, lo que evidentemente no los llevará a solucionar sus problemas, pero al menos no continuará con los recortes presupuestales.

 

EL MALVADO NEOLIBERQALISMO

EL MALVADO NEOLIBERQALISMO

Hoy en día nadie puede ignorar algunos hechos incontrovertibles: la economía del mundo, y, por ende, la de cada uno de los países, se ha transformado de una manera dramática; el comercio internacional es hoy, para todas las naciones, el principal motor del crecimiento; y los consumidores son cada vez más demandantes, sofisticados y capaces de alterar patrones de producción en formas que hubiesen sido inconcebibles hace algunos años. Es decir, el mundo ha cambiado y ya no es posible que un país, sobre todo uno relativamente pequeño, pretenda lograr tasas elevadas de crecimiento al margen del resto del mundo.

Si bien no hay mayores disputas sobre lo que ocurre en el resto del mundo, las disputas son reales en el nivel de lo concreto y específico. La razón de ello es muy simple: la realidad objetiva de una enorme porción de la población del país es mucho más precaria de lo que era apenas hace unos cuantos años. Si bien el país ha logrado éxitos notables en el ámbito del comercio exterior y en que se haya formado un conjunto de empresas en todo el país, pero sobre todo en el norte, capaces de competir con las mejores del mundo indica que el programa económico está comenzando a lograr su cometido. Pero el hecho de que haya éxitos en un rubro nada tiene que ver con la creciente pobreza -relativa y absoluta- de la población que no tiene la menor capacidad de competir en este mundo tan cambiante. Natural y lógicamente, ese fracaso de la política gubernamental es un flanco abierto para que lo exploten los partidos que hoy están en la oposición.

La crítica a la política económica, al famoso neoliberalismo, sigue líneas ideológicas más que una evaluación analítica. Por más que los candidatos y sus secuaces griten o pataleen, no hay opciones a las líneas generales de la política económica. Por más que un candidato pretenda convencer que la panacea está a la vuelta de la esquina, sus planteamientos son falaces. En esto tiene razón la propaganda del PRI que critica las soluciones fáciles como por arte de magia. Pero eso no niega que el PRI lleva quince años instrumentando una política económica que no ha sido suficiente -y en muchos casos adecuada- para comenzar a revertir la pobreza, el desempleo y la incapacidad -por cualquier razón- de la planta productiva tradicional por modernizarse.

Luis Rubio

Todo mundo sabe que la economía mundial ha cambiado en forma brutal a lo largo de los últimos veinticinco años y que no hay forma de lograr tasas de crecimiento económico elevadas sin reconocer este hecho incontrovertible. La interrogante no es si podemos o debemos adecuarnos a las nuevas circunstancias, sino cuál es la mejor manera de lograrlo. No tenemos opción alguna respecto a lo que hay que hacer: incorporarnos a la economía internacional de una manera integral y decidida. Pero no todos los países han seguido el mismo camino para alcanzar ese objetivo. Claramente, el nuestro no ha sido particularmente exitoso en su cometido.

Este es el punto crucial: por quince años, el gobierno mexicano ha intentado, con mayor o menor convicción, enfrentar el ineludible dilema de cómo lograr elevadas tasas de crecimiento económico. Para ello recurrió, con mucha renuencia al principio y mayor convicción después, a un conjunto de medidas económicas orientadas a reconocer el hecho de que el mundo se había transformado. La apertura a las importaciones, por ejemplo, no fue un mero capricho tecnocrático como muchos empresarios suponen, sino un mecanismo a través del cual se buscaba forzar a la planta industrial a modernizarse y a convertir al país en su conjunto en una plataforma de desarrollo de largo plazo. Las privatizaciones y las modificaciones a diversas regulaciones complementaban el proceso al liberalizar fuerzas y recursos, que antes monopolizaba el gobierno, en aras de facilitar la actividad empresarial y, con ello, generar más inversión, mayores fuentes de empleo y, en conjunto, una tasa de crecimiento incremental.

El objetivo gubernamental era encomiable, apropiado y necesario. México no podía entonces, como no puede ahora, pretender lograr elevadas tasas de crecimiento económico sin llevar a cabo profundas transformaciones en las estructuras internas del país. Los tres gobiernos a partir de 1982 se han enfocado a realizar algunas de esas transformaciones. Pero, por más que a los gobernantes les encante presumir sus logros, el hecho es que la estrategia de estos últimos tres gobiernos no ha rendido los frutos deseados. Lo que no es obvio es que el malo de la película sea el esquema conceptual que se adoptó -aqui y en China- para alcanzar el objetivo de crecimiento.

Está de moda atribuirle todos los males del país a una trivialización que se ha hecho de ese esquema de política económica y que se ha popularizado bajo el aberrante nombre de neoliberalismo. No importa si la comida salió mal o si hubo un accidente en la esquina. Seguro el culpable fue eso que todo mundo ataca, pero que nadie define, llamado neoliberalismo. Mucho más sugerente es el hecho de que nadie ofrece alternativa alguna a una política económica que persigue, con mayor o menor éxito, el único objetivo que es razonable en esta época: hacer frente a los profundos cambios que han estado teniendo lugar en la economía internacional para lograr elevadas tasas de crecimiento económico. El problema de fondo no está en esa masa amorfa que se ha popularizado bajo el encabezado de neoliberalismo, sino en que no hay muchas opciones para el desarrollo económico. Lo que sí hay es mejores maneras de hacer las cosas.

 

 

 

EL CONFLICTO QUE VIENE – IZQUIERDA VS DERECHA

EL CONFLICTO QUE VIENE – IZQUIERDA VS DERECHA

Los resultados de la elección del seis de julio van a ser determinantes para el devenir de dicha disputa ideológica. Si bien el PRD ha intentado moderar su lenguaje, le es imposible ocultar sus preferencias y tendencias. Por su parte, el PAN ha sido totalmente incapaz de comprender la coyuntura histórica en que está metido, lo que le ha llevado a una defensa innecesaria y vergonzante del apoyo estratégico que prestó, en momentos clave, a las reformas emprendidas en el sexenio pasado, en lugar de presentarse como la única opción política capaz de liderear al país en un mundo crecientemente integrado y ante contrincantes políticos cuya retórica solo logrará rezagarnos aun más del mundo en que vivimos. El PAN ha dejado morir una oportunidad tras otra.

Pero el partido más cambiante en estos tiempos es sin duda el PRI. El ascenso de Roque Villanueva al liderazgo de ese partido ha generado consecuencias trascendentales. Por un lado ha logrado ? a los priístas, terminando -u ocultando- las disputas entre las diversas facciones y el gobierno que plagaron los dos primeros años de este régimen. No es casual que las encuestas reflejen un PRI más unido, con menos disputas intestinas y con mayor disposición a actuar en concierto. Pero la segunda consecuencia del reino de Roque Villanueva es que el PRI se aleja cada vez más del proyecto que sostiene el presidente Zedillo, lo que anticipa un primer conflicto de altos vuelos para los próximos tres años e, inevitablemente, para la sucesión presidencial.

Roque Villanueva dio el golpe de timón que tantos le exigían al presidente y, aunque su impacto no va a ser inmediato, el efecto va a ser igual de trascendental. Roque representa al ala cardenista del viejo PRI y su estrategia está diseñada para competir contra el heredero personal de ese legado. Su lucha, ahora en el contexto no del PRI sino del sistema político en su conjunto, va a ser la de la izquierda contra la derecha: la reforma contra la reacción, el futuro contra el pasado, la integración al mundo, con sus ventajas y consecuencias contra el aislamiento. Lo trágico es que se trata de una lucha que no sólo concierne a grupos o facciones; es una lucha popular, toda vez que los mexicanos no tienen ni la menor idea de hacia donde va el gobierno en la actualidad. Mejor asirse de un pasado imposible que buscar un futuro desconocido, hacia el que nos lleva un gobierno incapaz de promover su propia causa y minado por sus propias huestes.

En este contexto, es de anticiparse que estallen dos conflictos de concretarse el escenario que parece más probable en las próximas elecciones: el PRI en control del congreso y el PRD en control del DF. El primer conflicto será de orden puramente ideológico. El PRD y su socio, en la figura de Roque Villanueva, tomarán y competirán por el liderazgo de la izquierda ideológica y el legado cardenista, prometiendo cuanto resulte necesario (y más), sin importar su viabilidad, su factibilidad o sus consecuencias, hasta la redención. El segundo conflicto, muy cercano al primero, será el de la sucesión presidencial dentro del PRI. Bajo la premisa de que el PRD gane el DF, la batalla por la sucesión dentro del PRI estallará a partir del siete de julio próximo y tendrá una dinámica totalmente novedosa, toda vez que el presidente será un actor dentro del proceso, pero ciertamente ya no el centro del mismo.

Luis Rubio

La guerra que con frecuencia parece sobrecoger a los partidos, a los políticos del

PRI y a los llamados tecnócratas esconde un conflicto mucho mayor -y con consecuencias mucho más trascendentales- de lo que parecería a primera vista. Los partidos se enfrentan con fórmulas preestablecidas, con una lucha de imágenes que no busca diferenciarlos, sino hacerlos más atractivos a los ojos de un electorado pasivo, y con un lenguaje golpeado, en ocasiones primitivo, que, a final de cuentas, oculta más de lo que revela. Con la aislada figura del presidente, ningún partido se atreve a definirse respecto a los enormes desafíos que enfrenta el país. Sin embargo, detrás de la retórica comienza a asomar un conflicto ideológico que probablemente va a transformar a la política en los meses y años por venir.

Las campañas electorales que dominan los espacios políticos y las imágenes televisivas comienzan a apuntar en una dirección muy distinta a la que ha caracterizado a la política mexicana por décadas. Las campañas electorales se han especializado y sofisticado al punto en que la batalla de las imágenes es verdaderamente impresionante. La mercadotecnia electoral ha impactado a la niñez, tanto como a los electores mismos. En este mundo de competencia publicitaria, en países con bajo nivel educativo promedio, como el nuestro, poco importa la veracidad de la propaganda o la solidez de las propuestas programáticas. Lo relevante es ganar las emociones de los electores. Esto lo han comprendido los tres partidos políticos más grandes y así lo revelan las actitudes y opiniones de la población.

Pero la lucha por las imágenes oculta la profunda transformación que está teniendo lugar en la política mexicana. Hasta hace muy pocos años, prácticamente toda la política relevante ocurría dentro del PRI. La razón de esto es histórica y se encuentra más allá de cualquier disputa. Los priístas competían arduamente por la sucesión presidencial de una manera permanente e ilimitada, pero siempre bajo la tutela y mando del presidente en turno. La dinámica de la disputa por la sucesión tendía a definir las líneas ideológicas del régimen y, al mismo tiempo, a imponer límites a su actuar. La lucha ideológica y de entre las diversas facciones del partido, concepciones del mundo, en particular la cardenista y la callista y eventualmente alemanista, se mantenía, acotaba y ventilaba dentro del partido. Cuando había un ganador, todos se alineaban a éste sin más.

 

EXISTE UN MODELO ECONOMICO ALTERNATIVO

Luis Rubio

Si un marciano llegara a México, se encontraría con tres afirmaciones absolutas y contradictorias entre sí sobre lo que ocurre en nuestra economía. Y no es para menos: las campañas electorales parecen provocarle a los políticos el empleo de los recursos mas primitivos con que cuentan. Por una parte se encuentra la contundencia gubernamental al declarar que la economía va viento en popa y que, en todo caso, no hay alternativa al modelo económico actual. Por otra parte, también se encuentra el interminable flujo de afirmaciones, igual de contundentes, por parte de los partidos de oposición en las que se culpa de todo a la política económica, pero fuera de decir que es inhumana y evidenciar lo obvio -que no todos los mexicanos se están beneficiando de ella- éstas no tienen nada que aportar a una mejoría de la economía. Finalmente se encuentra el alter ego del gobierno en la figura de Roque Villanueva. Para la cabeza del PRI, en abierta contradicción con el presidente que llegó al poder a través de su partido y del que ahora ya ningún priísta duda de sus lealtades, todo en la economía está mal, pero eso no es grave, dice él, pues es culpa del expresidente Salinas que, a final de cuentas, era del PAN.

Para quienes esto importa, para los mexicanos comunes y corrientes, la economía no va viento en popa ni tampoco cuentan con los medios humanos y materiales para beneficiarse de las oportunidades que efectivamente sí está creando la política económica gubernamental. Esta contradicción es una que parece imperceptible para los políticos en campaña, cuyo único interés es descontar a su oposición respectiva, en lugar de encontrar una solución efectiva a los problemas que -nadie puede ignorar- afectan a la abrumadora mayoría de los mexicanos en su vida cotidiana.

Cualquiera que observe la realidad internacional y que evalúe objetivamente los dilemas que enfrenta una sociedad tras otra -desde Tony Blair en Inglaterra hasta Eduardo Frey en Chile y Fernando H. Cardoso en Brasil, pasando por Boris Yeltsin en Rusia y Jiang Zemin en China- no podrá más que reconocer que, por convicción o resignación, todos los países del mundo -con la triste y notable ausencia de Corea del Norte, que prefiere la hambruna al desarrollo- se han ido ajustando a la realidad de una economía internacional que lo domina todo e, incrementalmente, lo impone todo. En este sentido, es obvio que no hay alternativa al marco general de política económica que promueve el gobierno, pues cualquier otro nos alejaría todavía más de la posibilidad de lograr que, algún día, la economía mexicana alcance índices de crecimiento suficientes para beneficiar a todos los mexicanos. Pero lo anterior no implica que la política económica esté siendo tan exitosa como el gobierno afirma, o que no exista una enorme diversidad de políticas complementarias que podrían acelerar el éxito de la misma en lograr lo único que cuenta: elevar el nivel y calidad de vida de toda la población.

Parte del abismo que separa a las tajantes afirmaciones de nuestros diversos próceres políticos reside en algo que ninguno realmente enfatiza: el objetivo de cualquier política económica no consiste en lograr índices más bajos en ciertos indicadores de esto o porcentajes más elevados en aquello otro. En todo caso, los números que resumen la situación de la economía no son más que indicadores estadísticos que reflejan promedios de enormes agregados. Lo que el gobierno haga en materia de políticas públicas y del manejo macroeconómico general no es más que un conjunto de medios para lograr objetivos trascendentes para la vida de la población. En última instancia, lo que cuenta no es si exportamos más o menos o si la tasa de crecimiento es más alta o más baja, sino cómo viven las familias mexicanas. Es razonable suponer que si se exporta más y si la economía crece más, habrá mejores oportunidades para los mexicanos. Sin embargo, el hecho es que ambos indicadores difícilmente podrían ser más exitosos y, sin embargo, la abrumadora mayoría de los mexicanos sigue empeorando en su realidad objetiva, medida en términos de empleo, igualdad de acceso a las oportunidades, ingreso disponible y capacidad de compra.

Midiendo el éxito de la política económica con este rasero, las afirmaciones gubernamentales son, en el más generoso de los casos, extraordinarias exageraciones. La mejoría que se observa en los indicadores macroeconómicos es real, aunque es cada vez más extendida la percepción popular de que se trata de un mero engaño por parte del gobierno. Lo que pasa es que la mejoría de la economía se observa casi exclusivamente en las empresas y regiones que exportan cada vez más (esto se observa más en el norte, en occidente y en la península de Yucatán y menos en el centro geográfico del país y en el sur). Al recorrer el país lo que es evidente es que la economía no progresa en forma uniforme. También es igualmente cierto que, entre las empresas que prosperan con rapidez, el dinamismo es imponente. Esto es cierto en empresas chicas y grandes, mexicanas y extranjeras. La mejoría económica es una realidad, pero los beneficiarios no son muchos.

Lo que nadie puede negar es que la incapacidad del gobierno para convencer a la población de las virtudes de la política económica, aunada al enorme éxito de los partidos de oposición por restarle credibilidad, han hecho extraordinariamente impopular a la política gubernamental en materia económica. El que la situación mejore en el largo plazo es algo irrelevante para una familia que tiene cada vez menos empleos seguros y un ingreso disponible siempre decreciente. En este contexto, no sólo es paradójico que el gobierno y el PRI, ahora en su nueva etapa de identificación plena, tomen posturas tan contradictorias respecto a la política económica sino, sobre todo, que no es fácil explicar cómo es que el gobierno espera que la población vote por su partido cuando se le está advirtiendo que no modificará la política a la que una enorme proporción de los mexicanos culpa de todos los males.

La verdad es que ni el PAN ni el PRD, ni los priístas disidentes, tienen una alternativa a la política económica actual, pero todos reflejan una realidad que sólo el gobierno se empeña en negar. La realidad es que la mayoría de los mexicanos, en sus circunstancias actuales, no tiene ni la menor posibilidad de incorporarse a la economía moderna, que es la única que en el futuro va a crear los empleos y los ingresos que le permitan salir del hoyo negro. Esta ceguera gubernamental impide avanzar el tipo de iniciativas complementarias a la política macroeconómica que podrían favorecer una salida exitosa para un cada vez mayor número de personas y familias. La educación sigue siendo de ínfima calidad. Es increíble que se den tantos casos de éxito empresarial dado el patético estado de la infraestructura del país. La creación de una industria de proveedores de que tanto se ha hablado sigue siendo un sueño. La burocracia sigue siendo tan intransigente y corta de visión, que favorece que sea más fácil importar partes y componentes antes que encontrar un proveedor nacional capaz de lograr los precios y calidad requeridos.

La esencia del problema no radica en que falte una u otra política específica, sino que el propósito de la política económica parece limitarse a arrojar estadísticas de las cuales un burócrata pueda sentirse orgulloso, pero que no significan nada para quien debiera ser el objetivo y beneficiario último de la política económica: el mexicano de carne y hueso. El gobierno tiene suerte de tener una oposición tan pobre, pues si la tuviera fuerte y propositiva ya no estaría a carg

LA POLITICA ECONOMICA DE LA IZQUIERDA

Luis Rubio

El primer acto de gobierno del nuevo régimen inglés fue el de conferirle plena independencia al banco central, algo que la izquierda siempre ha visto como inaceptable en todo el mundo. En este sentido, el triunfo del Partido Laborista en Inglaterra -el partido de izquierda en ese país- promete avanzar todavía más la política económica de apertura y reforma que había iniciado años antes la primera ministra Margaret Thatcher. Esta ironía no es producto de la casualidad. El mundo está cambiando a tal velocidad que ningún partido político puede sustraerse de esta realidad. Si la política económica va a seguir el mismo rumbo que la del Partido Conservador que perdió las elecciones luego de dieciocho años en el poder, lo interesante será observar las diferencias.

El primer paso que dio el nuevo gobierno de Tony Blair fue fascinante no sólo por su audacia, sino sobre todo por la claridad de rumbo que demostró. En un solo golpe, el nuevo gobierno se ganó el respeto de los agentes económicos, sobre todo del sector financiero, y demostró no tener la menor intención de echar para atrás los avances logrados en casi dos décadas de profundas reformas económicas. No sólo no adoptó ninguna de las políticas que algunas izquierdas en el mundo -como la nuestra- siguen proponiendo, sino que mandó una clarísima señal de que el rumbo va a seguir siendo exactamente el mismo. En esto, el gobierno de Tony Blair demuestra que no hay muchas opciones en este mundo de globalización: o la economía compite o se desquicia.

La tradición histórica del Partido Laborista, sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial, fue la de un partido dedicado a expropiar grandes consorcios industriales y a fortalecer la postura del gobierno como el organizador y planeador de la economía y, en general, de la sociedad. Por décadas, un régimen tras otro fue incrementando los activos económicos en manos del gobierno. Un sinnúmero de sectores cayeron bajo la égida gubernamental, además de que, a través de los sindicatos que constituían la espina dorsal del partido, el gobierno tenía una enorme influencia sobre el devenir económico. Los pobres resultados de aquella estrategia muestran cómo fue cambiando el mundo y, sobre todo, cómo la inflexibilidad que le acompañaba era tal, que Inglaterra fue incapaz de evitar un gran colapso. La economía inglesa logró un gran repunte en la primera década de la postguerra, pero luego comenzó una caída gradual, pero constante. Los índices de inversión declinaron en forma sistemática y, eventualmente, la economía inglesa entró en un círculo vicioso de relativo empobrecimiento. Los ingleses no tardaron mucho tiempo en darle nombre a su situación: le llamaban la enfermedad británica.

A finales de los setenta los electores decidieron que habían tenido suficiente del experimento laborista y eligieron a la que acabó siendo conocida como la Dama de Hierro. Margaret Thatcher fue la primera cabeza de gobierno en la época de la postguerra en abogar por un cambio radical. Sus predecesores del propio Partido Conservador, en esa época habían intentado contener los excesos de los gobiernos laboristas, pero ninguno había propuesto un cambio de estrategia. Thatcher comienza por negarse terminantemente a ceder ante una huelga de mineros, con lo que mandó una señal contundente de que daría un cambio radical en la política económica. Con ese acto comenzarían diez años de reformas que, en cierta forma, inaugurarían una nueva tendencia en todo el mundo. Thatcher privatizó todo lo que pudo, reorganizó la economía, redujo los impuestos y logró que la economía inglesa fuese la de mayor crecimiento de toda Europa en la última década. Todo comenzó con una señal clara y contundente que indicaba que ella cambiaría el rumbo en forma definitiva.

La decisión de Tony Blair de transferir plena autoridad al Banco de Inglaterra para administrar la política monetaria constituye una señal igual de contundente, pero en sentido inverso. El objetivo de Blair fue el demostrar que no piensa cambiar nada de lo esencial en la política económica y que seguirá avanzando el proceso de reforma de la economía para sostener a Inglaterra como uno de los países punteros del mundo. Este tipo de señal era crucial para que el Partido Laborista lograse el respeto y reconocimiento por parte de los agentes económicos de que no iba a echar para atrás todo lo que ya se había avanzado, y que no se volvería a pagar otro enorme costo social por cambiar lo que no debe ser alterado. Igual de importante era enviar una señal a las viejas bases del Partido Laborista, para que supieran que el viejo sindicalismo está muerto y no tiene la menor posibilidad de retornar. Blair demostró no sólo comprender la lógica de los mercados, sino también tener plena claridad del único rumbo que es posible seguir.

Durante su campaña electoral, Blair sostuvo una y otra vez que continuaría el rumbo iniciado por Margaret Thatcher y seguido por John Major, pero que lo haría mejor y con un mayor sentido humano. Jamás sugirió que tomaría una decisión tan trascendente como la del Banco de Inglaterra. Pero comprendía perfectamente bien que la gran duda que había sobre él y su partido tenía que ver con el pasado: ¿se trata de un nuevo Partido Laborista o de la vieja gata, pero ahora revolcada? En retrospectiva, es obvio que, al ganar, Blair sabía que tenía que dar un mensaje claro y contundente para convencer hasta a los más escépticos. Es en este sentido que su sorpresiva acción fue tanto más trascendente.

En lo sucesivo Blair tendrá que poder demostrar que él y su partido pueden ser igual de audaces y capaces de sostener el paso de reforma, pero, en sus palabras, con un sentido humano. Va a ser interesante observar cómo este partido sopesa de una manera distinta valores con los que juegan los gobiernos todos los días, como los de equidad y libertad, acceso y libertad de expresión, que se reflejan en sus decisiones cotidianas. Por ejemplo, un gobierno de izquierda puede ser igual de privatizador que uno de derecha, pero uno supondría que al de izquierda le preocuparía menos el precio de venta de una empresa que la manera en que se estructura la relación laboral o la composición del accionariado (sobre todo para dar acceso a muchísima más gente a la propiedad). El tiempo dirá si existen tales diferencias.

Para nosotros el mensaje del triunfo laborista difícilmente podría ser más obvio. En esta etapa de la economía mundial no hay mayor latitud respecto a las grandes líneas de la estrategia de desarrollo que puede adoptar un país, razón por la cual virtualmente no hay nación en el mundo que vaya en una dirección distinta. Ya ni Vietnam o Cuba son excepciones a esta realidad. Lo que en México no tenemos es partidos dispuestos a abogar por una profundización y avance rápido de la transformación económica. El PRI ha adoptado una estrategia de retroceso que, además, choca con la postura gubernamental, que es la única que propone avanzar, aunque sea muy lentamente, en el camino de reforma. El PAN y el PRD sostienen posturas muy similares entre sí, ambas confusas y más cercanas a las del Partido Laborista inglés de la postguerra que a lo que hoy el país requiere -y que es lo único compatible con la realidad económica internacional. No hacemos un partido de los tres que cuentan.

 

 

 

LAS APUESTAS DEL GOBIERNO Y DEL PRI

Luis Rubio

Poco a poco va emergiendo la estrategia del PRI para las elecciones del próximo julio. Conscientemente o no, cada uno de los pasos que el partido y el gobierno han venido dando desde diciembre pasado está forjando una línea de acción que evidencia tanto las preocupaciones del PRI como sus expectativas. En el camino, han optado por correr riesgos que muchos críticos pensaban imposibles, como reincorporar a los dinosaurios en la primera línea de batalla. Esto presenta un tema fundamental sobre la política mexicana: ¿son los priístas quienes han perdido el piso o sus críticos?

El nombramiento de Roque Villanueva como presidente del PRI y su agresiva campaña de desprestigio de la oposición rompió de tajo con la estrategia que el régimen había adoptado desde su inauguración. Hasta ese momento, muy en línea con la retórica de la sana distancia, el PRI estuvo encabezado por un caballero que negociaba con la oposición, que buscaba mostrar la cara amable del partido y ganar la credibilidad de la sociedad (y del mundo). Desde la perspectiva gubernamental, lo importante era contribuir a transformar al sistema político en su conjunto, del cual el PRI es evidentemente una pieza clave. Desde la perspectiva nacional, la estrategia fue muy exás.

Sea cual fuere el resultado de las elecciones en julio, la estrategia priísta permite llevar a cabo algunas especulaciones sobre lo que todo esto puede implicar para el país. Quizá la pregunta más importante sea por qué retornar a un esquema que muchos pensaban totalmente superado. Se me ocurren tres hipótesis posibles. La primera hipótesis es la más simple: se trata de un disparo en la obscuridad, para ver si pega. Es decir, ya que la táctica del nuevo presidente del PRI ha sido tan impresionante, por qué no ir un paso más adelante. En una de esas pega. Algo de esto debe tener la estrategia priísta, pero parece demasiado trivial. A final de cuentas, la nominación del actual presidente del PRI fue resultado de un cambio en la concepción del poder desde la presidencia. Aunque obviamente no todos los componentes de la estrategia tienen que ser extraordinariamente premeditados, involucrar a las personas -los dinosaurios- que, con razón o sin ella, un enorme porcentaje de los mexicanos culpa de muchos males del país, parecería temerario.

La segunda hipótesis parte de la premisa opuesta. Tanto las listas de candidatos como la invitación a los viejos priístas responde a un cuidadoso cálculo sobre las habilidades de cada uno de ellos para lograr el voto. Desde esta perspectiva, las nominaciones de candidatos no fueron resultado de negociaciones, sino de la articulación de una estrategia concienzuda. Cada candidato (o sus apoyos en la forma de viejos priístas) conoce a las fuerzas políticas de cada localidad, conoce las articulaciones de intereses y sabe como cobrar viejas cuentas. La estructura del PRI, organizada en torno a lealtades, volvería a renacer. Suponiendo que esas estructuras siguen vivas y continúan siendo funcionales, los priístas estarían buscando volver a emplearlas y con ello evitar desastres para el PRI como el del estado de México en noviembre pasado, donde casi todas las pérdidas importantes para el PRI se debieron a que los votantes priístas simplemente no se aparecieron en las casillas.

En julio sabremos si esta estrategia es realista pero, en caso de serlo, la pregunta importante sería ¿por qué habrían de jugar este juego los viejos priístas? Por años, los dinosaurios han sido crecientemente excluidos del poder y de los beneficios que el sistema les otorgaba a cambio de su lealtad. Si están dispuestos a colaborar con el triunfo del PRI es porque van a recibir beneficios a cambio de su participación. Dado que todas las reformas que el gobierno propone realizar -y para las cuales no se cansa de afirmar que requiere una mayoría priísta en la Cámara de Diputados- típicamente afectan los intereses de esos mismos priísta, como ocurrió con las privatizaciones, la desregulación y los recortes presupuestales de la última década, sólo quedan dos posibilidades: una posibilidad es que ya hubo una transacción por medio de la cual se delimita lo que el gobierno podría hacer a cambio del apoyo de los priístas. Es decir, el gobierno abandona algunos de sus objetivos a cambio del apoyo priísta a su supervivencia.

La alternativa, y tercera hipótesis, es que no hubo tanto cálculo cuidadoso, sino que los grupos del partido compitieron por las nominaciones de candidatos y éstas reflejan el status quo entre ellos. Algunos grupos lograron muchas más posiciones que otros e intentarán hacerlos efectivos, en términos de beneficiar a sus intereses, en los próximos años. Es decir, no hubo transacción alguna, pero el hecho de que ellos dominen al aparato partidista y, de ganar en julio, a la Cámara de Diputados, les va a conferir una enorme fuerza y gran capacidad de dominar las decisiones legislativas, los procesos internos del partido y, en buena medida, el devenir del gobierno.

La apuesta del PRI y del gobierno es enorme. El partido está luchando por su supervivencia, razón por la cual parece dispuesto a aceptar enormes riesgos. El tiempo dirá si hay cálculos y estrategia detrás de sus acciones, o si se trata de meros disparos ciegos al amparo de la obscuridad. Para el gobierno esta jugada es el todo por el todo.

PAGEitosa, pues disminuyó las tensiones políticas, lo que a su vez contribuyó a que la reforma electoral fuese posible . Pero, desde el punto de vista de los priístas, la estrategia fue un desastre. Los fracasos electorales se acrecentaron, el desprestigio internó aumentó y se profundizó la percepción de que nadie estaba a cargo.

Con el cambio de liderazgo, que vino asociado al despido del procurador de origen panista, todo cambió. El PRI se tornó en un partido agresivo, dispuesto a reclamar los derechos y privilegios que considera suyos y a imponer sus estilos, conceptos y valores sobre los demás. La crítica no se dejó esperar. El cambio de discurso priísta llamó la atención de todo el mundo; los cometaristas y columnistas de inmediato calificaron la nueva retórica de agresiva y a muchos nos preocupó la creciente violencia en el lenguaje. Sin embargo, independientemente de lo que piensen los observadores, el hecho innegable es que la nueva estrategia del PRI ha logrado unificar a los priístas, los ha dotado de una causa común y les ha hecho sentir, por primera vez en muchos años, que tienen liderazgo y que pueden defender sus intereses abiertamente.

A los cambios en el partido se vienen a sumar las listas de candidatos y el llamado a los dinosaurios para que contribuyan a hacer que la estrategia sea un éxito en julio próximo. Nadie sabe cuál será el resultado de todo esto en materia electoral. A la luz de sus acciones, es evidente que los priístas creen que su descenso de los últimos años se debe a causas exógenas, a las negociaciones extra-electorales con la oposición y a la prensa internacional. Los priístas parecen creer que si retornan al manejo de las bases, al uso de un lenguaje más propio de un partido único, que es su historia, los votantes van a retornar. En julio sabremos si los observadores tienen razón en pensar que los priístas están queriendo echar para atrás la historia sin sustento alguno, o si éstos en realidad entienden mucho mejor al mexicano y van a ser muy diestros en manipularlo una vez m