EL MALVADO NEOLIBERQALISMO
Hoy en día nadie puede ignorar algunos hechos incontrovertibles: la economía del mundo, y, por ende, la de cada uno de los países, se ha transformado de una manera dramática; el comercio internacional es hoy, para todas las naciones, el principal motor del crecimiento; y los consumidores son cada vez más demandantes, sofisticados y capaces de alterar patrones de producción en formas que hubiesen sido inconcebibles hace algunos años. Es decir, el mundo ha cambiado y ya no es posible que un país, sobre todo uno relativamente pequeño, pretenda lograr tasas elevadas de crecimiento al margen del resto del mundo.
Si bien no hay mayores disputas sobre lo que ocurre en el resto del mundo, las disputas son reales en el nivel de lo concreto y específico. La razón de ello es muy simple: la realidad objetiva de una enorme porción de la población del país es mucho más precaria de lo que era apenas hace unos cuantos años. Si bien el país ha logrado éxitos notables en el ámbito del comercio exterior y en que se haya formado un conjunto de empresas en todo el país, pero sobre todo en el norte, capaces de competir con las mejores del mundo indica que el programa económico está comenzando a lograr su cometido. Pero el hecho de que haya éxitos en un rubro nada tiene que ver con la creciente pobreza -relativa y absoluta- de la población que no tiene la menor capacidad de competir en este mundo tan cambiante. Natural y lógicamente, ese fracaso de la política gubernamental es un flanco abierto para que lo exploten los partidos que hoy están en la oposición.
La crítica a la política económica, al famoso neoliberalismo, sigue líneas ideológicas más que una evaluación analítica. Por más que los candidatos y sus secuaces griten o pataleen, no hay opciones a las líneas generales de la política económica. Por más que un candidato pretenda convencer que la panacea está a la vuelta de la esquina, sus planteamientos son falaces. En esto tiene razón la propaganda del PRI que critica las soluciones fáciles como por arte de magia. Pero eso no niega que el PRI lleva quince años instrumentando una política económica que no ha sido suficiente -y en muchos casos adecuada- para comenzar a revertir la pobreza, el desempleo y la incapacidad -por cualquier razón- de la planta productiva tradicional por modernizarse.
Luis Rubio
Todo mundo sabe que la economía mundial ha cambiado en forma brutal a lo largo de los últimos veinticinco años y que no hay forma de lograr tasas de crecimiento económico elevadas sin reconocer este hecho incontrovertible. La interrogante no es si podemos o debemos adecuarnos a las nuevas circunstancias, sino cuál es la mejor manera de lograrlo. No tenemos opción alguna respecto a lo que hay que hacer: incorporarnos a la economía internacional de una manera integral y decidida. Pero no todos los países han seguido el mismo camino para alcanzar ese objetivo. Claramente, el nuestro no ha sido particularmente exitoso en su cometido.
Este es el punto crucial: por quince años, el gobierno mexicano ha intentado, con mayor o menor convicción, enfrentar el ineludible dilema de cómo lograr elevadas tasas de crecimiento económico. Para ello recurrió, con mucha renuencia al principio y mayor convicción después, a un conjunto de medidas económicas orientadas a reconocer el hecho de que el mundo se había transformado. La apertura a las importaciones, por ejemplo, no fue un mero capricho tecnocrático como muchos empresarios suponen, sino un mecanismo a través del cual se buscaba forzar a la planta industrial a modernizarse y a convertir al país en su conjunto en una plataforma de desarrollo de largo plazo. Las privatizaciones y las modificaciones a diversas regulaciones complementaban el proceso al liberalizar fuerzas y recursos, que antes monopolizaba el gobierno, en aras de facilitar la actividad empresarial y, con ello, generar más inversión, mayores fuentes de empleo y, en conjunto, una tasa de crecimiento incremental.
El objetivo gubernamental era encomiable, apropiado y necesario. México no podía entonces, como no puede ahora, pretender lograr elevadas tasas de crecimiento económico sin llevar a cabo profundas transformaciones en las estructuras internas del país. Los tres gobiernos a partir de 1982 se han enfocado a realizar algunas de esas transformaciones. Pero, por más que a los gobernantes les encante presumir sus logros, el hecho es que la estrategia de estos últimos tres gobiernos no ha rendido los frutos deseados. Lo que no es obvio es que el malo de la película sea el esquema conceptual que se adoptó -aqui y en China- para alcanzar el objetivo de crecimiento.
Está de moda atribuirle todos los males del país a una trivialización que se ha hecho de ese esquema de política económica y que se ha popularizado bajo el aberrante nombre de neoliberalismo. No importa si la comida salió mal o si hubo un accidente en la esquina. Seguro el culpable fue eso que todo mundo ataca, pero que nadie define, llamado neoliberalismo. Mucho más sugerente es el hecho de que nadie ofrece alternativa alguna a una política económica que persigue, con mayor o menor éxito, el único objetivo que es razonable en esta época: hacer frente a los profundos cambios que han estado teniendo lugar en la economía internacional para lograr elevadas tasas de crecimiento económico. El problema de fondo no está en esa masa amorfa que se ha popularizado bajo el encabezado de neoliberalismo, sino en que no hay muchas opciones para el desarrollo económico. Lo que sí hay es mejores maneras de hacer las cosas.