ZEDILLO – GARANTE DEL CAMBIO

Luis Rubio

El resultado electoral no deja lugar a dudas: la población está furiosa con el gobierno y decidió aprovechar el vehículo más institucional, y en este momento el menos grave y costoso, para mandar una señal fuerte y clara. O las cosas cambian, parece decir la abrumadora mayoría de los mexicanos, o el gobierno se va a su casa. La población está enojada por la crisis económica que ha vivido desde diciembre del 94, por lo que considera un engaño del gobierno anterior, por la falta de claridad sobre el futuro, por la criminalidad que no cesa, por el mar de corrupción, por la lacerante impunidad y por la enorme incertidumbre que todo esto genera. Al manifestar su descontento ha creado una nueva realidad política: lo que ahora cuenta es quién se alía con quién y en qué términos.

La nueva realidad política puede ser vista como una fuente de incesantes problemas o como la oportunidad de construir un nuevo sistema político, que substituya el arcaísmo en que hemos vivido. Lo que era válido cuando se fundó el PRI, en la realidad del México de los veinte, nada tiene que ver con las circunstancias de hoy. El PRI ha venido caminando con muletas tan absurdas -y con resultados tan contraproducentes- como lo demuestra el reciente intento de su líder de vanagloriar el mundo del pasado como justificación para quedarse en el poder. Lo que la elección demuestra es que el PRI erró al escoger a su enemigo y ahora tendrá que pagar por ello, pues, en esta elección, a nivel federal, no hubo más que un resultado: el PRI perdió. Los apologistas del PRD han querido ver en su ascenso un parteaguas en la historia nacional. Pero los votos parecen señalar que la mayoría de los mexicanos optaron por castigar al PRI más que mostrar una marcada preferencia por otro partido, como lo demuestra el voto nacional del PRD, a diferencia del de Cárdenas, y los triunfos del PAN en Nuevo León y Querétaro.

Sea cual fuere la motivación de los electores, la política nacional ya cambió. Sin mayoría absoluta, el gobierno no tendrá más remedio que negociar con los diputados de otros partidos para poder llevar a cabo sus funciones. Esa negociación podrá adquirir diversas modalidades: desde acuerdos específicos para cada iniciativa de ley, hasta alianzas y coaliciones más perdurables. De una forma u otra, el gobierno sólo podrá actuar en la medida en que logre tanto el apoyo legislativo que requieran sus decisiones, como el apoyo de una población escéptica y, en general, molesta por la falta de oportunidades, empleos e ingresos. Este nuevo escenario va a requerir de una acción presidencial muy distinta a la que ha tenido lugar a lo largo de los últimos treinta meses.

El gran activo del presidente es su creciente popularidad. Claramente, la población aprecia su honestidad, sus convicciones y su estabilidad. A pesar de los altibajos en algunos temas, su actuar ha sido constante y consistente. Su discurso ha seguido dos líneas, en ocasiones contradictorias entre sí: por un lado, ha construido una plataforma de estadista que lo coloca por encima de los conflictos cotidianos viendo hacia el futuro. Por el otro, ha restablecido la alianza con su partido -esto sí, al cuarto para las doce- y se ha dedicado, como es lógico, a promover a sus candidatos. El resultado de la elección reprobó la línea partidista y confirmó lo acertado, urgente y necesario de contar con un estadista en este momento tan acusado de cambio político.

El rey de España supo convertir el momento de crisis en un pedestal para su gloria. Así hoy el presidente Zedillo se encuentra en el momento más dramático, pero también el que ofrece más oportunidades, de su sexenio. Ante los resultados de la elección, optó acertadamente por la línea de conciliación y de la construcción de un futuro democrático, aunque ignoró, una vez más, al PAN como potencial socio legislativo. Con todo, evitó que se agudizara la polarización que venía adquiriendo una preocupante dinámica en los meses recientes. Un triunfo para la prudencia y la estabilidad.

Pero la línea de conciliación sólo va a resolver uno de los problemas que esta elección ha creado. Conciliando se podrá crear un espacio de competencia política institucional donde todos los partidos e intereses tengan la posibilidad de luchar por el poder y expresar sus puntos de vista. Ese es precisamente el papel de la política. Pero, por otra parte, la realidad de hoy es que la política mexicana ya cambió por el mero hecho de que el punto de conflicto ya no va a ser meramente entre partidos, como lo fue en esta ocasión, sino también entre perspectivas ideológicas. Hasta esta elección, todo conflicto ideológico quedaba sofocado dentro del PRI. Lo que contaba era la decisión presidencial. La función del PRI ya nunca más será la misma. Hoy el conflicto político-ideológico va a ser público, en el Congreso.

En este nuevo mundo, algunos priístas seguramente optarán por retornar a sus orígenes en la figura del PRD, mientras que otros intentarán construir una nueva organización política capaz de representarlos exitosamente en el 2000. De contar con un liderazgo nuevo, fresco, totalmente independiente del priísmo decadente, el PRI tendría todo un mundo de posibilidades, sobre todo porque confrontaría a una población al menos tan escéptica de la oposición como furiosa con el PRI. Es decir, el PRI perdió una elección muy importante pero no decisiva. La verdadera prueba, la prueba a la que el PRD también apostó en esta ocasión, vendrá en el 2000.

Pero más allá de las posibilidades que tenga el PRI de liberarse de lo que siempre fue (corrupto y autoritario), se encuentra la lucha ideológica que ya se perfila. Las líneas de conflicto son muy obvias, toda vez que no sólo tienen un referente de preferencias partidistas, sino que reflejan la realidad objetiva de los mexicanos. El PRD explotó como base política a los mexicanos que han perdido en esta etapa de transformación económica, a los que han pagado con mayor severidad los costos de la crisis y a los que no ven solución al problema de inseguridad pública. Su éxito habla por sí mismo. Por su parte, ni el PAN ni el PRI entendieron que su base política se encuentra entre quienes se están beneficiando del cambio económico. Por ello, en lugar de apoyarse en la cara del México exitoso que ya está siendo realidad en muchas localidades y que lo podría ser en todas, se dedicaron a hacerse bolas: el PAN por su mesianismo y el PRI por atacar al PAN y querer esgrimir las banderas de Cárdenas, con lo que únicamente logró reforzarlo.

La ironía de todo esto es que el México que puede ser no es una promesa inmersa en una utopía perdida en una ilusión, sino una realidad concreta que empieza a manifestarse en diversas partes del país. Las reformas de los últimos diez o quince años ya están rindiendo frutos en el norte, en el occidente y en el oriente del país. No es casualidad que en esos lugares el voto de castigo haya sido mucho menor. El PAN, cuando todavía tenía brújula, supo sumarse al México del futuro cuando votó activamente por las reformas económicas, a sabiendas de que éstas inevitablemente llevarían a una transformación política, como la que comenzamos a ver estos días. Por su lado, existen priístas que reconocen que su futuro yace en convertirse en el abogado más grande de estas nuevas realidades, en buena medida porque nadie podrá conquistar las mentes y almas del viejo México, que es la base natural del viejo PRI, hoy PRD. El PRI puede ser liberal y popular a una misma vez, pero no si reniega de lo que sus gobiernos han hecho en la última década.

Los resultados electorales también evidencian la total ausencia de liderazgo político. Los partidos y candidatos compitieron por imágenes y no por ideas o programas. Por esa razón, esta elección arrojó un resultado tan poco convincente, en el que ningún partido logró mayoría de nada. Lo que los mexicanos claramente requieren es un debate de ideas, de programas y de oportunidades para el futuro. Nadie como el presidente para forjar un consenso para ese futuro. Nadie como el presidente para asegurar que el proceso de cambio continúe. Pero, como esta elección demostró, eso sólo se puede lograr con el concurso, apoyo y participación de la población. Lo imperativo es forjar ese consenso popular y desarrollar un frente legislativo multipartidista que lo lleve a la práctica.

Por ello, la única coalición legislativa que se puede traducir en triunfos para el México moderno es la que puedan construir el gobierno, lo que quede del PRI y el PAN. Ninguno de ellos tiene la menor posibilidad de salir exitoso del hoyo en que se encuentra sin jugar de compañeros con los otros dos. De esta manera, o juegan juntos o los tres se hunden. Enorme paquete, pero también la única opción.