LOS RIESGOS DE UNA ELECCION

Luis Rubio

Todas las baterías de la sociedad mexicana están concentradas en la elección del próximo domingo. Pero las expectativas respecto al resultado son muy variadas. Para unos, estas elecciones constituyen la promesa de que México cruzará el umbral de una transformación que sólo puede ser para bien y que ocurrirá sin el menor contratiempo. Para otros, las elecciones constituyen una enorme amenaza: la posibilidad de que todo lo bueno que se ha venido construyendo a lo largo de la última década se venga abajo. El problema no radica en lo acertado o incorrecto de estas predicciones, sino en que el riesgo de cambio exista y sea tan elevado para todos los mexicanos. Al no existir un marco institucional para que el proceso de cambio que la población parece demandar sea pacífico y predecible, las actitudes extremas del todo o nada son las que florecen. En este ambiente lo único que prospera es la polarización, misma que ya estamos observando.

Nadie puede albergar duda alguna de que la sociedad mexicana se ha venido polarizando. La polarización que caracterizó a la escena política de los setenta parece volver a aparecer, aunque con características y, sobre todo, orígenes muy distintos. En los setenta, el gobierno promovía la polarización como mecanismo de control político. El discurso extremista, la confrontación de clases, la animadversión como estrategia, eran todos instrumentos de la acción política gubernamental. En la actualidad, la polarización no tiene que ver con la acción propiamente dicha del gobierno, sino con la competencia partidista en un ambiente electoral inusitado, precedido por cambios importantes en la estructura de la economía mexicana.

Si bien es dudoso que la distribución del ingreso en los últimos años se haya deteriorado en forma tan extrema como muchos afirman, no hay la menor duda de que la clase media, la que emergió en el transcurso de las últimas tres o cuatro décadas, se ha empobrecido de una manera extraordinariamente preocupante. A esto se debe sumar el hecho de que conviven hoy en día dos economías muy distintas, una que crece a la velocidad del sonido -y que ofrece un maravilloso potencial para el futuro- y la otra que agoniza en la medida en que no encuentra razones o posibilidades para seguir adelante ante la propia incapacidad e incompetencia de sus empresarios y ante los bajísimos niveles de consumo, sobre todo en el centro y sur del país. Estas dos circunstancias, es decir, el deterioro de las clases medias y la dualidad de la estructura económica, explican buena parte de la polarización política que experimentamos.

Los partidos políticos y sus candidatos reflejan, nítidamente, la cambiante realidad del país. El PRD ha sabido explotar con brillantez y audacia los sentimientos, miedos, angustias y realidades concretas de los perdedores en esta época de cambios deshumanizados, así como el encono social ante la impunidad de los servidores públicos cuando abusan de sus facultades. Por su parte, el PAN, que fue quizá el primer partido en comprender la enorme dimensión de los cambios que sobrecogían al país cuando decidió cooperar con el gobierno de Salinas en la transformación gradual de la economía mexicana a través de su voto en el Congreso, se ha rezagado, al punto de quedarse convertido en el agrio defensor del status quo, en lugar de encabezar la vanguardia lúcida y propositiva de un nuevo orden democrático, capitalista y liberal. Todo parece indicar que su expectativa de cosechar el voto de enojo, el voto de protesta, por el hecho de ser percibido como una oposición más sensata y menos radical que el PRD, se vió frenada por la exitosa estrategia de este último partido de capitalizar sobre la incompetencia del PRI y la flojera del PAN. Por su parte, el PRI de Roque Villanueva se ha dedicado a intentar contener al PRD, en lugar de abogar por los logros -y, sobre todo, posibilidades- de las vitales reformas que ha promovido su partido a lo largo de los últimos quince años. El PRI, se ha quedado atorado entre un gobierno que no promueve sus objetivos, aunque tiene visión y claridad de rumbo a seguir, y un partido que añora el pasado. El único partido con brújula acaba siendo el PRD. Independientemente de si este partido se ha reformado como presumen sus líderes o si sigue siendo populista al estilo del viejo (¿y futuro?) PRI, nadie puede culparlo de su éxito.

Los cambios económicos son sumamente profundos y desquiciantes. Esas transformaciones están ocasionando, como nunca antes, ganadores y perdedores por doquier. Los que perciben un futuro promisorio están convencidos de las bondades del cambio económico que experimenta el país y se sienten profundamente amenazados por la posibilidad de que se cierren las oportunidades que tienen hacia adelante. Cuauhtémoc Cárdenas y el PRD pueden estar representando muy bien a su base política cuando afirman, sólo para ejemplificar, que es necesario renegociar el TLC; pero para esta parte pujante y puntera de la sociedad mexicana, que probablemente ya representa a cuatro o cinco millones de trabajadores (o sea, el 25% de la fuerza de trabajo en general y algo así como al 40%, si se excluyen los trabajadores del campo), lo que dice el PRD le causa pavor. Las reformas económicas, el TLC con Estados Unidos y el sinnúmero de acuerdos comerciales con otros países han abierto oportunidades nunca antes soñadas que constituyen la mayor promesa de empleo productivo y crecimiento económico para el futuro. Esta parte del electorado está convencida de que el camino adoptado debe no sólo continuarse sino acelerarse y de que cualquier retroceso sería catastrófico. Ahí se encuentra la base natural tanto del PRI como del PAN, si se pusieran a trabajar.

Por su parte, la otra porción del electorado, la que ha captado el PRD, ve al futuro con enorme preocupación. Para este grupo, perseverar en el camino de las reformas a la economía es equivalente a seguir profundizando en las causas de su pauperización, de su pobreza y de su desempleo. Esta porción del electorado, mucho del cual no cuenta con las capacidades mínimas -educativas, de salud, etc.- para hacerla en una economía moderna, percibe que proseguir con los cambios y transformaciones de la economía equivale a condenarla a un futuro cada vez peor. Cuauhtémoc Cárdenas y el PRD representan la oportunidad de frenar y revertir el proceso y con ello, supuestamente, retornar al paraíso idílico del mundo del pasado (que, por supuesto, nunca existió). Nadie, por parte del gobierno, del PRI o del PAN, les ha ofrecido alguna posibilidad -política o programática- de revertir las tendencias que los agobian.

La confrontación que hemos observado entre banqueros y perredistas es tan solo una muestra de la polarización política que podría explotar a partir de la semana próxima. El problema es que no existe mecanismo alguno de intermediación en la sociedad que impida que esta polarización se convierta en el comienzo de una confrontación de otras magnitudes. La agenda de reforma política que había propuesto el gobierno federal al principio de este sexenio, incluía temas que trascendían con mucho al ámbito (e intereses) de los partidos políticos y se refería directamente a temas de preocupación -o a la solución de temas de preocupación- de los ciudadanos comunes y corrientes, como el estado de derecho, un poder judicial eficiente e independiente y una prensa también independiente. De haberse proseguido con la conformación de esos mecanismos, la confrontación actual habría sido mucho menor, toda vez que se habría progresado en la creación de medios para avanzar y proteger los intereses de cada persona, empresa y grupo al margen de la política.

Pero todavía no es tarde. Más allá del resultado mismo de la elección del próximo domingo, la clave del futuro va a residir en la postura que adopte el presidente de la República. Sea que el PRI pierda sólo el Distrito Federal o también la mayoría absoluta en el Congreso, la disposición a colaborar que el presidente muestre con los partidos que representarán, de una manera o de otra, a casi sesenta por ciento de los mexicanos, será determinante en lo que ocurra en los próximos años. El presidente podría optar por convocar al PAN y al PRD a sumarse en un esfuerzo por construir el país del futuro, o bien, podría optar por confrontarlos. Por el primer camino generaría la base de confianza que sería crucial para seguir adelante. Por el segundo profundizaría el clima de encono y polarización, además de que, en el plano de lo pragmático, induciría una alianza entre el PAN y el PRD en el Congreso.

Como están las cosas, los mexicanos estamos totalmente indefensos frente a los abusos de los gobernantes (de cualquier partido). En este sentido, el riesgo de esta elección es enorme no para la política económica en particular pues, por mucho que se hable a favor o en contra, no está en la picota por el momento. El riesgo es enorme porque todo puede cambiar de la noche a la mañana con el cambio de gobierno. En estas circunstancias, la incertidumbre es extrema y lo va a seguir siendo en cada elección mientras no se disminuya el poder -a través de pesos y contrapesos efectivos y representativos- de quien resulte ganador. Estas elecciones no van a cambiar al gobierno, pero la incertidumbre y confrontación que han desatado sugiere que, de no cambiarse nada, las próximas van a estar de comerse las uñas y jalarse los pelos, todo al mismo tiempo.