Otra salida

Luis Rubio

El fracaso del programa de salvamento anunciado el martes pasado no debió haber sorprendido a nadie porque el problema que persigue resolver no es de dinero sino de confianza. Por más que se consigan muchos miles de millones de dólares, la economía no va a empezar a funcionar hasta que no exista un programa económico convincente para los mexicanos y para los inversionistas. Lo que se logró esta semana fue confirmar que, una vez más, el diagnóstico gubernamental sobre el problema es errado y, por lo tanto, que mientras no cambie ese diagnóstico la economía seguirá estancada, con consecuencias potencialmente aterradoras.

En el presente estamos enfrentando problemas de tres órdenes distintos. Cada uno tiene su propia dinámica y su propio origen, por lo que, al mezclarse, no se logra sino confusión. El primer problema tiene que ver con las causas estructurales de la situación económica actual, tema que se refiere a las razones por las cuales la economía acabó por paralizarse (o nunca pudo llegar a despegar) a lo largo del sexenio pasado. El segundo problema tiene que ver con la ausencia de un programa serio, responsable y convincente para enfrentar el rápido deterioro que experimenta la economía, lo que ha causado la total ausencia de confianza y credibilidad entre ahorradores e inversionistas. Finalmente, el tercer problema tiene que ver con la ignorancia patente que ha demostrado el gobierno de los cambios que ha experimentado el mercado financiero internacional a lo largo de los últimos años, por lo que, sin percatarse de ello, amenaza con crear una nueva crisis financiera.

El primer gran problema en la actualidad reside en que no nos ponemos de acuerdo sobre las causas estructurales de la crisis actual. Mucho del debate y la discusión que ha tenido lugar se refiere más a los interminables intentos de identificar culpables que a entender qué es lo que causó el desajuste tan grande que experimenta la economía en la actualidad. Algunos culpan a la sobrevaluación del tipo de cambio, otros a los trágicos sucesos del año pasado; algunos culpan al Banco de México, otros a la Secretaría de Hacienda. Más allá de las circunstancias inmediatas que llevaron a la devaluación, sin embargo, todo mundo sabe que la economía mexicana -y particularmente la industria- venía experimentando grandes dificultades, en gran medida porque la apertura de los últimos años fue mal instrumentada. Esta crisis ha dejado claro que no se puede lograr una incorporación exitosa a la economía global si toda la economía no participa en el proceso. Es decir, fue un grave error someter a la competencia internacional exclusivamente al sector industrial, dejando protegidos a todos los demás sectores y actividades. Puesto en otras palabras, el costo de mantener la protección en sectores clave de la economía como los energéticos, la electricidad, las comunicaciones y la banca, es la crisis que ahora enfrentamos. Cualquier programa que se diseñe para enfrentar la problemática estructural tendrá que partir del reconocimiento de que sólo abriendo todos los sectores de la economía será posible lograr una recuperación real del empleo y de los ingresos de los mexicanos.

Una vez que hace explosión una crisis, lo crítico es mantener la credibilidad de la población por una parte, y la confianza del ahorrador y del inversionista, por la otra. Cuando se anunció la devaluación del peso, el gobierno no siguió esta receta elemental. Levamos más de dos meses desde la devaluación y la crisis se ha ido agravando en la medida en que pasan los días, porque no hay un programa claro y convincente de corrección económica que permita suponer (y creer) a los mexicanos que la crisis va a ser dura pero que tiene fin y, sobre todo, que habrá un futuro promisorio una vez que se rebase la fase de estabilización. Evidentemente existe un problema de dinero, sobre todo por los Tesobonos, pero ese no es el problema de fondo. Los tenedores de esos instrumentos y de todos los demás -acciones en bolsa, cetes, etcétera- gustosos renovarían sus inversiones si pensaran que el gobierno sabe lo que está haciendo y su objetivo fuera percibido como viable y realista. Por esa razón, es mucho más importante tener un buen programa económico que sea creible que mucho dinero. Por ello, lo que se anunció el martes pasado en Washington es altamente preocupante porque refleja que los gobiernos de ambos países no comprenden la verdadera problemática que enfrentamos.

Finalmente, el tercer gran problema es la ignorancia, que se ha hecho patente en los últimos dos meses, de cómo funciona el mercado de capitales, situación que ha estado presente tanto en el gobierno como en el patético caso que vimos la semana pasada de una empresa del sector privado. Los mercados de capital no dependen de un individuo, ni hay persona alguna que pueda imponer su decisión sobre los demás. El mercado opera sobre el principio de la información que ahí se recibe. Lo que ha ocurrido en los últimos dos meses es que la información surgida de México y relativa a México ha sido mala, tergiversada y, sobre todo, terriblemente mal comunicada. Se ha ignorado la importancia de esos mercados y la forma en que operan. Quizá un ejemplo de esa actitud -entre soberbia y desinformada- es el relativo a la iniciativa gubernamental para modificar la ley bancaria. El objetivo de ésta era el de facilitar la inversión de bancos extranjeros en los bancos mexicanos y con ello facilitar su capitalización luego de la crisis. Sin embargo, la iniciativa era totalmente incompatible con los criterios que privan en la comunidad financiera internacional, lo que, de entrada, disminuía sensiblemente el potencial de éxito de la medida. Si a eso le sumamos las absurdas limitaciones que a esta iniciativa le impusieron los diputados -anteponiendo un concepto de soberanía mal entendido al criterio elemental de la necesidad imperiosa que representa un funcionamiento eficiente del sistema financiero- el resultado es que no existe un vehículo legal apropiado para canalizar hacia los bancos nacionales el capital que indefectiblemente requerirán para que el sistema financiero mexicano recobre su viabilidad. Tenemos que aceptar que no es posible sustraerse de los mercados internacionales porque eso haría totalmente imposible el crecimiento económico futuro.

La situación económica es por demás compleja. La crisis ha desatado una situación de extrema incredulidad en la sociedad mexicana, a la que se suma la ya de por sí difícil transición política. Lo que es imperativo es empezar a resolver el problema económico de una vez por todas. Por ello, los esfuerzos gubernamentales deberían estar enfocados, primero, a diseñar un programa económico coherente e integral, que incluya por supuesto al banco central y cualquier nueva modalidad que éste pudiese adoptar y, una vez que ese programa exista, todas las baterías tendrán que enfocarse a convencer a la población y a los inversionistas de las bondades del programa y de su viabilidad. Para que ello sea posible, sin embargo, lo primero que hay que hacer es reconocer que el origen del problema no fue la corrida contra el peso, sino la problemática estructural que enfrenta la economía y la crisis de confianza que llevó a esa corrida. Sin ello, no habrá dinero suficiente para contener la avalancha.