Luis Rubio
En lugar de buscar las causas de nuestro problema actual, el debate ha tendido a buscar culpables y chivos expiatorios. En el proceso, hay un claro intento de descalificar a la política económica de los últimos años sin el menor cuidado analítico. El tema es crucial no para los libros de historia, sino porque del diagnóstico que se haga de los problemas que estamos enfrentando en la actualidad, dependerá la capacidad de lograr lo único que, a mi juicio, es importante: elevar los ingresos de los mexicanos. Hasta ahora ha habido un sinnúmero de impedimentos voluntarios e involuntarios para alcanzar ese propósito. La pregunta es si la sociedad mexicana está preparada para conciliar las decisiones y acciones que es necesario emprender para reactivar la economía en forma permanente con los mitos y fantasmas de nuestra historia y cultura política.
Yo postularía que estamos enfrentando el resultado de tres problemas distintos, cuya combinación resultó letal. El primer problema es de confianza; el segundo tiene que ver con la manera incompleta en que se hizo la apertura de la economía; y el tercero con las enormes trabas que subsisten para que se materialice la inversión productiva y se eleven los niveles de ahorro interno.
En primer término, tenemos frente a nosotros un profundo problema de credibilidad. Los mexicanos y los extranjeros que han invertido sus ahorros en México se sienten profundamente defraudados porque tienen la percepción de que todas las coordenadas que les hicieron creer que el país estaba finalmente encontrando su camino al desarrollo resultaron fallidas. La reacción lógica es la de perder toda su confianza en la capacidad del gobierno para restaurar la economía y salir adelante. El gobierno, por su parte, se ha abocado a atacar el problema financiero y económico, pero no lo suficiente como para restaurar esa confianza en el ámbito económico. Hay tres rubros en los que el gobierno ha sido mucho menos enfático y activo de lo que las circunstancias parecerían requerir. Primero, en crear un mecanismo absolutamente confiable -y despolitizado- para administrar el tipo de cambio, garantizando con ello que las crisis cambiarias dejen de ser el corazón de nuestra estabilidad política. Segundo, en tanto que, lógicamente, se ha dedicado una atención absoluta al problema financiero externo, sobre todo el relativo a los tesobonos, casi ninguna atención se ha puesto sobre el problema de los bancos en el país. Independientemente de que los bancos estuviesen en buen o en mal estado o de que los márgenes de intermediación fuesen excesivos, ninguna empresa puede funcionar con tasas de interés reales de cuarenta o cincuenta puntos porcentuales, lo que anticipa enormes riesgos para los bancos si las empresas dejen de servir sus deudas. Esto implica que estamos frente a un problema potencial de enormes magnitudes en el sector financiero, mismo que exige una atención directa e inmediata que no se ha dado. Nada hay más importante para la salud de una economía que un sistema financiero fuerte y estable. Finalmente, hay un sinnúmero de empresas altamente exportadoras -y, por lo tanto, intrínsecamente viables- que enfrentan problemas de crédito y que corren el riesgo de pasarse un año negociando con los bancos en lugar de dedicarse a lo que hacen bien y que al país le urge: exportar. Recuperar la confianza es posible si sólo se dedican los escasos recursos, sobre todo humanos, a resolver problemas que parecen pequeños pero que tienen implicaciones extraordinariamente importantes para el empleo e ingresos de los mexicanos.
Un segundo problema que enfrentamos en la actualidad se refiere a la forma en que se dio la apertura de la economía. Una manera de describir el problema es cuestionando si lo que tenemos es una economía cerrada con un sector industrial abierto o una economía abierta con un sistema financiero cerrado. De una o de otra forma, el tema de fondo es que se liberalizaron las importaciones en forma general para el sector manufacturero, obligándolo a hacerse eficiente, pero no se hizo lo mismo con el sector financiero, con las comunicaciones, con la industria automotriz, con los monopolios gubernamentales, etcétera. El hecho es que acabamos forzando a la industria a competir con todas las desventajas posibles: elevadísimo costo del crédito, una política de precios de Pemex y de CFE que sacó del mercado a muchas de las industrias dependientes de sus productos; monopolios y prácticas monopólicas a diestra y siniestra, etcétera. No es casual que la gran mayoría de las inversiones y exportaciones que se lograron en los últimos años se hayan concentrado en los sectores que están relativamente protegidos (como la industria automotriz) y en aquellos donde las prácticas monopólicas son la razón de ser de las empresas (como los bancos y Telmex). Muchas empresas nuevas quizá habrían podido instalarse de no tener frente a ellas obstáculos insalvables como los que prevalecen en la actualidad.
El tercer problema es que seguimos enfrentando enormes impedimentos a la inversión productiva y al ahorro. Por una razón u otra, la inversión que prosperó en los últimos años fue la financiera y no la directa, que es la que crea empleos, eleva la productividad y contribuye al crecimiento de los ingresos de la población. Al gobierno le importó muy poco la competencia en la economía y se dedicó a privatizar con el único objetivo de incrementar los ingresos gubernamentales. A los gobiernos estatales y municipales, con algunas excepciones notables, les pareció más importante crear regulaciones para favorecer a intereses locales que promover la inversión de grandes industrias en su localidad. A los responsables de la competencia fue más cómodo criticar las prácticas monopólicas que hacer algo al respecto. A los pocos empresarios y banqueros estatales que quedan les pareció más importante cobrar precios elevados por sus productos que buscar formas en las cuales se podía hacer prosperar a la industria, sin con ello incurrir en subsidios socialmente inaceptables. Por encima de todo, se siguió impidiendo el acceso de la inversión productiva en un sinnúmero de áreas, muchas de éstas las que mayor prosperidad le podrían traer al país. A los sindicatos les fue preferible beneficiarse de fondos como el Infonavit que elevar los fondos de ahorro de largo plazo como el SAR, a la vez que impiden la flexibilidad indispensable en el mercado laboral. Por una razón o por otra, el hecho es que hemos logrado obtener mucha menos inversión de la que el país requiere y mucha menos de la que podría estar disponible.
Hay múltiples razones para argumentar que la salida de esta crisis será considerablemente más fácil que la salida de otras crisis. Mucho se ha hecho en el país para crear las condiciones que hagan posible esa salida. Lo inmediato es, sin embargo, detectar las cosas que no han cambiado y que son precisamente las que impiden que salgamos adelante de una vez por todas. Los problemas de confianza, la apertura incompleta e insuficiente y el exceso de impedimentos a la inversión y al ahorro son quizá los más importantes en la actualidad y, por ello, deben ser atacados de frente y en forma definitiva. Una vez resueltos los de la apertura y de la inversión, sin embargo, los de confianza se resolverán en forma casi automática. Lo malo no es que subsistan fallas. Lo terrible es que sigamos manteniendo mitos que impiden subsanarlas.