Luis Rubio
El próximo domingo será un día clave para el futuro del país. Es el día en que el electorado decidirá si vota por que existan contrapesos al poder o si ratificará el camino que, paso a paso, nos ha ido llevando a su concentración total en una persona que, en un instante, podría convertirse en tiranía. Para Karl Popper, uno de los grandes filósofos del siglo XX, lo esencial de la democracia es que el gobierno no pueda abusar del ciudadano y para eso lo crucial es la existencia de contrapesos al poder. La pregunta nodal para los votantes es si será posible hacer efectiva esta definición mínima de democracia.
Lo que está en juego el próximo domingo no tiene que ver con el presidente López Obrador, sus atributos o estilo de gobierno. El principio esencial de la democracia radica en que existan contrapesos para que ningún gobernante pueda abusar, independientemente de sus objetivos o valores. El asunto tiene todo que ver con el tipo de país en que los mexicanos queremos vivir y con las fuentes de certeza que se requieren para garantizar la estabilidad política y la viabilidad económica. La forma de decidir del presidente, su constante advertencia a las bancadas de su partido en el sentido de que no deben “cambiarle ni una coma” a sus iniciativas de ley, y su amenazante discurso contra los ministros de la Suprema Corte, describen a un líder que quiere todo el poder para sí sin darle espacio alguno a la función cardinal que corresponde a cada uno de esos poderes públicos, como contrapesos y como protectores de última instancia de los derechos esenciales de la ciudadanía.
Votar por Morena o sus acólitos implica avanzar hacia el riesgo de una tiranía. Ni más ni menos. De ratificarse la mayoría morenista, el mundo cambia porque nada de lo antes existente sigue siendo válido. A lo largo de los últimos dos años y medio, los mexicanos hemos ido observando como, paso a paso, se van restringiendo o amenazando las libertades, se eleva la arbitrariedad en el actuar gubernamental, se modifica la legislación sin ánimo alguno de procurar consenso o apoyo amplio para las iniciativas presidenciales y se toman decisiones que afectan de manera directa la creación de nuevas empresas, fuentes de empleo u oportunidades para el desarrollo. En una palabra, el país ha ido perdiendo las pocas fuentes de certidumbre que existían, lo que se refleja nítidamente en el magro desempeño general de la economía y los niveles de desempleo.
El presidente ha hecho todo lo posible por convertir esta elección en un referéndum sobre sí mismo. Lo hace porque quiere explotar su popularidad personal como carta de presentación para que los votantes decidan su voto sin reflexión alguna a favor de los candidatos del partido que no le “cambia ni una coma” a las iniciativas presidenciales. Cada ciudadano debería preguntarse cuál es la lógica de elegir diputados cuya única tarea es sentarse en su curul para levantar el dedo cada que el jefe se los ordene. Como ciudadanos, la clave radica en que existan las condiciones que impidan decisiones excesivas o absurdas que incidan negativamente en el bienestar de la población y del país y para eso se requieren contrapesos efectivos. No hay otra.
Sus decisiones, sobre todo su manera de decidir, explican porqué es tan importante que existan contrapesos. Cada uno de sus proyectos y acciones se han tomado con una lógica personalista, un deseo de recuperar un pasado inasible y el implacable deseo de nutrir a sus clientelas. Cada que pienso en su forma de actuar y decidir, pienso en los vendedores que prometen milagros imposibles de cumplirse.
Así lo sugiere la siguiente anécdota:
En su comedia «Los caballeros», Aristófanes presenta al pueblo ateniense como un anciano fundamentalmente bueno pero aturdido que fue engañado por el demagogo Cleón. Los sabios de la época optan por postular a un fabricante de salchichas (la profesión más repugnante imaginable) para contender contra Cleón por el favor popular. Los dos candidatos sostienen un debate público, en el que el embutidor se muestra aún más vulgar, jactancioso, egoísta y grosero que Cleón, acusándolo de crímenes absurdos y finalmente ganando el debate prometiendo dádivas gratuitas que nunca podrían ser sufragadas por el erario.
La característica central del gobierno han sido grandes y falibles promesas centradas en magnos proyectos (como el aeropuerto, trenecito y refinería) y su interminable sed por aumentar las transferencias a sus bases que, como insinúa Aristófanes, son incumplibles. La existencia de contrapesos habría evitado estos excesos.
Una sociedad abierta y democrática vive y se nutre de la existencia de posturas diversas, principio que López Obrador rechaza de entrada. Combate todos los días lo que, como dice Garganella, es un factor esencial del desarrollo: el derecho a la protesta y a la crítica porque se trata de potestades que permiten mantener viva a la sociedad y a sus atributos. El presidente ha ido erosionando uno a uno todos los derechos y garantías ciudadanas.
Esta elección decidirá si él podrá seguir abusando de los derechos ciudadanos o si tendrá que consensar sus prioridades y acciones con representantes de todos los mexicanos, o imponérselas a los de su propia filiación.
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