Luis Rubio
El comienzo de un año es siempre un momento optimista de renovación y una oportunidad creativa. Pero el inicio de un año siempre viene acompañado del recuento de los momentos y circunstancias, errores y aciertos, que arrojó el anterior. El año que recién concluyó fue difícil en muchos frentes pero rico en lecciones y aprendizajes.
En 2008 hubo de todo: optimismo, pesimismo, preguntas, respuestas, violencia, proyectos nuevos y proyectos fracasados. El mundo sufrió una de las peores crisis financieras de la historia pero solo ahora comenzaremos a ver sus consecuencias. Parece evidente que estamos en un momento decisivo para el futuro. Se debaten nuevas estrategias de desarrollo económico y se ponen en duda ortodoxias, igual las nuevas que las viejas. Quizá lo más importante sea encontrar, en medio de este marasmo de contradicciones, los espacios que nos permitan encontrar nuestro propio camino hacia el futuro.
Tratándose del inicio de un nuevo año, quisiera ofrecerle al lector un conjunto de reflexiones, observaciones sobre cómo va cambiando nuestro entorno y lo que parecen ser características que propician o impiden nuestro desarrollo. Todas ellas nos muestran un mundo lleno de ironías y paradojas.
Todos queremos avanzar pero tendemos a meter el freno; hablamos de institucionalizar al país pero tendemos a preferir soluciones fuera de lo institucional.
El mundo se globaliza cada vez más, pero los gobiernos se tornan cada vez más provincianos, con menor capacidad de visión de largo plazo.
El gobierno es cada vez más importante como factor de éxito en el desarrollo a través de la estructura de regulación económica y su actuar para hacerlo cumplir, pero su efectividad es cada vez menor y cada vez más gente, en México y en el mundo, busca formas de darle la vuelta al gobierno.
Queremos que el gobierno y los políticos sean distintos pero no estamos dispuestos a cambiar nada. Se odia al gobierno, pero se le invoca para obtener prebendas particulares: regulaciones que me protejan a mí, en detrimento de mis competidores. Ahí están los aranceles y las regulaciones a modo. Somos rentistas casi por estructura genética.
Queremos encontrar soluciones pero en lugar de actuar tenemos una propensión a caer en círculos viciosos. En youtube hay una serie de videos que culpan al mexicano de los problemas que padecemos. El planteamiento reta la dicotomía entre la cultura y las instituciones como fuentes de nuestra realidad y potencial para cambiar. Para los que piensan en términos institucionales, la gente se comporta de acuerdo a los incentivos existentes y si éstos llevan a la cooperación, eso habrá; sin embargo, en ausencia de rendición de cuentas los incentivos nunca propiciarán soluciones, solo el desprecio de los políticos por parte de la ciudadanía. Para los que parten de la cultura como fuente de nuestra realidad, el problema es mucho más difícil porque la cultura es todo: historia, origen, pensamiento, etcétera. Para los culturalistas, la pregunta relevante es si se puede culpar a un gobernante por no estructurar incentivos adecuados o si los incentivos adecuados son imposibles porque quien se beneficia del statu quo no tiene incentivo para cambiar nada, lo que nos retrotrae a la gallina. ¿O era el huevo?
Queremos desarrollo económico pero no tenemos acuerdo sobre cuál es el papel del gobierno en el proceso y qué lo hace posible. Un querido amigo me escribía que lo que hace posible el desarrollo son los valores, a los que define de manera muy precisa: cómo se valora el régimen legal en el país, cuál es la actitud hacia el trabajo, el esfuerzo, el mérito, el civismo, la tolerancia, el orgullo de pertenecer a una nación, la frugalidad y el ahorro, la confianza en uno mismo Su conclusión: eso es lo que en el fondo veo roto en el país.
Queremos acabar con la pobreza que existe en el país pero no creamos condiciones para la movilidad social. Las encuestas realizadas por la OCDE sobre la educación nos revelan que no hay valor social en el mérito; la educación es un factor que explica cada vez menos la movilidad social; en México la correlación entre el nivel de educación y el éxito en la vida es tenue: es más importante conocer a alguien importante; el contraste entre el desempeño de los mexicanos en México y en EUA es impactante: allá la educación es el factor clave.
Nos preocupa el tema de la violencia y el crimen organizado pero estamos atrapados en falsos dilemas. Para unos, la única salida es negociar con los narcotraficantes; para otros, la solución reside en legalizar el consumo de las drogas. La evidencia empírica no justifica estas posiciones: la legalización no resuelve la criminalidad porque una vez que existen organizaciones criminales, éstas se dedican al crimen, cualquiera que sea el tema o producto. A menos que legalizáramos todos los delitos, la criminalidad seguiría. Por su parte, Colombia demuestra que la negociación con los criminales convierte al Estado en una organización criminal, no lleva a la paz social. Colombia cambió cuando un gobierno comenzó a combatir el crimen organizado.
Nos preocupa la crisis pero no hemos llegado a un consenso sobre el rol del gasto público en esta crisis. EUA intenta combatir la crisis económica con un incremento dramático en el gasto público y su problema actual es el riesgo de deflación. La paradoja es que para nosotros el problema es exactamente el opuesto: de incrementar el gasto de manera radical, nuestro problema sería el de inflación. Mientras el mundo valore al dólar, EUA seguirá teniendo privilegios que nos serán ajenos. Más importante, los mejores periodos de crecimiento en México han sido los caracterizados por estabilidad financiera. Los otros por crisis.
Finalmente, la mayor de las paradojas reside en nosotros mismos y la forma en la que nos visualizamos en un mundo global: para muchos lo que ahora procedería sería distanciarnos del mundo, elevar aranceles y entrar en una etapa de protección de la planta productiva. Muchos recuerdan con nostalgia los años del desarrollo estabilizador y suponen que si sólo se regresa a aquel momento, todo será mejor. La paradoja es que el desarrollo estabilizador coincidió con los mejores años de la economía mundial; es decir, no fue tanto lo que hicimos nosotros, sino la sincronía que logramos con el resto del mundo. A finales de los sesenta el desarrollo estabilizador comenzó a hacer agua: la respuesta de Echeverría fue pésima, pero el problema era real. Hoy la salida menos evidente para muchos está en la productividad, el mérito y el trabajo. Nada nuevo bajo el sol.