Los patiños

Luis Rubio

Ayudantes de payaso. Así se vieron nuestros políticos, funcionarios, líderes partidistas y “representantes” populares. El titiritero organiza el tinglado y todos los actores bailan al son de su danzón. Predecibles como siempre, nuestros funcionarios no saben qué está pasando, no obstante siempre saben cómo reaccionar. Generalmente mal. Sólo un jugador, ese factotum de la política mexicana, sabe lo que persigue y todos los demás se alinean. Algunos actúan pretendiendo que entienden, otros no tienen idea de lo que pasa pero el libreto contempla sus torpezas y les da amplia cabida. Al final del día, el gobierno mexicano -federal y local- acaba siendo arbitrario y torpe, sin jamás haber entendido el guión. Peor, quizá el asunto acabe delineando la naturaleza del año electoral.

La comedia de errores y torpezas en torno a la expulsión de un grupo de cubanos del hotel María Isabel Sheraton no tiene desperdicio. En la tertulia acabaron embarrados desde el secretario de Relaciones Exteriores, que nunca entendió la trama, hasta el Jefe del Gobierno del Distrito Federal, que al no encontrar por dónde comprar boleto, inició toda clase de procesos, la mayoría arbitrarios pero todos políticamente motivados y con graves consecuencias. Los partidos y legisladores se pronunciaron sin que entendieran bien a bien qué estaba pasando o quién estaba organizando el drama. Me recordó nuestro triste desempeño en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas: mucho histrionismo y poco conocimiento de causa.

La confusión era tan grande, que los actores en el drama de la semana ni siguiera pudieron ponerse de acuerdo en el qué y por qué de la expulsión de la comitiva cubana. Quizá más importante, ninguno de los participantes en la guerra retórica llegó a sospechar que existiera la posibilidad de que alguien hubiera anticipado su comportamiento. Nuestra política y nuestros políticos se han vuelto tan predecibles que Pirandello los emplearía de marionetas en lugar de personajes.

Comencemos por el principio: todo el asunto del Sheraton se fundamenta en una aberración histórica: el embargo comercial con que el gobierno norteamericano respondió a la Revolución cubana. De acuerdo a las reglas del embargo, ninguna empresa estadounidense o sus subsidiarias establecidas en terceros países, puede tener contacto comercial con Cuba. En el caso que nos concierne, el hotel María Isabel, como subsidiaria de una empresa norteamericana, está obligado por las reglas del embargo aunque esto pudiera llegar a violar leyes de nuestro país. Me parece evidente que este hecho no es desconocido para ningún funcionario cubano (e incluso existen precedentes explícitos al respecto en los últimos años), razón por la cual nada de esto fue sorpresivo. Es evidente que todo este asunto fue cuidadosamente planeado para provocar exactamente lo que ocurrió: para que los patiños respondieran al guión.

El embargo a Cuba, al igual que la ley Helms Burton (que versa sobre propiedades de norteamericanos expropiadas por el gobierno revolucionario sin indemnización y, por lo tanto, ajena a este incidente), entraña la aplicación extraterritorial de la ley estadounidense. Aunque no es del todo evidente la sucesión de circunstancias que llevó a la expulsión de los cubanos del hotel, es perfectamente plausible que el hotel haya actuado de acuerdo a  procedimientos previamente establecidos por empresas de esa magnitud, lo que abona a la noción de predictibilidad y, por lo tanto, del infinito potencial de manipulación. Desde la perspectiva de una empresa confrontada con el dilema de optar entre el cumplimiento de una ley y la posibilidad de ser sancionada, Sheraton actuó a sabiendas de que podría haber repercusiones. Todo esto no quita ni disminuye lo obvio: que se trata de una legislación de aplicación extraterritorial y, por lo tanto, intolerable para países que no son superpotencias. Eso es precisamente lo que la SRE no tuvo capacidad de comprender.

El embargo norteamericano a Cuba no sólo no tumbó a Fidel Castro, sino que le ha garantizado décadas de férreo control sobre su población. Independientemente de la postura que uno guarde respecto a la vida del cubano promedio en la actualidad y de la calidad de su gobierno, el hecho es que este embargo ha logrado exactamente lo opuesto de lo que se proponía alcanzar. Además, más allá de las preferencias de algunos o todos los mexicanos, la realidad es que el gobierno mexicano ha aceptado el embargo sin protestar. Específicamente, en ningún momento se ha obligado a empresa alguna, mexicana o extranjera radicada en el país, a comerciar con la isla, lo que implica una aceptación tácita del embargo.

Lo patético de todo este incidente es lo absurdo del actuar de nuestros funcionarios y políticos. Aun sin conocimiento de causa, la SRE decide que se trata de un asunto entre particulares, mientras que los usual suspects asumen la defensa de la isla sin reparo alguno. No pretendo criticar a aquéllos que tienen convicciones profundas en torno a la Revolución cubana o respecto a cualquier otro tema. Lo criticable es lo predecible de su comportamiento y, por lo tanto, lo manipulable que resulta para quien pretenda sacar raja de ello. Lo único evidente a todas luces es que se trató de un guión perfectamente orquestado, probablemente por el propio Fidel, quien ha aprendido a manejar y manipular  la política mexicana como si fuera terreno propio.

Ante la embestida de legisladores, partidos y opinión pública, el gobierno se vio obligado a retractarse y, para variar, a contradecirse. Dando una vuelta de ciento ochenta grados, la SRE decidió que siempre no se trataba de un asunto entre particulares, pero tampoco de una violación a la soberanía, sino de todo lo contrario. Por su parte, la Secretaría de Gobernación, siguiendo su propia consigna de evitar el conflicto sin importarle el costo, anunció que se trataba de una violación fundamental a nuestra legislación. Si los funcionarios del gobierno hubieran tenido un poco más de oficio, habrían entendido que su reacción tenía que haber sido exactamente la contraria: encabezar la protesta contra la arbitrariedad cometida por el hotel para después administrar las consecuencias. Como quedaron las cosas, el gobierno del DF acabó dando un giro brutal (del fraude patriótico del PRI al cierre patriótico del PRD) al recurrir a excesos autoritarios como el de clausurar el hotel por irregularidades menores como el que no cuente con menús en Braille. No vaya a ser que los próximos visitantes cubanos, además de despistados intencionales, sean invidentes.

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