Luis Rubio
El país tiene que salir del sótano donde se encuentra metido. La semana pasada, la decisión inicial del TRIFE estableció los parámetros de la siguiente etapa del conflicto postelectoral, pero no cambió los factores de poder con los que tendrá que lidiar el próximo gobierno. Comenzamos la contienda electoral bajo el paradigma de una democracia que entra en un proceso sucesorio y descubrimos que el paradigma operativo es el de una disputa ciega por el poder, a cualquier precio. Resulta cada vez más patente que el futuro del país y del próximo gobierno van de la mano de su habilidad política para sobrellevar la actual crisis y construir una plataforma que rompa con la perversidad de la dinámica política actual. La democracia mexicana tiene problemas fundamentales que deberán ser enfrentados por la próxima administración y más vale que entienda el tamaño del reto con el que inicia.
Para comenzar, el próximo gobierno no tendrá tregua alguna, ni cien días para definir sus prioridades y programa de gobierno. El futuro presidente tendrá que definir su estrategia de gobierno, organizar su gabinete y articular alianzas mucho antes de recibir formalmente la estafeta. Pensar que el tiempo agotará a quienes están disputando la elección es absurdo, sobre todo a la luz del creciente radicalismo que caracteriza al candidato perdedor y a los grupos e intereses que se le están sumando. Esta es una lucha por el poder al margen de las instituciones, que debe ser entendida en ese contexto y contrarrestada en esa cancha, pero también en otras.
La lucha política de las últimas semanas ha cobrado formas que amenazan la estabilidad del país, ponen en jaque la viabilidad del próximo gobierno y, en muchos casos, distan de ser democráticas, pero claramente no hay unanimidad en las filas perredistas en torno a ellas. Al tiempo que evoluciona el movimiento detrás de la disputa, se definen sus propósitos y disciernen las estrategias. Hoy resulta patente que esta lucha por el poder siguió las formas democráticas en un inicio, pero ahora ha adoptado la doble vía del reclamo institucional y la presión no institucional por medio de bloqueos, marchas y movilizaciones.
Los más radicales entre los contingentes perredistas abogan por una estrategia de movilización permanente encaminada a la erosión del poder presidencial y su posterior capitulación, como ocurrió en Ecuador y Bolivia. Pero no todo el PRD está en esa ruta. Dentro del propio PRD existen numerosas perspectivas sobre cómo seguir adelante, lo que abre oportunidades para la convivencia social y política en los próximos años. El peor de todos los mundos consistiría en una cerrazón de ambos campos, cerrazón que no haría sino radicalizar a los radicales y destruir todo vestigio de convivencia democrática y desarrollo político.
El próximo gobierno tendrá que articular una estrategia que no sólo revierta el aguerrido clima de la contienda y del conflicto político posterior a los comicios, sino que deberá, además, ganarse la legitimidad con su actuar cotidiano. La candidatura de López Obrador atrajo a millones de mexicanos que se han rezagado y claman por respuestas concretas; el próximo gobierno tendrá que responder no sólo al reclamo de los políticos que disfrutan las marchas, los plantones y el conflicto, sino también, y sobre todo, al de millones de mexicanos que no ven la suya por falta de oportunidades, capacidades e instrumentos para su desarrollo.
En otras palabras, el próximo gobierno tendrá que actuar en por lo menos dos pistas: la conciliación, el liderazgo y la articulación de una base de apoyo para la trasformación del país en un mundo global; y la reorganización del gobierno y la economía para hacer posible un rápido crecimiento del producto, el empleo y el ingreso. Fracasará igual un gobierno dedicado a satisfacer sus peores instintos partidistas que aquel dedicado exclusivamente a la construcción de acuerdos políticos sin sustancia en términos del desarrollo de la población.
No hay estrategia posible en la actualidad que no pase por el requisito doble (y complementario) de la concordia nacional y el crecimiento económico. Todo lo que proponga el próximo gobierno tendrá que estructurarse dentro de esta dualidad. El problema es cómo aterrizar estos conceptos. La concordia tiene que nacer del diálogo, la negociación y el liderazgo. Una buena convocatoria a la reflexión y el diálogo entre intelectuales, permitiría abrir espacios que hoy no sólo están cerrados, sino que experimentan una polarización mayor a la que se presenta entre los propios políticos. Por lo que toca al gobierno, la concordia tiene que convertirse en estrategia de gobierno reflejada en programas, un discurso incluyente y el nombramiento de los futuros colaboradores. No tendría sentido alguno proponer la concordia para luego acudir a los representantes de las alas duras del partido, en lugar de convocar a personajes con la capacidad de construir puentes, dialogar y desarticular conflictos, es decir, de gobernar.
Independientemente de la viabilidad del proyecto económico o político de López Obrador, no hay la menor duda que su convocatoria tocó fibras sensibles y fue muy atractivo para una amplia porción de la población, seguramente mucho mayor a la que de hecho votó por él. De particular importancia es la polarización social que caracteriza al país (y, en realidad, al mundo), y para la cual no ha habido respuesta gubernamental alguna. Pensar que es posible abandonar el proceso de globalización característico del mundo actual, es claramente absurdo, pero eso no significa que la población deba seguir exponiéndose sin instrumentos a los avatares de la economía o, como dice el dicho, marchar a la guerra sin fusil. La estrategia económica que propuso AMLO era errada, pero no así el problema que diagnosticó.
El país requiere de una transformación cabal. La economía es endeble y no resuelve los problemas de pobreza, desempleo y desazón que experimenta la población. Las estructuras institucionales no responden a las demandas políticas e ignoran los reclamos ciudadanos. Todo esto ha creado una catarsis que, bien conducida, puede crear las condiciones para la transformación que el país requiere y por la que sin duda votó la abrumadora mayoría de la población, así lo haya expresado a través de candidatos distintos. Como dice el proverbio chino, los tiempos de crisis también son tiempos de oportunidades. La clave radica en la manera en que el próximo gobierno comprenda el reto y se organice para enfrentarlo.