Hace unos cuantos meses, el Kuomintang (KMT), el partido que dominó y, de hecho, monopolizó y controló la vida política de Taiwán a lo largo de más de cinco décadas, finalmente acabó cometiendo un virtual suicidio. El tema parecería irrelevante en México, excepción hecha de un pequeño círculo de estudiosos de la nación asiática. Sin embargo, las semejanzas entre el KMT y el PRI son tan grandes y tan obvias que es interesante observarlas ahora, sobre todo a la luz de la «primera elección democrática» de la que tanto han alardeado muchos de sus miembros. No menos importante y significativa es la comparación del desempeño del presidente Chen Shui-bian, el primer presidente de un partido distinto al KMT, con el presidente Fox, ambos tildados de inexpertos e ineficaces por sus respectivas oposiciones.
La parte relevante para México de la historia taiwanesa es muy interesante. Por décadas, el KMT, el partido nacionalista de Taiwán, había dominado la política de la isla. De hecho, desde su retirada de la China continental cuando las tropas comunistas de Mao lograron el control de la totalidad del territorio en 1948, el KMT, que había sido creado en 1928 y habí gobernado la China continental desde entonces, impuso severos controles sobre la población y sobre la isla. En el curso de los años, sin embargo, el creciente éxito económico de Taiwán llevó al gobierno a iniciar un proceso de liberalización política. A diferencia de los gobiernos mexicanos de los ochenta y noventa, el propósito de la liberalización política en Taiwán era explícito y no escondía propósitos ulteriores, contradictorios con la liberalización económica: se buscaba crear, avanzar y consolidar un sistema democrático de gobierno, aun cuando esto pudiera implicar la derrota electoral del KMT. La posición del KMT era tan fuerte al inicio de las reformas que aun si sus líderes llegaban a imaginar una derrota, ciertamente no la contemplaban en el corto plazo.
Como en todo, factores no anticipados crearon condiciones propicias para la derrota del KMT. A finales de los noventa, en medio de una disputa interna en el partido, el KMT expulsó a uno de sus próceres, James Soong, con la idea de acallarlo y retirarlo de la política. Sin embargo, el señor Soong, ni tardo ni perezoso, creóun nuevo partido que tuvo el efecto de dividir al electorado del KMT, haciendo posible la victoria electoral del presidente Chen en marzo del 2000. El hoy presidente Chen triunfó con el voto de apenas una tercera parte del electorado, constituyéndose así en el primer presidente en la historia de Taiwán que no surgía del KMT. A principios de diciembre pasado, en las primeras elecciones parlamentarias desde el ascenso de Chen a la presidencia, el KMT literalmente se derrumbó, perdiendo la mitad de los escaños que antes detentaba.
Lo interesante de esa elección parlamentaria es que el resultado fue, en buena medida, contraintuitivo. Por muchos meses a partir de la derrota del KMT en marzo del 2000, el presidente Chen fue constantemente hostigado por el KMT. Sus primeros pasos fueron inciertos y poco fructíferos, en tanto que los conflictos entre su partido y el KMT en el parlamento fueron frecuentes, lo que agravó todavía más su bajo desempeño. Los embates del KMT eran inmisericordes. Las críticas al presidente crecían y su popularidad descendía. Sus decisiones y modo de proceder facilitaban la crítica. Además, todo esto ocurría justo en el momento en que Taiwán experimentaba la peor recesión de su historia, una contracción de casi 5% en el 2001, en buena medida ocasionada por los problemas de sus dos principales mercados de exportación, Japón y Estados Unidos. Lo fácil era anticipar que el DPP (Partido Democrático Progresista), el partido del presidente Chen, naufragaría en la elecciones y que el KMT recuperaría el voto perdido, no como respuesta a un incremento en su popularidad, sino por albergar a políticos experimentados, políticos profesionales que saben cómo gobernar.
Sin embargo, cuando llegó el momento de la verdad, en diciembre pasado, la población decidió refrendar su apoyo al presidente en turno, otorgándole un margen adicional de escaños y apoyando a partidos afines al presidente, en otras palabras, otorgando a esa coalición implícita una mayoría absoluta en el parlamento. Sin duda, muchos de los elementos que explican el resultado de esa elección tienen una dinámica local que bien puede ser irrepetible o, en todo caso, irrelevante para México. Pero mucho de lo que ahí ocurrió refleja circunstancias que tienen mucho más que ver con la naturaleza y modo de actuar de los monopolios, en este caso de carácter político, que con factores locales particulares y por eso vale la pena mencionarlos.
Para comenzar, la derrota del KMT, tanto en marzo del 2000 como en diciembre del 2001, representó un cambio mucho más profundo que un mero relevo de personas en el gobierno. En Taiwán, la derrota del KMT constituyóel cierre de una era, el fin de la «vieja guardia» y, sobre todo, un veredicto generalizado sobre la legitimidad de los gobiernos autoritarios anteriores. Taiwán había experimentado una acelerada liberalización política, las instituciones se habían democratizado y la derrota del KMT, a pesar de haberse registrado por un margen reducido del partido contrario, constituía el fin del proceso y no algo meramente coyuntural. Una pregunta clave para México es si existe un paralelo entre esa experiencia y la del PRI en México en estos momentos.
Pero aun si no hubiera determinismo alguno en la derrota del KMT, es decir, que igual hubiera podido ganar las elecciones en el 2001 luego de haberlas perdido en el 2000, los errores de ese partido fueron enormes y constantes en todo el proceso, lo que alienó a segmentos cada vez mayores del electorado. En lugar de acercarse al electorado, al llamado «centro político», el KMT tendió a olvidarse del pragmatismo que natural e inevitablemente caracteriza a todos los partidos gobernantes del mundo, y se dedicó a asumir posturas ideológicas cada vez más distantes de las preferencias del electorado. Es decir, sus miembros nunca entendieron las motivaciones de los electores ni se dedicaron a atender sus preferencias. Actuaron como el monopolio que siempre habían sido, incluso después de haber sido derrotados. Nunca entendieron el porqué de su derrota o las implicaciones de la misma.
Quizá el peor de los errores del KMT residió en su constante hostigamiento al presidente, en su oposición indiscriminada a toda iniciativa en el parlamento y a su política de hacerle la vida imposible al gobierno en cualquier cuestión. Todo esto en un momento particularmente difícil, justo cuando la economía de Taiwán experimentaba una severa recesión. El veredicto de los votantes fue que el KMT había exacerbado los problemas del país y las dificultades de la economía con su obstruccionismo irredento. Los excesos del KMT fueron de tal magnitud que estuvieron a punto de iniciar un juicio político contra el presidente. Con su voto, la población mostró que le es más importante seguir con el proceso de desarrollo político e institucional, con todo sus exabruptos, que retornar a un pasado poco apetecible, a pesar de ofrecer más certidumbres.
La elección de diciembre pasado golpeó severamente al KMT. Muy pocos anticipaban una derrota de tal magnitud. Muchos de sus miembros han abandonado sus filas y se han sumado a otras fuerzas políticas. Estas escisiones han cambiado a la política taiwanesa, introduciendo una dinámica totalmente novedosa, anclada en principios democráticos y de competencia política que antes no existían. Aunque ciertamente es imposible saber qué pasará con el KMT, lo que las elecciones recientes demostraron es que, contra el sentido común de sus miembros, la población sí tiene capacidad de raciocinio y actúa de maneras que son impredecibles para políticos acostumbrados a dar órdenes en lugar de estar sujetos al escrutinio popular.
Los paralelos de la política taiwanesa con nuestra vida política actual son demasiado importantes e interesantes como para pasarlos por alto. Por un lado, el tan criticado desempeño de la administracióndel presidente Fox no es particularmente distinto al que caracterizó los primeros veinte meses del presidente Chen. La inexperiencia del nuevo equipo en el gobierno, a la que se sumó el bloqueo sistemático del KMT en el parlamento, llevaron a que ese desempeño empeorara todavía más. En México, lo mismo se puede decir de la administración del presidente Fox. Y, sin embargo, al menos en el caso de Taiwán, eso no influyó a la hora de la elección: el partido del presidente acabó ganando terreno en las elecciones parlamentarias. Si una lección se puede derivar del caso de Taiwán es que quienes ya están dando por triunfador al PRI en las elecciones del 2003 pueden estar haciendo una muy mala lectura de la lógica que anima al electorado.
Aunque no hay mexicano que no quiera que el gobierno genere buenos resultados, al votar de manera dividida por el presidente y por el congreso en el 2000 hicieron más tortuoso el proceso de gobierno. La pará
lisis que caracteriza al congreso es en cierta medida un producto de las decisiones de quienes acudieron a las urnas en aquella ocasión. Viendo hacia el 2003, no es imposible un escenario en el que los electores se vuelquen a favor del PRI, buscando el retorno de los políticos experimentados en un esquema de cogobierno, con el congreso en manos del PRI y el ejecutivo en las de Fox. Pero otro escenario, no menos relevante y posible, puede ser uno en el que la población culpe al PRI de obstaculizarlo todo y corrija su «error» del 2000, unificando el voto que en aquella elección dividió. Lo único cierto de la democracia es que en ella no hay certezas absolutas y ésta es una que será importante evaluar en un poco más de un año.
La reciente elección interna del PRI mostró las dos caras de ese partido: igual su capacidad de organización y convocatoria, que su incapacidad para reconocer los nuevos tiempos que caracterizan al país. A pesar del éxito inicial de su proceso electoral, la apuesta de los priístas sigue siendo hacia el pasado. La pregunta es cuál será el veredicto de los electores en el 2003.