Al Qaeda, Irak y Estados Unidos

Luis Rubio

El Medio Oriente siempre ha sido un mundo de espejos y sombras donde nada es lo que aparenta. Lo aparente, sobre todo si uno sigue la prensa, es que los países árabes, comenzando por Egipto y Jordania, están luchando con todo fervor por la constitución de un estado palestino, que la principal motivación norteamericana respecto a Irak son sus armamentos no convencionales y que la creación de un nuevo país, llamado Palestina, resolvería los problemas pendientes de la región. La realidad resulta ser tan compleja que todos los actores regionales son expertos consumados en el juego del humo y los espejos. En este contexto, no debería ser sorprendente que todo, incluyendo el rejuego norteamericano respecto a Irak, sea un intento por manipular las expectativas a través de movimientos tanto políticos y militares como psicológicos.

Tres temas coexisten y se retroalimentan en la política levantina. Por un lado se encuentra el conflicto árabe-israelí y las convulsiones que el asunto suscita en el mundo árabe en general; en segundo lugar está Irak, la megalomanía de su jefe de gobierno, la zona petrolera más grande e importante del mundo y el equilibrio geopolítico entre Irán e Irak; finalmente, el tercer tema, es el del grupo terrorista Al Qaeda, que irrumpió violentamente en el mundo occidental con sus ataques contra Nueva York hace un año. Los tres temas tienen características y dinámicas propias, que inexorablemente se comunican e influencian de manera sistemática.

El común denominador de estas tres problemáticas, además de la región en que se concentran, es el desempate entre las aspiraciones de la población y las realidades tangibles a las que ésta se enfrenta. La mayoría de las naciones de la región está dominada por gobiernos autoritarios que no tienen empacho alguno en emplear la retórica de la democracia para mantener sometida a su población. Esta circunstancia fue sostenible por décadas, si no es que siglos, por la falta de comunicación y la nula disponibilidad de fuentes independientes de información. En los últimos años, sin embargo, esas carencias han sido suplidas por distintos medios, comenzando por la Internet, pero sobre todo, en el mundo árabe, por la aparición de una cadena noticiosa llamada Al Jazzeira, que se dedica a transmitir información sin censura en toda el área. La disponibilidad de fuentes independientes de información ha transformado a la región y ha creado fenómenos políticos nuevos desde manifestaciones y movilizaciones frecuentes, hasta actitudes radicales y antisistémicas-, la mayoría de ellos generadores de grandes preocupaciones para los gobiernos establecidos. Muchas de las reacciones públicas de los gobiernos de la región ante los estímulos externos tienen más que ver con esas preocupaciones, que con ideas novedosas de solución a los conflictos que aquejan a la región.

Pocos temas son tan candentes en el mundo árabe como el palestino, pero no necesariamente por las razones que se argumentan. Independientemente de las injusticias que han sufrido los palestinos a lo largo del tiempo, su causa ha cobrado una enorme dimensión política en toda la región por la visibilidad que ha adquirido gracias a la televisión. La diseminación de la información ha traído, a su vez, consecuencias mucho más severas de lo que podría parecer a primera vista. Para empezar, el hecho mismo de la violencia sirvió de escudo propagandístico a Bin Laden y Al Qaeda luego de los ataques terroristas de hace un año. Sin embargo, nadie que haya observado el fenómeno palestino puede dejar de apreciar la enorme paradoja que representa esa manipulación propagandística: a final de cuentas, aunque los palestinos son musulmanes, el movimiento palestino, al menos en su inicio, fue esencialmente secular, como lo es la mayor parte de esa población. Sin duda, Hamas y otros movimientos tienen un carácter religioso y muchos de los terroristas suicidas eran hijos putativos de esos movimientos, pero eso no implica que la religión haya sido el componente central del movimiento palestino. El Islam es una religión en que no existe separación entre la iglesia y el Estado; sin embargo, el caso de Turquía muestra que esa separación es posible y el movimiento palestino ha sido un buen ejemplo de esa separación en la praxis política. Bin Laden, como tantos otros, utiliza a los palestinos para sus fines propios.

De esta manera, no deja de ser irónico que uno de los movimientos más fundamentalistas, más retrógrados en términos de derechos humanos y civiles y más reaccionarios del mundo moderno, como el encabezado por Bin Laden, haya buscado legitimarse a través de los palestinos. A final de cuentas, el objetivo principal de Al Qaeda consiste en apoderarse de alguno de los países árabes ricos y políticamente importantes (como Egipto o Arabia Saudita) para poder instalar una república islámica, con todas las restricciones que eso entraña en términos de derechos humanos, de la igualdad de género y demás. No es casualidad que el régimen Talibán en Afganistán haya hecho propicio el desarrollo y crecimiento de Bin Laden y su organización.

De lo que no hay duda es del razonamiento estratégico de los líderes de Al Qaeda al explotar la causa palestina para sus propios fines. Para comenzar, la visibilidad de la violencia árabe-israelí se prestaba como causa idónea para ser enarbolada por un movimiento terrorista (sobre todo después del hecho). Con una causa como esa, con la que se podían identificar millones de árabes en los lugares más recónditos, Al Qaeda lograba no sólo legitimidad retrospectiva para sus actos terroristas, sino, a la vez, deslegitimar a su oposición, comenzando por los propios gobiernos árabes, además de Estados Unidos. El hecho tangible es que los atentados terroristas fueron populares en muchas naciones árabes y que esa popularidad no fue apreciada por los gobiernos de esas mismas naciones.

Es evidente que las manifestaciones de apoyo a Bin Laden o a los palestinos no contribuyen a la estabilidad política de naciones que tienen mucho de que estar preocupadas. La violencia emanada del conflicto palestino ha sido observada por millones de televidentes, todos ellos capaces de comenzar a asociar violencia con gobiernos autoritarios y terrorismo con legitimidad. Es decir, el otro lado de la violencia causada por los terroristas de Bin Laden o por los choques entre palestinos e israelíes es el impacto político de las movilizaciones humanas que están teniendo lugar en el resto del mundo árabe. La creciente concientización y madurez política de la población, todo ello producto de estos movimientos, es un anatema absoluto para el orden establecido en todos los países árabes, independientemente de la naturaleza específica de sus respectivos gobiernos. Para un movimiento como Al Qaeda, cuyo objetivo es precisamente el desestabilizar a los países árabes clave, nada es tan útil como el que sus poblaciones estén alborotadas.

Todo esto ha llevado a la mayoría de los gobiernos árabes a concluir que la existencia de un estado palestino no haría sino agudizar la percepción interna de crisis y la falta de legitimidad de los gobiernos y, por lo tanto, constituir una fuente de inestabilidad política todavía mayor. De esta manera, más allá de la retórica, lo último que quisieran ver naciones como Egipto y Jordania, e incluso Arabia Saudita, es el nacimiento de otra fuente de conflicto en sus fronteras. Aunque la retórica diga una cosa, la realidad política de varios de los regímenes árabes es una de desolación, circunstancia que les lleva a proponer planes de paz, convocar a las partes a entenderse y, sobre todo, a tratar de mantenerse adelante de la ola política en sus propias sociedades.

Desde esta óptica, Irak juega un papel fundamental en la correlación de fuerzas entre el Medio Oriente y Occidente, particularmente Estados Unidos. Irak se ha ganado un gran prestigio en las calles de las naciones árabes precisamente porque ha resistido de manera exitosa a Estados Unidos. En una región en la que en los últimos siglos los fracasos han sido más frecuentes que los triunfos, no es de sorprender que un luchador, sobreviviente frente al poderío de una gran potencia, se haya ganado el respeto de muchos de sus vecinos, aunque seguramente pocos gozarían de vivir bajo su yugo. El prestigio psicológico de que goza Sadam Hussein entre los árabes es inmenso. Ahí yace la importancia estratégica de Irak para Estados Unidos.

Por estas razones, desde la perspectiva de Washington, fuerzas como Al Qaeda e Irak constituyen desafíos que van al corazón de los valores occidentales de libertad y democracia que Estados Unidos representa. El hecho de que una nación, y su cabeza de gobierno, gocen de prestigio precisamente por desafiar a Washington representa un enorme reto para desarticular las redes de Al Qaeda y, en general, para el prestigio de Estados Unidos en la región. De esta manera, aún después del éxito estadounidense contra Al Qaeda en Afganistán, los persistentes choques entre israelíes y palestinos y la sobrevivencia de Hussein en Bagdad han enraizado una psicología anti norteamericana que impide acabar con Al Qaeda.

Así, en esta lógica, el desmembramiento del régimen de Sadam Hussein es percibido en Estados Unidos como un medio para romper con el círculo vicioso en que se encuentra la relación entre las naciones occidentales y las árabes. De ser correcta esta apreciación, más que pretender asestar un golpe inmediato y definitivo contra Sadam Hussein, el propósito de la andanada norteamericana sería el de debilitar la esencia, el alma psicológica que ha prestigiado a movimientos como Al Qaeda y contribuido a sostener a regímenes como el de Hussein en Bagdad. Si bien el tema palestino y el petrolero son obviamente importantes desde cualquier perspectiva estratégica, la dinámica del proceso de decisiones tanto en Estados Unidos como en muchas de las capitales árabes poco tiene que ver con estas consideraciones y todo que ver con la estabilidad política de sus regímenes y la fortaleza relativa de personajes como Saddam Hussein. En definitiva, en esta región, nada es como parece.