Política de linchamiento

La política se ha convertido en una negación en el país. La razón de ser de la política es la de dirimir diferencias, resolver conflictos y lograr acuerdos entre personas y grupos con intereses y valores distintos. No es casualidad que las palabras naturalmente asociadas con la política sean: negociar, comprometerse, ceder, acordar, respetar, pactar. El valor de la política es precisamente el de procurar un equilibrio, un punto intermedio entre posturas aparentemente irreconciliables. Sin política y sin negociación, que en la práctica son sinónimos (e implican que todos pueden ganar cediendo), no es posible la convivencia humana. Sin embargo, la mayor parte de esas palabras se ha convertido en anatema en nuestra vida política: pactar o negociar son ahora “malas” palabras, huelen a concertacesión. Acordar un punto intermedio implica realizar algo inaceptable: ceder. Entre los miembros del CGH hablar de moderación es equivalente a la traición. Ahora esa misma política de encono y linchamiento se ha apoderado del partido que siempre se caracterizó por ser el más civilizado y respetuoso de todos: el PAN. El affaire Paoli no habla bien del PAN, no habla bien de la política mexicana pero, sobre todo, no augura nada bueno para el futuro del país.

 

Francisco Paoli, un académico distinguido que siempre tuvo una fuerte inclinación por la política, lleva casi una década en las filas del PAN. Su trabajo en el partido, así como su honorabilidad, seriedad y competencia lo llevaron a ocupar la presidencia en la cámara de diputados. Pero el 28 de diciembre pasado, el día en que finalmente se aprobó el presupuesto, cometió un “pecado” que sus correligionarios no le pueden perdonar: el diputado Paoli no siguió la línea del partido en el voto particular que se realizó en torno al IPAB. Los diputados, como representantes de la ciudadanía, deberían, al menos en teoría, responder a los intereses del electorado antes que a ningún otro; esto implica que  en ocasiones su voto no coincida con el de sus correligionarios o con la línea del partido en lo general. De ser este un requisito, el Congreso podría igual estar integrado por borregos respetuosos de la autoridad de su pastor. No siendo esa la realidad, la conmoción que ha causado la decisión de Paoli sugiere que nuestra aspiración a la democracia es prematura, al menos bajo las reglas e incentivos que actualmente existen.

 

Es importante relatar las circunstancias específicas del actuar del diputado Paoli aquel 28 de diciembre. El tema de discusión era el IPAB, otro término que ha pasado a formar parte de las malas palabras en nuestro léxico político. Con el quórum existente, el PRI no tenía la mayoría para pasar, por sí mismo, la iniciativa de aprobación del presupuesto al IPAB para el año 2000. Paoli, una persona de absoluta entereza y, a diferencia de muchos otros diputados, con sobrada capacidad de raciocinio, reconoció que la aprobación del presupuesto del IPAB era indispensable para el funcionamiento del país. Ante ese reconocimiento tenía dos opciones: una era votar a favor de la iniciativa, rompiendo abiertamente con los miembros de su bancada, y la otra era ausentarse del Congreso para, con ello, alterar el quórum y hacer posible que el voto priísta fuese suficiente para que se aprobara la iniciativa. Paoli optó por salirse, haciendo posible el triunfo de la sensatez.

 

Este hecho ha desatado una tormenta política de enormes dimensiones. Vicente Fox acusó a Paoli de haberse vendido; innumerables caricaturas lo han presentado hasta como prostituta. La golpiza ha sido extraordinaria, pero lo más peculiar es que sus principales detractores sean los miembros de su propio partido, el partido que se dice demócrata y respetuoso de las formas parlamentarias. Los ataques seguramente encubren procesos políticos más complejos dentro del PAN, como el proceso de nominación de candidatos a la cámara de senadores y de diputados que se aproxima, pero revela una faceta de la política mexicana en general y del PAN en particular de la cual no es posible estar orgulloso. En la política tanto la forma como el fondo son cruciales y, como dijera Don Jesús Reyes Heroles, la forma es fondo. En este contexto, los ataques a Paoli son muestra fehaciente de la perversidad de los incentivos que hoy en día caracterizan a la política en el país. Antes que profesarse respeto y reconocimiento, como ocurre en la mayor parte de los foros legislativos en el mundo, los diputados mexicanos prefieren el linchamiento. Como en una cacería de brujas.

 

Hay tres ángulos que valdría la pena explorar en este asunto, sobre todo por lo que muestra del estado que guarda la política en el país, así como por la trascendencia de los temas que debería de resolver, pero que con dificultad avanza el poder legislativo. El primer tema es el IPAB. Por su origen, por los montos que involucra y por la incompetencia que yace detrás de la privatización y rescate del sistema bancario, el IPAB es sumamente impopular. Hay buenas razones que explican esa impopularidad, pero la deuda generada por el proceso de rescate no se puede negar o ignorar, por más que nuestros políticos griten o avienten sombrerazos. En particular, el PAN tuvo un papel estelar en el proceso de creación del IPAB como substituto del Fobaproa, pero el partido y, en particular, su líder en la cámara de diputados en lugar de explicar las razones de quella decisión, se ha dedicado a buscar un chivo expiatorio que los exonere de su responsabilidad. Esto ha llevado a una terrible confusión en la población sobre dónde está realmente parado el PAN y no es imposible que esa indefinición le cueste muchos votos en julio próximo.

 

El financiamiento del IPAB es necesario e inevitable porque sin esos recursos el sistema financiero se vendría abajo. Pero, contrario a la noción que se maneja en los medios de comunicación, un colapso del sistema bancario no afectaría a los banqueros, la mayoría de los cuales perdió toda su inversión en el proceso, sino el ahorro del público que está respaldado en los bonos expedidos por el IPAB. Es decir, lo que está de por medio en el IPAB es el ahorro de los usuarios del sistema financiero. Francisco Paoli le hizo un enorme servicio al país (y a millones de ahorradores) haciendo posible el que se aprobara la iniciativa de ley.

 

El segundo tema que se asoma en este asunto es el de la táctica que siguió el diputado Paoli para hacer posible la aprobación del financiamiento del IPAB. Esa táctica, la de salirse del recinto del Congreso por unos minutos, puede ser apreciada o despreciada, pero de ninguna manera pone en entredicho la integridad de la persona. Pudo verse mal que el presidente en turno del Congreso se ausentara momentáneamente, pero eso no disminuye la enorme responsabilidad que asumió con ese acto. En lugar de lincharlo, los panistas deberían estar agradecidos de que uno de sus diputados tuvo la visión –y las agallas- para resolverles un entuerto de su propia creación.

 

Pero si uno proyecta este conflicto al problema más amplio de la política mexicana, el saldo es poco encomiable. El canibalismo político que ha caracterizado a todo este escándalo evidencia las carencias de la política mexicana: sobre todo, la ausencia de incentivos a cooperar, a negociar, a dar respuesta a las necesidades de los ciudadanos. Las reglas e instituciones que caracterizan a la política nacional, así como el contexto electoral actual, llevan al rompimiento de acuerdos, a condenar la negociación y a crucificar a los moderados. Justamente lo opuesto de lo que el país requiere para poder progresar. Una nación tan diversa, tan compleja y tan polarizada requiere de acuerdos, entendidos y negociaciones para poder sumar intereses encontrados y resolver pugnas entre facciones irreconciliables que existen en el país. ¿De qué otra forma se podría enfrentar el problema de la UNAM o el conflicto de Chiapas?  En su esencia, ambas disputas son idénticas al problema suscitado en torno a Francisco Paoli: son reflejos de la pésima estructura de incentivos que domina a la política mexicana y de las reglas e instituciones que los producen.

 

El grado de conflicto y violencia que el país ha experimentado a lo largo de toda la década de los noventa (y, en realidad, desde 1968) es muestra más que suficiente de lo inadecuado e inoperante de nuestras instituciones y, en particular, de los peligros a que puede conducir la violencia verbal. No cabe la menor duda que los panistas se han excedido en sus críticas, ataques y abusos hacia Francisco Paoli. Pero, peor que ello, no reconocen que han caído en la trampa de sus propias carencias: en lugar de contribuir a construir los pininos institucionales del México futuro, así sea a cambio de su voto en momentos cruciales en el Congreso –como en el pasado ocurrió-, se han dedicado a buscar chivos expiatorios. Pobre política la del contingente panista.

 

Yo no tengo la menor duda de la honorabilidad e integridad de Francisco Paoli. Pero me parece que el abuso que él ha sufrido en estas semanas habrá valido la pena si quienes deberían ser los profesionales del entendimiento reconocen que han fallado en su responsabilidad de desarrollar las instituciones políticas que requiere el país. John Womack, el historiador norteamericano que escribió la excepcional biografía de Emiliano Zapata, decía hace algunos años que “la democracia no produce, por sí sola, una forma decente de vivir. Son las formas decentes de vivir las que producen la democracia.”  A los mexicanos nos faltan las instituciones que procuren esa forma decente de vivir porque, sin ellas, la UNAM y Chiapas son apenas el comienzo.

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