La era de la información crea extraordinarias oportunidades para los individuos –en su calidad de consumidores, ciudadanos y votantes-, pero también enormes riesgos de dislocación. La disponibilidad de información cruda, directa y sin manipulación crece en forma dramática. Al mismo tiempo, la capacidad de mediatización por parte del gobierno, de los medios de comunicación, de las empresas o los partidos políticos disminuye en forma acelerada. Es decir, la súbita apertura de las fuentes de información que representa el acceso a las nuevas tecnologías electrónicas entraña una profunda transformación social y política. Mientras mayor sea la población beneficiaria de esta nueva circunstancia, menor será la capacidad de control gubernamental por los medios tradicionales. El potencial liberalizador que esto representa es enorme, como también son los riesgos que entraña.
El control de la información ha sido siempre uno de los instrumentos medulares del control político. Quien controla la información controla también las decisiones. En las bajas burocracias –públicas y privadas- no hay juego más relevante que el de intentar controlar los flujos de información, manipular lo que debe saber cada quién y diseminar rumores que confundan al resto de la humanidad. La disponibilidad de información es, en este contexto, enemiga del control centralizado.
La historia está saturada de ejemplos de alteraciones profundas en el statu quo cada vez que la tecnología hizo posible que el número de beneficiarios de la información se multiplicaran. Hace siglos, la información estaba limitada a quienes tenían educación y acceso a los pocos ejemplares de libros que existían. La tecnología fundamentada en la copia manuscrita de libros dentro de los monasterios limitaba la diseminación de las ideas de una manera extrema. En los siglos XIV y XV comenzaron a utilizarse técnicas de duplicado, primero en China y luego en Europa, que aumentaron el número de lectores potenciales, aunque todavía dentro de una élite reducidísima. Con la invención de la imprenta, a mediados del siglo XV, las cosas comenzaron a cambiar. Ante todo, con la disponibilidad de imprentas en diversos países, los nuevos empresarios comenzaron a imprimir libros en alemán, portugués, francés e inglés. El latín dejó de ser la lengua franca y, con ello, comenzó la fragmentación europea. La división en nacionalidades comenzó a acentuarse a la vez que la Iglesia perdió su antiguo monopolio sobre las ideas. Los nuevos empresarios de la información -los impresores, los periodistas, los libreros- buscaron maneras de ampliar sus mercados, lo que con rapidez les llevó a publicar ideas controvertidas. Con personajes como Erasmo, Copérnico, Descartes y Francis Bacon, los libros se convirtieron en los instrumentos más poderosos de la Reforma y la Ilustración; Voltaire, Rousseau y Diderot sembraron las semillas del fin de las monarquías absolutas.
Cada vez que la tecnología hizo posible ampliar la disponibilidad de la información, el mundo se transformó. Evidentemente, los beneficiarios del orden establecido en cada ocasión hicieron lo posible por oponerse al cambio, por suprimir los nuevos medios de información y por controlar el proceso. La Iglesia utilizó desde la presión hasta la excomunión para impedir la diseminación de las explicaciones científicas y no religiosoas de los fenómenos naturales; las monarquías impusieron impuestos, controles y censura. Estos mecanismos sin duda postergaron el impacto de las nuevas tecnologías pero, a la larga, todos resultaron infructuosos. Las monarquías absolutas perdieron su fuente de legitimidad y, eventualmente, dejaron de existir; la Iglesia perdió el monopolio del conocimiento. Las colonias europeas en nuestro continente se rebelaron una por una hasta que la noción imperial prácticamente desapareció. Las ideas revolucionarias habían penetrado y vencido. Todos los intentos de censura, control e imposición de tasas punitivas de impuestos o actividades relacionadas habían probado ser irrelevantes frente a la primera gran apertura de la información que experimentó el mundo moderno.
Lo mismo ocurrió con la introducción de las siguientes oleadas de tecnología al mundo de la información: la Revolución industrial hizo posible la producción masiva de libros, revistas y periódicos; la radio, y eventualmente la televisión, multiplicaron el tamaño de la audiencia de una manera exponencial. Lo importante de esto es que la información transmitida a través de todos estos medios creó nuevas circunstancias que apuntalaron el poder político de las instituciones republicanas, pero también de gobiernos despóticos. Por una parte, la información transmitida por los gobiernos y otras fuentes a través de medios de comunicación como los periódicos, la televisión, la radio y demás, consolidó el poder de los medios de comunicación como estructuras institucionales clave de la sociedad. Por otra parte, la ampliación del alcance de los medios, sobre todo a través de la radio y la televisión, creó una audiencia cautiva en aquellos segmentos de población con bajos o nulos niveles de educación. En muchas sociedades, gobiernos totalitarios utilizaron esas tecnologías precisamente para oprimir y controlar a la población, suprimiendo así cualquier oportunidad de disenso.
La más reciente de las tecnologías de la información –Internet- invierte nuevamente la lógica del poder. Ahora cualquier ciudadano puede tener acceso a las fuentes directas de información. Todos aquellos individuos que tienen acceso a las nuevas tecnologías –que, en el país todavía son muy pocos- ya no requieren de intermediarios, como los medios de comunicación, para obtener la información que buscan. Más importante, en un medio como Internet no hay diferencia entre un periódico grande, institucional y exitoso y uno nuevo, chico y radical: ambos ofrecen su versión de la información, pero el individuo tiene la facultad de escoger la información que prefiera, el vehículo que más le atraiga y la versión que más se ajuste a su propia visión del mundo. Las instituciones que hasta el día de hoy han constituido el corazón del poder político, desde el gobierno y los partidos políticos hasta los medios de comunicación, van a perder influencia política de una manera estrepitosa. El ciudadano con acceso a los medios va a poder comunicarse directamente con los diputados o senadores y, sobre todo, de llegar a aprobarse la reelección de esos representantes, va a ejercer una influencia creciente sobre sus decisiones individuales.
La disponibilidad de información en forma masiva, directa y cruda entraña las semillas de una profunda liberalización política. Hay países en los que el porcentaje de familias que tiene acceso a Internet supera el 75%. Otros, como el nuestro, se encuentran profundamente divididos en cuanto al acceso a este medio debido a los niveles de educación, a las diferencias de pobreza y riqueza que los caracterizan y al bajísimo número de líneas telefónicas con que cuentan. Sin embargo, a pesar de estas poderosas limitantes, en la medida en que la población tenga acceso a Internet, sus efectos serán sumamente poderosos.
El primer impacto lo van a resentir las instituciones tradicionalmente asociadas con el poder político y la intermediación de la información, es decir, el gobierno, los medios de comunicación y los partidos políticos. Estas instituciones verán crecientemente erosionada su capacidad para actuar, para controlar y para mediatizar la información. Como al final de la Edad Media, podría ser posible que muchos caciques intentaran limitar el acceso a Internet sobre todo en las zonas rurales y más remotas del país, pero eso no haría sino postergar temporalmente el cambio. En la medida en que un individuo pueda obtener información directa de su fuente (un candidato, una oficina gubernamental, una agencia de noticias de fuera del país), la mediatización que tradicionalmente ejercían los partidos, los medios masivos y el gobierno va a resultar irrelevante. Los individuos tendrán acceso a la información directa y sin censura, lo que iniciará el primer cambio político de la nueva era de la información: la transferencia de poder de las instituciones establecidas hacia el individuo.
Este cambio representará, a manera de ejemplo, cosas tan trascendentes e importantes como el fin de la “historia oficial”. Dejará de haber una sola historia, la del gobierno, y en su lugar aparecerá una infinidad de historias, cada una concebida desde la perspectiva de cada uno de los participantes. Algunos individuos compartirán una visión, otros construirán la suya propia a partir de las diversas versiones que surjan. Pero el hecho objetivo es que nadie tendrá el monopolio de la “verdad”. En este mismo orden de ideas, probablemente no falte mucho para que diversos relatores de una manifestación ofrezcan versiones encontradas, en forma simultánea y en tiempo real (es decir, al mismo tiempo en que ocurren los hechos). Los individuos que sigan cada relato arribarán a sus propias conclusiones, haciendo irrelevante la función tradicional de los noticieros, los periódicos y, por supuesto, de los voceros oficiales. La rendición de cuentas por parte de funcionarios públicos se va a convertir en una demanda que el gobierno no podrá seguir eludiendo.
Una sociedad madura y educada sin duda podrá derivar enormes beneficios de la liberalización que esta tecnología entraña, sobre todo porque Internet hace posible la construcción de formas de participación política nuevas, capaces de afianzar la democracia. Pero el otro lado de la moneda no va a ser menos significativo. Millones de personas van a quedar huérfanas de los puntos de referencia institucionales que en el pasado les permitían orientar su vida sin demasiadas complejidades. Cosas tan simples como elegir el tipo de educación que unos padres quieren o creen adecuada para sus hijos van a resultar mucho más difíciles de definir. La ausencia de coordenadas es un problema que se puede presentar en cualquier sociedad, pero sin duda aquéllas donde la educación, a juzgar por los resultados, no ha sido una prioridad histórica, van a acabar siendo las más golpeadas. Por ello, a menos que el país experimente un cambio radical en su estrategia educativa, el futuro va a ser uno de todavía mayores desigualdades y, por lo tanto, de mayores choques y conflictos.