El contexto económico de lo electoral

Luis Rubio

 Las ventajas aparentes del PRI en la carrera electoral hacia el 2000 crecen a la velocidad del sonido. Al exitoso lanzamiento de su nuevo procedimiento de selección del candidato presidencial, se viene a sumar el interminable conflicto dentro del PRD. Ambos factores podrían hacer que los próximos doce meses -saturados de propaganda y debate entre priístas- se caractericen por un virtual dominio del PRI sobre los temas nacionales, marginando con ello al PAN y reduciendo todavía más la relevancia de un PRD no sólo dividido, sino abanderado por un candidato que ya no tiene mayor capacidad de entusiasmar a los votantes. Es imposible ignorar las enormes ventajas estructurales (e históricas) con las que el PRI cuenta al entrar en este competido proceso electoral, sobre todo porque la evolución de la economía también parece jugar a su favor. Pero el entorno económico es sólo favorable por la fortaleza de la economía norteamericana, algo que todavía podría cambiar de aquí a julio del 2000.

De cara a las próximas elecciones federales en julio del 2000, es difícil minimizar las ventajas con que cuenta el PRI. Nos guste o no a la oposición, a las clases medias urbanas o a los analistas y académicos, la maquinaria priísta sigue siendo efectiva. El PRI,  junto con el IMSS y la Iglesia, es una institución arraigada de cuya presencia no escapa ni el más escondido y distante recoveco del territorio nacional.  Con mínimas excepciones, sus tentáculos abarcan a todas las regiones, grupos, etnias e intereses en el país.  Las campañas que sus precandidatos van a iniciar a partir de agosto, y que más tarde continuará quien resulte el candidato vencedor, van a bombardear a los electores de temas priístas por once meses prácticamente ininterrumpidos. Si le sale bien el procedimiento de nominación del candidato, el PRI va a dominar la escena política, una vez mas, disminuyendo la importancia de sus rivales. Por si todo esto no fuera poco, la economía ha logrado un desempeño mucho mejor de lo que la oposición, sobre todo el PRD,  pronosticaba.

Muchos analistas creen que el favorable desempeño económico ha sido ficticio, es decir, sin bases reales que lo sustenten. La realidad es que la economía ha venido prosperando gracias a dos factores fuertemente interrelacionados: por un lado, el excepcional dinamismo que ha experimentado su similar norteamericana, misma que ha podido absorber a las crecientes exportaciones mexicanas.  Por el otro, la vigencia del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica que, a la vez que atrae inversiones hacia el país, garantiza el acceso de los productos mexicanos al mercado estadounidense. Aunque las tasas de crecimiento de la economía mexicana han sido modestas respecto a las que se alcanzaban en los cincuenta y sesenta y, sobre todo, respecto a las que sería deseable y necesario lograr para comenzar a reducir la pobreza en el país, lo notable es que el motor que ha venido impulsando a la economía nacional son las exportaciones.  Si uno aisla al sector exportador del resto de la economía, las tasas de crecimiento desaparecen: en 1995 la contracción habría sido de más del doble de lo que fue y la recuperación en los años subsecuentes habría sido irrisoria, si no es que inexistente. No cabe la menor duda de que nuestra economía es mucho menos vulnerable asociada a la norteamericana que si dependiera exclusivamente de la arbitrariedad de nuestras autoridades, pero la posibilidad de que la economía norteamericana inicie una desaceleración luego de nueve años de crecimiento continuo (y sumamente elevado en su historia), seguramente tendría un severo impacto sobre nosotros.

La historia que cuenta el gobierno mexicano es sólo parcialmente cierta. El script gubernamental dice que, luego del desastre de 1995, la economía mexicana es de las que mejor desempeño han logrado en el mundo; que se han llevado a cabo reformas estructurales importantes (como las afores, que en el tiempo, suponen, elevará el nivel de ahorro interno); que se ha mantenido una apretada política fiscal y un régimen cambiario adecuado; y que no sólo se han recuperado los niveles de empleo, sino que se ha comenzado a reducir el rezago previamente existente. Todo esto, dice el gobierno, ha permitido que la economía haya crecido mucho más que el promedio latinoamericano y asiático.

Aunque las reformas que el gobierno presume son verídicas, la realidad es que éstas han sido sumamente modestas y limitadas, lo que explica tanto los enormes contrastes que se pueden observar en el desempeño económico de las diversas regiones del territorio nacional, como la recesión que sigue caracterizando a vastas zonas del país, que con frecuencia son también las que mayor efervescencia política registran. De particular importancia es la región del centro geográfico del país, una zona de acelerado desarrollo industrial hace algunas décadas, que no ha podido transformarse para tener posibilidad de participar en el éxito exportador de los últimos años.

Quizá lo más significativo de la economía mexicana en la actualidad es el hecho de que el crecimiento que ha experimentado ha tenido lugar al margen de la acción (mas bien inacción) gubernamental. Sin la política de estabilización que caracterizó el actuar gubernamental a partir de 1995, la economía sin duda habría experimentado un periodo de extraordinaria inestabilidad; sin embargo, el crecimiento de estos últimos años ha provenido, prácticamente en su totalidad, de empresas exportadoras, financiadas por bancos del exterior e impulsadas por el extraordinario boom que experimenta la economía de Estados Unidos. Si las exportaciones llegaran a sufrir un revés, evento nada improbable en este momento, la economía mexicana podría entrar en severos problemas, con obvias consecuencias políticas y electorales. La economía doméstica sigue estancada y, con pocas excepciones, todas las regiones que carecen de empresas exportadoras, de pujantes zonas turísticas o de excepcionales empresarios, se encuentran en recesión. Puesto en otros términos, el gobierno no ha hecho prácticamente nada para fortalecer a la economía interna, para facilitar su modernización o para elevar el nivel de vida de la población. Todo el crecimiento ha sido resultado del éxito de un pequeño, aunque creciente, número de empresas exportadoras. Si esa economía comienza a deteriorarse, el entorno electoral del PRI podría comenzar a cambiar.

Desde la perspectiva gubernamental,  lo crucial era  resolver el problema del ahorro  interno, lo que demandaba cambios tanto en el orden fiscal como en el sistema de pensiones. Seguramente mayores niveles o tasas al ahorro interno permitirán una mayor estabilidad económica en el largo plazo, pero eso, aunque necesario, no va a ser determinante en la transformación de la economía interna. Para que ésta se reactive es fundamental llevar a cabo reformas profundas al entorno que afecta la actividad empresarial. En la actualidad ese entorno se caracteriza por la complejidad y excesivos trámites burocráticos para toda su actividad, incluyendo el pago de impuestos; por la inexistencia de una ley de quiebras que permita reestructurar a empresas excesivamente endeudadas, comercializar activos productivos que se encuentran congelados por problemas financieros y atraer nuevos inversionistas; por la inmovilidad de todos los activos congelados en el Fobaproa, que se deterioran minuto a minuto; y, sobre todo, por la falta de bancos funcionales y de un entorno propicio para que éstos cumplan su función. La recesión que experimenta la economía interna es producto de la incompetencia burocrática y de la ausencia de un gobierno dispuesto a llevar a cabo las reformas estructurales que las empresas requieren para prosperar. Además, lo tibio de las reformas y los temores a cambios políticos drásticos han llevado a que se contraiga la inversión productiva. Este problema es tan serio que hasta las empresas exportadoras han comenzado a experimentar problemas de capacidad instalada: por ejemplo,  las exportaciones llevan dieciséis meses creciendo por debajo del diez por ciento (periodo que inició mucho antes de que se comenzara a apreciar el tipo de cambio), lo que anuncia severos problemas de crecimiento en el futuro, sobre todo si la causa de esto fuese la falta de inversión.

La vulnerabilidad de la economía mexicana ha disminuido por la flexibilidad que ahora presenta uno de los factores propensos a hacer crisis (la política cambiaria) y por el TLC. Pero ni uno ni el otro resuelven el problema de la falta de crecimiento económico del país. Además de las reformas que se han dejado de hacer, el gobierno ha cometido dos graves errores en el último año, que podrían sentar un mal precedente para el futuro: por un lado ha incurrido en déficit fiscal y, por el otro, ha permitido que se eleven los aranceles a la importación. Ambos podrían servir de excusa para que futuras administraciones acaben con las pocas cosas que sí funcionan en la actualidad.

De esta forma, la elección del 2000 todavía esta lejos de quedar consagrada. Sin embargo, lo que no es evidente es quién podría beneficiarse electoralmente de lo que no ha hecho el gobierno actual: el PRD le sigue apostando a una crisis económica (que, evidentemente, sus potenciales votantes no desean) y el PAN no tiene una oferta creíble de reforma. Con esa oposición, lamentablemente para México, el PRI tiene el camino libre para seguir haciendo de las suyas y aun así seguir ganando.