La recuperación económica está en pleno apogeo. Los principales funcionarios gubernamentales irradian confianza y tranquilidad al ver que la economía comienza a salir de la terrible recesión en la que nos metieron. Los grandes empresarios, y muchos no tan grandes, se regocijan por la mejoría en los prospectos de la actividad económica en general. Y, sin duda, la recuperación es un hecho y muchas de sus características invitan a sumarse al optimismo que en si mismas entrañan. El problema es que la incipiente recuperación no es generalizada ni existen elementos para suponer que, a futuro, vaya a serlo.
Razones para ser optimistas hay muchas y muy buenas. Luego de la brutal recesión de 1995, la economía muestra signos de creciente fortaleza. Todavía más importante, esa fortaleza no es producto de factores artificiales, como podría ser un súbito (y, por definición, efímero) impulso promovido por el gasto público, sino que es el resultado de la decisión y del sudor de la frente de un creciente grupo de empresarios y obreros mexicanos que se han vuelto tan productivos y hábiles como los mejores del mundo. Las exportaciones mexicanas llegan a cada vez más confines del globo terráqueo, sin subsidios ni ayudas gubernamentales, lo que demuestra que el potencial del país y de la población es literalmente infinito. De nuevo, la pregunta es si ese potencial puede generalizarse.
El éxito exportador se debe a toda una década de esfuerzo en la creación de condiciones internas y externas para el desarrollo de empresas con esa capacidad y al empeño de los empresarios por aprovecharlos y sacarles ventaja. La crisis de 1982 cambió la naturaleza de la economía mexicana porque demostró que era imposible construir una economía creciente en un ambiente carente de competencia y saturado de subsidios y deudas. Los ochenta obligaron a las empresas, sobre todo a las grandes, a redefinirse. Las que lo lograron son hoy los pilares de la economía. La mayor parte de esas empresas exitosas hacen cosas muy distintas a las que hacían antes de 1982, pero ahora son de las mejores del mundo en eso que hacen bien. Para que el país salga adelante, necesitamos multiplicar el número de empresas exitosas.
Pero además de la labor realizada por las empresas, el gobierno se dedicó a crear condiciones para que esas empresas pudieran ser exitosas. El gobierno actuó en tres frentes: infraestructura, finanzas públicas y comercio exterior. En materia de infraestructura se avanzó en la privatización de empresas, lo que generó, entre otras cosas, un sistema moderno de comunicaciones, sin el cual la competitividad es simplemente imposible. En materia de finanzas públicas se avanzó sensiblemente hacia un equilibrio fiscal, lo que redujo la inflación y generó un ambiente propicio a la inversión (con la salvedad de estos dos últimos años de crisis y ajuste). Finalmente, en materia de comercio exterior se hicieron dos cosas vitales: por un lado se abrió la economía, lo que produjo un estímulo brutal para que las empresas comenzaran a adecuarse a la realidad internacional, y por el otro se crearon estructuras institucionales, sobre todo acuerdos de libre comercio, como instrumentos para que las empresas mexicanas pudiesen exportar.
Las empresas que han sabido aprovechar las circunstancias que produjeron estas políticas son las que liderean la actividad económica en el país. Lo que no es claro es cómo sumar a las otras empresas, que son la mayoría, al círculo virtuoso. Al respecto hay dos maneras de ver el problema. Una es analizando lo que ha ocurrido en otros países y la otra es comparando nuestras circunstancias con países exitosos para evaluar si es razonable esperar que México replique esos éxitos.
Quienes han estudiado el caso de Chile y de algunos otros países que han reformado total o parcialmente a sus economías, han observado que el patrón de recuperación económica es muy específico y sigue ciertos pasos bastante predecibles. Luego de la crisis que experimentó Chile en 1982, en la que quebró prácticamente todo su sistema bancario, la economía sufrió una profunda recesión de dos años para luego experimentar tasas de crecimiento modestas por otros dos o tres. Para el cuarto año la economía ya estaba creciendo a un ritmo de 7% y de ahí ha continuado con niveles semejantes cada año. Si este patrón hubiese de ser repetido en México, querría decir que en 1996 y 1997 vamos a experimentar tasas de crecimiento moderadas, de entre 3% y 5% y que para 1998 o 1999 podríamos comenzar a experimentar tasas mucho más altas.
El problema es que las circunstancias que Chile experimentó a partir de que virtualmente quebró en 1982 no son ni remotamente semejantes a las nuestras. Cuando los bancos chilenos quebraron, el gobierno no se dedicó a subsidiarlos para que siguieran funcionando, sino que rápidamente los revendió al mejor postor, dando lugar a una muy rápida revitalización del sector financiero. Lo que pudo tomar años (como aparentemente está sucediendo aquí), allá se hizo, literalmente, en cuestión de meses. De la misma manera, la mayor parte de los empresarios que existían antes de 1982 y que quebraron en ese momento, fueron procesados por una ley de quiebras que demostró enorme eficacia al desinmovilizar enormes activos y dar cabida a nuevos empresarios, más diestros y más acordes con una economía de mercado que los anteriores. Por ello, en lugar de pasarse años lamentándose de lo que pudo haber sido, el empresariado chileno se dedicó a producir y a vender, en lugar de vivir negociando con los bancos o con el fisco. Finalmente, el entorno chileno promovió activamente la competencia entre empresas en un mismo sector, lo que ha favorecido la creación de nuevas empresas y que el consumidor sea el beneficiario final.
En México hemos seguido un camino casi opuesto. Tenemos un sistema financiero en muletas que no puede prestar ni un quinto y, cuando lo hace, demanda tasas de interés punitivas. En lugar de permitir que efectivamente llegue una «nueva generación de banqueros», seguimos apuntalando a muchos de los que quebraron. En lugar de que se promueva la creación de nuevas empresas, que se facilite la legalización y formalización de las que existen y que se acelere la quiebra de las que no pueden sobrevivir para que sus activos -sus máquinas y herramientas- puedan tener un beneficio social, seguimos estancados en interminables litigios en espera de una salida milagrosa.
Los milagros no se dan aquí ni en China. Para que haya mas empresas exitosas y empresarios que sí saben lo que están haciendo, es imperativo un ambiente regulatorio, político y macroeconómico propicio. Sólo así se logrará una recuperación generalizada El ahorro es necesario, pero no es suficiente. Por ello, aunque hay avances, comparados con el resto del mundo, nos estamos quedando atrás.
La recuperación es un hecho real y constituye una extraordinaria noticia. Pero sus beneficiarios van a ser muy pocos mexicanos porque no existen las condiciones para que ésta se generalice. La mayor parte de los mexicanos trabajan en empresas que no están saliendo adelante y que, por su situación actual, tienen muy pocas probabilidades de lograrlo. Lo urgente era la recuperación económica. Lo necesario es crear las condiciones para que sus beneficios los compartan todos los mexicanos.