Luis Rubio
La competitividad de un país es el factor individual más importante que distingue a los países en su capacidad para crecer y desarrollarse. Mientras más competitivo es un país, mayor capacidad de alcanzare se han publicado al estudio del WEF argumenten que nada ha cambiado en la realidad mexicana, lo que indica, dicen esos críticos, que una evaluación de la competitividad de este tipo es muy volátil. Desde luego, este mismo argumento podría servir para indicar lo contrario: es posible que la evaluación de la competitividad del país en los años pasados haya sido excesivamente alta y que el lugar que obtuvimos en esta ocasión refleje fielmente dónde estamos o dónde nos perciben que estamos de una manera más realista. En esta perspectiva, quizá lo exagerado no fue la caída en la evaluación sino la sobre-estimación que tuvimos en el pasado. Sea cual fuere la realidad, no es posible ignorar la importancia de las percepciones, pues estas tienen mucho que ver con las decisiones de inversión en el mundo.
El beneficio de la manera en que el WEF mide la competitividad reside en que nos da una imagen inmediata y absoluta de como nos perciben los principales empresarios del mundo. Cuando esos empresarios deciden hacia dónde extenderse o dónde realizar nuevas inversiones, su percepción de la realidad de cada país va a ser determinante. Hoy nos perciben como poco competitivos respecto a otros países que compiten con nosotros tanto por inversiones como por mercados, lo que constituye un gran problema para nuestro futuro.
Medir la competitividad en forma objetiva es virtualmente imposible. Pero hay una medida muy específica que nos permite determinar la capacidad de crecimiento económico y de atracción de inversión privada, que es la productividad. Las empresas miden su productividad de una manera relativamente simple, pues evalúan lo producido por trabajador en un tiempo determinado. A nivel nacional esa medida se vuelve mucho más difícil de determinar, pero es ahí donde es crucial. Al margen de los debates políticos que necesariamente existen en torno al desarrollo económico, es muy fácil afirmar que la productividad es el factor decisivo tanto en los niveles de crecimiento económico como en los niveles de empleo e ingreso de la sociedad. Puesto de otra manera, si no elevamos drásticamente la productividad de la economía mexicana, el desarrollo seguirá siendo un mero espejismo.
La productividad se eleva con inversión y educación. Inversión en infraestructura física, de salud y de comunicaciones, así como en maquinaria y tecnología. Educación de calidad, con maestros idóneos, bien entrenados y remunerados, capaces de transformar, en una generación, a niños con raíces fundamentalmente rurales en personas capaces de acceder a los engranajes de la economía moderna, las computadoras, la tecnología, el comercio internacional, etcétera. A la fecha si bien probablemente sería relativamente fácil lograr un consenso nacional en torno a estos dos factores -infraestructura y educación-, ese consenso no ha sido articulado, ni se ha convertido en un factor transformador del país, sin lo cual la productividad no se podrá elevar y, por lo tanto, el crecimiento económico seguirá restringido a las empresas capaces de actuar por sí mismas.
Lo que el reporte del WEF demuestra es que todos los países están encaminados en la misma dirección: inversión en infraestructura, privatización de servicios, desregulación, etcétera. Lo único que va a poder sacar al país adelante es cada vez más inversión privada que cree riqueza, genere empleos nuevos y compense los que se están perdiendo en los millares de empresas que no se están transformando. Esto sólo será posible en la medida en que se acelere el proceso de reforma económica y se institucionalicen estructuras políticas y legales en un sentido que favorezca la certidumbre y limite el poder discrecional.
La importancia del reporte del WEF reside en evidenciar que, con dos o tres excepciones en el mundo, todos los países están orientados a lograr lo mismo: atraer la inversión productiva. Por esta razón, nuestra competitividad -medida tanto por la productividad como por las percepciones de los empresarios- sólo se va a lograr cuando aceptemos que estos factores son trascendentales, el desarrollo. El problema es como lograr esa competitividad.
El tema de la competitividad volvió a cobrar relevancia noticiosa en el país por la publicación del índice mundial elaborado por el Foro Económico Mundial, (WEF, por sus siglas en inglés) una organización suiza que organiza reuniones anuales entre empresarios, políticos y académicos en Davos. Según el reporte de 1996, los empresarios del Foro colocan a México en el lugar 42 de competitividad, sensiblemente por debajo del nivel que había avanzado en años anteriores. Quizá más significativo, esta es la primera vez en que el país empeora en el índice, luego de varios años de avance lento, pero constante. La pregunta es por qué.
A juzgar por los pocos comentarios que suscitó el anuncio de los resultados de dicho índice, parecería como si el tema no fuera relevante para el país. En realidad, el reporte cayó como bomba tanto en el gobierno como entre los miembros del sector privado, de la prensa y de la academia que reconocen en el estudio un enorme valor, al menos simbólico. A pesar de ello, no ha habido una respuesta oficial al estudio. Lo más que ha habido es una expresión un tanto obscura, diseñada para descontar la importancia del estudio más que a buscar resolver el problema de fondo. Quizá reconociendo la existencia de un problema de fondo sería posible comenzar a revertir la tendencia negativa.
En realidad, el reporte refleja un problema muy fundamental en el país. Según el WEF, la competitividad es la suma de diversos factores, entre los que se incluyen temas de substancia, como infraestructura, legislación, equidad en los términos de inversión, etcétera, así como comparaciones con otros países. La primera parte refleja el estado de la infraestructura física, educativa, legal, regulatoria y política. La segunda, parte del supuesto de que todo lo anterior es relevante sólo en la medida en que sea superior a otros países en condiciones semejantes. De esta manera, para el WEF lo importante no es solamente el hecho de que exista infraestructura, sino el que ésta le otorgue una ventaja a los productores de cada país respecto a otros. Un país puede estar muy orgulloso de la calidad de su proceso educativo o de su infraestructura de comunicaciones, por citar dos ejemplos, pero éstos son relevantes solo en la medida en que sean superiores a los de los países con que las exportaciones del primero compiten. Puesto en otros términos, la infraestructura se ha convertido en un factor trascendental para atraer inversión y por lo tanto, para lograr tasas de crecimiento elevadas y sostenibles.
El reporte del WEF mide la competitividad de un país a partir de un cuestionario de opinión que se realiza entre todos los miembros del Foro. Esta manera de comparar la competitividad de un país tiene un gran defecto, pero también un enorme beneficio. El gran defecto de una encuesta de esta naturaleza reside en el hecho de que sus resultados se fundamentan en opiniones y percepciones y no en datos sólidos. Esto ha llevado a que muchas de las críticas quy superiores a cualquier otro tema de disputa actual.