HAY UNA RECUPERACION ECONOMICA

Luis Rubio

En la medida en que se acerca el momento en que la economía debería, según las expectativas gubernamentales, comenzar un periodo de reactivación, es imperativo volver al tema esencial: ¿cómo es que se van a lograr tasas de crecimiento tan elevadas como el país requiere para afrontar los requerimientos mínimos de la población? Más allá de la recuperación que se logre en 1996, todo parece indicar que la reactivación económica de mediano plazo va a ser mucho más modesta de lo que el gobierno supone. Si uno escucha el debate entre los economistas de diversos colores y perspectivas respecto a sus expectativas de crecimiento para el futuro, no sobre este año, sino los que vienen después, las proyecciones más optimistas, incluyendo las del propio gobierno, son sumamente preocupantes y ciertamente muy por debajo de lo que el país requiere para atender los rezagos más urgentes que la sociedad experimenta en todos los ámbitos. A pesar de que la concepción gubernamental es visionaria puesto que se propone corregir problemas estructurales fundamentales de largo plazo, toda esa visión de un futuro promisorio se puede quedar empantanada en el corto plazo si no se atacan los problemas inmediatos que tienen paralizada a la economía.

El programa gubernamental, por ejemplo, se propone elevar los niveles de ahorro interno como medio para financiar el desarrollo y, con ello, evitar las crisis financieras recurrentes. Si tuviera éxito en la consecución de ese objetivo, algo que no es obvio luego de la experiencia con la reforma de la legislación en materia de seguridad social, los mexicanos de la segunda década del próximo siglo van a contar con recursos muy atractivos para financiar el crecimiento. Sin embargo, no es obvio que ese objetivo pueda lograrse, ya que el gasto del IMSS ha crecido en forma tan vertiginosa en los últimos años que de no revertirse rápidamente esa tendencia, el objetivo de elevar el ahorro interno no se va a materializar.

Una de las grandes limitantes del crecimiento en las últimas décadas ha sido financiero. En varias ocasiones desde los años setenta, grandes planes han acabado siendo destrozados por la ausencia de fuentes de financiamiento confiables y sostenibles. La deuda externa resultó un mecanismo limitado y muy costoso; el auge petrolero fue efímero; la inversión extranjera directa creció considerablemente, pero sigue siendo mucho menor de lo que podría ser; la inversión privada de cartera no se comportó de acuerdo a la visión burocrática de los economistas. De una u otra manera el hecho es que la economía mexicana se estancó -y, ahora, se deprimió severamente- por el problema de financiamiento. Desde esta perspectiva, el objetivo gubernamental de elevar el ahorro interno tiene una lógica impecable. A quince meses de iniciada la administración, sin embargo, no es claro que la elevación del ahorro interno, por sí misma, vaya a permitir una recuperación vigorosa, al menos no en esta década. Mi impresión personal es que hay otros problemas igualmente serios que bien podrían impedir incluso una mediocre recuperación.

Para empezar, hay cuatro supuestos implícitos en la concepción de la política económica que son, al menos, muy dudosos. El primero es que el país tiene todo el tiempo del mundo y no pasa nada si la recuperación toma unos meses más en arrancarse. El segundo es que no es necesario ahorro externo substancial para lograr tasas elevadas de crecimiento. El tercer supuesto implícito es que las empresas, por si mismas, van a salir del hoyo en que se encuentran. Finalmente, el cuarto supuesto es que el gobierno está, de hecho, haciendo todo lo necesario para lograr la reactivación económica. Veamos uno por uno.

1. Mientras que nosotros nos concentramos en nuestra depresión, psíquica y económica, el resto del mundo sigue avanzando. En esta etapa del mundo el crecimiento económico se logra no sólo por lo que se avance en términos absolutos, sino también en términos relativos. Si bien nuestras exportaciones crecen de manera espectacular y comienzan a afianzarse algunos proyectos de inversión extranjera, nos estamos rezagando en áreas y sectores cruciales para lograr un crecimiento estable y sostenido. Persisten enormes rezagos en materia de comunicaciones y subsisten perniciosas regulaciones, sobre todo a nivel municipal y estatal, que se han convertido en las principales trabas a la inversión y el comercio en el país. Otros rezagos se refieren a la parálisis que caracteriza al proceso de decisión -muchas veces lleno de contradicciones- respecto a potenciales detonadores de inversión y crecimiento, como son la petroquímica, los ferrocarriles, el gas y la electricidad. Las decisiones -y, sobre todo, las acciones- que se emprendan en estas materias son determinantes no sólo de la dinámica de la actividad económica, sino también de su productividad, que son la esencia de la indispensable creación de empleos y mejoría de ingresos para la población.

2. La devaluación de diciembre de 1994 tuvo, además de los ya ampliamente comentados, otro efecto pernicioso: se llegó al convencimiento de que el ahorro externo -la inversión del exterior- es nocivo para la economía mexicana. Como todo en la vida, los excesos son malos. Sin embargo, las proyecciones más optimistas que he visto sugieren que un crecimiento del ahorro interno como el que el gobierno ha programado sólo podría financiar un crecimiento de algo así como cinco por ciento anual, una tasa nada despreciable luego de años de decrecimiento en términos per cápita. Pero la posibilidad de lograr tasas más elevadas de crecimiento, como las que se observan en el sudeste asiático, Argentina e incluso Chile, va a depender de la disponibilidad de flujos de inversión -directa y financiera- del exterior. Con la política general actual, sin embargo, es ilusorio suponer que esos flujos se van a materializar en las cantidades necesarias para lograr tasas de crecimiento lo suficientemente elevadas para comenzar a cerrar la brecha en ingreso per cápita con nuestros principales socios comerciales.

3. En los últimos años la economía mexicana se ha venido polarizando en dos grandes grupos de empresas: las que están siendo exitosas y las que sufren distintos grados de desintegración patrimonial. La crisis provocada por la devaluación no ha hecho más que profundizar y acelerar estas tendencias. Las consecuencias de esto son, sin embargo, aterradoras. Las empresas que, por buenas o por malas razones, estaban muy endeudadas antes de la devaluación, están en proceso de rápida desaparición. Quizá muchas de éstas se hubieran liquidado de todas formas. Pero lo interesante es observar que un buen número de las empresas que están siendo excepcionalmente exitosas, son precisamente las empresas que enfrentaron una crisis de deuda muy severa en la década de los ochenta y que se fortalecieron en forma impresionante a partir de entonces porque se conjugaron las acciones necesarias para remontar los problemas intrínsecos a las empresas con las condiciones idóneas para que eso fuese posible, incluyendo entre éstas el programa llamado Ficorca. A la fecha, el gobierno se ha dedicado -acertadamente- a evitar un colapso de los bancos, pero no ha hecho nada relevante para crear las condiciones adecuadas a las circunstancias actuales para favorecer la restructuración de las empresas que hoy se encuentran en problemas.

4. Si bien no hay duda que la economía se ha venido estabilizando, no es posible ignorar el hecho de que seguimos teniendo elevadísimos niveles de inflación a pesar de la contracción económica de casi 7% en 1995. De la misma forma, nadie puede negar que persiste una enorme incertidumbre, que la mayor parte de la población ignora qué es lo que el gobierno se propone lograr y que su credibilidad sigue por los suelos. Mucho de lo que el gobierno ha hecho y que se propone hacer pudiera ser la receta de éxito para el futuro de la economía, pero en tanto eso no sea reconocido y apoyado por la población en general y por los inversionistas en lo particular, las acciones gubernamentes lograrán, en el mejor y más optimista de los escenarios, resultados mediocres. A diferencia de Chile, el ejemplo que tanto disfrutan en emplear algunos funcionarios gubernamentales, en el México actual existe una sociedad muy activa y demandante que en nada se parece al mundo de Pinochet en el que se instrumentaron los cambios estructurales de nuestro socio sureño.

Todo lo anterior sugiere que el programa económico gubernamental no es malo o inadecuado, sino insuficiente y muy pobremente puesto en práctica. Al margen de políticas específicas que a unos les gustan y a otros no, hay acciones que el gobierno podría emprender con el objeto de acelerar el paso de la corrección económica y, por lo tanto, de la recuperación de largo plazo. Hasta la fecha, el gobierno ha insistido en que los mercados tarde o temprano reconocerán la importancia de las políticas que se están emprendiendo. Quizá tenga razón, pero el hecho incontrovertible es que la característica fundamental de la economía -a todo nivel- es la incertidumbre. Mientras ésta persista, cualquier pretensión de lograr una reactivación significativa en un plazo razonable es meramente ilusoria.

Mientras el gobierno no reconozca que su primera objetivo y su principal prioridad debe ser la de crear un marco de certidumbre política, económica y social para la población en general, su programa económico va a resultar insuficiente, ineficiente y decepcionante. Es decir, persisten problemas reales y profundos más allá de los objetivos de la política económica. Mientras estos no se ataquen, la economía seguirá a la deriva.