HASTA CUANDO SEGUIRA GANANDO EL PRI

Luis Rubio

Quizá una de las más interesantes incógnitas políticas del momento actual resida en el porqué el PRI sigue lidereando tanto en las encuestas para las elecciones locales en el estado de México, que se verificarán en unos días, como para las elecciones federales para el Congreso en 1997. La inclinación natural parecería ser la de suponer que los bonos del PRI tienden a disminuir y que esa realidad se va a traducir en la derrota de ese partido en elecciones venideras. Algo de eso sin duda ha venido ocurriendo, como hemos podido constatar en Baja California, en Jalisco y, en forma más limitada, en Guerrero. Pero si uno observa las encuestas que, en términos generales, han probado ser muy acertadas, el hecho es que el PRI sigue encabezando las preferencias en la política mexicana. ¿Habrá fin a esta tendencia?

Explicar el voto en favor del PRI no es muy difícil. A final de cuentas, se trata de un partido que no sólo lleva décadas en el poder, sino que ha dominado el arte de mantenerse en esa posición. Ha utilizado todos los medios e instituciones para generar lealtades que, al final del día, se traducen en votos. Aunque seguramente hubieron muchos casos en los que el PRI conservó el poder valiéndose del fraude, la realidad es que, en términos generales, ese partido sigue comandando más lealtades que ningún otro. Parte de ello se explica por el éxito en convertir la entrega de tierras, la legalización de predios, la disponibilidad de servicios públicos y otros usos -legítimos o no, legales o no- del ejercicio del poder, en votos. Pero otra parte de esas lealtades muy probablemente responde a otro fenómeno: al PRI se le sigue asociando con la legitimidad del poder.

Si se observan con detenimiento las encuestas que se das las encuestas y que se refiere al electorado que no tiene una preferencia ideológica por un partido y que, por consiguiente, no constituye parte de su voto «duro». La mayoría de los electores no expresa una preferencia partidista, pero sí demuestra un elevado grado de politización y de comprensión del momento político. En la práctica, si uno compara el porcentaje de voto «duro» de cada partido con los votos que ese partido efectivamente recibe el día de los comicios, lo obvio es que son los electores no comprometidos los que hacen la diferencia en el resultado final. Dado que el PRI tiene un porcentaje del voto prácticamente asegurado, puede conformarse con cuatro o cinco puntos porcentuales adicionales (a nivel federal) para lograr la mayoría del Congreso (que, de acuerdo a las nuevas reglas electorales, se asegura con el 42.1% de los votos). Para que el PAN logre lo mismo, requiere cautivar al 30% del electorado que vota, en tanto que el PRD tendría que lograr las simpatías del 36%.

Con estas cifras no es difícil ver qué es lo que hace que el PRI siga siendo favorito para ganar en la mayoría de los comicios de los próximos meses, aun a pesar de la crisis económica, de la mayor competencia electoral y de la existencia de mejores reglas para la competencia política. Pero hay dos factores que seguramente van a alterar este escenario en el futuro mediato, como ya lo han venido haciendo en muchas localidades específicas. Uno es que buena parte del voto no comprometido con gran frecuencia es un voto de protesta contra el PRI y/o contra el gobierno y no necesariamente un voto de aprobación al partido que lo recibe. La mayoría de las encuestas que arrojan alguna información sobre la razón de las preferencias de los electores por un determinado partido demuestran que el PRD y el PAN siguen siendo mucho más los beneficiarios del enojo de la población contra el gobierno -cualquiera que sea la causa de éste-, que de una verdadera preferencia por ellos. Esto de alguna manera podría interpretarse como buenas noticias para el PRI, pues implica que, si la situación económica efectivamente mejora para la mayoría de la población y si se diera una mejoría notable en el creciente problema de inseguridad pública, mucho de ese voto podría retornar en su beneficio.

Pero el otro factor que está alterando las tendencias electorales tiene que ver con los patrones demográficos y la desaparición de la libertad absoluta para que el PRI haga uso de los recursos públicos a su antojo. Buena parte de la razón por la cual el voto «duro» del PRI ha venido disminuyendo tiene que ver con el hecho de que la población joven del país, así como la clase media, ya no obtiene los beneficios que para la generación de sus padres eran naturales: éstos eran tierras, subsidios, legalización de casas o predios ocupados, etc. Mientras que las generaciones anteriores veían al PRI como el salvador, las generaciones jóvenes lo ven como la burocracia que todo lo impide o, en el mejor de los caos, lo corrompe. Esta es una razón más por la cual los priístas aborrecen a los «tecnócratas», a quienes culpan de haberles quitado los instrumentos para desarrollar clientelas. La paradoja de esto es que los beneficiarios de la drástica disminución en la capacidad clientelar son los partidos de oposición, aunque eso no impide que también ellos culpen a los tecnócratas de todo lo que le pasa al país.

La mala noticia para los partidos de oposición es que su voto comprometido es relativamente pequeño. Siguen dependiendo para su crecimiento de los errores o tonterías del PRI más que de su atractivo propio. En este sentido, el PRI parece un partido empeñado en fortalecer a los partidos de oposición… La mayor parte de los electores sigue viendo a éstos como vehículos para expresar una protesta, cuando no como meros males menores. Una encuesta realizada por el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM resumía perfectamente lo que parece ser el sentir de los mexicanos: aborrecen al gobierno, son sumamente escépticos de los partidos de oposición y no quieren violencia. han venido publicando desde 1994 a la fecha, hay dos tendencias que son muy significativas. Una se refiere a lo que los expertos llaman el voto «duro» de cada uno de los partidos, en tanto que la otra tiene que ver con el comportamiento de los electores que no son devotos de ningún partido en lo particular. Por voto «duro» los encuestólogos definen a aquellos votantes que constituyen el corazón de un partido, su base de electores más fiel y confiable. Son todas aquellas personas que prefieren a un partido y que no cambian de parecer. Típicamente, estos votos tienen un origen ideológico, lo que les confiere un elevado grado de compromiso; es decir, los partidos no sólo pueden contar con que esas personas van a votar por ellos, sino que también saben que son mucho más propensos a ir a las urnas el día de las elecciones. Todos los partidos tienen un voto «duro» que constituye su corazón. Hoy en día, haciendo un promedio de algunas encuestas nacionales recientes, el voto «duro» del PRI probablemente anda alrededor del 38%, el del PAN alrededor del 12-14% y el del PRD alrededor del 6-8%. Obviamente la ventaja del PRI es imponente, pero deja de serlo tanto si se considera que su voto «duro» probablemente era del 90% hace no mucho más que dos décadas. En este sentido, el PRI experimenta una declinación secular que, en el curso de los próximos años, inevitablemente lo va a hacer mucho más vulnerable a los embates de la oposición.

Pero más allá del voto «duro», hay otro fenómeno que salta a la vista en prácticamente toEl primer punto explica al menos una parte importante del voto para los partidos de oposición, pero el segundo revela el problema de fondo para estos partidos: los mexicanos no los perciben como entidades competentes para gobernar. Ciertamente el hecho de no haber gobernado les impide tener experiencia de gobierno, pero también es muy obvio el hecho de que la mayoría de los mexicanos sigue creyendo que el PRI es el partido que representa la institucionalidad y la capacidad de gobierno.

En el curso de los próximos años se van a conjuntar dos tendencias. Una va a ser la continua declinación del voto «duro» del PRI, que lo va a ir acercando a los otros partidos en términos de voto confiable de antemano. Esto va a alterar los cálculos que cada partido realice para sus estrategias orientadas a lidiar con el abstencionismo. La otra tendencia, que seguramente va a ser la que definirá nuestro futuro político, tiene que ver con el perfil demográfico de la población. Lo fácil es concluir que lo único seguro es que la competencia electoral va a crecer de manera dramática, a la vez que el grado de certidumbre en el triunfo de un determinado partido va a disminuir inexorablemente. Quizá algunos partidos aprendan que tienen que ganarse a los electores y no sólo beneficiarse de los aparentemente permanentes errores del PRI. Lo que es imposible a estas alturas es determinar cuál de los partidos, si es que alguno, tendrá la capacidad de comprender a los «nuevos» electores y, con ello, ofrecerles un nuevo sentido de futuro. Ninguno en este momento parece estar a la altura del dilema que, como país, enfrentamos.