EL PROBLEMA NO ESTA EN LAS BRUJAS

Luis Rubio

Opiniones e intentos por avanzar una causa privada los hay por doquier. Sin embargo, para que éstos se conviertan en rumores se requiere de un caldo de cultivo propicio que los disemine como fuego en un campo lleno de leña seca. En lugar de iniciar cacerías de brujas que no hacen sino confundir y desviar la atención del problema, deberíamos concentrarnos en analizar qué es lo que hace posible que los rumores más absurdos -como el de la renuncia del presidente- nazcan, crezcan y se esparzan con enorme facilidad.

Los rumores los puede iniciar quien sea. Pueden ser amigos o enemigos del gobierno; personas con objetivos ulteriores o estrategas políticos intentando modificar el balance de poder del momento. Habrá alguien que, a través de un rumor, intente alterar algún indicador económico para con ello hacer un negocio extraordinario de compra-venta de acciones, bonos, pesos o lo que sea. Las razones para intentar iniciar un rumor son tantas como personas existen en el planeta. Unos lo harán como estrategia; otros como deporte. En este sentido, es absolutamente irrelevante de donde vengan los rumores o su objetivo ulterior.

Lo importante de un rumor es el hecho de que éste pegue, que sea creído y que adquiera tonos de realidad. Es decir, lo que importa no es la opinión o idea que se transforma en rumor, sino el hecho de que la población haga suya esa idea al diseminarla y creerla como válida, al existir un ambiente propicio para que circulen los rumores. En este sentido, la manera de acabar con un rumor no es iniciando una cacería de brujas o lanzando acusaciones a diestra y siniestra, sino atendiendo a las circunstancias que hacen posible que se propaguen los rumores.

Históricamente, los rumores surgen cuando hay inseguridad. En algunas ocasiones, como en 1982, esto fue producto de la percepción de una actitud expropiatoria generalizada por parte del gobierno. La población temía por la seguridad de sus patrimonios individuales o familiares, en un contexto político y legal donde no existían salvaguardas reales y efectivas a los derechos individuales. Los rumores en aquella época llevaron a que se vaciaran las cajas de seguridad de los bancos, a que se compraran dólares, a que se adquirieran bienes como mecanismo de protección frente a la inflación y así sucesivamente. Aquellos rumores terminaron cuando concluyó ese gobierno y el nuevo de Miguel de la Madrid logró, con su actuar cotidiano, que se restableciera la tranquilidad patrimonial. Aunque no se adoptaron medidas legislativas que garantizaran los derechos individuales, en la práctica se acabó con los temores. Quizá por la ausencia de cambios legislativos aquel trauma modificó los patrones de comportamiento económico de un enorme número de mexicanos, desde los más modestos hasta los más encumbrados. Pero, al menos, se acabó con el caldo de cultivo propicio para esos temores y los consecuentes rumores.

La naturaleza de los rumores actuales es muy distinta. Nadie parece albergar mayores temores sobre su patrimonio: los mexicanos hoy parecen tener una tranquilidad sobre los medios y límites que el gobierno tiene frente a sí en materia económica. Si en los terriblemente difíciles momentos de finales de 1994 y principios de 1995 el gobierno no llegó a extremo alguno -como sí lo hizo, en condiciones mucho menos extremas, en 1982-, es evidente que las probabilidades de que lo haga ahora son ínfimas. Si uno observa la naturaleza de los rumores que se propagan y los que no se diseminan, es evidente que la población discrimina entre unos y otros con gran naturalidad.

En el momento actual el caldo de cultivo que hace propicia la diseminación de rumores tiene que ver con un cambio muy importante en la estrategia política gubernamental, misma que no es conocida, ni mucho menos comprendida por la población, por lo que no ha logrado avanzar en su objetivo. El rumor actual sobre la posible renuncia del presidente, tiene que ver con lo que se percibe es una ausencia de dirección en la conducción del país.

Lo irónico del momento actual es que el gobierno se ha dedicado a construir una plataforma para lo único que, a la larga, puede conferirle certidumbre de largo plazo a la población, mientras que en el corto plazo lo que impera es la incertidumbre. Al menos formalmente, el gobierno se ha abocado a fortalecer los procesos de decisión en el país a través de acciones como las reformas en materia del poder judicial que, en unos cuantos meses, han fortalecido la credibilidad de la Suprema Corte y han favorecido el que se diriman algunos importantes conflictos a través de ese medio, en lugar de recurrir a negociaciones no transparentes, confrontaciones abiertas o inclusive a la violencia. Lo mismo ha hecho en materia del ahorro, donde ha creado mecanismos institucionales para disminuir la propensión al mal uso del ahorro interno y, por lo tanto, a fortalecerlo en el largo plazo. El mero hecho de que el presidente haya optado, voluntariamente, por no emplear en forma sistemática los poderes metaconstitucionales que caracterizaron a sus predecesores revela un profundo compromiso con los procesos de toma de decisiones en la sociedad. En la medida en que todos los mexicanos reconozcan la existencia de esos procesos y los vean como mecanismos válidos y efectivos para la resolución de sus problemas, la circulación de rumores desaparecerá.

El problema es que los mexicanos estamos acostumbrados a ver resultados y no procesos. El viejo sistema político enfatizaba resultados, pues los procesos no eran transparentes y dependían de la voluntad del ejecutivo. Eso hacía que todo mundo le demandara favores, permisos y soluciones al presidente, quien empleaba esos mecanismos para elevar su popularidad y hacer más efectivo (y personal) su control sobre el país. Eso ha llevado a toda clase de distorsiones tanto en la realidad como en los conceptos. Para muchos autollamados demócratas, por ejemplo, la única manera en la que el país accederá a la democracia es con la derrota o desaparición del PRI. Para un demócrata verdadero, sin embargo, lo único importante es que quien gane lo haga con absoluto respeto a los procesos que establezca la ley. Por ello las leyes, en este caso las electorales, son tan importantes.

Todo lo anterior no cambia el hecho de que existe una gran inseguridad y una profunda incertidumbre sobre el futuro. A los mexicanos parece preocuparles la falta de claridad de la dirección que, en materia política y en general, perciben en el gobierno. El gobierno, quizá, tiene claridad de dirección, pero el problema es que ésta no es percibida por la población. El resultado es un ambiente propicio para los rumores.

Más allá de las fallas en la estrategia gubernamental, nuestra compleja realidad política actual se ha convertido, en sí misma, en un medio propicio para los rumores. Hemos pasado de un sistema político cuya característica principal era la predictibilidad a un entorno de enorme inseguridad. A los mexicanos podía gustarnos o no la naturaleza del sistema político, pero todos sabíamos a qué le tirábamos. Hoy en día hemos pasado de esa predictibilidad autoritaria a una total incertidumbre. La percepción generalizada es que cualquier cosa puede ocurrir, lo que hace posible que se propaguen rumores tan extremos como el de la renuncia del presidente.

Nadie puede modificar el hecho de que el país se encuentra en una nueva etapa de su vida política, una en la cual ya no existe la certidumbre autoritaria, pero tampoco existe la sana incertidumbre democrática, que se caracteriza por la existencia de leyes, reglas del juego e instituciones suficientemente fuertes como para asegurar que la vida cotidiana no se modificaría en forma substancial alguna en caso de que se diera una alternancia de partidos políticos en el poder. Lo que existe es una generalizada incertidumbre sobre el futuro del país. Nada más propicio para toda clase de rumores.

La estrategia gubernamental, por visionaria que sea, no es conocida o comprendida por la población lo que no ayuda en nada a aclarar el turbio ambiente político. Además, esa estrategia no ha sido siempre consistente. Aunque el gobierno promueve los procesos, en la práctica ha confundido estos con los resultados. Huejotzingo, el acuerdo de compartir los ingresos del puente de ciudad Juárez con el municipio que lo alberga y su manejo de la Coordinadora de Maestros, son tres ejemplos de abandono de su propio énfasis en los procesos con el fin de lograr resultados inmediatos. Sólo un respeto irrestricto a los procesos, que les confiera legitimidad, va a eliminar el medio que hace posible que los rumores se expandan y va a lograr la aparentemente inasible credibilidad.