CRECIMIENTO ECONOMICO VS AHORRO INTERNO

Luis Rubio

La nueva mitología económica afirma que primero tiene que haber un elevado nivel de ahorro interno para que la economía pueda crecer con gran rapidez. Válida o falsa, esa es la premisa que anima al nuevo proyecto económico que persigue el actual gobierno. La evidencia empírica de esta relación de causalidad parece ser bastante endeble. Pero, más importante, es posible que se estén perdiendo esfuerzos y tiempo intentando elevar el ahorro, cuando las causas fundamentales que impiden el crecimiento de la economía se encuentran en otra parte.

Lo que es certero es que un gran número de los países cuyas economías crecen a tasas superiores al siete u ocho por ciento cuentan con abundante ahorro interno. Eso, sin embargo, no confirma la premisa del actual gobierno en el sentido de que el ahorro es primero y el crecimiento después. Por una parte, un buen número de los países que están creciendo aceleradamente, como Filipinas, no cuentan con niveles elevados de ahorro interno. Por la otra, el hecho de que muchos de los países que experimentan un rápido crecimiento cuenten con elevados niveles de ahorro interno, no hace sino confirmar la correlación ahorro/crecimiento; sin embargo, no nos dice si el ahorro es causa del crecimiento o si se trata de una consecuencia. Según muchos economistas, cuando una economía experimenta elevadas tasas de crecimiento se crea un círculo virtuoso, donde el crecimiento mismo fomenta niveles elevados de ahorro y de inversión.

En realidad, el esfuerzo del gobierno está enfocado más a tratar de tapar el agujero que causó las crisis pasadas que a resolver el problema del crecimiento. La lógica ha sido muy sensata, pero no necesariamente correcta. Según muchos de los economistas gubernamentales, cuyas ideas han quedado plasmadas en el Plan Nacional de Desarrollo, las crisis por las que ha atravesado la economía mexicana desde el inicio de los setenta han sido consecuencia de la excesiva dependencia en el ahorro del exterior; cada vez que ese ahorro falló, argumentan, las crisis se han hecho inevitables. El argumento es plausible, pero también es una buena justificación de los errores de política económica que se cometieron en cada uno de esos casos. Sobre todo, obscurece el problema del crecimiento.

Más allá de las crisis cambiarias de las últimas décadas, no es evidente que de contar con elevadas tasas de ahorro, el país hubiera alcanzado niveles muy rápidos de crecimiento económico. La economía mexicana lleva cinco lustros de virtual estancamiento en términos per cápita: desde finales de los sesenta, la tasa de crecimiento promedio, en términos per cápita, no llega al uno por ciento, y eso que hubo tres o cuatro años de crecimientos muy elevados debido a la efímera riqueza del petróleo. Es decir, al igual que las economías de los países antes socialistas, donde las tasas de inversión de capital eran impactantes, la disponibilidad de ahorro no garantizó tasas de crecimiento elevadas. ¿Será posible que el problema del crecimiento en México se encuentre en factores distintos a los del ahorro?

Por vía de mientras, el gobierno se ha dedicado a modificar los patrones de ahorro en el país. Para ello envió dos iniciativas de ley al Congreso, una enfocada a cambiar los patrones de gasto del IMSS y la otra destinada a crear un sistema de pensiones plenamente financiado. En cuanto a las pensiones, la nueva legislación modifica substancialmente la estructura y uso del ahorro que produce la sociedad mexicana. Por su parte, la ley que ahora gobierna al IMSS no exige que esa institución controle su gasto, cuyo ritmo de crecimiento es aterrador. Por ello, los subsidios que el gobierno va a tener que desembolsar son tan grandes, que lo que ahorre y deje de gastar en otras áreas, ahora lo va a tener que emplear para pagar el costo de una de las entidades más corruptas y con mayor descontrol presupuestal del sector público.

No obstante lo anterior, por el lado de las pensiones sí hay un cambio muy significativo. Si bien el ahorro total probablemente no va a elevarse como porcentaje del PIB (pues lo único que la ley hace es cambiar a los destinatarios de los fondos que antes administraban el IMSS y el INFONAVIT), lo que sí va a experimentar una revolución total es la disponibilidad de ahorro de largo plazo para financiar al sector privado. Todavía está por verse qué es lo que estará permitido que hagan las Administradoras de Fondos para el Retiro, en qué podrán invertir y en qué no, pero es de esperarse que se abra una gran oportunidad para financiar proyectos importantes de desarrollo para el país, que antes eran simplemente imposibles. Baste imaginar que ahora será posible financiar proyectos de larga maduración, como presas o carreteras, con un horizonte de tiempo razonable para amortizar sus enormes costos.

Las iniciativas gubernamentales van a modificar tanto la disponibilidad de fondos como la manera en que estos se empleen, algo de enorme importancia. Pero no hay ninguna evidencia de que esas iniciativas vayan a promover el crecimiento de la economía. La política gubernamental está orientada a evitar crisis cambiarias, algo obviamente relevante en sí mismo. Pero ¿estará igualmente orientada a resolver los problemas que han impedido el crecimiento de la economía? ¿Le alcanzarán los tiempos sociales y políticos para lograr sus propósitos?

No hay -no puede haber- la menor duda de que la economía mexicana enfrenta problemas fundamentales de orden estructural, pero quizá no son los más aparentemente obvios. Un ejemplo de ello es la educación: ciertamente ésta es del vigésimo mundo. Sin embargo, si uno observa al enorme número de mexicanos de los orígenes más pobres que, luego de emigrar, casi siempre en forma ilegal, se convierten en empresarios -algunos modestos y otros impresionantemente exitosos- en Canadá y Estados Unidos, es obvio que, por mala que sea, la educación es suficiente para permitir que esas personas prosperen. La pregunta no es si pueden prosperar, sino ¿por qué prosperan allá y no acá? Resulta claro que toda la estructura regulatoria, fiscal, burocrática y legal está concebida y operada para cancelar oportunidades y no para facilitarlas. La suma de una estructura económica que limita o impide la competencia -y, por lo tanto, la aparición de nuevos competidores-, con un gobierno que mata toda iniciativa, tal vez sea un poco más importante que la falta de ahorro interno.

Nuestro problema no es de recursos, de ahorro o de inversión, sino de la manera en que éstos se emplean y de las condicionantes tan abusivas que impiden que prospere la actividad económica. El empresario prototípico se las vive lidiando con la burocracia -la gubernamental y la bancaria- en lugar de dedicarse a mejorar sus productos, desarrollar nuevas maneras de hacerlos, encontrar nuevos clientes o agenciarse alguna manera de exportar a través de alguien más. El tiempo dedicado a preparar los impuestos y, luego, a defenderse del alud de citatorios es dantesco. Las maniobras a que algunos empresarios recurren para no emplear más gente y, con ello, no contraer mayores obligaciones laborales, serían risibles si no fuera por la tragedia que eso representa.

La realidad es que, mucho más allá del bajo nivel de ahorro interno, se encuentra el mundo real de la parálisis económica. Mucha de esa parálisis es culpa de los propios empresarios que no han sabido adaptarse a la nueva realidad económica nacional y mundial, pero la mayoría es resultado del abuso gubernamental, de la falta de un sistema cambiario definido y definitivo, del excesivo número de regulaciones, de su constante cambio e interpretaciones diversas, de las contradicciones entre éstas y, por encima de todo, de la total indefensión en que se encuentran las empresas cuando se presenta un inspector todo poderoso o un citatorio enviado para ver si pega. Los empresarios responden a los estímulos del medio ambiente; cuando éstos les sugieren cautela, como ahora, lo último que van a hacer es comprometer más recursos, emplear más gente o procurar nuevas fuentes de inversión. Si esas circunstancias cambian, todo indica que pueden convertirse en los campeones de la inversión y, por lo tanto, del ahorro.

Mayores niveles de ahorro interno no le hacen daño a nadie. Pero no van a resolver nuestro problema de crecimiento económico. Lo que es más, el ahorro va a crecer, como lo ha hecho en el pasado, en cuanto logremos entrar en el círculo virtuoso del crecimiento económico y éste se traduzca en un mayor ahorro y una mayor inversión. La clave no está en el ahorro, sino en todos los impedimentos que tienen amarrada a la economía mexicana, tanto los que se han manifestado en esta coyuntura como los que llevan décadas causando severas disfunciones. La clave no reside en evitar a priori la próxima crisis cambiaria, sino en asegurar que, por la vía del crecimiento acelerado, ésta simplemente no llegue a darse.