EL FIN DEL PRI

Luis Rubio

La política mexicana parece estar adquiriendo una nueva dinámica que bien podría llevarnos a una nueva estabilidad. A las iniciativas gubernamentales en materia de reforma electoral y política se deben sumar otras circunstancias, algunas fortuitas y otra planeadas, que están cambiando radicalmente la lógica política del país. ¿Como funcionaría el sistema político, por ejemplo, si el punto de referencia dejara de ser el PRI?

Por décadas, el sistema político mexicano fue idéntico al PRI. De hecho, el PRI se creó en buena medida porque no existía un sistema político funcional que le permitiera al país una estabilidad de largo plazo. De esta manera, desde los treinta, el PRI fue el punto de interacción política. Todas las personas que querían participar en la política con alguna probabilidad de éxito lo hacían a través de ese partido: por su parte, el PRI era el lugar en el cual se dirimían conflictos, se interactuaba entre los políticos y se competía por el poder. En una palabra, hasta hace no muchos años, la política mexicana y el PRI eran prácticamente la misma cosa.

En algún momento a partir de 1968 comenzó a desarrollarse y fortalecerse, fuera del PRI, un conjunto de partidos políticos, así como grupos demandantes y críticos que exigían acceso al poder y al proceso de decisiones a nivel local, regional y nacional. Ciertamente ya existían algunos partidos opuestos al PRI desde la década de los treinta, pero fue en los setenta y ochenta cuando se hizo evidente que el PRI ya no representaba a todos los mexicanos y, mucho más importante, que esos otros mexicanos ya no estaban dispuestos a quedarse al margen de la política. En sentido contrario a la pretensión histórica del PRI de ser el partido de las mayorías -cuando no de la totalidad de los mexicanos-, la realidad nacional poco a poco lo fue haciendo cada vez menos relevante.

Hasta 1994, sin embargo, un gobierno priísta tras otro pretendió que no había nada fuera del PRI. Durante la administración de Carlos Salinas se tendieron puentes sobre todo hacia el PAN, pero el paradigma político seguía siendo el mismo: fuera del PRI no hay absolutamente nada. Todo eso cambió en 1994, cuando el hoy presidente Zedillo partió de la premisa opuesta, reconociendo la realidad política del país: los partidos de oposición y la política fuera del PRI se habían convertido en el meollo de la política mexicana. De no institucionalizarse ese ámbito de la política nacional, el país se encaminaría hacia una explosión violenta y a una era de interminable conflicto, como el que ya se podía vislumbrar en Chiapas y en un estado tras otro en el ámbito electoral.

El nuevo paradigma político tardó varios meses en comenzar a echar raíces, pero cuando lo hizo, en la segunda mitad del año pasado, logró una serie de consensos -sobre todo en materia electoral- que hubieran parecido imposibles apenas unos cuantos meses antes. Los dos principales partidos de oposición, el PAN y el PRD, llegaron a reconocer que existían muchos más beneficios participando en el proceso que apostando a la destrucción del sistema. En buena medida, esto fue posible debido al nuevo paradigma político que lanzó la actual administración, cuya característica central reside en que el gobierno ya no considera que su función primordial sea la salvación del PRI o el triunfo electoral de ese partido, a como dé lugar y tope donde tope. En 1995 pudimos ver dos ejemplos tangibles de los cambios que este nuevo paradigma entraña: por un lado, el más importante, radica en que virtualmente todos los procesos electorales que tuvieron lugar en ese año fueron exitosos. Pero no hay que olvidar que, en este nuevo contexto, el éxito se define como la ausencia de violencia y de conflicto post-electoral: es decir, la existencia de legitimidad. El otro ejemplo que evidencia el cambio alcanzado lo ilustra el hecho de que, a finales de 1995, cuando Cuauhtémoc Cárdenas criticó al presidente Zedillo, quienes salieron en su defensa fueron Porfirio Muñoz Ledo y Carlos Castillo Peraza. El mundo había cambiado.

Para finales de 1995 el proceso de negociación política con los partidos de oposición avanzaba de manera inexorable -y envidiable. México parecía, finalmente, comenzar a romper con una de las facetas más preocupantes -y desafortunadas- de su historia reciente. Quedaba, sin embargo, un gran agujero. El hecho de que el ámbito político extra-priísta comenzara a formalizarse, como parte esencial del sistema político, no implicaba que los priístas se fueran a quedar con los brazos cruzados. En buena medida por la situación económica del año pasado, el PRI obtuvo resultados electorales poco encomiables, lo que ha enojado a los priístas, muchos de los cuales se siguen ostentando como virtuales propietarios del país. Por medios institucionales -como la carta que enviaron al presidente de su partido-, así como por medios no institucionales -como han sido los rumores y una serie de amenazas implícitas y vagas- los priístas han venido realizando demostraciones de fuerza. Es difícil precisar el grado de riesgo real que eso pudiese representar para la estabilidad del país, pero no por ello se trata de un reto insignificante.

Ese riesgo, sin embargo, ha sido súbitamente aplacado por la presencia del nuevo secretario de la Contraloría de la Federación, Arsenio Farell. Por su historia y experiencia, Farell constituye un hito en la administración pública en el país. Su llegada a la Contraloría entraña dos mensajes muy claros, que no han escapado a los dinosaurios. Por una parte, la llegada del nuevo secretario implica una lucha frontal a la corrupción gubernamental en el futuro, lo cual seguramente supondrá modificaciones legales y operativas. Por el otro lado, la corrupción pasada parece adquirir una nueva cara: el gobierno no perseguirá a los priístas corruptos del pasado, lo cual tranquilizará a los dinosaurios, pero usará toda la fuerza de los archivos de la Contraloría, de la ley y del poder gubernamental para aplastar cualquier intento, por insignificante que sea, de descarrilar la negociación política entre los partidos políticos y el gobierno, cuyo propósito último es el de incorporar a todos los partidos y fuerzas políticas en el esquema político de fin de siglo. Es decir, Farell constituye un freno formidable a las ambiciones dinosáuricas de mantenerse en el poder ad infinitum.

El resultado de todo esto es que el sistema político viejo esta feneciendo, en tanto que uno nuevo, con gran potencial de éxito, comienza a emerger. Está por verse cuál será la naturaleza y estructura de ese sistema nuevo, pero hay dos conclusiones a las que sin duda ya es posible arribar: la primera es que la presión sobre el PRI por parte de sus bases -y sobre todo sus miembros prominentes- para reencontrar la vieja capacidad de ser influyente y relevante, va a continuar aumentando. La otra es que, independientemente de lo que le pase al PRI, las probabilidades de que se construyan los pilares de una estabilidad política institucional y de corte moderno en el y para el, de largo plazo, aumentan día con día.