CRITICOS MERCADO Y DEMOCRACIA

Luis Rubio

Está de moda criticar al modelo económico que se ha venido construyendo en el país a lo largo de la última década. A los principios de mercado que, poco a poco, han venido sustituyendo los abusos de la burocracia del pasado se les llama, en forma peyorativa, neoliberalismo. Se culpa a las reformas de los últimos años de todos los problemas que existen; a la apertura se le atribuyen males antes desconocidos a los que no es posible referirse ni auxiliándose del diccionario. El hecho es que a nadie le puede quedar duda que el modelo económico basado en un sistema de mercado está bajo ataque. Lo que la mayor parte de los críticos no reconoce -o ignora a propósito- es que al atacar la economía de mercado también se está haciendo imposible el pluralismo político y la democracia.

Las filas de los críticos de la economía de mercado se engrosan día a día. Además del PRD, los zapatistas, algunos panistas y un buen número de empresarios y sus líderes, ahora se vienen a sumar muchos priístas al ataque contra las reformas y el gobierno por sostener el camino de la apertura y liberalización. Quizá no debiera sorprender a nadie esta evolución de las cosas, pero el hecho tangible es que la estrategia económica está siendo arrinconada desde todos los puntos del espectro político e ideológico. En franco contraste con Chile -donde la política económica ha gozado de un amplio consenso por años, al grado en que hasta las extremas derecha e izquierda lo apoyan- en México seguimos debatiendo la esencia de la política económica. La pregunta es por qué.

No hay la menor duda que los cambios económicos que se iniciaron a mitad de los ochenta han tenido un enorme impacto sobre un sinnúmero de empresas y, por lo tanto, sobre el empleo y los ingresos de la población. La crisis devaluatoria no ha hecho sino profundizar estos problemas y acelerar el proceso de descomposición de muchas empresas que ya de por sí se encontraban en dificultades de un tipo o de otro. Quizá es natural que uno se fije en los que están enfrentando problemas y, en este momento, vaya que los hay. Sin embargo, si uno observa a las empresas que sí están funcionando bien, incluso a pesar de la crisis, uno tiene por necesidad que preguntarse qué es lo que esos empresarios han hecho diferente. Si uno sigue este camino se va a encontrar con que las diferencias entre los que están saliendo del hoyo y los que nomás no saben por dónde son mucho menores de lo que parece. Virtualmente todos los empresarios exitosos se han abocado, desde hace años, a entender qué es lo que los cambios económicos generales implican para ellos y han tratado de actuar en consecuencia. Los demás simplemente han esperado -conscientemente o no- a que el gobierno los saque del hoyo, vía subsidios u otro tipo de apoyos, como en el pasado.

Es fácil de comprender el que muchos empresarios prefieran que el gobierno -y, por lo tanto, todos los que pagamos impuestos- sea quien los saque del hoyo, sobre todo porque esa ha sido la manera de ser del gobierno (y de un gran número de empresarios) por décadas. El hecho de que los partidos y otros políticos se sumen a la ola es más interesante, sobre todo por las contradicciones presentes en sus comunicados, al menos si uno acepta el lenguaje a valor facial. Los partidos y políticos que critican el esquema económico lo hacen, en casi todos los casos, con el argumento de que la economía de mercado es contraria a la democracia. Según esta manera de ver las cosas, la política de control de la inflación es anti-popular; la apertura favorece a las empresas grandes en contra de las chicas; la privatización de empresas sólo sirve para hacer ricos a unos cuantos, etcétera, etcétera. De esos planteamientos, los críticos llegan a la conclusión de que la política económica es contraria a la democracia y, por lo tanto, a los intereses populares. La pregunta es ¿contraria a la democracia de quién?

Para la mayoría de los mexicanos lo que importa es cómo van a hacerle para tener el ingreso suficiente para satisfacer sus necesidades y realizar sus deseos. La gran mayoría de éstos votaron en 1994 por los dos partidos que, con todas sus posibles diferencias, apoyan la noción general de una economía de mercado. La mayoría votó por el candidato que prometía continuar con la reforma económica a pesar de que ésta no había logrado los niveles de crecimiento que serían necesarios para generar amplias cantidades de nuevos empleos bien remunerados. Es decir, la gran mayoría de los mexicanos, cerca del 90%, reconocía abiertamente, a través de su voto, que aunque no habíamos llegado al éxito prometido, el camino era el correcto y debía continuar. Sería difícil mostrar mayor popularidad.

Muchos de los críticos de la política económica, que ya la criticaban desde entonces, dicen que buscan la democracia, pero también suponen que saben mejor que la población -la esencia de la democracia- qué es lo que debería hacerse. La mayor parte de éstos parece preferir un sistema corporativizado en el cual los partidos, en cuanto partidos y no como representantes de la población, deciden que es lo que debe hacerse. Es decir, la mayor parte de las élites políticas se está pronunciando por una vuelta a un sistema político en el cual los políticos y los burócratas deciden lo que es bueno para la población -obviamente, para su beneficio personal- y al margen de ésta.

Uno puede entrar en toda clase de disquisiciones teóricas sobre la relación entre la economía de mercado y la democracia para tratar de determinar si son compatibles o incompatibles. Una revisión empírica de todos los países del mundo, sin embargo, va a revelar de inmediato lo obvio: no hay un sólo caso de país que sea democrático y que no tenga una economía de mercado. Ciertamente existen matices y diferencias entre unos países y otros en cuanto a la estructura de su economía y a la naturaleza de sus respectivos sistemas políticos, pero en ningún caso deja de ser una relación directa: la democracia sólo es posible en una economía de mercado y viceversa.

No me cabe la menor duda que es imperativo apresurar la corrección de la economía para hacer posible una fuerte y sostenible recuperación que permita crear los empleos que urgentemente se necesitan. Pero tampoco tengo duda alguna que la manera de hacerlo no es a través de la inflación o del abandono del camino que se ha venido siguiendo. Obviamente ha habido errores y abusos por los cuales los mexicanos hemos venido pagando un enorme costo. Pero el abandono del camino sería equivalente a cancelar toda posibilidad de lograr la recuperación económica y el camino no violento a la democracia.

Los críticos de la política económica son muchos y con muy diversos objetivos. Todos, sin embargo, parecen caracterizarse por el común denominador de que rechazan la democracia y prefieren un sistema político corporativista. Es natural que los que han perdido la posibilidad de decidir por todos, como es el caso de los priístas que ahora proponen abandonar el camino, se sumen a las filas de la oposición a la política económica. No es obvio, sin embargo, que esa estrategia sea muy inteligente, pues la gran mayoría de las pérdidas electorales del PRI las ha recogido el PAN, con un objetivo presumiblemente semejante en materia económica, y no el PRD que se opone a la economía de mercado. Lo que es claro para mí es que la solución de la problemática actual -la política y la económica- consiste en reducir la discrecionalidad de la burocracia y de los políticos, y no en aumentarla. Llevamos muchas décadas padeciendo los errores y los abusos de un sistema político y de una economía diseñados para que los menos decidan por los más, para su propio beneficio, y con los consecuentes altibajos en la economía. Lo que necesitamos es apresurar el avance de las reformas económica y política para que se acabe, de una vez por todas, con la recurrencia de estas crisis periódicas.