Luis Rubio
Los mexicanos son más inteligentes que sus políticos. Así lo demostraron una y otra vez en las elecciones del domingo pasado. Todos los intentos -partidistas y gubernamentales- por manipular las preferencias de los votantes resultaron infructuosos. La misma suerte corrieron los malos gobiernos, que fueron apaleados por los votantes. Los buenos gobiernos, como es de esperarse de una ciudadanía que sabe discriminar, fueron premiados una y otra vez. Pero las elecciones sí anunciaron y confirmaron cambios fundamentales que están teniendo lugar en el sistema político mexicano
Quizá lo más notable de las elecciones del 12 de noviembre fue que, finalmente, parece que logramos abandonar los pleitos de antaño y podemos tener procesos electorales de los cuales estar orgullosos. Virtualmente no hubo un solo reclamo sobre las reglas electorales en los días o meses previos a la elección, ni ha habido disputa alguna sobre los resultados. Los partidos se comportaron como organizaciones promotoras de ideas y causas políticas, en tanto que el gobierno cumplió su cometido como organizador de los procesos electorales de una manera imparcial y honesta. En otras palabras, parece que finalmente logramos romper el mito de que no es posible tener elecciones limpias, respetadas y tranquilas. Al mismo tiempo, no debemos olvidar que esta mejoría no satisface a todo mundo.
Más allá de los avances y retrocesos relativos de unos partidos y de otros, hay cuatro tendencias particularmente significativas que merecen ser analizadas con detenimiento. En conjunto, estas tendencias indican que el sistema político mexicano está evolucionando de una manera vertiginosa, y desmitifican muchas de las premisas de los críticos a la evolución gradual que de hecho experimenta la política mexicana. Si algo fue sobresaliente en estas elecciones es, precisamente, el hecho que la política mexicana está evolucionando y lo está haciendo porque la ciudadanía ha tomado las riendas del proceso.
La primera tendencia significativa fue que el país efectivamente está transitando de un sistema político unipartidista y propenso al fraude electoral permanente, hacia un sistema de competencia electoral, donde los partidos políticos -donde se les permite operar- cumplen su función de una manera pragmática y responsable. El panorama electoral del país muestra una diversidad de partidos gobernando ciudades y estados que no guarda parangón con ninguna etapa previa de nuestra historia. Particularmente significativo es el hecho de que el PRD haya logrado avances en estados como Sinaloa y Tamaulipas, lo cual destruye mucho de la mitología prevaleciente que parte del supuesto que ese partido está condenado a etancarse en no más de una o dos entidades del país. De la misma manera, en Michoacán se demostró que el PRI no está condenado a perder todas y cada una de las elecciones que vengan. Por todo ello, al menos en el terreno electoral, el país está avanzando de una manera imparable y, mucho más significativo, de una manera totalmente pacífica.
La segunda tendencia, que no es nueva pero que se acentuó en esta ocasión, tiene que ver con la polarización creciente entre las zonas urbanas y las zonas rurales. En términos generales, el PAN arrasó en las zonas urbanas, llevándose prácticamente todas las capitales y ciudades grandes que estaban en disputa, en tanto que el PRI, y en unos cuantos casos el PRD, se llevó todas las zonas rurales. Esta polarización demuestra que la base del PRI es fuerte y sólida, pero no duradera. En la medida en que se acelere todavía más la urbanización del país -una tendencia irreversible que lleva cinco décadas-, la población que antes era rural se politizará más, se verá sometida a la abierta competencia partidista y se despojará de sus viejas lealtades, todo lo cual perjudicará la fortaleza electoral tradicional del PRI. Estas son buenas noticias para el PAN, un partido urbano que ha sabido cosechar, como nadie, los frutos del desgobierno priísta y de la crisis actual. Pero también pueden ser malas noticias para la estabilidad del país, toda vez que subsisten muchos grupos dentro del PRI que pierden cada vez más posiciones y que no están siendo incorporados en el proceso de cambio.
La tercera tendencia evidente en estas elecciones demuestra que la población sabe lo que hace y no es un mero borrego que se somete a las mieles de la oposición, por el solo hecho de que es oposición. En Puebla el PRI no ganó, independientemente de la campaña que realizó el gobernador, lo cual demuestra que la población sabe decidir por su propia cuenta y que todo el arguende organizado por el PAN y el PRD no fue necesario ni relevante. En Michoacán el PRI ganó, al menos en parte, porque el gobernador saliente ha hecho una labor impecable. Luego de varios gobiernos corruptos, manipuladores y abusivos, los michoacanos le otorgan una calificación de entre ocho y diez al gobernador actual, según las encuestas publicadas. En un país en el que no existe la posibilidad de reelección, los votantes no tienen otra manera de elegir a sus gobernates que la de observar el comportamiento de sus partidos. Cuando un gobernador o presidente municipal es bueno, la gente lo premia eligiendo como sucesor a un miembro de su mismo partido. Por lo mismo, los conflictos dentro del PRD le impidieron generar confianza para su candidato. En este sentido, sería mucho mejor que hubiese la posibilidad de reelección pero, a falta de ella, es muy claro que la ciudadanía reconoce al buen gobierno y lo premia o castiga según su desempeño.
Finalmente, la cuarta tendencia que me parece significativa es la que se pudo observar en el Distrito Federal. Los habitantes de la ciudad de México optaron por reprobar un esquema de pseudogobierno que no convenció a nadie. Según las llamadas de personas del más variado origen que fueron relatadas en la radio y en algunos diarios, la abstención que se dio en la ciudad de México nada tuvo que ver con un desinterés o falta de politización. Más bien, los habitantes del DF parecen haber rechazado todo el esquema de «consejeros ciudadanos» por varias razones muy concretas; a muchos les molestaba que se le fuera a pagar a estos «consejeros»; muchos otros simplemente no entendieron para qué se quiere una Asamblea de Representantes y un Consejo Ciudadano o en que se diferencian; la mayoría no tenía idea de quiénes eran los candidatos o cuales eran sus objetivos. A lo anterior se suma la conclusión más obvia: en ausencia de los partidos, no hubo nadie que realizará la función inherente a estas instituciones, que es precisamente la de diseminar información, promover el voto y darle contenido ideológico y político a la función de gobernar. Los capitalinos rechazaron el proyecto trunco de democracia y se dieron cuenta de que se les quería dar atole con el dedo.
Todas y cada una de estas tendencias muestra que los mexicanos no son tontos ni ignorantes y que sí saben lo que quieren y pueden juzgar con toda objetividad el desempeño de sus gobernantes. No se dejan manipular por los partidos pero, al mismo tiempo, requieren de éstos para participar activa y seriamente en los comicios. Todavía más importante, las elecciones demostraron que el país está cambiando para bien y de una manera tranquila y pacífica. Los partidos parecen haber reconocido estos cambios y estas tendencias y evidenciaron no sólo una capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias, sino una disposición a seguir avanzando. Contra todos los pronósticos, algunos consensos ya existen, en la realidad.
Pero el avance en el terreno electoral no ha venido aparejado por avances semejantes en el proceso propiamente político. Sigue habiendo un sinnúmero de cuentas pendientes y de grupos e intereses que reclaman los privilegios que se arrastran del viejo sistema y que no van a desaparecer sin más. Además de la recuperación económica, la estabilidad política va a depender en parte de que se mantenga el exitoso curso que se evidenció el pasado domingo, pero también de que se resuelvan o, por lo menos, que se neutralicen los grupos e intereses que están perdiendo en el proceso y que, muy probablemente, algo tuvieron que ver con la violencia del año pasado.