A dónde va la economía

Las personas y las empresas (que emplean a las personas) se pueden adaptar a cualquier cosa, siempre y cuando sepan cuales son las reglas del juego. En la actualidad, nadie sabe a que atenerse.  Además de la creciente tensión política que de por sí existe y la que está siendo artificialmente provocada, son perceptibles toda clase de conflictos en materia económica dentro del gobierno. Unos creen que pueden echar a andar la economía elevando el gasto, otros que el objetivo debe ser disminuir drásticamente la inflación. Ninguna de estas opciones de política es buena o mala por sí misma, pues su relevancia depende del objetivo que se quiera perseguir. Mientras no se decida claramente cuál va a ser el camino capaz de sacar adelante a la economía, ésta seguirá a la deriva, haga lo que haga el gobierno.

 

La gran pregunta sobre el futuro económico del país es cuál va a ser lo que los economistas llaman el «motor» de la economía. Es decir, qué es lo que va a jalar a la economía en su conjunto, permitiendo lograr tasas de crecimiento suficientemente grandes como para crear los empleos que los mexicanos urgentemente demandan. En la actualidad, el único sector de la economía que está creciendo de una manera significativa es el de las exportaciones, aunque aun ahí ya se empieza a notar una ligera caída en su tasa de crecimiento.  El riesgo es que no se lleguen a consolidar otras fuentes potenciales de crecimiento, a la vez que se pierde la única que parece estar funcionando en la actualidad.

 

Los debates dentro del gobierno parecen ser de diverso orden y magnitud. Cada entidad gubernamental y, en ocasiones, cada uno de los varios funcionarios relevantes, empujan por la que consideran la mejor opción de política. Se trata, por ello, de un debate honesto y legítimo. Desde una perspectiva ciudadana, sin embargo, ese debate tiene dos grandes problemas. El primero es que ignora a la ciudadanía en forma cabal. Los debates son internos, como si las consecuencias, buenas o malas, las fueran a sufrir los propios funcionarios. El segundo problema es que son cerrados y ganan los que más habilidad política tengan y no necesariamente los que ofrezcan las mejores posibilidades de resolver exitosamente los problemas del país. De esta manera, a casi un año de iniciado el gobierno, todavía no sabemos cuál es la prioridad gubernamental en materia económica y cómo esa prioridad va a traducirse en crecimiento económico y bienestar para la población que debería ser, a final de cuentas, el único objetivo relevante.

 

Todo parece indicar que hay tres puntos de conflicto que se cruzan y se contaminan entre sí. En casi todos los casos las diferencias no son meramente de magnitud o de énfasis, sino de visiones encontradas sobre temas esenciales de política económica. Un primer debate tiene que ver con la inflación. Unos argumentan que la disminución de la inflación es condición sine qua non para que se recupere la economía. Otros dicen que el control de la inflación debe ser un objetivo secundario respecto a la recuperación de la economía. Se trata de un viejo debate entre los economistas de distintas escuelas, que adquiere relevancia cuando discuten cuánto debe gastar el gobierno y cómo. El problema del momento actual es que los que quieren controlar la inflación no quieren gastar nada y a los que quieren reactivar la economía, se les olvida el riesgo de la hiperinflación, con todo lo que eso implicaría para las tasas de interés y las finanzas de los bancos. Total, que nadie sabe como va a salir el presupuesto gubernamental. Sin definir eso, la política cambiaria queda en un limbo, pues ésta tiene una relación directa con el nivel de inflación.

 

El segundo tema de disputa tiene que ver con el ahorro interno que el gobierno quiere elevar. Nadie se opone al logro de un incremento en el ahorro interno, pero la forma de lograrlo sí es sujeto de muchos conflictos. Todo parece indicar que acabaremos con una solución cosmética: por una parte se crearían cuentas individualizadas para el SAR, el INFONAVIT y el fondo de pensiones, vejez y cesantía del IMSS, lo cual constituiría un gran avance, pues, finalmente, cada persona sabrá cuánto ha ahorrado para su retiro. Por otra parte, sin embargo, todo parece indicar que la separación de los fondos de pensión del IMSS presumiblemente no vendría acompañada de un profundo recorte en el gasto de esa institución -que hasta ahora se ha financiado a costa de las pensiones de retiro-, lo que inevitablemente se traduciría en mayores subsidios federales y, por tanto, más gasto improductivo.

 

El tercer tema tiene que ver con las fuentes de crecimiento de la economía. Algunos sueñan con una economía cerrada, otros con la noción de que la inversión nacional y la extranjera son distintas y distinguibles.  Muchos quisieran una diversificación comercial, sin ofrecer opción alguna.  Ninguno parece querer tomar el toro por los cuernos.  Por ello, trece años después de que explotara la bomba de la deuda externa y por lo menos dos crisis más, todo parece indicar que todavía no podemos ponernos de acuerdo sobre las exportaciones y la inversión extranjera. El crecimiento de las exportaciones en los últimos años ha sido extraordinario, pero todavía no tenemos una política de exportación, ni existe programa alguno para vincular a las empresas que se están muriendo con las que están creciendo como nunca. Los obstáculos a las exportaciones siguen creciendo y nadie, o muy pocos, dentro del gobierno parecen entender que el TLC es un instrumento excepcional y codiciado alrededor del mundo para atraer inversión y generar mercados de exportación. El punto importante no es que exportemos mucho, sino que nos convirtamos en una economía exportadora, donde toda la sociedad se vuelca a producir para exportar, que es algo muy distinto. No hay un solo caso de país exitoso en el mundo, en las últimas dos décadas, que no se caracterice por ser una economía exportadora.

 

Las disputas sobre los instrumentos de política económica son muy lógicas y totalmente legítimas, pero no sirven de nada mientras no se defina -y se alcance un consenso- sobre lo que se pretende lograr.  Los medios para lograrlo son obviamente fundamentales, pero irrelevantes mientras no se defina el objetivo.  Al margen de las causas de la crisis de diciembre pasado, el hecho es que la economía mexicana sigue teniendo muchos desequilibrios básicos y no está enfocada a generar altas tasas de crecimiento económico. Mientras no se defina cómo se va a alcanzar ese crecimiento, todos los debates seguirán siendo irrelevantes -y la economía seguirá a la deriva.