No hay alternativa

Luis Rubio

El presidente pudo haber cedido ante las presiones de abandonar el camino de ajuste y reforma de la economía. En lugar de ello, el Informe se caracterizó como un intento por convencer sobre la bondad del programa económico y sobre su efectividad para lograr el crecimiento económico. El presidente demostró que no pierde de vista la diferencia entre lo que es central y lo que es secundario de cualquier política económica: lo fundamental, dijo en su discurso, es el crecimiento económico sostenido. Lo que no es obvio es que el programa económico actual dé para tanto.

El presidente ha hecho suya la única opción verdadera que tiene: ha decidido perseverar en la búsqueda de la estabilidad económica. En vez de dar lugar a las presiones por un cambio de enfoque en la economía, el mensaje principal del pasado viernes fue que hay que seguir adelante. En abstracto, podría parecer mejor que el gobierno dejara de restringir el gasto, favoreciera menores tasas de interés y cerrara el país a las importaciones. Los que abogan por esta línea, que los hay en todos los sectores, suponen que la mejoría inmediata que sin duda se lograría con esas medidas, sería perdurable. La realidad, como vimos a lo largo de los setenta y buena parte de los ochenta, sin embargo, es muy clara: las alternativas heterodoxas a la larga no logran otra cosa que hacer más profundo el problema y, por lo tanto, crean más desempleo y destruyen sociedades enteras, como ha ocurrido en países al sur del continente y entre las antiguas naciones socialistas.

El gobierno ha tenido el gran acierto de no dejarse llevar por el espejismo de las opciones que suenan bien en la teoría pero que no logran ningún beneficio en la práctica y, peor, que contribuyen a agravar los problemas, postergando aún más el desarrollo. Por otra parte, cualquier pronunciamiento en el sentido de abandonar el objetivo de estabilizar a la economía tan pronto sea posible hubiese alterado severamente las expectativas de los ahorradores e inversionistas y hubiera exacerbado la crisis de confianza, cuando ésta de por sí ya está cabizbaja.

El Informe tuvo lugar en un momento muy delicado para la economía del país. Decenas de miles de empresas se encuentran en una situación de virtual inanición, producto, en muchos de los casos, de la ausencia de habilidades empresariales suficientes y de incentivos idóneos por parte del gobierno para que se diera un renacimiento empresarial, a lo largo de los últimos años para enfrentar exitosamente el profundo cambio que ha venido experimentando la economía mexicana. Desde mediados de los ochenta, muchos analistas económicos habían pronosticado la incapacidad de un sinnúmero de empresas de competir exitosamente con las importaciones. La apuesta gubernamental era que ese proceso de desaparición de muchas empresas ocurriría en el curso del tiempo, y en forma paralela con la creación de nuevas empresas, por lo que habría una mínima distorsión en la disponibilidad de fuentes de empleo. La explosión de una nueva crisis en diciembre pasado ha acelerado el proceso de desaparición de empresas, frente a la cual no ha habido mayores intentos por generar la confianza necesaria para que se creen nuevas entidades productivas. Esta realidad tiene efectos fundamentales tanto sobre la economía como sobre la política, lo que agudiza todavía más el problema.

Frente a ello, la claridad gubernamental sobre el rumbo y sobre lo que hay que hacer es encomiable. Muchas otras administraciones se habrían doblado tiempo antes. Pero la experiencia de la última década demuestra que no es lo mismo evitar el colapso que generar las condiciones necesarias para lograr una rápida recuperación. Sin recuperación, los problemas sociales y políticos se exacerbarían, al punto de tornarse incontenibles. Parte de lo que se tiene que hacer para recuperar el crecimiento depende del gobierno, pero otra parte, igualmente importante, depende de los partidos políticos y de la sociedad misma. Sin la concurrencia de todas las fuerzas sociales, la problemática del país no se va a resolver. En lugar de fortalecer más al gobierno, habría que crear más espacios para el desarrollo de estas fuerzas liberadoras en la política, en la economía y en la sociedad en general.

Desde mi perspectiva, hay tres temas que requieren de esta concurrencia y donde el potencial detonador de crecimiento es enorme. Primero está el problema político, cuya solución no depende de una persona en lo particular, pero donde todos los partidos han jugado un papel estelar en promover una parálisis sistémica. La agenda electoral parece tan obvia y cuenta con prácticamente todos los consensos necesarios para concluirla, que es inexplicable que se juegue a las escondidillas en lugar de avanzar contundentemente hacia la finalización de ese capítulo tan vergonzante de nuestra historia. En la medida en que la agenda electoral y la agenda política más amplia sigan sin encontrar su cauce, los actores económicos -empresas, obreros, ahorradores e inversionistas- simplemente no van a reaccionar más que dudando de la viabilidad del país.

El segundo tema que requiere de acciones concretas y consensos definitivos es el del futuro económico del país. Hoy en día no existe consenso alguno sobre el rumbo que debe seguirse. Si bien el gobierno ha mantenido el rumbo, éste no goza del apoyo de las fuerzas políticas, de los empresarios o de la sociedad en general. Lo mínimo que sería necesario para dar la vuelta sería el forjamiento de un consenso sobre los objetivos que se persiguen y sobre los medios para alcanzarlos entre, por lo menos, los empresarios, los obreros, los inversionistas extranjeros, los principales partidos políticos y el gobierno, para recobrar la confianza de los creadores de empleos y de los consumidores, de tal suerte que, mientras se consolidan los procesos políticos, la economía empiece a funcionar.

Finalmente, la reforma judicial que ha emprendido el gobierno ha sido un gran acierto que ya ha comenzado a mostrar sus frutos. La reforma, sin embargo, no ha hecho nada por disminuir la discrecionalidad de las autoridades a lo largo y ancho del país, que todo lo impide y que en nada contribuye a la resolución de problemas o al fortalecimiento de la economía. La recurrencia de crisis hace cada vez más difícil la recuperación, y peor si no se acaba con esta enorme fuente de disrupción y corrupción, que sigue siendo ubicua.

Mantener el rumbo es bienvenido e indispensable, pero no es suficiente. Saber hacia donde se tiene que ir y perseverar hacia adelante es un verdadero acierto, pero es insuficiente para recuperar el crecimiento si antes no se resuelven los temas paralelos que paralizan al país y que amenazan su estabilidad.