Confrontara el PRI su realidad

Luis Rubio

Después de Baja California al PRI sólo le quedan dos opciones: cambia o se hunde. Para los mexicanos en general, lo que le pase al PRI sería irrelevante toda vez que su cambio o muerte no viniera acompañado del tipo de violencia que hemos observado desde el inicio de 1994. Y es ahí precisamente donde reside el problema: los priístas tienen cada vez menos capacidad de construir, pero una gran habilidad de disrupción. Desde esta perspectiva, lo que le pase al PRI es asunto de interés público. Si los priístas logran transformarse en un partido a la vez que eliminan las prácticas que los han caracterizado, el país logrará un enorme avance político.

El resultado electoral de Baja California el domingo pasado es devastador para el PRI. Contrario a lo que venía ocurriendo en algunas otras entidades del país, como Chihuahua, en que los electores tendieron a votar en contra del partido en el poder, en Baja California el partido en el gobierno -el PAN- no sólo ganó, sino que arrasó. Si uno lee y escucha las versiones priístas de estos resultados, el común denominador es que tenían que ganar porque tenían que ganar. Prácticamente no hay análisis sino dogma, verdades absolutas y una total incapacidad de situarse en la realidad que caracteriza al país en el momento actual. En cierta forma, es muy evidente que para los priístas baja californianos, seis años en la oposición no fueron suficientes para obligarlos a reconocer los cambiantes tiempos y las nuevas demandas de la sociedad. Si este patrón persiste, el PRI más temprano que tarde acabará siendo historia.

El que el PRI sobreviva o se muera es asunto de los propios priístas. Muchos observadores hace tiempo vienen argumentando que el país no va a progresar mientras que el PRI siga existiendo. Buenas razones históricas hay para hacer afirmaciones de esta índole. Si uno ve la pobreza que caracteriza a buena parte de la población y la contrasta con la enorme riqueza natural que cotidianamente se dispendia o la que se roba por quienes han gobernado al país por décadas, es claro que buen fundamento tienen los críticos para hacer semejantes afirmaciones. En términos generales, es muy difícil lograr un cambio a un partido que ha estado décadas en el poder y que se caracteriza por prácticas corruptas y autoritarias. De hecho, no existen muchos precedentes en el mundo que permitan suponer que es fácil -o siquiera posible- una transición del PRI corrupto y autoritario actual a un PRI competitivo, democrático y exitoso. Si uno utiliza al Partido Comunista de la URSS como ejemplo, el futuro del PRI obviamente no es promisorio para el propio PRI o para el país, por la enorme disrupción que ha acompañado al desmantelamiento del PCUS.

Si bien es poco relevante, por sí mismo, el que el PRI sobreviva o no, la supervivencia de las prácticas priístas sí es un asunto de fundamental preocupación. Al igual que la corrupción, la burocratización de la vida política, económica y social es una de esas nefastas prácticas. Más importante, la naturaleza del PRI hace imposible que el país deje de ser una entelequia de personas, caudillos o incluso instituciones callistas -donde predomina la discrecionalidad de la autoridad y la impunidad ante el delito-, para convertirse en un país de leyes e instituciones democráticas y competitivas. El PRI ha sido mucho más que un partido político, por lo que, también, su transformación es tanto más difícil, compleja y dudosa. Las prácticas corruptas de que ha venido acompañado son producto de esa historia; son un componente inherente al partido. Es por ello que resulta indispensable que desaparezcan esas prácticas priístas. Sólo así podremos aspirar a cambiar al país.

Cambiar al PRI será, en este contexto, una precondición para que pueda cambiar el país. Los priístas, sin embargo, no parecen listos a intentar el camino de la reforma interna. Veamos.

El PRI enfrenta dos problemas: uno es su realidad y el otro es su incapacidad de adaptación. Su realidad no requiere mucha discusión: a pesar de los muchos elementos excepcionales que son miembros suyos, las prácticas históricas y actuales del partido son totalmente antitéticas con las demanda de la sociedad. En lugar de ver hacia afuera, los priístas se empeñan en aferrarse a lo que ya no tienen, arriesgando el apoyo de aquellas porciones del electorado que todavía los sostienen. Es muy ilustrativo observar como los priístas se consumen en debates internos donde lo que se discute no es un punto de discordia por sí mismo -lo que sería muy deseable-, sino el hecho de que algún priísta haya osado diferir respecto a la línea oficial. Puesto en otros términos, la competencia política que enfrenta el PRI no se ha traducido en una búsqueda de nuevas maneras de cautivar al electorado y de gobernar. Todo parece indicar que, para los priístas, los mexicanos tenemos la obligación de aceptar los términos y la visión priísta del mundo. Es decir, para ellos no existe la posibilidad de que podamos optar por algo diferente. De ahí su sorpresa y lo que consideran como traición por parte del electorado.

Si la realidad del PRI es tan lúgubre, su incapacidad de adaptación es patente. Hay, por ejemplo, muchos priístas furiosos con el Ejecutivo y dispuestos a rebelarse y a romper con el gobierno. Si esa rebelión fuese producto de desacuerdos sobre cómo salir adelante o sobre cuál podría ser un mejor futuro para el país o para el propio PRI, el país se beneficiaría. Lo triste es que esas amenazas de rebelión con frecuencia son resultado del rechazo tajante por parte de los priístas a aceptar las nuevas realidades del país y no del choque de ideas contrastantes sobre cómo resolver los problemas que el país confronta. Por otra parte, los priístas están sometidos a una disciplina de partido a la que perciben como camisa de fuerza más que como plataforma de desarrollo.

Baja California va a obligar a los priístas a confrontar su realidad. Si nos guiamos por lo que sus derrotas pasadas han hecho, sin embargo, es de esperarse que el partido seguirá esperando el día en que le vuelva a hacer justicia la Revolución, en lugar de ponerse a trabajar para ganar legítimamente la próxima elección. Si a eso se reduce la respuesta de los priístas, los mexicanos podemos contentarnos con que por lo menos no se inicie otro ciclo de violencia. El problema es que el PRI, y su mentalidad burocrática y autoritaria, dominan todo el panorama y paralizan a toda la sociedad. Aun si los priístas no caen en un nuevo círculo vicioso de violencia, mientras persistan en impedir el cambio -suyo y del país-, todo México pagará el precio de su cerrazón en la forma de desempleo, poco crecimiento económico y continuo desaprovechamiento de las interminables oportunidades que nunca llegaron a cuajar. Nos guste o no, en cierta forma, los priístas siguen teniendo la llave del futuro. ¿La sabrán usar para bien, o nos llevarán por el camino de la Unión Soviética?