Luis Rubio
«El crecimiento del país [está] haciéndose un poco más lento y las perspectivas de algún nuevo impulso parecen inciertas». Estas palabras, que casi describen la realidad actual, fueron escritas en 1966 por Raymond Vernon, quien fue el primero en apuntar la existencia de un problema estructural de naturaleza política que, según él, desde entonces impedía ya el crecimiento de la economía mexicana. Casi treinta años después, la evidencia parece abrumadora: aparentemente, no hace gran diferencia qué haga o deje de hacer el gobierno, la economía mexicana simplemente no puede recuperarse. ¿No será que deben hacerse otras cosas?
Si uno observa el crecimiento de la economía a lo largo de las últimas tres décadas, resulta muy claro que, con excepción del boom de deuda externa y luego el de los precios del petróleo en los setenta, la economía casi no ha crecido desde mediados de los años sesenta. De hecho, a finales de esa década se produjo un gran debate dentro del gobierno sobre el futuro de la economía, sobre todo porque se empezaban a ver signos ominosos en el panorama económico, como caídas en la tasa de ahorro y en las exportaciones, así como incrementos en las importaciones. La economía habría enfrentado una crisis de grandes magnitudes en la década de los setenta, de no haber sido por la súbita disponibilidad de endeudamiento externo y, muy poco después, de ingresos petroleros, que permitieron postergar la crisis. Desde los ochenta, dos administraciones se dedicaron a corregir problemas básicos de la economía y a abrir nuevos espacios, sobre todo para las exportaciones, que permitiesen recobrar el crecimiento. A pesar de todo ello, sin embargo, los resultados siguen siendo desastrosos. La economía mexicana no se recupera.
Raymond Vernon observó, hace casi treinta años, que el problema no era de estructura económica, sino de naturaleza política. Vernon se dedicó a analizar la estructura de la economía, la cultura empresarial, las actitudes de los políticos y de los economistas del gobierno y la evolución histórica del gobierno, sobre todo respecto al manejo de la economía y a su relación con el sector privado. Las conclusiones a las que llegó hace treinta años sugieren que casi nada ha cambiado. Vernon dice que los principales problemas de la economía mexicana son: la competencia por recursos entre el sector público y el sector privado; las prácticas discriminatorias que caracterizan al gobierno en la aplicación de las regulaciones; y la enorme discrecionalidad con que cuenta la burocracia gubernamental. Según Vernon, estos tres factores hacían imposible que se consolidara una estrategia de desarrollo a largo plazo, por bien intencionados que pudiesen ser el gobierno o el sector privado.
Según esta perspectiva, el gobierno utiliza toda la estructura de regulaciones y controles gubernamentales para mantener el poder, lo que subordina a un segundo plano los requerimientos de la propia economía para desarrollarse. «La administración mexicana, dice Vernon, pone menos énfasis en los derechos y garantías del individuo y más en los derechos discrecionales del Estado». De esta forma, el burócrata tiene siempre mayor capacidad de contribuir al éxito o fracaso de un proyecto de inversión de la que tiene un empresario, lo que le lleva a afirmar -en 1966- que la economía mexicana había venido creciendo del ímpetu que todavía quedaba del porfiriato y de los primeros gobiernos postrevolucionarios, por lo que, mientras no se resolviera el problema de fondo de la economía mexicana -la discrecionalidad del gobierno- ésta simplemente no se recuperaría. Dicho esto hace casi treinta años, cuando la economía empezó un estancamiento casi permanente, indica que Vernon vio algo que todavía hoy no se quiere comprender.
La esencia del funcionamiento de una economía radica en que los que en ella participan tienen que conocer las reglas del juego, tener certeza de que éstas se aplicarán de una manera objetiva y equitativa a todos los actores y que será el mercado el que decida, en función de esas reglas, quiénes serán ganadores y quiénes perderán. No es necesario profundizar en mayor medida para reconocer que las reglas del juego en el país son vagas, inconstantes, de aplicación discrecional, y en ocasiones contradictorias. La burocracia decide en función de sus propios intereses, de la oportunidad de corrupción, de los favores políticos que se conceden en un momento dado, y así sucesivamente. Esto también ocurre en el mercado de valores, donde es casi sentido común entre los corredores de bolsa el que ningún gran negocio se hace sin información privilegiada. El punto no es que estos actos sean legales o ilegales, buenos o malos, propios o impropios, sino que impiden que una persona ahorre o que alguien invierta pensando en el largo plazo, porque sabe bien que la discrecionalidad burocrática es la que determinará su éxito o fracaso, por lo que nada acaba siendo predecible en modo alguno. Es decir, precisamente lo que vio Vernon y que no ha cambiado ni en un ápice.
Desde esta perspectiva, lo que pasó en los últimos años fue revelador. El gobierno cambió la forma de funcionar de la economía, provocó fuertes cambios políticos y reformó mucho de la estructura económica y, sin embargo, la esencia siguió tal como estaba. Es decir, cambió la realidad, pero no las reglas del juego. Los individuos hacen lo que quieren o pueden, pero el gobierno se sigue reservando la facultad legal de imponer su voluntad. Si bien esto es lo que ocurre en la economía, el problema es general: igual ocurre en materia electoral que en la procuración de justicia, en los impuestos que en el acceso al poder. El país confronta el problema de vivir en un mundo en el que la última palabra no la tiene la ley, sino la discrecionalidad burocrática que le confiere la propia ley o la interpretación sesgada por parte del funcionario en cuestión, con la tranquilidad que le proporciona la impunidad total de que goza. Por esa razón, nadie se va a comprometer por un camino legal de hacer las cosas, lo que nos lleva a los círculos viciosos que caracterizan a mucha si no es que toda la actividad pública en el país.
Si uno acepta la hipótesis de Vernon, tendría que concluir que las razones por las cuales hay fuga de capitales, el ahorro parece insuficiente y no se invierte más que a corto plazo, son muy obvias. Mientras eso no cambie, los mexicanos no cambiarán su manera de ver al gobierno, al país o a la economía y sus decisiones serán las mismas independientemente de que el gobierno suba o baje los impuestos, privatice esto o autorice aquello. Mientras la esencia del sistema político no cambie, el país seguirá estando condenado al cada vez más asfixiante estancamiento económico.