País que no corre, se queda atrás.

Virtualmente todos los países del mundo se han encaminado por la vía de la privatización de empresas, la desregulación de la actividad económica, el equilibrio fiscal y la apertura a la competencia internacional a lo largo de la última década.  De hecho, las excepciones a esta tendencia se pueden contar, literalmente, con los dedos de una mano.  Hoy en día, lo que diferencia a los países en su política económica ya no es la dirección del cambio, sino la velocidad del mismo.  Por algunos años, parecía que tomábamos la delantera.  La realidad es que, si observamos la velocidad a la que van países como Argentina, Perú, Brasil e incluso Cuba, por no hablar de Chile, Tailandia y demás, nosotros no sólo ya no estamos avanzando, sino que nos estamos quedando atrás.

 

Mientras que en México observamos gran vacilación en ámbitos tan diversos como la política cambiaria y la política comercial, otros países liberalizan, privatizan y desregulan en forma decidida y progresiva.  Brasil terminó el año pasado con décadas de indexación de su economía y está experimentando tasas de crecimiento económico que simplemente no son siquiera imaginables en México.  La economía brasileña experimenta un ritmo de crecimiento superior al 10% este año, lo que debería ser impresionante para nosotros si recordamos que hace más de treinta años que no vemos algo así.  Parte de este crecimiento puede ser coyuntural, sobre todo porque abruptamente se cortó la inflación en 1994, pero Chile es un perfecto ejemplo de que, con las reforma idónea, la economía puede crecer muy rápidamente.  De hecho, muchos economistas afirman que esa tasa de crecimiento no es sostenible, pero, aun así, algo deben estar haciendo bien que nosotros todavía no comprendemos.

 

Cuba, por su parte, ha legalizado la circulación del dólar y muchas transacciones entre empresas estatales y entre personas y empresas ya sólo se pueden realizar en dólares.  De esta forma, un gobierno socialista como el cubano está rápidamente adoptando la moneda de su enemigo como la moneda legal, abandonando toda pretensión de que ese es un factor de soberanía o, al menos, de que la soberanía simbólica que trae consigo una moneda propia es más importante que la inversión, el ahorro y el crecimiento económico.  En forma paralela a la legalización del dólar, el  gobierno cubano está privatizando toda clase de empresas y está por aprobar una nueva legislación sobre derechos de propiedad.  Si bien a Cuba le falta casi todo para incorporarse a la economía global, su ritmo de cambio es nada menos que brutal.

 

Argentina es, sin embargo, el ejemplo más patente de la claridad de rumbo.  Si bien empezaron su reforma económica después de nosotros, al final de los ochenta, la visión de sus dirigentes ha probado ser mucho más consistente y los resultados son visibles a todas luces.  A diferencia del gobierno mexicano, los argentinos privatizaron sus empresas pensando más que en los ingresos para el erario en la creación de mercados competitivos, además de que se han abocado a elevar la productividad, a fomentar las exportaciones y a procurar un rápido crecimiento de la economía.  Los resultados son notables: mientras que nosotros llevamos tres lustros con un crecimiento promedio que ha llegado al tres por ciento, los argentinos llevan cuatro años creciendo más del siete por ciento anual.  La productividad de la economía argentina ha crecido casi  35% desde 1990 y la inflación llegó a 3.9% en 1994, para caer todavía más en 1995.  En lugar de buscar salidas mágicas, los argentinos se han dedicado a crear un marco legal para el desarrollo político y económico con el objetivo expreso, en palabras del presidente Menem, de ofrecer garantías jurídicas para que la inversión privada se extienda y para que el ambiente económico sea siempre predecible.  La búsqueda permanente de certidumbre se ha convertido, de esta manera, en la esencia del renacimiento económico Argentino.

 

Un punto más de evidencia de que los argentinos han hecho mejor las cosas para propiciar el crecimiento económico lo ilustra el incremento de sus exportaciones.  Estas crecieron en los últimos años a un ritmo de aproximadamente 25-30%, cifra muy semejante a la que lograron nuestros exportadores.  A pesar de ello, muchos economistas afirmaban, con razón o sin ella, que el tipo de cambio estaba sobrevaluado, por lo que era necesaria una devaluación para hacer crecer las exportaciones más rápidamente.  Los últimos seis meses, sin embargo, han demostrado exactamente lo contrario.  Mientras que en México el peso perdió el 50% de su valor nominal, las exportaciones lograron un aumento del 35% sobre el mismo periodo del año pasado; es decir, una devaluación del 50% logró un incremento del 6 ó 7 puntos porcentuales en la tasa de crecimiento de las exportaciones.  Los argentinos siguieron otra lógica.  Para ellos lo importante fue mantener la certidumbre y asegurar que no hubiesen sorpresas para los diversos actores en la economía.  Por ello, en lugar de devaluar, se dedicaron a hacer todo lo necesario para mantener la estabilidad.  El resultado es que sus exportaciones están creciendo al 48% y su inflación lo hace a menos de la mitad de la del año pasado, sin haber tenido que devaluar la moneda, o gracias a que no la devaluaron.  Lo anterior no indica que su moneda esté subvaluada o sobrevaluada, sino que han tenido mucho mejor brújula en el manejo de su economía.

 

Los ejemplos anteriores evidencian una cosa muy simple: mientras nosotros atravesamos una crisis económica, el resto del mundo sigue avanzando.  Casi podría uno decir que el resto del mundo va corriendo, por lo que nosotros cada día nos atrasamos más.  A principios de año, por ejemplo, el gobierno hablaba de privatizar y desregular: hoy en día esas palabras han casi desaparecido del lenguaje oficial.  De igual forma, mientras que Brasil enterró la idea de indexar la economía porque, después de muchos años, finalmente reconoció que era contraproducente, nosotros corremos el riesgo de llegar a la indexación con los famosos UDIS.  Por su parte, Argentina privatizó su industria petrolera y Brasil acaba de aprobar la desregulación del sector, permitiendo el acceso de inversión privada a una industria caracterizada por un gran furor nacionalista, tal y como el nuestro.  Quizá mas importante, esos países han convertido a la búsqueda de la certidumbre para la población en casi una pasión.  Saben bien que sólo una clara noción sobre lo que depara el futuro, en presencia de un marco legal orientado a proteger a los ciudadanos respecto del gobierno y no al revés, puede producir los niveles de ahorro, inversión y crecimiento socialmente necesarios.  Por todo ello, a menos que México empiece a cambiar en su esencia, nos quedaremos atrás.