Luis Rubio
La población mexicana se ha convertido en el principal factor de estabilidad política en el país. Esta afirmación, que podría parecer excesiva, es cada vez más sintomática de como está cambiando México. Por su parte, en los últimos días el presidente Zedillo parece haber logrado una comunicación directa y efectiva con la población, sobre todo por medio de la radio. ¿Será posible que el gobierno esté finalmente tomando la iniciativa y logrando abrir nuevos espacios de comunicación? Si la respuesta es afirmativa, el país podría estar entrando en una etapa radicalmente nueva, para el bien de su desarrollo político.
Primero el tema de la estabilidad. Por décadas, la estabilidad política se construyó sobre la base de fuertes mecanismos de control cuyo objetivo esencial era sujetar a la población a enormes restricciones en términos de su libertad de acción política, lo que limitaba o impedía cualquier otra manifestación de la libertad. Todo el propósito de la creación y funcionamiento de los sectores del partido en el gobierno fue precisamente el control de las masas. De hecho, el control político era una de las principales obsesiones centrales del gobierno y lo ejercía a través de los sindicatos, de la corrupción de periodistas y medios, de subsidios y, cuando éstos no funcionaban, a través de la coerción. Con la apertura de la economía, el cambio en las prioridades y acciones gubernamentales y la madurez creciente de la sociedad, muchos de esos controles se empezaron a erosionar y muchos simplemente desaparecieron.
El resultado de estos cambios políticos y económicos, a lo largo de los últimos dos lustros o tres, ha sido un creciente pluralismo en el país y una mayor libertad para la ciudadanía. A la par con estos cambios, sin embargo, también han desaparecido algunos de los pocos beneficios que el viejo sistema engendraba, como era el control de la violencia y la resolución pacífica de conflictos entre los políticos dentro del marco del PRI. Es decir, la erosión de los controles sobre la población también ha significado la erosión de los controles sobre los políticos, circunstancia que probablemente explica al menos parte de la violencia del año pasado.
La aparición de la violencia y de crecientes tensiones políticas en los últimos años llevó a muchos analistas y políticos a pronosticar violencia el día de las elecciones de 1994 y la inauguración de una nueva etapa de conflcito incontenible a partir de ese momento. La gran sorpresa del proceso electoral de 1994, sin embargo, no fueron las elecciones mismas, sino el hecho de que los mexicanos salieron a votar por la estabilidad y la institucionalidad. El hecho de que votara la abrumadora mayoría de los mexicanos constituyó un severo revés para los promotores de la violencia y el conflicto. Esos pescadores esperaban un río revuelto y acabaron vencidos por el peso de una población que claramente reconoce la fragilidad del sistema político y que no está dispuesta a arriesgar los beneficios, por pequeños o pocos que pudiesen ser, de esta nueva etapa de apertura y creciente libertad.
El hecho de que los promotores y actores de la violencia y del conflicto no hubiesen logrado cabalmente su propósito en 1994, sin embargo, no implicó que desaparecieran del mapa. Poco a poco, han vuelto a la escena política, tratando de bloquear el avance de alguna iniciativa por aquí, o de imponer su voluntad por allá. A todo esto el gobierno ha venido respondiendo con acciones e iniciativas que a veces han surtido efecto, pero que, en general no han logrado mayor avance. Las fuerzas e intereses que se benefician (o que creen que se benefician) del conflicto político arremeten continuamente e intentan explotar los errores del gobierno. Hasta hace poco, ninguno parecía estar ganando mayor cosa, pero el país y la población en general siempre pagan las cuentas.
En este contexto es que pueden interpretarse las nuevas iniciativas del presidente Zedillo. En los últimos días no sólo propuso un replanteamiento radical de las funciones del gobierno en la sociedad, sino que también empezó a actuar de maneras que hasta hace poco eran consideradas no sólo heterodoxas, sino francamente incompatibles con la función de gobernar, como la conferencia de prensa que inauguró esta semana y como su entrevista en la radio con dos de las principales cadenas del país, respondiendo a preguntas directas del público. El éxito de estas iniciativas fue probablemente mucho mayor de lo que cualquiera habría anticipado, lo que hace tanto más interesante el fenómeno.
El hecho es que el presidente se acercó directamente a la población y fue sumamente convincente en sus planteamientos y objetivos. La pregunta es si ello le va a permitir dar la vuelta, retomar la iniciativa y ganarse a la población como la fuente de apoyo más importante para poder gobernar, emprender las acciones para alcanzar los objetivos que propone en el PND y, con ello, abrir una nueva etapa y oportunidad para el desarrollo del país.
Si uno acepta las dos proposiciones que hice en los primeros párrafos de este artículo, sobre la estabilidad política del país, entonces el presidente puede estar empezando a construir una plataforma política sobre la cual México podría cambiar de faz. La población se ha convertido en la principal fuerza de contención frente al embate de los políticos e intereses arraigados del pasado que impiden cambiar. Buscando a la población y convenciéndola, el presidente bien podría estar sembrando las semillas de lo que podría convertirse en una base social moderna para poder gobernar. De seguir por este camino y, por supuesto, de lograrse una fuerte recuperación económica, se aseguraría la estabilidad poítica y el camino a la modernidad.
Desde luego, la posiblidad de que este proceso se consolide y que la población empiece a ver en el presidente Zedillo a su líder y aliado, no va a cambiar, puramente por esta razón, a México. El país va a cambiar sólo en la medida en que la ley se convierta en el marco de interacción entre las personas, las empresas y los partidos, y entre todos éstos y el gobierno, y en la medida en que la economía se recobre con gran ímpetu. En esto, el trabajo del gobierno va a ser crucial y, por más que las noticias recientes son sumamente alentadoras, todavía no es evidente que todo esté listo para que estos objetivos se puedan lograr. Lo que sí es seguro es que esos cambios serán imposibles si el gobierno no cuenta con una base de apoyo fuerte y confiable. Capaz que eso es lo que ya empezó a construir el presidente Zedillo.