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Pasado malvado

Luis Rubio

Se ha vuelto frecuente afirmar, con profunda convicción, que todo en el pasado fue malo y que por ello el gobierno actual constituye la salvación de México. Aunque para algunos es retórica, para muchos es verdad absoluta que no admite debate. Sin embargo, no deja de ser peculiar el argumento de que todo en el pasado fue malo cuando se está ejerciendo una libertad de expresión que se ganó a palos en ese pasado reciente que ahora se denuesta. Absurdo cuando el objetivo del régimen es reconstruir el mundo autoritario de antaño.

Se escucha en el discurso de legisladores y en afirmaciones de miembros del equipo presidencial; se repite de manera frecuente en las mañaneras; en las redes se reproduce como mantra: todo lo previamente existente fue malo. Para ese grupo de creyentes, no existió el autoritarismo postrevolucionario ni las crisis financieras; no existe (o existió antes del brillante manejo de la pandemia) una creciente clase media; nunca hubo restricciones de divisas para el funcionamiento normal de la economía; no hubo gobiernos competentes ni empresas exitosas, científicos galardonados o premios Nobel mexicanos. El mundo nació en 2018. Antes, como en la biblia, el caos.

Si el mundo nació ayer y todo en el pasado fue caos, el futuro inexorablemente será mejor. Si además se cree esto como acto de fe, la ciudadanía deja de serlo para convertirse en meros peones al servicio de un líder manipulador. Este debe ser el origen de las llamadas fake news, donde lo que importa no son los hechos sino las creencias y, más, si éstas se convierten en el nuevo e indisputable dogma. El problema para México es que muchos, demasiados, lo creen y las creencias no son objeto de debate o aprendizaje, lo cual explica mucho de lo que ocurre en los foros públicos, comenzando por las mañaneras y en el ámbito legislativo: se trata de verdades reveladas, no de asuntos sujetos a legítima discusión. ¿No será éste un nuevo autoritarismo?

La creencia de que no hay nada bueno o rescatable del pasado es objetivamente falsa no sólo porque lo opuesto es comprobable, sino porque la mayoría de quienes la esbozan muestran, en sus propias personas, enormes avances y progreso familiar. Desde luego, lo objetivo no es relevante si se trata de una creencia; peor, cuando ésta se encuentra tan profundamente arraigada.

Hace cosa de diez años, cuando Luis de la Calle y yo presentamos el libro Clasemediero, invitamos a varios líderes políticos a comentarlo. Uno de ellos, un prominente miembro del PRD en aquel momento, comenzó su comentario de la siguiente manera (cito de memoria): “cuando me invitaron a comentar este libro me sentí muy incómodo. Para mí, en mis días universitarios, el término clasemediero se empleaba de manera peyorativa para denigrar a alguien que no se comportaba como pobre. Sin embargo, cuando comencé a leer el libro me percaté de que me estaba describiendo a mí.” Luego siguió diciendo que él había nacido en un pueblo rural, hijo de campesinos humildes, pero que gracias a una beca había podido estudiar, ir a la universidad y hoy vivir en un apartamento urbano como el que sus padres jamás habrían podido imaginar. El comentarista había descubierto que él había experimentado la movilidad social y que México había cambiado de tal forma que él podía expresarse libremente gracias a los cambios que se habían experimentado en las últimas cuatro décadas.

Como escribió Aristóteles en su Retórica, los hechos son sólo sobre el pasado y sobre el presente; sobre el futuro -la preocupación fundamental de la política- hay solo aspiraciones e intereses. El pasado es un tema de legítimo debate porque existen hechos concretos; en el asunto del avance o retroceso del país en las últimas décadas, es muy fácil dilucidar dónde ha habido unos y dónde los otros. Por ejemplo, nadie puede negar que hay estados (como Aguascalientes) que han crecido a tasas superiores al 7% anual por cuarenta años, un hito bajo cualquier rasero. También es objetivamente cierto que entidades como Chiapas y Oaxaca a duras penas han logrado mantenerse en el mismo lugar en esas cuatro décadas: se trata de dos verdades indisputables. Negarlo implicaría pretender seguir, o recrear, el gran “logro” de los estados sureños en lugar de aprender las causas del éxito de Aguascalientes o Querétaro.

Lo fácil es perderse en la retórica que persigue dos cosas evidentes: una, preservar la pobreza porque un país de pobres es un país de dependientes y, por lo tanto, de personas manipulables. La receta no es nueva y es siempre exitosa para quien pretende preservarse en el poder. Por otro lado, el objetivo trasciende la mera dependencia hacia un líder, para perseguir la lealtad ciega. El gran éxito del presidente radica en que cuenta con una gran cauda de seguidores que creen en estas falsedades. No hay razón que valga.

La tragedia para el país es que el progreso no es posible cuando la población sigue empecinadamente a un líder cuyo objetivo es preservar la pobreza, para lo cual requiere creyentes y no ciudadanos, clientelas, no productividad. Las víctimas, lo reconozcan o no, son quienes creen en lugar de dilucidar y quienes son “beneficiarios” de la dependencia instigada por el régimen.

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 REFORMA

14 Feb. 2021

La clave

Luis Rubio

Beijing en 1980 era un pueblote. Algunas cuantas grandes y vacías avenidas que llevaban a la ciudad prohibida y a la gran plaza de Tiananmen, el corazón político de la ciudad. De vez en cuando pasaban bicicletas, el ubicuo medio de transporte de personas, mudanzas y distribución de toda clase de bienes. Alrededor de estos centros ceremoniales se apilaba una interminable colección de vecindades en diversos grados de deterioro. Volví en 1999, incrédulo ante el panorama que encontré: una ciudad moderna, rascacielos, periféricos, tiendas de lujo y un tráfico como el de cualquier mega urbe. Mientras que en México nos debatíamos sobre el modelo económico, la deuda y el papel del gobierno en el desarrollo, China se transformó. Lo que hace un gobierno eficaz.

En México se ha confundido la política con la función del gobierno. Si bien es evidente que la política determina las prioridades de cada nación, la ejecución de esas prioridades es un asunto distinto. En los países serios, el gobierno es un factor de continuidad y estabilidad: sus funcionarios son permanentes, mayoritariamente de carrera y se apegan a códigos de conducta y transparencia. Por su parte, los políticos, que gobiernan con el favor popular, determinan qué proyectos se construyen y cuales no y qué criterios guiarán la toma de decisiones. Las ciudades de los países serios tienen un administrador profesional que le reporta al alcalde electo. Lo mismo ocurre en los ministerios y secretarías. Solo en países tercermundistas se reinventa la rueda cada tres o seis años.

Este es el asunto que motiva un nuevo y excepcional libro* que busca explicar las diferencias entre los países que enfrentaron exitosamente la crisis del virus respecto a aquellos que siguen sin siquiera entender lo que ocurrió. La tesis es que los países occidentales contaban con un sistema de gobierno muy efectivo que sabía actuar en condiciones normales y responder ante situaciones críticas, pero éste se anquilosó, se volvió obeso y acabó capturado por innumerables intereses particulares, tanto internos (grupos políticos y sindicales), como externos: constructores, operadores de servicios y ecologistas.

En contraste, Singapur se ha convertido en el parangón del gobierno eficaz, técnicamente competente y efectivo que ha logrado el mayor nivel de ingreso per cápita del mundo. Muchos países, especialmente en Asia, han seguido ese modelo, logrando construir burocracias meritocráticas, con personal excepcionalmente bien formado y compensando que ejecutan sus funciones de manera profesional, como ilustra el éxito arrollador de Corea, Taiwán y, desde luego, China. Sin duda, también hay gobiernos eficaces y competentes en otras regiones, como Alemania y algunas naciones escandinavas. Lo que distingue a este conjunto es la seriedad, competencia y habilidad técnica de sus burocracias que nunca confunden la política con su responsabilidad.

La mayoría de estas naciones son democracias consumadas, algunas son híbridos y otras autocracias. Lo que las asemeja es la calidad de sus gobiernos. Nada como el coronavirus para separar a los que saben lo que hacen del resto.

El virus es un factor de comparación inmejorable porque afecta a todas las naciones y personas exactamente de la misma manera, pero cada nación responde según sus propias características sociopolíticas. La infraestructura es otro ejemplo similar: las naciones con gobiernos competentes cuentan con carreteras, trenes de alta velocidad y aeropuertos ultramodernos: Frankfurt, Beijing, Singapur, Incheon son todos ejemplos evidentes. Ninguno se hace bolas con la educación, como en México. En estas naciones las burocracias aprenden continuamente y no se dejan mangonear por políticos incompetentes, si bien se apegan estrictamente a las prioridades que estos establecen. El punto clave es que la eficacia de un gobierno no tiene que ver con su calidad de democracia o autocracia sino con sus propias estructuras y modos de organización y compensación.

En contraste con Singapur, el gobierno mexicano no se construyó para ser eficaz, sino como un medio para avanzar los intereses de la clase política, lo que inter construyó a la corrupción como una de sus misiones. A pesar de ello, por varias décadas luego de la revolución, el gobierno logró conferirle estabilidad al país y condiciones para su desarrollo. Todo eso se perdió en el populismo de los setenta y en las incompletas (y en ocasiones inadecuadas) reformas de las siguientes décadas. En lugar de corregir esos errores, el gobierno actual se ha dedicado a replicar la década de los setenta: decisiones unipersonales, ideológicamente determinadas y con objetivos meramente políticos.

La crisis del virus no pudo llegar en un momento más revelador: expuso las carencias y deficiencias acumuladas del sistema de gobierno y las magnificó por las torpezas del actual. El gobierno que pretendía un cambio de régimen acabó en el fango de una pandemia que no entendió (y sigue sin entender) y sin instrumental o personal idóneo para salir de ella. Y esto sin considerar la seguridad pública o el crecimiento de la economía. Este es tiempo de grandes reformas para producir un gobierno profesional y técnicamente competente.

 

*Micklethwait & Wooldrige, The Wake Up Call

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 REFORMA

07 Feb. 2021  

Poder y gobierno

Luis Rubio

La paradoja del poder es vieja y conocida: mientras más poder se tiene, menos se cuida su uso y, por lo tanto, mayor el riesgo de que se abuse. La economía mexicana creció durante algunas décadas en el siglo pasado gracias a que el gobierno era garante de la estabilidad política y mantuvo, por casi dos décadas, una estrategia económica saludable y adecuada a las circunstancias del México y del mundo en aquel momento. Cuando, en los setenta, el gobierno abandonó esos principios -estabilidad política y certidumbre económica- la economía de desplomó. El contraste entre esos dos momentos explica la naturaleza del problema que hoy enfrenta el país y por qué el camino por el que ha optado el presidente no será más benigno que entonces, cuando también se intentó, implícitamente, un “cambio de régimen.”

La concentración del poder sólo es útil si se sabe a dónde se va y porqué. Parece evidente que, al sistemáticamente eliminar controles y limitantes a su poder, el presidente pretende recrear aquella era del siglo XX en que las cosas funcionaban bien sin reparar en que respondían a un instante específico de la historia. No es que pretenda destruir instituciones que regulan al sector petrolero y eléctrico o que facilitan el acceso a la información por el mero prurito de eliminar contrapesos “innecesarios,” sino que considera que él, como sus predecesores de los sesenta, puede ser garante del destino del país. El problema es que se está comportando exacta y precisamente como los presidentes de los setenta, con la sola excepción del déficit fiscal. Es decir, la lección que él aprendió de los setenta no es que se acabó con la estabilidad política y la certidumbre económica, sino que el gobierno se extralimitó en materia fiscal. En una palabra, pretende recrear aquella época pero sin excesos financieros.

El resultado no será distinto, excepto que la agonía será más prolongada. El poder en los cincuenta y sesenta estaba muy concentrado, pero existía el límite de la estabilidad y la certidumbre y los gobernantes siempre sabían que cualquier violación en esa dimensión se traduciría en un severo costo económico. Los presidentes de aquella época no hacían y deshacían por medio de consultas amañadas o “patito,” sino que negociaban sus acciones y decisiones con los poderes reales, como en cualquier sociedad.

El poder estaba concentrado, pero no era arbitrario. Eso cambió en los setenta por la súbita aparición de recursos crecientes en manos del ejecutivo, producto, primero, de la disponibilidad de deuda externa y, más adelante, por la promesa de ingentes recursos que producirían los nuevos yacimientos petroleros. Esos dos factores, la deuda y el petróleo (que se sumarían en la segunda mitad de esa década), cambiaron a México porque aquellos presidentes se sintieron libres para ejercer el poder sin contrapeso y sin consecuencia. Pero la consecuencia fue una década de recesión y casi hiperinflación en los ochenta y una enorme dificultad para recobrar la confianza de la ciudadanía y de los inversionistas y empresarios, sin quienes la economía (la mexicana y todas las demás) no funciona. El presidente López Obrador quiere recrear la parte de esa historia que le acomoda, pero se olvida y desdeña el costo que tuvo entonces y que la pandemia ha acelerado y hecho inexorable.

Esa ceguera le ha llevado a tomar decisiones que tienen lógica en su visión anquilosada del país y del mundo y a cerrarse ante los enormes retos que hoy se enfrentan. Derrumbar instituciones como el INAI, la CRE y otras similares es fácil, pero cada una de ellas es un paso más hacia la hecatombe económica y política porque éstas se constituyeron no porque les gustaran a los presidentes anteriores, sino porque eran la única forma de conferirle certeza a la ciudadanía. Cada institución y proyecto que se destruye aliena a un sector de la economía o grupo de la sociedad, elevando la incertidumbre. México vive la paradoja de la certeza de la incertidumbre, ahí donde el progreso es imposible.

El país enfrenta retos formidables, esos que un gobierno debiera contemplar y anticipar para evitar sus males y superarlos exitosamente. Muchos retos, varios de ellos complejos especialmente para un gobierno guiado por tantos dogmas y prejuicios. El caso de la energía es paradigmático: lentamente, el mundo se va destetando del petróleo, mientras que aquí el gobierno espera magia de PEMEX.

Las exportaciones son, con mucho, el mayor motor de la economía mexicana y nuestra principal exportación es automóviles y sus partes y componentes, una industria que con celeridad abandona la energía fósil. ¿Qué está anticipando el gobierno al respecto? ¿A qué empresas punteras en materia energética, eléctrica o automotriz está buscando atraer?

Mirando hacia el futuro, ¿qué calcula ocurrirá en materia comercial entre EUA y China y qué está preparando para que las empresas y sectores que tengan que salir de ahí vean a México con beneplácito? No menos importante, ¿cómo anticipa la relación con Biden y qué riesgos geopolíticos percibe en la diversificación que ha promovido hacia China, Rusia y Venezuela? En una palabra, ¿le importa el futuro o, de manera consciente o no, la única guía es Luis XIV?

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REFORMA
31 enero 2021

México desde EUA

Luis Rubio

“El mejor interés nacional de Estados Unidos es que México logre ser un país próspero,” afirmó el general Scowcroft, asesor de seguridad nacional del primer presidente Bush. La consumación del TLC fue concebida en EUA como el comienzo de una nueva era no sólo de la relación entre las dos naciones, sino que constituía un cambio radical en la concepción que nuestros vecinos tenían de sí mismos. Era un momento de júbilo al que todo el establishment se volcó. Ahora es una nueva era y con un nuevo presidente que no tiene margen de error.

A lo largo del siglo XX, México optó por seguir un camino distante de su vecino, al grado que fue una odisea lograr el reconocimiento diplomático de los gobiernos post revolucionarios. Para los ochenta, la superpotencia veía a México como una anomalía: un país que no acababa de resolver sus problemas y sus crisis, pero que se mantenía distante.

México, por su parte, había experimentado bandazos en su política económica, incurrido en crisis cambiarias cada vez más agudas y llevaba años en recesión y al borde de la hiperinflación, todo ello debido al exceso de endeudamiento en los setenta. En lugar de adaptarse a los cambios que habían sobrecogido al mundo productivo en Japón, Estados Unidos y Europa, México mostraba una singular falta de claridad respecto al camino que debía seguir para lograr sus objetivos de desarrollo.

Para fines de los ochenta, el gobierno mexicano concluyó un profundo proceso de revisión, asumiendo, por primera vez en décadas, al problema financiero y económico como producto de su responsabilidad (realmente, irresponsabilidad) y comenzó a llevar a cabo una serie de reformas susceptibles de transformar la realidad del país. Uno de esos cambios fue la relación con Estados Unidos.

El planteamiento mexicano -la búsqueda de un mecanismo que le confiriera certidumbre al inversionista- empataba cabalmente con la perspectiva estadounidense. Específicamente, el que México viera a EUA como parte de la solución de algunos de sus problemas empataba con su lógica geopolítica. El problema fue que lo que México estuvo dispuesto a hacer en los siguientes años no comulgó con las expectativas que los americanos anticipaban: México no vio al TLC como el principio de una era de transformación sino como el fin de un proceso de reformas acotadas. Por su parte, con el fin de la URSS, los americanos pasaron a otros asuntos y se olvidaron de México.

Todo esto llevó a un choque de percepciones. Para México, el TLC fue una tablita de salvación que permitió retornar al crecimiento, pero que no explotó de manera integral. Por su parte, para los estadounidenses, México desaprovechó el TLC como palanca transformadora, acabando empantanado en un mar de corrupción, violaciones de derechos humanos y debilidad institucional. La esperada integración en servicios y educación nunca ocurrió. La decepción que siguió no fue menor, y permanece.

25 años después del TLC, México ha mejorado en innumerables aspectos y ha logrado una estabilidad financiera que contrasta dramáticamente con el caos que le precedió. Sin embargo, sus problemas de esencia -pobreza, desigualdad regional, un pésimo sistema de justicia, violencia y criminalidad (mucha de ella vinculada a EUA por el narcotráfico) y, por encima de todo, un gobierno incompetente- siguen ahí presentes. En la práctica, el éxito del TLC permitió que México no tuviera que transformarse.

El letargo mexicano se tradujo en una creciente desesperación, que llegó al desarrollo de proyectos para forzar a México a llevar un cambio cabal de sus instituciones. Es decir, el contexto en que llega Biden no es benigno para el viejo sistema político mexicano que AMLO recrea y fortalece minuto a minuto. La decepción acumulada inevitablemente tendrá expresiones prácticas que no empatan con el distanciamiento y desdén mostrado por el gobierno mexicano al nuevo presidente. La pretensión de que se puede ignorar la profundidad de las interconexiones entre las dos naciones sin costos o consecuencias es absurda. Desdeñar sus intereses, peor.

En este momento hay dos factores clave en la región norteamericana que van a determinar nuestro futuro: en primer lugar, las tensiones dentro de la sociedad estadounidense, producto en buena medida del cambio tecnológico, la globalización económica y la era de la información. Aunque México no es causante de esos cambios, es un actor clave en ellos y, por esa razón, Trump nos convirtió en chivo expiatorio, pero el fin de Trump no implica el fin de las tensiones que ya existían y que él capitalizó. En un mundo racional, esto llevaría al desarrollo de una estrategia de acercamiento con el gobierno y pueblo norteamericanos para destensar esas fuentes de conflicto, o sea, lo contrario a lo que el presidente está haciendo.

El otro factor clave es el conflicto entre China y Estados Unidos. México tiene la gran oportunidad de atraer mucha de la inversión norteamericana hoy en China, pero eso requeriría una estrategia tanto política como económica radicalmente distinta a la emprendida. Inexplicablemente, estamos ante la posibilidad de volver a perder la gran oportunidad de desarrollo del país en aras de una serie de dogmas setenteros y empobrecedores.

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REFORMA

24 Ene. 2021

Viene lo bueno

Luis Rubio

Este será un año decisivo para México. Será la última oportunidad para el gobierno y la última oportunidad para la oposición. El choque entre ellos determinará si México sigue a la deriva o si encuentra un camino de salida ante el pésimo desempeño de ambos en los últimos dos años, pero, especialmente, por las torcidas preconcepciones y prejuicios ahistóricos que animan al presidente.

Los factores que determinarán el devenir de este año son muy claros. Lo que no es evidente es qué forma cobrarán, sobre todo porque mucho dependerá de la manera en que el presidente reaccione frente a las circunstancias y qué tanto (más) éstas se vayan complicando.

Ante todo, el gran imponderable serán las consecuencias sociales de la pandemia y de la lógica política de la vacunación. Hasta ahora, el gobierno ha estado muy tranquilo, suponiendo que la combinación de transferencias clientelares y un manejo cauto de las finanzas públicas bastará para evitar una gran crisis. Sin embargo, nada de eso atiende al monumental problema de desempleo y quiebra de empresas que arrojó la pandemia. Evidentemente, el gobierno no es culpable de la pandemia, pero no cabe ni la menor duda que suya será la cuenta de los platos rotos, parte por lo que no hizo al inicio y parte por su desdén hacia el virus y la población. La terca realidad no espera.

En segundo lugar, la coalición morenista es un ente por demás inestable desde su origen, a lo que se suman las agendas de grupos disímbolos y los intereses naturales de los aspirantes a la candidatura presidencial de 2024. La coalición sumó a grupos, fuerzas e intereses del más diverso origen, ideología y objetivos, condición necesaria para ganar la presidencia hace dos años. Sin embargo, las divergencias internas, los conflictos que ahí bregan y la total ausencia de institucionalización implican que la administración de ese ente complejo es casi imposible, lo que ya afecta su alineamiento de candidaturas pero, sobre todo, la dinámica política y del gobierno en los próximos tres años. Si bien todas sus fuerzas comparten el objetivo común de ganar la elección legislativa de junio, sus divergencias inexorablemente, poco a poco, irán ganando fuerza. Es de anticiparse que las agendas contrapuestas, muchas de ellas radicales, de las tribus morenistas consumirán buena parte del tiempo del presidente en el futuro mediato, con consecuencias potencialmente funestas.

Tercero, la corrupción fue quizá el factor nodal que le confirió la legitimidad ganadora al presidente en 2018, pero el actuar gubernamental no ha hecho nada por disminuirla, como ilustran innumerables ejemplos de corrupción dentro del propio gobierno y de Morena. Lo único evidente es que cambió el partido en el gobierno, pero no las prácticas tradicionales. En adición a lo anterior, el embate contra los expresidentes muy probablemente llevará más a ajustes de cuentas terminado el sexenio que a una exitosa persecución judicial, lo cual, incrementalmente, irá calando en el ánimo de los liderazgos morenistas, comenzando por el propio presidente. En ausencia de una estrategia para la erradicación de la corrupción desde sus causas, el gobierno estará tan expuesto en el futuro como lo están sus predecesores, si no es que más. Las revanchas no serán amables.

Cuarto, la popularidad del presidente sigue siendo elevada, lo que podría traducirse en un resultado electoral menos dañino de lo que ha sido la experiencia con los votantes desde que los votos se cuentan bien, al menos desde 1997. En cada intermedia desde entonces, el partido en el gobierno perdió terreno, en algunos casos dramáticamente. Con todo, es imposible que se repita la faena del 2018 tanto por la erosión natural que sufren los gobiernos en funciones como por las condiciones económicas en que llegaremos a junio próximo. Más allá de la popularidad, no es posible ignorar que la suma de votos para el legislativo de todos los partidos que postularon al hoy presidente quedó muy por debajo del 50% en 2018. Hasta una pequeña erosión en las preferencias cambia el panorama político de manera radical.

Finalmente, aunque todo en Morena es sobre el poder e intentarán preservar la paz interna en aras de ganar el congreso, las contradicciones internas son tan grandes que el gran factor de cohesión y contención, el presidente López Obrador, va a verse presionado desde todos los vértices. En un momento de emergencia económica y social como éste, en lugar de concordia y paz, el país sufrirá más polarización, conflicto y malas decisiones. Nada de eso ayudará al gobierno y menos al país.

Si uno extrapola del pasado, todo indica que el escenario más probable para Morena no será benigno en junio próximo. Desde luego, mucho dependerá de lo que hagan el gobierno y la oposición. El gobierno tiene el sartén por el mango y, de cambiar sus prejuicios dando un giro sensible en su estrategia económica y de polarización, el panorama podría serle menos negativo, aunque el tiempo apremia. Por su parte, si los partidos de oposición nominan candidatos susceptibles de ganar con una narrativa creíble y esperanzadora (y, desde luego, no se canibalizan unos a otros como en Puebla), el resultado abriría oportunidades para un mejor futuro después de 2024.

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 17 Ene. 2021

Contrastes

Luis Rubio

El conflicto es la esencia de la política, pues es ésta la que permite enfrentarlo, administrarlo y procesarlo. La diferencia más fundamental entre las sociedades que enfrentan conflicto radica en cómo lo resuelven, no en el hecho mismo de su existencia. Esta semana Washington fue un escaparate único de los dos lados del conflicto: su explosión y su resolución. “La medida de un país, escribió John Kampfner, no son las dificultades que enfrenta, sino cómo las supera.” ¿Cómo nos comparamos con eso los mexicanos?

Trump nunca fue un presidente normal. Desde su campaña para la presidencia se mostró como un retador de las instituciones y de la forma tradicional de hacer las cosas. Ahora se dedicó a negar el desenlace electoral y movilizó a sus seguidores para que forzaran un cambio en el resultado, incitándolas a tomar control del congreso, que con grandilocuencia se ha llegado a denominar la “capilla de la democracia.” En esto, Trump rompió con la esencia de la política democrática, que parte del principio de que los participantes de entrada aceptan las reglas del juego. A semejanza del presidente López Obrador, Trump sólo acepta reglas que le favorecen y, sin embargo, el caos que su actitud provocó no duró más que unas horas. Para la madrugada siguiente, Joe Biden había sido formalmente declarado presidente electo y numerosas publicaciones, incluyendo muchas favorables a Trump, pedían su renuncia.

Comportándose como un vulgar tercermundista que privilegia la lealtad sobre cualquier otra cosa, Trump seguramente imaginó que su partido y las personas a las que él había postulado o apoyado para diversos cargos, vendrían a su rescate. Lo impactante de las últimas semanas, pero normal en un país con instituciones sólidas que trascienden a las personas, es la forma en que se procesó el conflicto hasta superarlo. El listado de quienes fueron anulando sus recursos legales y políticos es más que revelador porque fueron republicanos quienes acabaron con los sueños de opio de Trump y sus malévolas tácticas.

Fueron en su mayoría jueces nombrados por Trump quienes rechazaron sus recursos legales para eliminar votos estado por estado. Fueron los jueces nominados por Trump a la Suprema Corte (en quienes presumiblemente Trump cifró sus esperanzas de que lo protegerían) quienes rechazaron sus llamados a la salvación. Fue el gobernador republicano de Georgia, a quien Trump apoyó para su elección, quien se negó a doblegarse ante la presión del presidente. Fue el líder republicano del senado, McConnell, quien se opuso a las maniobras que demandaba Trump para impedir la certificación de la elección de Biden.  Fue Tom Cotton, uno de los trumpistas más aguerridos, quien abiertamente condenó el actuar de Trump, quizá indicando que, una vez partiendo, Trump no será tan amenazante para los republicanos como muchos imaginan. Y, para terminar, fue el vicepresidente Pence, quizá el más sumiso y leal de sus colaboradores, quien se apegó a la norma constitucional para poner el último clavo en el féretro de la presidencia de Trump. Para terminar con la intentona violenta, las policías y guardia nacional no chistaron en cumplir con su responsabilidad de restablecer el orden para permitir que procediera el proceso legislativo.

En el proceso de elección estadounidense, estruendoso y conflictivo como pocos, triunfaron las instituciones y todas las personas quienes, como actores responsables, se apegaron a las reglas del juego porque esa es la esencia de la democracia y de su función. Por más que Trump presionó e hizo berrinches, sus propios allegados se distanciaron.

El contraste no podría ser mayor: en México, por al menos seis años entre 2006 y 2012, López Obrador paralizó a la política mexicana e impidió que su partido, el PRD, participara en los debates legislativos. Hoy en día, su única misión parece ser la de eliminar cualquier cosa que obstaculice su ansia de poder, así esto implique el empobrecimiento de la población, particularmente aquella que hizo posible, con su voto, que ganara la presidencia. Sus colaboradores, antes y ahora, se han comportado como leales servidores a su causa, jamás privilegiando a las instituciones y a los valores superiores del desarrollo del país. El contraste es impactante.

Estamos por iniciar el periodo de campañas para la renovación de la cámara de diputados, 15 gubernaturas y centenas de municipios y legislaturas locales. El presidente ha mostrado absoluta displicencia para las reglas del juego, la mayoría de las cuales fueron hechas a su medida. A pesar de ello, está empeñado en ganar los comicios al costo que sea, violando toda norma y principio no sólo democrático, sino de la más elemental civilidad. Ya no son sólo las instituciones: ahora es al diablo con el país. Recuerda aquella frase de Chou Enlai: “Todo bajo los cielos es un gran caos. La situación es excelente.”

Primero provoca el caos para después convertirlo en oportunidad. Lamentablemente, en contraste con nuestros vecinos norteños, aquí no hay instituciones que lo resistan ni suficientes funcionarios que estén dispuestos a hacerlas valer. AMLO tiene a México en vilo; Trump lo intentó, pero sus instituciones se lo impidieron. Enorme diferencia.

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10 Ene. 2021

Virus y salida

Luis Rubio

El virus y la potencial conclusión de la crisis sanitaria depende, en última instancia, de la ciencia, pues de ésta surgirán (confiadamente más temprano que tarde) los medicamentos para enfrentarlo o la vacuna para suprimirlo. No parece haber laboratorio serio en el mundo que no esté dedicando ingentes recursos a lograr estos objetivos, pero se trata de procesos por definición impredecibles porque siguen el método científico del ensayo y error, aprendiendo de lo que no funciona.

El descubrimiento, corazón de la ciencia, es un componente inherente a la naturaleza humana y precede por siglos a los procesos formales de investigación científica que hoy existen. Pensando en el fin de año, aquí van algunas ideas sobre descubrimiento que me parecieron llamativas.

Lo desconocido es lo más necesario para el intelecto

Emily Dickinson, 1876

La evolución ha hecho posible que nos de placer entender: quienes entiendan tienen mejor probabilidad de sobrevivir

Carl Sagan

Hay algo fascinante sobre la ciencia. Uno obtiene beneficios generosos de la conjetura sobre una inversión tan insignificante de hechos

Mark Twain, 1883

«Leer para vivir», dice Flaubert en alguna parte de sus cartas, y dónde más vive uno, si no en una casa de paja, signos y símbolos hechos de la formación y remodelación de una sola vez. La historia es un registro de eventos (reinos perdidos y batallas ganadas, ciudades construidas e iglesias quemadas), pero también es el montón de compost de la civilización humana. El descubrimiento del presente en el pasado y del pasado en el presente, es la materia de la que están hechas nuestras vidas, nuestras libertades y nuestras búsquedas de felicidad.

Lewis H. Lapham

Descubrí hace pocos años, como muy bien lo sabe Vs. Alteza Serenísima, muchas peculiaridades en el cielo, inadvertidas hasta entonces las que ya por su novedad, ya por algunas consecuencias sujetas a ellas y opuestas a ciertas proposiciones naturales comúnmente recibidas en las escuelas de los filósofos, me trajeron la guerra de no pequeño número de profesores como si yo, por mi propia mano y para subvenir la naturaleza y las ciencias, hubiese colocado en el cielo tales cosas. Y, casi olvidando que la abundancia de verdades, concurre a la investigación, medro y afianzamiento de las disciplinas que no a su disminución o ruina y mostrando al mismo tiempo ser más proclives a sus personales opiniones que a las verdaderas diéronse maña para negar y eludir tales novedades que, de haber mirado con atención, quedaban aseguradas incluso por el dictamen de los sentidos. Intentaron, empero, diversas cosas, publicaron escritos atiborrados de yerros y, lo que fue más grave, sembrados de citas bíblicas entresacadas de pasajes no bien entendidos y marginales a los propósitos invocados… No con la misma facilidad se pueden mudar las conclusiones demostrativas acerca de las cosas de la naturaleza y del cielo como las opiniones acerca de lo que sea o no lícito en un contrato, en una hacienda o en un trueque.

Galileo, 1615

A principios de 1595, Johannes Kepler recibió una señal, si no de Dios mismo, seguramente de una deidad menor, una de esas cuya tarea es alentar a los elegidos de este mundo. Su puesto en la Stiftsschule llevaba consigo el título de creador de calendarios para la provincia de Estiria. El otoño anterior por un pago de veinte florines de las arcas públicas, había elaborado un calendario astrológico para el próximo año, prediciendo un gran frente frío y una invasión de los turcos. … Johannes estaba encantado con esta pronta vindicación de sus poderes… Oh, una señal, sí, seguramente. Se puso a trabajar en serio en el misterio cósmico. Todavía no tenía la solución; seguía planteando las preguntas. El primero de ellos fue: ¿Por qué hay solo seis planetas en el sistema solar? ¿Por qué no cinco, o siete, o mil para el caso? Nadie, hasta donde él sabía, había pensado preguntarlo antes. Se convirtió para él en el misterio fundamental. Incluso la formulación de tal pregunta le pareció un logro singular.

Graz, 1595

La mayoría de los malentendidos en el mundo podrían ser evitados si la gente simplemente se tomara el tiempo para preguntar: “¿qué otra cosas podría querer decir esto?

Shannon L. Alder

El científico no es la persona que da las respuestas correctas, sino quien hace las preguntas correctas

Claude Levi-Strauss

La vida está llena de preguntas sin respuesta, pero es la determinación de buscar esas preguntas lo que le sigue dando sentido a la vida. Uno puede pasarse la vida perdiéndose en la desesperación, meditando porqué fuiste tu quien condujo hacia el camino lleno de dolor, o ser agradecido que fuiste lo suficientemente fuerte para sobrevivirlo.

J.D. Stroube, Caged by Damnation

No puedo menos de temer que los hombres lleguen a mirar toda nueva teoría como un peligro, toda innovación como un trastorno, todo progreso social como el primer paso hacia una revolución, y rehúsen enteramente moverse por miedo a que se les arrastre.

Alexis de Tocqueville, 1840

¡Mil felicidades!

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REFORMA

 03 Ene. 2021 

Más lecturas

 Luis Rubio

Al recibir un importante reconocimiento, Sean Connery explicó que, viniendo de una familia modesta, la gran oportunidad de su vida se presentó cuando, a los cinco años, aprendió a leer. La lectura fue una de las grandes oportunidades del año del virus. Aquí van otros libros.

Pocos asuntos tan controvertidos como la política norteamericana, especialmente cuando se trata de sus impactos sobre el resto del mundo y, particularmente, sobre México. Las convulsiones que ha experimentado esa nación en su política exterior en los últimos años son trascendentes precisamente porque se trata de la única superpotencia, la que construyó el orden de la postguerra y que, en estos años, ha hecho todo por minarlo en lugar de reconstruirlo.

De mis lecturas de este año destacan particularmente dos sobre este asunto: en ¿Por qué estamos polarizados? Ezra Klein emprende un acucioso, profundo y convincente análisis sobre las causas y dinámicas de la polarización norteamericana. Siguiendo las estructuras y fracturas que caracterizan al sistema de partidos, muestra como cada uno de estos ha ido extremando sus posiciones, convirtiendo a la identidad social o particular en el gran factor diferenciador, al punto en que representan posturas irreconciliables. Lo que el autor no explica es cómo las posturas que para los seguidores de un partido son naturales tienen el efecto de alienar a los seguidores del otro, como ha ocurrido con Obama y Trump respectivamente.

En Estados Unidos en el mundo, Robert Zoellick describe los patrones que han guiado a la política exterior de su país, con un especial énfasis sobre los condicionamientos que han conformado las decisiones en la materia desde su independencia. Además de narrar la historia, incorpora una serie interminable de anécdotas, disputas específicas y circunstancias que hacen no sólo atractiva la lectura de un texto de suyo analítico y profundo, sino absorbente. La última parte, escrita a la luz de los acontecimientos de la última etapa de Trump, es particularmente relevante porque discute la transición de NAFTA al T-MEC, situándola en el contexto de Norteamérica. El libro concluye con una cita de Tocqueville que resalta el tono general: “La grandeza de Estados Unidos no radica en ser más ilustrada que cualquier otra nación, sino en su capacidad para reparar sus fallas.”

Samir Puri*, un exfuncionario de la diplomacia británica se dedica a analizar las consecuencias de los imperios que se desmoronaron en el siglo XX pero que dejaron en su cauce conflictos no resueltos, algunos irresolubles, que marcan al siglo XXI. A lo largo del libro estudia la dinámica geopolítica entre Rusia y las naciones de occidente, los cambios que experimenta el continente africano y las fuentes de conflictividad que caracterizan desde India hasta el medio oriente. En términos generales, Puri descarta una fácil reconciliación entre China y las naciones europeas o Estados Unidos, toda vez que los animan objetivos contradictorios. Destaca el conflicto entre EUA y China, sobre el cual anticipa “una era de interacción entre muchas visiones post imperiales, evidente en todo, desde la geopolítica hasta el comercio y los intercambios interculturales. En lugar de que el futuro sea Asia, contará con más calles bidireccionales de influencia recíproca entre diferentes nacionalidades.”

¿Qué explica las diferentes formas e historias de la democracia en distintas civilizaciones? Hay muchos estudios que comparan a Europa con Asia, pero pocos explican las diferencias de origen. En un libro extraordinario, El declive y ascenso de la democracia, David Stasavage plantea una hipótesis fascinante: los estados se desarrollaron como democracias o como autocracias dependiendo de la fortaleza o debilidad de los gobiernos que emergieron, en todo el mundo, desde su inicio. La democracia tendió a proliferar donde había un gobierno débil y tecnologías simples: donde no había instituciones fuertes, sobre todo una burocracia dedicada a cobrar impuestos, los gobernantes requerían del consentimiento de la población, como ocurrió en diversas regiones de Europa. En sentido contrario, donde la burocracia central era más fuerte, como en China, el consentimiento no era necesario, lo que dio lugar al ascenso de autocracias. Uno de los ejemplos más interesantes que rescata es la diferencia entre los tlaxcaltecas y los aztecas, atribuyéndole a los primeros una democracia temprana frente al centralismo autocrático de los segundos.

En La Economía de la Extorsión, Luis de la Calle explica la forma en que diversos mecanismos, costumbres y formas de conducir los asuntos públicos constituyen un lastre porque impiden que se eleve la productividad, disminuye el atractivo para que las empresas crezcan (sobre todo las informales) y condena al país al subdesarrollo. La extorsión, dice el autor, no es otra cosa que corrupción: el abuso del poder para beneficio personal y se manifiesta desde el momento en que un “viene viene” extorsiona para “cuidar” el automóvil hasta el burócrata que demanda una mordida o el líder sindical que amenaza con una huelga. Lo fascinante del libro es la diversidad de formas en que se da la extorsión y sus consecuentes impactos sociales, económicos y culturales.

*The Imperial Hangover

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  REFORMA

 27 Dic. 2020 

Mis lecturas 2020

 Luis Rubio

Terminé el año pasado leyendo un libro casi único en su género, y extraordinario en su trascendencia: la historia de dos revolucionarios vista por su hija. Hija de Revolucionarios, de Laurence Debray, cuenta la historia de sus padres antes de su nacimiento y a lo largo de su vida y lo que relata no es algo de lo que sus progenitores podrían estar orgullosos. Cuando las prioridades son la guerra y la lujuria, el prestigio personal y la influencia política, la hija queda siempre marginada. No hay acusación más brutal, directa e indisputable -y dolorosa- que la de una hija y los Debray acaban saliendo mal parados. Dicho eso, el libro cuenta detalles excepcionales de dos vidas extraordinarias, desde el encarcelamiento de su padre Regis en Bolivia cuando el Che Guevara andaba intentando prender la revolución, hasta la majestuosidad de sus abuelos y la historia igualmente fantástica de la madre, Elizabeth Burgos, y pasando por Fidel Castro, Hugo Chávez y los tejemanejes del gobierno francés.

Uno de los mejores libros que leí este año es “The Conservative Sensibility,” de George F. Will, un comentarista que lleva décadas escribiendo en periódicos y comentando en la televisión. Históricamente conservador, este libro parece ser su legado intelectual en el que abandona buena parte de las premisas del conservadurismo estadounidense para afirmarse como un liberal integral, pero no uno, al estilo libertario norteamericano, que decide alejarse de la civilización sino, al revés, uno convencido de la importancia de actuar en el mundo real, diagnosticar los problemas, proponer soluciones, criticar acciones gubernamentales y estar activo en las disputas centrales de las ideas que caracterizan a la sociedad.

En Instituciones, inequidad y sistema de privilegios en México, Cuauhtémoc López Guzmán, académico de la Universidad Autónoma de Baja California, escribe un espléndido ensayo sobre la incompleta transición en que quedó atorado México. Un párrafo resume su argumento: “Gobiernos corruptos, empresarios rentistas y violaciones al Estado de derecho en México son el resultado de un orden institucional depredador instaurado desde la colonia para el saqueo. La existencia hoy de rivales sustitutos del gobernante debería a ver terminado con la corrupción, pero todo parece indicar quela sustitución de gobernantes (alternancia) no ha modificado la conducta deshonesta, pues las oportunidades de enriquecimiento y los privilegios siguen inalterados.” El libro es especialmente relevante ahora que ya han estado en la presidencia las tres fuerzas políticas principales sin que se altere ni en una coma el sistema de privilegios. El problema está en otra parte.

Christopher Caldwell* escribe una de los mejores análisis que haya yo leído sobre el cambio político que ha caracterizado a EUA en las pasadas décadas. El corazón de su argumento es que la tan celebrada legislación en materia de derechos civiles de 1964, la que liberó a los negros y abrió una nueva era hacia la igualdad de oportunidades, también sembró la semilla de la división y alienación que ocurrieron algunas décadas después y que tuvieron el efecto de marginar particularmente a los hombres blancos. Una explicación histórica muy sofisticada de la brecha que aquella legislación abrió y que, medio siglo después, se materializó en la forma de Trump. Un análisis sin duda controversial, pero sumamente interesante y animado sobre la forma en que la política de identidad y la consagración de derechos y presupuestos para las minorías, creó una nueva minoría que acabó rebelándose en 2016 con la elección de Donald Trump.

Nadia Urbinati** argumenta que el populismo es una nueva forma de gobierno representativo, fundamentado en una relación directa entre el líder y quienes él (o ella) define como buenos. En contraste con la democracia representativa tradicional, donde el ganador de una elección representaba a todos por igual, el líder populista vive de ignorar a quienes considera sus adversarios, presionando con ello a toda la estructura constitucional existente, lo que abre la puerta al autoritarismo. El populismo resulta del crecimiento de la desigualdad, así como de la existencia de una “oligarquía rapaz” que se convierte en un blanco fácil en términos electorales. Su fortaleza radica en que rompe con las divisiones tradicionales de clases sociales e ideologías, pero su debilidad reside en que acaban depredando del mismo sistema al que atacaron y que los sostiene en el poder. Poderoso argumento.

La nueva lucha de clases*** de Michael Lind resume la perspectiva de los “olvidados” en la batalla que ha venido caracterizando a buena parte del mundo en la última década. Para Lind, la disputa es sobre el poder para decidir y éste ha sido concentrado en las últimas décadas en un sector de las sociedades que se caracteriza por sus credenciales formales (académicas, burocráticas o profesionales) lo que le confiere a sus integrantes una influencia desmedida sobre las decisiones. La solución radica en una democracia pluralista, presumiblemente una que no sea influenciada por profesionales de ningún tipo. Una oración resume su propuesta práctica: las “cuatro libertades neoliberales” (libre movimiento de personas, bienes, servicios y capital) deben ser reemplazados por las “cuatro regulaciones.”

*The Age of Entitlement, ** Me the People, ***The New Class War

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 REFORMA

(20 Dic. 2020).-

 

Sur vs. norte

 Luis Rubio

No hay asunto más trascendente para el país que la pobreza que caracteriza al sur y que impacta a todo el resto de la vida nacional. Ahí se concentran vastos recursos naturales y humanos que no pueden dar lo mejor de sí mismos; de ahí nace una mucha de la migración histórica hacia Estados Unidos; y de ahí surge buena parte del resentimiento que caracteriza a la política mexicana. No cabe ni la menor duda que crear condiciones para el desarrollo del sur del país constituye una prioridad nacional no sólo por razones de elemental justicia, sino también porque un acelerado crecimiento económico en esa región redundaría en amplios beneficios, y más en el contexto de la actual recesión. La paradoja es que una exitosa estrategia para esa región también constituiría una fuente de certidumbre y, por lo tanto, de desarrollo, para todos los mexicanos.

La mitad norte del país, comenzando al norte de la ciudad de México (e incluyendo la península de Yucatán), ha crecido a un ritmo promedio superior al 5% y algunas localidades en esa región llevan décadas creciendo arriba del 7%. En contraste, el sur –Chiapas, Oaxaca y Guerrero, e incluyendo algunas regiones de Veracruz, Puebla, Morelos y EdoMex- difícilmente ha rebasado el lugar que tenía hace cuatro décadas. El sur no sólo no ha progresado, sino que, en términos relativos, se ha retrasado de manera dramática. Mientras que la economía de Aguascalientes ha más que cuadruplicado su tamaño en este periodo, el sur se ha quedado casi estático.

El gobierno actual no es el primero que se ha preocupado por rescatar al sur, ni es el primero en diseñar ambiciosos programas para inducir mayores tasas de crecimiento en esa región, aunque el momento que escogió resulte contraproducente. Al menos desde los setenta, un gobierno tras otro ha producido innumerables programas orientados a generar mayores tasas de crecimiento y, sin embargo, la región ha cambiado muy poco. Algunos programas han promovido la infraestructura, otros han provisto de subsidios a las familias más pobres; unos inventaron la idea de zonas especiales de desarrollo con incentivos fiscales y otros se dedican a afianzar redes clientelares. Cualesquiera que hayan sido las intenciones, el único juicio relevante es el de los resultados y estos son patéticos bajo cualquier rasero. Lamentablemente, no hay razón para esperar algo distinto con el nuevo dogma.

El plan del gobierno actual incluye acciones masivas como la del Tren Maya y Dos Bocas. Los críticos más serios del proyecto ferroviario argumentan su falta de criterio empresarial en su concepción; específicamente, señalan que el tren no conecta puntos clave para hacerlo no sólo viable, sino para convertirlo en un potencial detonador de otras inversiones. Además, no se comunica con los centros turísticos, la fuente más plausible de riqueza. Por lo que toca a la refinería, ésta se construye en el peor momento posible, cuando la demanda de gasolina disminuye y PEMEX se encuentra en quiebra, aunque no lo asuma. Tanto la refinería como el tren ejemplifican el problema del gobierno: no sólo ignora el contexto económico en que se avanzan los proyectos, sino que ni siquiera hay un diagnóstico sólido detrás de estos; se trata, más bien, de mera intuición política derivada del deseo de hacer el bien, pero anclada en un país de antaño. Pero los deseos no son realidades y la crisis económica, la fragilidad de PEMEX y la recesión amenazan con empobrecer a una región que, con buenos proyectos, podría observar un mucho mayor crecimiento, sobre todo de industrializarse al sector agrícola, para lo cual la región parece excepcionalmente dotada. Como ilustra el éxito de los oaxaqueños en Chicago, en Oaxaca sobra capacidad creativa pero abundan los impedimentos políticos, sindicales, burocráticos y sociales.

La evidencia de Chicago es crucial porque confirma que el problema no es de capacidades o potencial, sino de realidades a nivel local. Puesto en términos llanos, quizá la diferencia más patente entre Aguascalientes y los estados sureños reside en los cacicazgos que impiden el desarrollo de las personas y las empresas en la región. La realidad del sur ha inhibido la inversión en infraestructura, lo que hace imposible atraer, incluso en las mejores circunstancias, a la inversión productiva. El círculo vicioso de la inseguridad y los cacicazgos políticos, sindicales y magisteriales que azotan a la región ha obstaculizado no sólo al progreso, sino incluso a la acción estatal en la forma de infraestructura idónea como la que existe en otras latitudes.

Los sureños no son distintos al resto de los mexicanos: todos requieren certidumbre para prosperar. Mientras que el norte ha gozado de esquemas tanto legales como funcionales, comenzando por el TLC, que generaron ingentes oportunidades y contaron con la disposición gubernamental para eliminar obstáculos políticos que potenciaron a la región y elevaron el ingreso promedio de manera sistemática, el sur se rezagó. En el sur ni la infraestructura más elemental de transporte ha prosperado.

En lugar de seguir erosionando las fuentes de éxito de los estados norteños, el gobierno debería aprender de ellas y crear fuentes de certidumbre y estabilidad en el sur.

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Luis Rubio
en REFORMA

(13 Dic. 2020).-