Luis Rubio
“El objetivo es proteger al sindicato, defender sus prebendas y garantizar la fuente de apoyo que los maestros representan para los procesos electorales”. No se si eso lo admitiría algún estratega priista, pero esa ha sido la estrategia del gobierno mexicano respecto al sindicato de maestros desde tiempos ancestrales. La educación en el país fue concebida como un instrumento de control de la población y el sindicato se convirtió en un medio útil para lograr y preservar la hegemonía ideológica que el “sistema” añoraba. El niño, el supuesto beneficiario de la educación (gratuita, laica y secular según la mitología priista), era secundario en la escala de prioridades. Lo mismo es cierto del sindicato: como el “idiota útil” de la literatura política soviética, lo que importaba era el control no el resultado. Hoy, casi un siglo después, es posible apreciar el costo de semejante irresponsabilidad.
Para nadie que haya visto la historia de la educación en el país, desde los debates en el constituyente sobre el artículo tercero hasta la educación socialista de Cárdenas, será sorpresa que el alumno prototípico mexicano obtenga menos de uno en promedio en la prueba de PISA, la menor calificación de todos los países que participan en esa evaluación. En lugar de abocarse al niño, quien uno supondría es el sujeto a tutelar, el sistema político lleva casi un siglo dedicado a mantener quieta, controlada y subordinada a la población. El problema es que el mundo de hoy no tolera esa realidad: la economía no sabe cómo lidiar con súbditos inútiles en lugar de personas creativas, susceptibles de contribuir al desarrollo de una economía moderna.
La reforma educativa, con todas sus imperfecciones, al menos intentaba enfocar el problema educativo que caracteriza al país. Sea por el temor a ser reprobados en la evaluación o por la corrupción de sus líderes, tanto la CNTE como el SNTE defienden un esquema educativo que implica mantener un statu quo que sólo sirve a esos líderes: no le ayuda a la niñez, no contribuye al desarrollo del país y atenta contra la estabilidad política. Es decir, el sistema educativo creado para mantener la estabilidad y el reino priista ad hominem ha caído en el lado contrario: ahora el riesgo de que la educación haga imposible el desarrollo (y la estabilidad) es real.
Lo deseable, lo racional, sería aceptar que la solución “histórica” (el corporativismo orientado al control en vez de al desarrollo) no funciona y se ha convertido en un problema inmanejable. La racionalidad política e ideológica que caracteriza a la política educativa del régimen –control y subordinación- atenta contra el desarrollo tecnológico, promueve la pobreza y preserva el subdesarrollo. Esto que parece tan obvio sigue siendo anatema para la mayor parte del mundo político de hoy. Sin embargo, hasta que esa visión corporativista desaparezca, el país seguirá sumido en sus círculos viciosos. El problema es de esencia: se reconoce que lo existente no enseña a pensar, la clave del desarrollo, o seguimos avanzando hacia el subdesarrollo.
Aunque quizá exacerbado en México, el problema no es exclusivamente nuestro. Innumerables países enfrentan el mismo desafío: convertir a la educación en un factor clave, positivo, para el desarrollo económico. Todas las evaluaciones del sistema educativo actual muestran una absoluta incompetencia y los exámenes revelan un fracaso sistemático que afecta primordialmente a la población más vulnerable: a los pobres. En lugar de que la educación funcione como un medio transformador que le abre oportunidades de desarrollo a los niños, ésta preserva la pobreza y los círculos viciosos que nos caracterizan.
La pregunta relevante es qué o quién debe colocarse en el corazón del sistema educativo. Por casi un siglo, los dos factótums de la educación en México han sido el sindicato de maestros y la burocracia de la SEP. El sistema nunca fue diseñado ni pretende educar a los niños. Me pregunto si no es tiempo de comenzar por ahí: por colocar al niño en el centro de la ecuación.
Hacer eso implicaría alterar toda la mitología de la educación, comenzando por la educación pública. En África y Asia se observan interesantes experimentos de empresas dedicadas a la educación que han logrado al menos un proceso educativo consistente y transparente que arroja resultados cada vez mejores. No propongo acabar con la educación pública pero sí promover y favorecer el crecimiento de ese ogro, la escuela privada, como medio para generar competencia y disrupción en, quizá, el último bastión del control gubernamental casi absoluto.
La educación privada ha sido un reino exclusivo de la población con amplios recursos, pero en Asia y África su crecimiento más grande es entre los más pobres, donde se observan innovaciones por demás exitosas. La mejor prueba de que esto es viable es que prácticamente no hay familia en México que no prefiera la educación privada para sus hijos cuando tiene posibilidad de pagarla. Un mecanismo de vales para financiarla permitiría no sólo forzar a los maestros sindicalizados a “ponerse las pilas” sino que también –sobre todo- le abriría opciones a los mexicanos más necesitados –y, en términos educativos, rezagados.
El problema de la educación no es presupuestal sino político. Es tiempo de abandonar el objetivo de mantener ignorante a la población y la respuesta yace en la competencia que sólo puede provenir de empresas dedicadas a la educación.
@lrubiof
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