América Economía – Luis Rubio
“Una estrategia, escribe Lawrence Freedman*, consiste en sacar la mayor ventaja posible para acabar mejor que lo que había en el balance inicial de poder. La estrategia es el arte de crear poder”. El gobierno había apostado todo a concluir sus reformas en el primer año para después comenzar a cosechar. La verdad es que las batallas apenas comienzan. Y para eso la estrategia es crucial.
Un plan no es más que un conjunto de objetivos y una idea de cómo lograrlos. En contraste con eso, una estrategia lidia con el proceso natural de la conducción de un gobierno: qué es necesario hacer para mantener la iniciativa, contemplar opciones y ser suficientemente flexible para adaptarse a todas las contingencias que inevitablemente aparecen en el camino. Como ilustró el año pasado, “ningún plan sobrevive el contacto con el enemigo” (von Moltke).
Freedman enfatiza que el éxito inicial nunca es decisivo. El ejemplo que utiliza es particularmente relevante para el momento actual del país: un gobierno gana el poder pero de inmediato es responsable de todos los problemas inherentes a tener que gobernar y es ahí donde realmente tiene que demostrar su competencia. Así, una estrategia nunca concluye: es, más bien, un proceso que comienza con el trazo de un curso de acción (no de un objetivo) que va adaptándose a circunstancias cambiantes donde nada es permanente. Lo crucial es tener una estrategia que permita lidiar con las contingencias porque cualquier plan inicial muere con enorme celeridad.
El asunto no es conceptual ni esotérico. Más allá de las disputas específicas o los agraviados en cada una de las acciones legislativas, ahora comienza la implementación de las reformas constitucionales y, con ello, seguramente, más problemas. Algunos de estos últimos, como ilustró la interminable faena escénica de la CNTE, llevaron al gobierno a hacer irrelevante la reforma respectiva. Otras fuentes de oposición y de problemas comenzarán a hacer su acto de aparición en la medida en que avance el proceso. Algunos actores aceptarán el “veredicto” legislativo, pero otros adoptarán tácticas más parecidas a la CNTE –o peor- que a los refresqueros (que acataron el producto del congreso) y ahí se hará evidente la existencia o ausencia de una estrategia gubernamental para la implementación de sus reformas así como, en su caso, su capacidad de llevarlas a buen puerto.
En realidad, al inicio de su segundo año, el gobierno se encuentra ante un dilema fundamental. Por un lado, luego de mover las aguas, todos sus incentivos claman por mantener la calma, apaciguar a los perdedores y agraviados y construir sobre lo existente. Ese lado del dilema grita por un tiempo de paz, tranquilidad y restablecimiento de “amistades” afectadas en el proceso de reforma legislativa. Por otro lado, las reformas no concluyen cuando la ley ha sido declarada vigente sino cuando cambia la realidad. El verdadero proceso de reforma no es conceptual, abstracto y político sino callejero, rudo y con frecuencia violento. Dicho en otras palabras, las reformas legislativas fueron apenas el primer round: quedan otros catorce para hacer valer, o anular, el beneficio esperado de las reformas. Al final del día, todo dependerá, en buena medida, de qué tanto quiera el gobierno implementarlas: igual las modestas que las más ambiciosas, sobre todo en un año económicamente benigno. La implementación va a ser por demás costosa; el año pasado fue de párvulos: ahora comenzarán a actuar los intereses reales, la mayoría de los cuales no opera en público y por eso mismo puede ser letal.
En su primera etapa, la legislativa, cada una de las reformas sufrió ataques y desviaciones respecto a la propuesta gubernamental inicial. Algunos de esos ataques resultaron fatales; otros dependerán de la forma en que ahora se conduzca el proceso. Cada interés real tiene su forma de actuar: la CNTE no esperó ni un minuto para hacer valer su poder y aniquiló la reforma educativa. Otros intereses -notoriamente la burocracia de Pemex- se abocarán a minar cualquier afectación a sus privilegios (comisiones, mordidas, cortas, contratos) de manera callada pero seguramente igual de efectiva. Los factótums de las telecomunicaciones se pintan solos. La verdadera interrogante es si el gobierno desarrolló una estrategia para lidiar con esta, segunda derivada, del proceso de reforma.
Mike Tyson dice que “un buen golpe puede frustrar hasta el más inteligente de los planes”. ¿Podrá avanzar a pesar de la oposición real, la extorsión y la violencia? Quizá una pregunta más pertinente sea si de verdad está dispuesto a jugarse su futuro en esos catorce rounds que faltarían para lograr la transformación que prometió y que serán infinitamente más complejos, costosos y riesgosos que lo avanzado a la fecha.
Lo que es claro es que ninguna reforma es exitosa si no modifica la realidad y eso implica, por fuerza, afectar intereses. A los diputados y senadores se les puede convencer, acorralar o comprar, pero a los intereses reales se les tiene que dominar. Son estratósferas de diferencia.
El gobierno se encuentra ante un dilema de enorme complejidad y no es obvio que cuente con los recursos –sobre todo con el equipo- capaz de llegar a buen puerto. Las reformas a la fecha han sido inconexas y no parece haber una estrategia para los cinco años restantes. La clave ahora es hacer valer las reformas porque eso es lo que implica un gobierno eficaz, susceptible de liderar un proceso de desarrollo.
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