Luis Rubio
“Perder a un padre, escribió Oscar Wilde, puede ser considerado como una desgracia, pero perder a ambos comienza a parecer descuido”. Descuido o no, una de las leyes de la vida es que ese momento nos llega a todos tarde o temprano. La pérdida de un padre, o de un padre intelectual, constituye uno de los grandes momentos, y más difíciles, de la vida de todo ser humano. Algunos de los deudos, de los nuevos huérfanos, escriben profundas reflexiones sobre el significado de la vida, de la pérdida, de la trascendencia, de las lecciones. La mayoría de quienes toman el camino de publicar sus meditaciones lo hacen simplemente para entender.
Philip Roth escribió Patrimonio sobre la muerte de su padre y el acercamiento que el proceso final significó para ambos. En un apasionante relato, Roth deja fluir sus emociones: amor, temor, pasión, ansiedad. Al contar la historia de su padre y su vida y contexto, Roth cavila entre lo conocido y lo desconocido, lo cierto y lo incierto, la experiencia suya y la que conoció de su padre. No sé si Roth inauguró un género, pero seguro le ha permitido a millones de lectores lidiar con el desconsuelo que significa la pérdida de un padre, desde los detalles pequeños hasta las grandes lecciones.
Como religioso frecuentemente obligado a consolar el dolor de su grey, el rabino Marcelo Rittner escribió Aprendiendo a decir adiós, un libro dedicado al duelo por la pérdida de un ser querido, no necesariamente un padre o madre, y su enfoque es el del espíritu: ¿cómo enfrentar la muerte?, ¿cómo vencer el sentimiento de pérdida para convertirlo en un camino de liberación? ¿Por qué yo? Quizá su frase más profunda y a la vez más dura, pero trascendente, es que “se pierde una vida pero no una relación”. La relación padre o madre e hijo o hija no desaparece por el hecho de haber concluido la vida, aunque pase a una nueva etapa.
Héctor Aguilar Camín acaba de publicar su propio adiós. En Adiós a los padres, Aguilar Camín retoma lo mejor de la tradición de Roth pero va un paso adelante, convirtiendo su propia historia en una biografía de sus padres y en un intento por explicarse por qué su vida fue como fue y no de otra forma. ¿Cómo entender a un padre ausente? ¿Cómo conciliar las emociones derivadas de esa ausencia con su vuelta al final de sus días? ¿Cómo lidiar con la complejidad de las relaciones que dejó la ausencia y sus consecuentes vacíos? Con profunda madurez y entereza emocional, penetra el escabroso mundo de la vida de su padre, intentando reconstruir su vida y personalidad, todo ello para explicarse a sí mismo y lo que eso implicó, y marcó, en su vida. Al final, Héctor se hace cargo de su padre no porque aquél le deba algo sino porque es su padre y eso sin mermar en lo más mínimo la relación con su madre, que fue quien se encargó, contra viento y marea, de los hijos.
En un tenor un tanto distinto, Joseph Hodara escribió la biografía Victor L. Urquidi: trayectoria intelectual. Aunque no me atrevería a decir que se trata del padre intelectual del autor, la biografía, aunque crítica, es un claro intento por establecer un legado, darle crédito y reconocimiento a quien tuvo un enorme impacto no sólo intelectual sino práctico en la vida pública nacional pero cuyo recuerdo corre el riesgo de perderse en la bruma del tiempo, pero sobre todo de las bajas pasiones y altas rencillas del mundo académico. Hodara hace más que contar la vida de Urquidi: lo coloca en el lugar que merece quien fue padre intelectual de innumerables personajes de la vida política nacional pero cuya personalidad lo dejó arrumbado en los archivos del Colegio de México. El libro se lee como un “misión cumplida”.
Kierkegaard escribió que “La vida sólo puede ser entendida hacia atrás, pero debemos vivirla hacia adelante”. Ese es el desafío que entraña la pérdida de un padre. Algunos meditan o escriben sus pensamientos e introspecciones para su propio uso, otros lo hacen de manera pública para que todos tengamos acceso y oportunidad de entender lo que es el dolor de la vida y la trascendencia del paso que significa la muerte de un padre. Al final, siguiendo a Kierkegaard, de lo que se trata es de entender para poder vivir. Eso es lo que Roth, Aguilar Camín, Hodara y Rittner, cada uno a su manera, logran de manera integral. Contrario a lo que decía Wilde, aquí hay ejemplos de personas que no son descuidadas sino que se encargan de sus padres, los biológicos y los intelectuales.
En su memoria sobre la pérdida de sus padres (Losing Mum and Pup: A Memoir), una historia mucho más política y menos emotiva o personal, Christopher Buckley hace dos reflexiones invaluables. Primero, cita el comentario de Mary McGrory a Patrick Moynihan (una periodista y un político estadounidenses) cuando el asesinato de Kennedy: “nunca volveremos a reír”, le dice, a lo que Moynihan responde “Mary: volveremos a reír, pero nunca seremos nuevamente jóvenes”. Al final del día, la juventud no se mide por la risa sino por la actitud frente a la vida, lo que lleva a Buckley a su segunda reflexión: que la muerte de los padres inevitablemente entraña la comprensión de que uno se movió un escalón hacia arriba.
El paso a través de la muerte de los padres es como cuando Odiseo navegó entre Escila y Caribdis, haciendo hasta lo imposible por no ser devorado por uno o crucificado por el otro: la historia y las explicaciones de un lado, la vida del otro. Estos libros son un verdadero asidero emocional.
@lrubiof
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