América Economía – Luis Rubio
Cuenta una anécdota que como lectura de verano en 1835, el periodista inglés John Wilson Croker se llevó un listado de todas las personas que habían sido condenadas a muerte durante el reino del terror en la Francia revolucionaria. Miles fueron guillotinados por crímenes que iban del acaparamiento de víveres hasta conspiración contra la república, pero incluyendo cosas nimias como tumbar un árbol. Horrorizado, Croker se preguntaba algo que nunca ha sido aclarado: ¿cómo es posible que eso haya sucedido? ¿Cómo fue que el optimismo del progresismo revolucionario acabara, en sólo cinco años, en arrestos y ejecuciones sumarias? Preguntas relevantes hasta hoy.
Del optimismo al terror, de los grandes planes a la realidad, de la confianza al cinismo. La Revolución Francesa comenzó con un espíritu transformador y acabó anegada en el terror que instigó el celo de los revolucionarios. En el mismo sentido, cuando el presidente y su secretario de Hacienda reconocen que detrás de la crisis que caracteriza a la sociedad mexicana en la actualidad hay un problema de confianza, se abre la posibilidad de comenzar a otear un horizonte menos alarmante.
«La confianza, afirmó la cabeza del Eurogrupo en las recientes negociaciones con Grecia, viene a pie y se va a caballo». El gobierno del presidente Peña comenzó su gobierno con todo a favor. Aunque los votos en la elección de 2012 no le confirieron el triunfo que anticipaba, su habilidad política y claridad de propósito más que lo compensaron. En pocos meses construyó una plataforma de credibilidad y confianza que, aunque no consolidada, parecía prometedora. Los números mostraban que su popularidad no ascendía, pero la aprobación de reformas extraordinariamente ambiciosas, sobre todo en energía, abrían la puerta para una transformación del país en el largo plazo. Nada mejor que hechos para afianzar la confianza.
La realidad ha tomado otro curso. En lugar de que los pasos que sistemática y premeditadamente se fueron dando para ganarla, la confianza se evaporó: a caballo, a toda velocidad. A nadie debiera sorprender este resultado: el gobierno alienó a todo mundo, priistas y todos los demás; ni siquiera tuvo la humildad de construir un equipo integrado dentro del propio gabinete. Cuando todo depende de las acciones de (muy pocos) individuos en lo personal, el riesgo de que algo salga mal es enorme. El plan inicial avanzaba con precisión militar. Sin embargo, en la medida en que se fueron evidenciando fallas en el proceso, fuentes de corrupción e incapacidad de respuesta, la escasa confianza se colapsó. La soberbia del primer año y medio acabó traicionando al proyecto.
El reto para el gobierno es más complejo de lo aparente. Aunque ciertamente habría un conjunto de acciones que éste podría asumir en aras de construir una base de confianza, su capacidad de lograrlo será limitada en tanto todo siga dependiendo de acciones individuales. Me explico: más allá de los problemas de credibilidad que experimenta el presidente Peña y su gobierno, el problema del país es que todo depende de personas en lo individual. Es decir, tanto el actuar como la forma en que lo hace determinan la capacidad del gobierno de lograr credibilidad y confianza. Dado que vivimos en un contexto en el que las reglas del juego cambian de acuerdo al humor del gobierno en turno, las formas y la substancia son importantes.
En una palabra, el gobierno actual modificó las reglas del juego sin haber logrado satisfacer o convencido a nadie. Ignoró a la población e incluso a actores clave de la sociedad en ámbitos desde el político hasta el empresarial, pero incluyendo a los medios y, sobre todo, a la ciudadanía. Los propios priistas se sienten excluidos. Decidido a modificar la agenda pública y la forma de relacionarse con la sociedad, el gobierno se organizó para ser distante. Por otro lado, en la medida en que alteró las reglas del juego en materia de medios de comunicación (i.e. censura), impuestos y acceso de los diversos intereses de la sociedad a las instancias gubernamentales, alienó tanto a aliados potenciales como a actores críticos para su éxito.
No hay relación perfecta entre el gobierno y su sociedad. Cada nación tiene su historia, tradiciones y formas. Al mismo tiempo, cada gobierno le imprime características particulares a su gestión. De esta forma, David Cameron es muy distinto como primer ministro a Margaret Thatcher o Luis Echeverría respecto a Gustavo Díaz Ordaz. Sin embargo, lo que diferencia al Reino Unido de México no es el estilo personal de sus gobernantes sino el hecho de que los nuestros cuentan con enormes facultades discrecionales que ningún primer ministro británico jamás imaginaría posibles. Es decir, los gobernantes de países serios están limitados por pesos y contrapesos efectivos que limitan su capacidad de acción, pero también establecen una plataforma mínima de confianza permanente. En México la confianza va y viene y cada gobernante se la tiene que ganar; en Inglaterra puede subir o bajar la popularidad del primer ministro pero la sociedad no queda desprotegida cuando uno sube u otro cae. La legalidad comienza en casa. Su ausencia es la medida de nuestra falta de civilización.
Efectivamente, el gobierno tiene que volver a procurar la confianza de la sociedad. La recobraría mucho más rápido si promueve garantías permanentes y respeto a los derechos de la población que con grandes actos espectaculares.