Otro país

Luis Rubio

La frontera México-Estados Unidos es un mundo peculiar: parte mexicano, parte americano y, a la vez, distinto a ambos. Sobre todo, es absolutamente diferente a lo que imaginan los políticos en Washington o la Ciudad de México. La frontera ha ido adquiriendo su propio carácter por sus circunstancias particulares: el desdén de sus gobiernos centrales, la distancia a las capitales respectivas y, sobre todo, la dependencia mutua que cada punto de la frontera ha desarrollado. El Paso no podría existir sin Ciudad Juárez y ambas viven en medio de un desierto inhóspito que las atrae en lugar de repelerlas. El reto, y la oportunidad, para México no radica en volver a aislar la zona fronteriza (que es lo que se está haciendo) sino en integrarla con el país a la vez que el país se integre con la propia frontera.

En un libro señero, La Frontera, Weisman y Dusard describen las muchas fronteras que caracterizan a la línea que une (y separa) a las dos naciones: cada región tiene sus características, pero el conjunto guarda semejanzas que se derivan de la interacción permanente -y la interdependencia- que surgen de una convivencia cada vez más profunda. Ese libro, de hace casi tres décadas, era un mero atisbo a lo que  habría de venir. El libro describe, e ilustra con fotografías, la cambiante geografía natural, pero también la forma en que interactuaban a diario las comunidades en ambos lados de la línea fronteriza, con todos los problemas y tensiones que son parte inherente al panorama.

De publicar una secuela hoy, estos autores seguramente describirían dos nuevas realidades: primero, el incremento descomunal de la interacción fronteriza, sobre todo producto de la integración creciente entre las dos economías, las cadenas de suministro que alimentan a la industria automotriz, química, electrónica, de aviación y tantas otras que son el pan de cada día de nuestra economía y que han llevado a un ascenso dramático en el número de camiones, carros de ferrocarril y personas que cruzan en ambos sentidos de manera cotidiana. Por otra parte, la descripción seguramente incluiría el deterioro que ha experimentado la región como resultado de la cada vez mayor actividad criminal, los interminables flujos migratorios que ahora se han hacinado del lado mexicano y las tensiones y conflictos que todo esto entraña.

A pesar de estos males, la región es cada vez más un “país” en sí mismo, una región en que conviven comunidades de ambos lados y que tienen características en su vida cotidiana que son radicalmente distintas a las del resto del país. No es casualidad que siempre que se realizan cambios fiscales o regulatorios (como el IVA o sobre el lavado de dinero) se crean excepciones para la zona fronteriza porque no habría otra forma de funcionar ahí. Innumerables mexicanos van a la escuela en el país del norte, o viven “del otro lado” y cruzan la frontera de manera cotidiana. Trabajadores mexicanos van al lado estadounidense todos los días, en tanto que empresarios americanos vienen a trabajar al lado mexicano.

Algunos estados fronterizos han formalizado diversos esquemas de cooperación para facilitar los intercambios, otros simplemente se dedican a ello. Quizá no hay mejor ejemplo que el caso de la frontera de Sonora y Arizona con su comisión bilateral. Para el estado de Texas, México es su mayor socio comercial, superior en volumen y valor al de todo el resto de sus intercambios con toda la unión americana y sus gobernadores, igual republicanos que demócratas, se dedican a hacer funcionar la relación. El propio gobierno federal estadounidense ha ido inventando mecanismos para facilitar la vida fronteriza y atenuar la creciente complejidad burocrática que caracterizan sus programas de seguridad, a través de programas como el Sentry, cuyo propósito es hacer expedito el cruce de vehículos previamente registrados.

Para México, la frontera siempre ha sido un desafío. El instinto histórico ha sido el de distanciarnos de los americanos, tolerar las inevitables peculiaridades que requieren quienes viven en esa región y olvidarse del asunto. Fue con ese fin que, a mediados del siglo pasado, se creó la zona libre y, luego, se propició el establecimiento de maquiladoras, pero siempre restringidas a esa región. Es decir, se quería aislar a la zona fronteriza como si se tratara de una cuarentena por razones de salud: que no se contagiara el resto del país.

Esa perspectiva ya no es sostenible ni tiene sentido. Desde los ochenta, la frontera se convirtió en el factor clave de la interacción entre las dos economías y el punto de encuentro de México con su principal motor económico. Desde luego, no hay razón alguna para limitarse a un sólo motor, pero es imposible, y sería suicida, pretender disminuir o eliminar los elementos y mecanismos que hacen funcionar a la región.

En una palabra, en lugar de volver a aislar a esa zona del resto del país a través de la recreación de la zona libre, el gobierno debería integrarla de manera cabal con el resto del país y, al mismo tiempo, integrar al país con esa zona. Este no es un juego de palabras: la única manera de poder prosperar es simplificando, descentralizando y desburocratizando, característica inherente a esa región.

www.cidac.org
@lrubiof
a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org

Otro país

 

Luis Rubio

25 Ago. 2019

Mientras tanto…

Luis Rubio

Mientras México va corriendo hacia un pasado incierto, irreproducible y, ciertamente, indeseable, el resto del mundo corre a una velocidad desesperada. No es sólo el hecho de ir en reversa, sino que los riesgos inherentes a lo que se destruye en el camino implican que el país va a perder la posibilidad de, finalmente, lograr altas tasas de crecimiento económico. El asunto no es de preferencias gubernamentales o de popularidades; el asunto es de estrategias de desarrollo en la era de la globalización, en el siglo XXI.

Ningún lugar del mundo evidencia la dirección del desarrollo en esta era, y de manera tan brutal, como Asia. En esa región la disputa es toda por el futuro: quien logrará tasas más elevadas de ingreso per cápita en el menor plazo. Una por una, todas esas naciones, cada cual con su cultura, historia y forma de gobierno, ha ido construyendo los cimientos de su desarrollo, pero todas comparten características comunes, comenzando por su devoción por la educación, la infraestructura y el desarrollo tecnológico. En esa región sería inimaginable pretender regresar a un pasado idílico porque la nostalgia no tiene lugar en el futuro y todo es, a final de cuentas, sobre un futuro mejor.

Una visita reciente a tres países de la región me dejó observaciones y aprendizajes sobre la forma de conducir sus asuntos y, sobre todo, sobre sus prioridades: las diferencias entre naciones como Corea, Singapur e India son pasmosas, pero el dinamismo es sólo uno, común a todos. India es una nación inmensa en población y territorio, con una diversidad étnica, religiosa y económica que, aún viniendo de un país tan complejo como México, es absolutamente incomprensible. Y, sin embargo, todo el país parece volcado hacia la construcción de un futuro que, sin romper con sus tradiciones, sea radicalmente distinto al pasado.

La primera vez que visité Corea, en 1998, el país estaba saliendo de una crisis financiera, similar a las que habíamos vivido en México tantas veces. Lo que más me impresionó en aquella ocasión fue el sentido casi de culpa que mostraban mis interlocutores en el gobierno y la academia. Para ellos, el hecho de haber tenido que recurrir a un apoyo externo (el FMI) era equivalente a perder cara, a demostrar incompetencia y, sobre todo, haber errado el camino. Su respuesta no fue retornar a la pobreza del pasado, sino cambiar radicalmente su estrategia, enfrentar sus problemas y dar un gran salto hacia adelante para alcanzar los resultados de los que hoy están tan orgullosos sus ciudadanos.

India y Corea guardan semejanzas evidentes con México porque son naciones grandes, con una larga y orgullosa historia, pero en lo que son radicalmente distintas es en su determinación por romper con las amarras del pasado y construir una sociedad nueva, distinta, capaz de satisfacer las necesidades de una población ambiciosa y decidida. Corea, una nación sin recursos naturales, optó por convertir a la educación en su ventaja comparativa: en lugar de ceder ante tradiciones o grupos de interés, forzó un cambio radical en la educación hasta convertirla en el medio a través del cual pudo romper con la pobreza y sus impedimentos naturales. India, una nación con más de mil millones de habitantes, decidió un camino similar, pero ello en el entorno de la enorme complejidad que la caracteriza. A pesar de sus contrastes sociales, todo el ímpetu de la nación se puede apreciar en cada cuadra y en cada conversación.

Un miembro del gabinete hindú ilustraba el reto con un argumento simple y claro: a pesar de su semejanza en tamaño con China, India es una democracia y tiene que lidiar con sus problemas en ese contexto, algo que para el gobierno chino es absolutamente inconcebible. La diferencia, continuaba el funcionario, es que los chinos seguirán entusiasmados siempre y cuando el gobierno pueda seguir satisfaciéndolos con crecimiento económico; en contraste, India seguirá en su camino hacia el futuro, en ocasiones de tumbo en tumbo, pero con el apoyo de una población que sólo tiene futuro porque el pasado no es atractivo. Al escucharlo, hubiera deseado que ese fuese el discurso de nuestro presidente.

Singapur no es modelo para México (ni para India o Corea), simplemente por su escala. Una isla-nación en la que todo funciona, la infraestructura es inmejorable y el orden excesivo, Singapur sabe de donde viene y a donde quiere llegar, a lo que dedica recursos y esfuerzos de manera incesante y hasta despiadada. Nada se pone en el camino de los funcionarios mejor pagados del mundo (ahí se entiende al revés: un funcionario bien pagado se dedica a su trabajo y a nada más), todos ellos especialistas dedicados a su mandato.

Hace algunas décadas los representantes del banco mundial y otros organismos similares afirmaban que México tenía quizá el equipo gobernante más competente; sin duda, era de gran clase, pero el de Singapur es simplemente inmejorable, uno tras otro. No por casualidad tiene el PIB per cápita más alto del mundo.

Tres naciones construyendo su futuro: con sus enormes diferencias y características, cada una de ellas con claridad de rumbo y, sobre todo, sin complicarse la vida con un pasado que es imposible de ser recreado. Imposible no tener enorme envidia.

www.cidac.org
@lrubiof
a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org

 

 

18 Ago. 2019

Falsas premisas

Luis Rubio
A la memoria de Manuel Medina Mora

Las calles están limpias, el turismo ha crecido de manera explosiva, los comerciantes parecen felices y los hoteles están llenos. Oaxaca parece finalmente haber roto con sus impedimentos históricos y disfruta de un nuevo momento de paz y crecimiento. Si sólo fuera tan fácil. Lo único que ha cambiado es que los gobiernos federal y estatal le han concedido todo a la Coordinadora de Maestros, la famosa CNTE, con lo que desaparecieron los bloqueos: los (supuestos) maestros le concedieron a la ciudadanía la gracia de vivir de manera normal, al menos hasta que comience la nueva ronda de demandas, amenazas y extorsiones. Todo lo cual impide el crecimiento.

La discusión respecto al crecimiento económico es permanente y se ameniza con discursos políticos que no atienden las causas del fenómeno  y que se exacerban cuando la tasa de crecimiento es menor. Pero el problema de fondo nunca acaba por resolverse. En el curso de las décadas se han emprendido diversas estrategias para enfrentar esta ausencia y se ha avanzado en algunos planos, pero ni siquiera se ha llegado a un consenso sobre la causa última de una tasa promedio tan baja, al grado en que, en lugar de buscar elevarla, se festina el que no haya recesión.

El primer gran problema para llegar a un diagnóstico que todo mundo comparta es lo que ocurrió en los setenta, pues ahí yace el corazón de la disputa política. En esa década, la economía creció cerca del 8% anual y ese es el recuerdo que los críticos de las reformas posteriores guardan en su memoria y por lo cual siempre proponen retornar a esa era. Ahora, con AMLO, sienten que llegó el momento de recuperar ese momento idílico.

Hay dos problemas con ese recuerdo: uno es que es falso y el otro que es irrepetible. Lo falso radica en que no se puede aislar el periodo en que efectivamente hubo un alto ritmo de crecimiento de las consecuencias que siguieron, pues la gasolina que impulsó ese crecimiento fue la combinación de una deuda externa creciente, la expectativa de ascensos permanentes en el precio del petróleo y un gasto público exacerbado. Si uno toma no sólo los setenta sino los setenta y los ochenta juntos, la fotografía acaba siendo muy distinta: en los ochenta se tuvo que pagar el exceso de los setenta en la forma de una recesión permanente y niveles extremos de inflación. Esa era es irrepetible porque fue un momento único en que se conjuntaron circunstancias excepcionales que acabaron arrojando un patético crecimiento promedio y cada vez mayor conflictividad social.

En segundo lugar, el problema no radica en la falta de crecimiento, sino en la falta de crecimiento generalizado: cuando uno se apersona en Querétaro o Aguascalientes, resulta de inmediato evidente que eso de bajo crecimiento es ridículo; lo contrario es cierto en Oaxaca o Guerrero. Entonces, el problema no es que el crecimiento sea bajo, sino que algo diferencia a los estados del norte de los del sur.

En tercer lugar, la propensión permanente a modificar las reglas del juego en un país en que el presidente (o la autoridad en general) tiene un poder desmedido, crea un entorno de desconfianza interminable. Esa fue la razón por la cual se procuró el TLC norteamericano: para crear un espacio en que las reglas fuesen permanentes y confiables y es buena parte de la razón por la cual el norte crece con celeridad.

Santiago Levy lleva años argumentando que la economía informal es la gran lacra del país porque impide que las empresas crezcan y se desarrollen y ha propuesto una serie de medidas para disminuir la carga fiscal y facilitar su formalización. El planteamiento tiene sentido, toda vez que si uno compara la recaudación fiscal de quienes se encuentran en la economía formal respecto al PIB, la carga impositiva no es muy distinta a la del mundo desarrollado: el problema claramente se encuentra en la enorme dimensión de la economía informal y los mecanismos que la promueven.

El ejemplo de Oaxaca sugiere otra explicación (adicional) al problema del crecimiento. Luis de la Calle lo resume con toda elocuencia: “La prevalencia de la extorsión en el país se ha convertido en uno de los principales frenos al crecimiento de las micro y pequeñas empresas, muchas de las cuales se ven obligadas a no crecer y a permanecer en la informalidad, donde la extorsión tiende a ser centralizada y conocida. Esto implica que no tienen un incentivo para invertir, crecer, explorar nuevos mercados y productos, expandirse fuera de sus mercados locales y menos para contratar un número creciente de empleados… Más aún, las probabilidades de extorsión aumentan con el éxito de las pequeñas empresas.”

La realidad es que no es muy difícil dilucidar la causa del estancamiento económico, pero estamos encarrilándonos, una vez más, en la dirección equivocada. El gobierno actual está exacerbando la incertidumbre para la inversión en un momento en que el TLC está en la tablita y cree que con un gran estímulo fiscal todo va a cambiar. Sería mejor que ataque las causas de la extorsión y la informalidad porque ahí yace el corazón del problema estructural que impide el crecimiento. También ayudaría fortalecer, en lugar de destruir, a las instituciones que generan confianza, pero eso ya sería mucho pedir.

www.cidac.org
@lrubiof
a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org

 

 

Luis Rubio

11 Ago. 2019

Perspectivas y retrospectivas

Luis Rubio

Sobre lo único que no hay disputa es que el presidente está avanzando aceleradamente hacia una creciente concentración del poder. Cada paso que da y cada decisión que toma tiende a eliminar competencia, disminuir o neutralizar contrapesos y cancelar todas las fuentes de independencia que puede. El objetivo manifiesto es controlar para resolver los problemas que el país ha venido experimentando con presidencias débiles que fueron incapaces de restablecer el orden y promover el crecimiento de la economía. En una palabra, recrear los sesenta.

Décadas de observar el funcionamiento del sistema político me han llevado a dos conclusiones sobre sus pilares fundamentales y, por ende, sobre la viabilidad del proyecto de concentración de poder.

En primer lugar, no cabe ni la menor duda que en toda la era independiente del país sólo ha habido dos periodos en que la economía creció con celeridad y la sociedad vivió años de paz y estabilidad. El primero fue el del porfiriato que, después de décadas de conflictos y levantamientos, el gobierno fundamentó un orden que permitió atraer inversiones, construir ferrocarriles y darle un fuerte impulso a la economía. El segundo periodo fue el de la etapa postrevolucionaria, especialmente los años del desarrollo estabilizador, en que la economía creció de manera inusitada, el país experimentó una rápida urbanización y el crecimiento de la clase media. El común denominador fue un gobierno fuerte que no permitía disidencia e imponía orden. No es difícil identificar en esos logros un poderoso imán para la imaginación de un gobernante que sueña con lograr la tercera era de paz y estabilidad.

El problema de mirar nostálgicamente hacia el pasado es que permite aislar los logros de los fracasos o los avances de sus consecuencias. El porfiriato se colapsó por razones biológicas porque todo dependía de un individuo que empujaba y controlaba, negociaba y gobernaba, pero que inexorablemente tenía un fin. Incluso sin revolución, el porfiriato vivía contradicciones que difícilmente hubieran sobrevivido al caudillo. El fin del PRI duro fue producto no de la falta de institucionalidad sino de su cerrazón y autoritarismo, que negaba cualquier flexibilidad para ajustar el modelo cuando sus soportes comenzaron a hacer agua, a la vez que cegaba a sus líderes respecto al desarrollo de la sociedad, producto, irónicamente, del éxito de su gestión. Al igual que el porfiriato, la naturaleza del sistema le impedía transformarse y no hay razón para pensar que una nueva era de férreo control presidencial vaya a ser distinta. Los problemas que hoy experimentan los priistas en su intento por recrearse se derivan de lo mismo.

En segundo lugar, tenemos una profunda propensión a desperdiciar oportunidades, quizá por el bajo calado de la democracia mexicana y sus profundos sesgos autoritarios. Aunque se resolvió (casi) el problema de acceso al poder, estamos lejos de haber construido el andamiaje institucional que le dé protección a la ciudadanía, arraigue de manera profunda la participación ciudadana en una sociedad tan dispersa y desigual y obligue a la autoridad a ser transparente y rinda cuentas efectivas de sus actos. El mero hecho que el presidente pueda barrer con los incipientes contrapesos sin costo alguno lo dice todo.

Pero el problema de fondo es que el poder, por vasto que sea, no garantiza un resultado benigno. En los ochenta y noventa, gracias al maridaje del PRI y la presidencia y al autoritarismo que le era inherente, con una presidencia infinitamente más poderosa a la que siguió, el gobierno fue incapaz de llevar a cabo el cambio integral que su propio proyecto proponía. Se hicieron reformas incompletas, muchas veces a modo, que se tradujeron en una gran desazón, por la cual ahora estamos pagando el costo. Un ejemplo lo dice todo: para la privatización de Telmex hubo dos proyectos de título de concesión, uno que valía cuatro veces más que el otro; el primero garantizaba el fin inmediato del monopolio y la apertura a la competencia, en tanto que el segundo preservaba el monopolio. El crecimiento económico requería lo primero; el interés hacendario aseguró lo segundo. Nada es gratuito.

Al inicio de este siglo, Fox volvió a desperdiciar la enorme oportunidad que su elección había creado. A la dilución del poder presidencial se sumó la incompetencia y frivolidad del personaje, quien hasta la fecha no ha podido comprender su responsabilidad histórica. ¿La tercera -o 4T- será la vencida?

El problema trasciende las características de las personas porque refleja una debilidad estructural de la política mexicana que no se resuelve con la reconstrucción de la presidencia imperial.

AMLO goza de un enorme apoyo popular, mayor al de Fox en su momento, pero igualmente volátil. Si algo enseña la historia nacional es que los grandes estadistas que hoy así se reconocen lo fueron por haber trascendido las escaramuzas del momento y construido una nueva plataforma de realidad. Ninguno de ellos -Juárez, Madero, Cárdenas- sabía de antemano que sería estadista: simplemente construyeron un nuevo futuro. Todo lo cual muestra la futilidad de intentar recrear un pasado irrepetible, cuando lo que se requiere es un nuevo futuro.

www.cidac.org

@lrubiof

a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org

Perspectivas y retrospectivas

 

 

Luis Rubio

04 Ago. 2019

El legado de un banquero libre y ecléctico

Luis Rubio

Don Agustín Legorreta Chauvet fue un hombre de Estado. Rasgo raro en un líder empresarial –en su caso, banquero–, tuvo siempre claridad sobre la importancia de privilegiar a México y a sus instituciones por encima de todo. Bisnieto del primer Agustín Legorreta que encabezó el entonces llamado Banco Nacional de México, Agustín Legorreta Chauvet se formó en Francia y lideró a Banamex hasta su expropiación en 1982. Su principal legado en el banco fue su institucionalización y modernización, acorde con la liberalización financiera que comenzó a experimentar el país y el mundo desde el inicio de los años 80. Creó la banca internacional y enfocó al banco hacia el futuro, convirtiéndolo en la institución financiera por excelencia.

Como banquero, Legorreta participó en la industrialización de México y fue protagonista en el empleo de capital semilla para el desarrollo de una gran diversidad de empresas. Como líder empresarial fue presidente del Tecnológico de Monterrey en la Ciudad de México y promovió innumerables iniciativas educativas, todas ellas orientadas a fortalecer la actividad empresarial en México y a contribuir al acelerado desarrollo del país. Hombre optimista por naturaleza, defendió la estrategia de desarrollo del país, cultivó relaciones alrededor del mundo y creó instituciones dedicadas al financiamiento del país en Londres, Nueva York y Asia. La expropiación de los bancos en 1982 truncó su carrera profesional pero no lo derrotó como líder empresarial.

Ecléctico y libre de dogmas tradicionales, fue igual presidente de la Asociación de Banqueros y del Consejo Coordinador Empresarial, pero también miembro fundador del Partido Democracia Social, encabezado por Gilberto Rincón Gallardo, y candidato a senador por esa organización política.

Al final de los 70 comenzó a preocuparse por los riesgos financieros en que incurría el país con una deuda externa creciente, gasto público desbordado y un gobierno sin derrotero. Su respuesta no fue la de abstraerse de la realidad sino, típico de él, buscó una forma de contribuir al restablecimiento del orden financiero con miras hacia el futuro. En 1980 promovió la creación del Instituto de Banca y Finanzas como un medio para avanzar la educación de los más altos ejecutivos del sector financiero público, privado, industrial y bancario, a fin de generar comunicación y entendimiento entre sus múltiples participantes. La inspiración venía de su experiencia en la Escuela Nacional de Administración de París, la institución que por décadas había permitido no sólo la más alta calidad de educación financiera en Francia, sino también la construcción de generaciones de expertos financieros dedicados al desarrollo de su país en los más diversos ámbitos de la economía.

El llamado Ibafin nació en 1980 bajo los auspicios de Banamex y comenzó operaciones en 1981, teniendo un impacto muy rápido sobre el desarrollo del sector. La institución duró poco debido a la expropiación de los bancos en 1982, pero Agustín Legorreta no se dio por vencido y, con los recursos que ahí habían quedado, apoyó la creación del Centro de Investigación para el Desarrollo, AC (CIDAC), como una institución independiente con un consejo representativo del México de la época, con líderes políticos, académicos, empresariales y sindicales en su seno.

CIDAC se desarrolló como un think tank independiente por casi cuatro décadas, hasta que se fusionó con México Evalúa, aportándole a esta institución sus recursos para continuar el legado que Legorreta, con apoyo de los antiguos integrantes de aquella entidad bancaria, había iniciado.

Un día, cuando el proceso de fusión CIDAC-México Evalúa comenzaba a cobrar forma, don Agustín se enteró de que algo ocurría en la institución que había promovido y, decidido como era, de inmediato se apersonó en las instalaciones de la institución. Tan pronto supo que la directora de la institución sería Edna Jaime, esbozó la cálida sonrisa que le caracterizaba y dijo: “Con esto el legado queda completo.”

 

https://www.mexicoevalua.org/2019/07/30/legado-banquero-libre-eclectico/

 

El dilema de 2019

Luis Rubio

El electorado mexicano le quitó la máscara a la narrativa dominante y al establishment y eligió al candidato que prometía cambiar los vectores de la política y la economía del país. Desde la elección, pero particularmente desde el 1ero de septiembre en que el Congreso entró en funciones, los contingentes morenistas y sus aliados se han comportado más como una fuerza de choque que quiere alterar el orden establecido sin que medien procedimientos formales o negociaciones, que como un grupo parlamentario institucional. La lógica detrás de este modo de proceder responde a la concepción de que llegaron al poder independientemente de las elecciones: en lugar de haber ganado, se les reconoció su triunfo. Es decir, hay un enorme ánimo revanchista, un encono soterrado en muchos de los actores clave de la coalición de Morena. La gran pregunta para el futuro es si López Obrador secundará esta concepción o si asumirá la presidencia como un estadista responsable ante la totalidad del electorado.

El contraste entre los dos escenarios es evidentemente radical. En el primer caso estaríamos hablando de un gobierno que viene no sólo a gobernar a su modo, sino a cambiar el orden establecido y las instituciones que lo sostienen de una manera integral y drástica, incluso violenta. Es decir, la vieja idea revolucionaria que procura el fin de un régimen y el comienzo de otro sin que medie un proceso institucional. De manera alternativa, López Obrador podría apegarse a todos los reglamentos institucionales para dar cabida a su agenda de cambio sumando al resto de la población, como ocurrió en la España post-Franco. Un camino así tiene la virtud de hacer más permanentes los cambios a los que se llegue.

España ilustra el contraste entre estos dos modos de proceder. Al momento en que muere Francisco Franco, el pueblo español quería un nuevo régimen. Para los políticos, la interrogante era cómo dar ese paso: una posibilidad era romper con el régimen franquista, entrando en un entorno de absoluta incertidumbre; la alternativa era aceptar el régimen institucional vigente, así fuese detestado por la mayoría de las fuerzas y partidos políticos, mientras se construía un nuevo andamiaje legal e institucional. En este sentido, los pactos de La Moncloa no acordaron “el qué” sino “el cómo”. El tema en la agenda en aquel momento era relativo a precios y salarios, asuntos cruciales, pero de menor trascendencia política. La trascendencia de aquella reunión en particular tuvo que ver precisamente con lo que en México no hemos logrado: acuerdos de procedimiento.

De manera similar, López Obrador tiene que definir si va por el camino institucional como hizo Adolfo Suárez, lo que lo elevó al nivel de un estadista trascendental, o por el camino de la imposición radical, clásica de un proyecto radical o revolucionario.

No me cabe duda de que López Obrador muy pronto se encontrará con que muchos de sus planteamientos son inviables o extraordinariamente destructivos y, por lo tanto, contraproducentes respecto a su propia visión para el futuro del país. Su decisión respecto al aeropuerto de la ciudad de México sirve de ventana para observar los potenciales costos de realizar acciones que tienen más ángulos relevantes de los que podría parecer a primera vista. En este caso, el aeropuerto tiene no sólo unos cuantos contratistas de por medio –para los cuales López Obrador aseguró que habría compensación- sino miles de tenedores de bonos en los mercados financieros internacionales, proveedores nacionales y extranjeros y toda clase de actores clave para el proyecto. Al cerrar la puerta, López Obrador envió la señal de que nunca se apegará a las reglas existentes y que, por lo tanto, ninguna inversión goza de certidumbre. El costo inmediato se pudo ver en acciones por parte de las calificadoras de crédito y el tipo de cambio, pero el costo potencialmente incontenible vendrá después: cuando los inversionistas potenciales incorporen en su proceso de decisión sobre si invertir un cálculo respecto al riesgo de perder su inversión por la forma de proceder del gobierno. En contraste con contratistas y constructores, los empresarios e inversionistas tienen, por necesidad, que ver un horizonte de más largo plazo.

El punto de todo esto es que López Obrador tiene una decisión fundamental que tomar respecto a la forma en que actuará como presidente: será un activista social o un estadista. Si es lo primero, la decisión sobre el aeropuerto ya marca una pauta; si es lo segundo, todavía es tiempo de establecer un nuevo patrón de comportamiento, como ha ocurrido en instancias como la de la CONAGO. Me parece claro que, para él, un cambio en este sentido sería sumamente difícil por su profunda y arraigada convicción de que todo lo realizado a partir de los ochenta fue errado, y porque es un factor importante para las bases que lo han apoyado frente a viento y marea, las cuales por eso frecuentemente corean que “es un honor estar con López Obrador”. También me queda claro que le es mucho más importante lograr sus objetivos que apegarse a dogmas contraproducentes.

Fragmento del libro Fuera Máscaras: el fin del mundo de fantasía, que se puede descargar en:

https://www.wilsoncenter.org/sites/default/files/mi_190625_unmasked_spanish_v2.pdf

www.cidac.org
@lrubiof
a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org

 

 

 

Luis Rubio

28 Jul. 2019

Aguas turbulentas

Luis Rubio

Cuando el barco Andrea Gail zarpa del puerto de Gloucester en un acto desesperado por lograr la última gran pesca de la temporada, su capitán y tripulación no tenían ni la menor idea de lo que les esperaba en lo que acabó siendo conocido como la “Tormenta Perfecta”: todos los factores que podían salir mal se conjuntaron para producir un desastre de dimensiones inconmensurables. Algo así podría estarse cocinando en la relación México-Estados Unidos: quizá nadie lo esté buscando o deseando pero, poco a poco, se van acumulando elementos que, de no atenderse, podrían producir el tipo de choque que desde hace más de tres décadas parecía haberse eliminado del panorama.

Por casi un siglo, la relación entre las dos naciones vecinas varió entre violento a conflictivo a distante. La invasión norteamericana de 1846 cimbró a México, provocando una reacción nacionalista a la que algunos historiadores atribuyen el verdadero nacimiento de la mexicanidad. Las dos naciones experimentaron altibajos durante el periodo revolucionario, con crisis eventuales por la amenaza de no reconocimiento de un nuevo presidente mexicano, con todo lo que eso implicaba. Los gobiernos postrevolucionarios mantuvieron una relación distante, a la vez que promovían la unidad nacional empleando a la pérdida del territorio como instrumentos de cohesión interna. Todo esto era factible porque México tenía su mirada puesta al interior del país y sus lazos con el exterior eran importantes pero esencialmente simbólicos.

Las crisis financieras de los setenta y ochenta obligaron a replantear la política económica y eso conllevó a una redefinición de la relación con EUA. México comenzó a exportar cada vez más bienes al mercado norteamericano, lo que provocó conflictos comerciales: desde acusaciones de dumping hasta boicots al atún. Por primera vez desde la guerra de independencia, México comenzó a ver a su vecino como una fuente potencial de solución a sus problemas económicos. De la misma manera, Estados Unidos enfrentaba problemas cuya solución requería de la cooperación del gobierno mexicano. La interacción bilateral crecía, pero los problemas -viejos y nuevos (desde el cierre de los cruces fronterizos de Nixon hasta la muerte del agente de la DEA Enrique Camarena)- se multiplicaban. Ambas naciones acabaron por reconocer la necesidad de establecer mecanismos para una relación funcional.

Al final de los ochenta, Bush y Salinas acordaron un conjunto de principios, explícitos e implícitos, para el buen funcionamiento de la relación y para la solución –o, al menos, manejo- de los problemas que son inherentes a una interacción tan compleja, amplia y disímbola, además de asimétrica, como la de estos dos países. El corazón de ese acuerdo radicó en un principio seminal: aislar los problemas y lidiar con cada uno de ellos por separado. El objetivo era que, al no vincular o mezclar asuntos distintos, se le pudiera dar cauce y viabilidad a lo fundamental y cotidiano.

La mezcla de asuntos no vinculados (como drogas y comercio) producía crisis constantes y ánimos exacerbados. Al acordar la compartimentalización, los dos gobiernos se comprometían a atender cada asunto en su justa dimensión, evitando que las cosas más explosivas para la política interna –como la migración para EUA o las armas para México- impidieran el funcionamiento de las que se han tornado naturales, no conflictivas e inherentes a la vida entre dos vecinos, como el comercio fronterizo. El acuerdo de Houston en 1988 permitió darle celeridad a la relación bilateral y eventualmente llevó al TLC. Un gobierno tras otro desde entonces –de ambos lados- se apegó al principio establecido porque reconoció el valor de no contaminar asuntos y, sobre todo, el riesgo de hacerlo porque siempre se entendió que una buena relación era de interés mutuo.

Al romper la esencia de aquel entendido –por vincular migración con comercio-, Trump ha puesto en entredicho los cimientos de la relación bilateral. Ya no es sólo el hecho de atacar a México y a los mexicanos de manera retórica, sino de amenazar la viabilidad del principal motor de la economía mexicana (las exportaciones) y poner al gobierno de AMLO contra la pared en un asunto, el migratorio, que es particularmente sensible para su base política y su legitimidad.

A la fecha, el gobierno mexicano ha respondido de dos formas: por un lado, desde antes, había anunciado su decisión de revisar el esquema de cooperación en materia de seguridad (el llamado Plan Mérida); por el otro, ha aceptado, a regañadientes, los términos de las exigencias de Trump en cuanto a la migración centroamericana. Las dos vertientes son contradictorias y, tarde o temprano, generarán chispas.

Hasta ahora, la discusión dentro de EUA ha ignorado el provecho que ese país deriva de la cooperación de parte del gobierno mexicano en diversos asuntos de su interés y que constituyeron el incentivo para que ellos activamente promovieran el acuerdo de Houston hace treinta años. El riesgo ahora es que su actuar presione de tal forma a un gobierno que, de por sí, preferiría regresar a un distanciamiento, que acabe destruyendo lo que ha funcionado con eficacia por tanto tiempo, para beneficio de las dos naciones.

www.cidac.org
@lrubiof
a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org

Vicios a la Argentina

 

 Luis Rubio

Vicios a la Argentina

Luis Rubio

El riesgo de que México adquiera el vicio argentino de quedarse permanentemente atorado en un limbo de desempeño económico mediocre –peor al vivido en años recientes- con altibajos recurrentes y propensión a experimentar frecuentes crisis financieras es real y se eleva incrementa con las políticas que ha adoptado el gobierno actual. Las coincidencias comienzan a ser demasiadas para no ver el peligro que su consolidación podría implicar para el país y las generaciones de jóvenes que renovaron su esperanza con AMLO.

Tanto el peronismo como el morenismo son movimientos incluyentes, caracterizados por una enorme diversidad de adeptos y seguidores, pero con un elemento en común que es la férrea lealtad al jefe: todo se vale mientras esa lealtad sea inquebrantable. AMLO está substituyendo las pocas instituciones que existían en el país por estructuras personales de lealtad y sumisión, dos recetas para segura inestabilidad en el futuro. En lugar de consolidar los pocos avances institucionales que se habían logrado, se está avanzando hacia un proyecto donde las reglas que nos rigen son la voluntad de una sola persona, tal como sucedió en los años del kirchnerismo.

En segundo lugar, la estrategia de subsidio y generación de clientelas, que sigue el mismo patrón de subordinación, pero a una escala masiva, inexorablemente viene acompañado de la creación de nuevos derechos que, en el tiempo, se tornan difíciles, si no es que imposibles de revertir. La crisis fiscal argentina no es producto de la casualidad, sino de derechos adquiridos que luego se tornan en obligaciones que el gobierno tiene que sufragar con recursos cada vez más escasos. México ya de por sí avanza hacia una sociedad con un mayor número de adultos pensionados y menos nuevos jóvenes incorporándose a la fuerza de trabajo, a lo que ahora se sumará el costo de las huestes clientelares de AMLO.

En tercer lugar, las políticas adoptadas por los dos gobiernos de los Kirchner en Argentina sugieren el tipo de riesgos que la estrategia del nuevo gobierno mexicano va a endilgarle al país: la centralización de todos los programas sociales en la oficina presidencial. Los Kirchner hicieron algo muy similar con sus programas “bandera”: Asignación Universal por Hijo, Ingreso Social con Trabajo, Ellas Hacen, Plan Más y Mejor Trabajo, Prestación por Desempleo, El Plan de Finalización de Estudios Primarios y Secundarios (Fines), Argentina Trabaja y Emprendedores de nuestra tierra.

México ya había pasado por programas (y fracasos) clientelares como los anteriores, pero desde los noventa logró una cierta institucionalización de la política social, que ahora ha sido desmantelada a una velocidad que asombra. Peor, sorprende que ni los beneficiarios de programas como Prospera ni lo que queda de la oposición hayan levantado siquiera un dedo. En Argentina esos programas permitieron apabullar electoralmente a la oposición mientras duro la bonanza fiscal. La pregunta obligada es si AMLO navegará con esa facilidad de aquí a las elecciones de 2021 o si enfrentará al menos algo de resistencia. La pregunta ciudadana es obvia: si la población no defiende sus logros, no los merece.

Existen otras coincidencias que deberían preocupar por su efecto sobre la competencia política y en el menguado ambiente de negocios. Por ejemplo, el Programa de Jóvenes Construyendo El Futuro, un esquema muy similar al utilizado por el Kirchnerismo para atraer jóvenes al movimiento de La Cámpora, organización dedicada a movilizar jóvenes desocupados y con pocas alternativas en el mercado laboral. Este tipo de programas están diseñados para generar dependencia respecto al gobierno, mermando el desarrollo de una fuerza de trabajo guiada por criterios de mérito y productividad, cada vez más importantes en la era de la economía digital. Un ejército de jóvenes permanentemente movilizados sirve para fines electorales pero destruye el futuro económico de un país.

Cuando el presidente dice que su objetivo es subordinar las decisiones económicas a las políticas, ahora consolidado con la renuncia del secretario de Hacienda, ratifica que está dispuesto a ir contra las fuerzas más poderosas de nuestra era: los mercados financieros. Cuando Bill Clinton contendió por la presidencia, su principal asesor político, James Carville, de golpe entendió que el mundo había cambiado: “yo solía pensar que, si hubiera reencarnación, quisiera retornar como el presidente o el Papa… Ahora quisiera regresar como un operador de los mercados de bonos. Esos intimidan a cualquiera.” AMLO también cree que seguimos en los ochenta…

El ejemplo argentino es por demás sugerente porque es el tipo de programa que AMLO y sus seguidores ven como deseables. La desaparición de (casi) toda capacidad técnica en el gobierno permite implementar programas costosos sin medir consecuencia alguna, además de que provee incentivos para adoptar políticas cuyo efecto de mediano y largo plazos siempre acaba siendo devastador, como controles de precios, la nacionalización de fondos de pensiones y el empleo de herramientas como encaje legal y cajones de inversión a bancos. Algunos morenistas salivan por este tipo de mecanismos. No tienen idea de la destrucción que implican.

www.cidac.org

@lrubiof

a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org


https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1597329.vicios-a-la-argentina.html

14 Jul. 2019

Ya son gobierno

Luis Rubio

Todos los gobiernos culpan a sus predecesores de los males que encuentran o con los que no pueden lidiar. En esto no hay novedad alguna: el problema no es mío, sino de mi predecesor. En lo que AMLO es excepcional es en culpar no a un gobierno, sino a toda una generación -tres décadas de gobernantes y funcionarios- de todo lo que no le gusta. Su problema hoy es que, luego de una prolongada campaña por derruir lo existente, ahora él es quien está a cargo y, por más que culpe a otros, suya es la responsabilidad.

A los candidatos se les mide por sus promesas e intenciones; los gobernantes son responsables por los resultados. AMLO prometió cambiar la realidad y ahora se encuentra ante el dilema que inevitablemente presentan los asuntos cotidianos: desde la inseguridad hasta el crecimiento económico. Su victoria electoral se debió a que enfocó su campaña hacia las cosas que molestaban al electorado -como la corrupción, la incompetencia, la violencia y el desigual desempeño económico- asuntos todos ellos que atosigaron a sus predecesores y que, evidentemente, no resolvieron. Ahora AMLO, que ya es gobierno, no tiene excusa: el balón está en su cancha.

La era que nos ha tocado vivir agrega un nivel adicional de complejidad por la inexorable tensión que existe entre las decisiones del electorado y los instrumentos al alcance de un gobierno para actuar en el mundo real, particularmente en materia económica. Los votantes respondieron a las promesas del candidato y esperan que éste les cumpla, pero cumplir en la era de la globalización es sumamente intrincado porque requieren el apoyo de la población en su conjunto.

Por naturaleza, los candidatos prometen el cielo y las estrellas: unos lo hacen con retórica estridente, otros con promesas irreductibles; algunos más atacan a sus predecesores haciéndole creer al electorado que todo es materia de voluntad y convicción. Pero, al final del día, todos acaban enfrentando el mismo desafío: en la era digital ningún gobierno controla todas las variables y procesos que afectan al desempeño de la economía porque el mundo está interconectado, la tecnología avanza a la velocidad del sonido y le da acceso a toda la población a fuentes de información que rebasan la capacidad del gobernante de controlarla. Peor, por más que un gobernante amase fuentes de control, centralice el poder y se imponga sobre los diversos intereses y factores de poder de su sociedad, nada le garantiza resultados económicos favorables que son, a final de cuentas, la medida más inmediata de éxito o fracaso para la ciudadanía.

El dilema es real y no se limita a México: cómo compatibilizar el legítimo reclamo de la población de ver resueltos los problemas que la aquejan y que fueron las razones por las que votaron por un determinado candidato frente a un mundo globalizado, integrado e interdependiente en el que las decisiones no responden a la lógica de la política interna. Esto último resulta del hecho que la inversión es, como dirían los abogados, fungible: puede ir a cualquier parte del mundo y da igual si quien decide vive en Tingüindín, Shanghái o Nueva York.

Hay gobernantes que administran el dilema y se adaptan para avanzar lo más posible, en tanto que otros se apegan obstinadamente a sus posiciones, cueste lo que cueste. Mientras mayor la obstinación, peores los resultados porque prometer es fácil, pero lograr soluciones y satisfacer a los votantes es difícil. Este fenómeno se magnifica cuando el presidente crea y multiplica el número de enemigos cada mañana.

El estilo de gobernar de AMLO no es conducente a una mejoría. El tiempo para actuar de manera estridente, generando conflicto y confrontación, culminó el primero de julio de 2018 por la simple razón de que las campañas requieren mezquindad, pero el ejercicio del gobierno requiere actuar equitativamente para todos, pues sólo con la colaboración de todos es posible salir adelante. Sin embargo, AMLO está dedicado a sistemáticamente incrementar (y atemorizar) a quienes entran en su lista de culpables y adversarios; desacreditar a los miembros de su gabinete e ignorar a sus propios asesores, además de explotar resentimientos y frustraciones, sin construir nada que pudiese llegar a satisfacer las demandas, reclamos o necesidades de la población.

Lo evidente es que sólo con acciones susceptibles de resolver los problemas existentes sería posible responderle a su base con resultados. No está haciendo nada de eso.

Lo que le importa al electorado -igual al suyo que al fifi– es el resultado de la gestión cotidiana del gobierno; como ilustra la gradual disminución en los números de la popularidad del presidente, una cosa es la elección y otra muy distinta es el ejercicio del poder. Su disyuntiva es seguir empleando el púlpito para atacar a los que tilda de “adversarios” o construir con todos para lograr resultados.

Para ganar una elección es necesario atacar, pero para ejercer el poder es indispensable generosidad y competencia. Refiriéndose a Alan Greenspan, el banquero central al que se culpó de la crisis de 2008, un político de su país resumió el dilema de manera contundente, aplicable hoy a AMLO: “si te atribuyen el sol, no puedes quejarte cuando te culpen por la lluvia.”

www.cidac.org
@lrubiof
a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org

https://www.reforma.com/aplicacioneslibre/preacceso/articulo/default.aspx?id=159976&opinion=1&urlredirect=https://www.reforma.com/ya-son-gobierno-2019-07-07/op159976?pc=102&flow_type=paywall

07 Jul. 2019

Preferencias y posibilidades

Luis Rubio

En su autobiografía, la antropóloga afroamericana, Zora Neale Hurston, escribe que “ya no tiene sentido, con pocas excepciones, preguntarle a la gente qué piensa pues, en lugar de ello, lo que va a escuchar de regreso es lo que desean.” Así estamos hoy en día en México: avanzando preferencias y deseos en lugar de construir oportunidades y posibilidades.

El asunto no es de preferencias, sino de las políticas que podrían llevar a lograr tasas mucho más elevadas de crecimiento y desarrollo con equidad. La concentración de poder no es buena ni mala en sí misma porque igual puede llevar a la creación de condiciones propicias para un desarrollo más equilibrado que a una nueva hecatombe política o económica.

Para comenzar, el crecimiento depende de la inversión y ésta no está creciendo. El problema no comenzó ahora, sino desde 2016 cuando, en su campaña, el hoy presidente Trump amenazó la permanencia del TLC norteamericano. Esa amenaza era -y sigue siendo- mucho más grave de lo que generalmente se aprecia, porque el factor medular de la inversión privada en el país a lo largo de las últimas tres décadas ha sido ese tratado, al crear un marco de certidumbre política, legal y regulatoria para la inversión.

Un gobierno puede ser duro o suave en su forma de conducirse, pero no puede obligar a la población a ahorrar, consumir o invertir. Esas acciones ocurren cuando una persona lo decide voluntariamente en el contexto económico y político en que se encuentra. El  contexto determina la propensión del ciudadano -en su calidad de ahorrador, empresario, inversionista o consumidor- a contribuir al desarrollo y eso depende enteramente de los factores que afiancen su confianza en el futuro. Esto es exactamente igual para una familia considerando la adquisición de un refrigerador, para un trabajador que contempla la compra de una bicicleta para ir más rápido a su trabajo o para un megaproyecto industrial. La razón por la que el TLC fue tan importante no radica en su contenido técnico, sino en la certidumbre política que entrañaba.

Un segundo componente de la inversión es el gasto público. Parte de la razón por la que la economía mexicana crece tan poco, especialmente en el sur del país, es la falta de inversión pública, sobre todo en infraestructura. Una empresa no se puede instalar donde no hay carreteras, vías férreas, puertos y servicios confiables (como electricidad, agua y drenaje y, obviamente, seguridad) en condiciones adecuadas. Además de los obstáculos políticos y sindicales que plagan al sur del país, se encuentra una infraestructura sumamente vieja, inadecuada e insuficiente. Sucesivos gobiernos han optado por gasto público corriente, recortando el gasto de inversión, con lo que han condenado al país a bajas tasas de crecimiento. El gobierno actual sigue la misma estrategia: aunque está cambiando los rubros de gasto (reduce los salarios y programas para construir clientelas), la ausencia de inversión pública es la misma. El resultado no será distinto y podría ser peor.

La inversión privada podría substituir a la pública en muchas instancias, pero aún esas posibilidades han sido truncadas, como ilustra el caso del aeropuerto de la ciudad de México. Esa obra prometía ser un polo de atracción de otras inversiones y servicios, creando nuevas fuentes de crecimiento y empleo. Lo relevante es que su cancelación, además del mensaje que envía, va a ser costosa por lo que hay que pagar a cambio de nada, a la vez que constituye un exorbitante costo de oportunidad: es equivalente a toda la infraestructura que no se construye en el sur del país.  Todavía peor sería dispendiar billones de dólares en una refinería que no se requiere, que no crea riqueza o empleos y que no contribuye a atraer inversión privada: es una pifia de incalculables consecuencias. Es, sobre todo, un pésimo uso de recursos escasos y, como dicen los economistas, sin efecto multiplicador.

Al inicio de los ochenta, el país entró en una crisis de deuda que sometió a la economía, y a la sociedad, a más de una década de inestabilidad, inflación e incertidumbre. La deuda abrumaba cualquier proyecto u oportunidad porque impedía cualquier acción o inversión. Todo estaba paralizado y cualquier circunstancia empeoraba el panorama, como ocurrió con el sismo de 1985. Al final, la salida se encontró en la construcción de instituciones que se convirtieron en fuentes de confianza y estabilidad, como los organismos autónomos -de competencia, el IFE, los de energía y telecomunicaciones- hasta llegar al TLC. Cada uno de estos elementos -unos mejor estructurados, otros más costosos, pero todos orientados en la misma dirección- acabaron construyendo estabilidad política y dándole viabilidad a la inversión y, con ello, crecimiento a algunas regiones del país.

Las carencias son evidentes, pero no se puede avanzar ignorando los factores que hacen, o harían, posible el crecimiento. Es evidente que se requieren muchos ajustes y correcciones, para lo cual el gobierno actual cuenta con una legitimidad que, todo indica, va a desperdiciar, una vez más. Peor, destruir los factores que han favorecido la estabilidad y la inversión es autodestructivo y, a final de cuentas, suicida.

www.cidac.org
@lrubiof
a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org

 

https://www.reforma.com/preferencias-y-posibilidades-2019-06-30/op159527?pc=102

https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1592036.preferencias-y-posibilidades.html  

Luis Rubio

30 Jun. 2019