México vs. España et al.

Luis Rubio

México llevó a cabo innumerables reformas -tanto económicas como políticas- a lo largo de las últimas cuatro décadas y, sin embargo, los resultados fueron insuficientes o, al menos, muy desiguales. Algunos sectores y regiones del país crecieron y se beneficiaron, otros se estancaron y no han podido salir de su letargo. Pero incluso en donde los avances han sido notables, otros factores, como la inseguridad y el desempeño educativo, impidieron mejores resultados. En esto México contrasta notablemente con otras naciones que emprendieron una ruta reformadora en las mismas décadas pero que, con todos sus avatares, lograron mayores beneficios. La pregunta es por qué.

Cada país tiene sus características, historia, cultura y condiciones particulares. Algunos viven en un contexto geopolítico que les impone urgencia y reduce latitud en lo que pueden hacer, como podría pensarse de Taiwán, nación sobre la cual pende una enorme presión por parte del dragón asiático y le lleva a subordinar intereses pequeños sobre su viabilidad más fundamental. Otras naciones experimentaron rompimientos bruscos con su pasado debido, por ejemplo, al fin de una dictadura, como fue el caso de España, Chile y Corea, lo que, por un lado, abrió la oportunidad de transformarse, a la vez que generó una gran presión social para lograrlo. En Colombia, la recuperación de la nación como entidad viable luego de la era de las mafias del narco -proceso que llevó décadas- obligó a la transformación general de su país.

El común denominador de todas esas naciones es que rompieron con el pasado. Algunas lo hicieron por la existencia de un gran liderazgo, otras porque las circunstancias así lo provocaron o porque la sociedad no permitió que se dieran desviaciones y tuvo la fortaleza para lograrlo. Algunas encontraron anclas que les obligaron a seguir un camino, como fue el caso de España y Portugal frente al imán que representaba la entonces Comunidad Europea. Todas, sin embargo, han procurado una transformación integral, todo ello dentro de las naturales y lógicas restricciones que toda nación enfrenta y que recuerda la famosa frase de Otto Von Bismark de que las leyes y las salchichas siguen un proceso similar de manufactura y lo que sale no es lo más perfecto, sino lo posible.

México ha sido un gran reformador en unos ámbitos y muy pobre en otros. La razón es doble y explica parte de la razón por la cual el electorado actuó como lo hizo en 2018. Para comenzar, el país no ha experimentado un cambio de régimen desde que inició el gobierno postrevolucionario en la década de los veinte del siglo pasado. Aunque por supuesto ha habido toda clase de cambios y alteraciones en la forma de gobernar -y sobre todo elegir- a los gobernantes, la esencia del régimen sigue siendo la misma. Los dos gobiernos panistas no llevaron a cabo modificaciones sustantivas a esa estructura y el gobierno actual va corriendo a la revitalización del viejo sistema centralista y unipersonal.

En ese contexto, es claro que las reformas que México emprendió -muchas de ellas sumamente ambiciosas y trascendentes- ocurrieron en un contexto muy distinto al de las naciones que mencioné en los párrafos anteriores y otras similares. En México las reformas fueron promovidas por el propio régimen y su vector principal era el de transformar la actividad económica para recuperar elevadas tasas de crecimiento y los beneficios que de ello se derivaran. Pero el objetivo del régimen no era, no podía ser, su desmantelamiento, como sí ocurrió en países en que hubo una ruptura real y definitiva, esencialmente por el fin de una dictadura.

Adolfo Suárez, y luego Felipe González, rompieron con el régimen franquista y se abocaron a construir uno nuevo, democrático y representativo, con una economía moderna. Su objetivo era una reforma integral tanto económica como política y, aunque en el transcurso del tiempo experimentaron crisis y retrocesos de diversa índole, su brújula era clara y persistieron en el camino, como ocurrió en las otras naciones reformadoras.

En México, el objetivo era reactivar la economía, pero siempre sin afectar los intereses nodales cercanos al régimen. Esto produjo situaciones peculiares que distinguieron al proceso respecto a otras latitudes: por ejemplo, las privatizaciones se concibieron como medio para generarle ingresos al gobierno, no como un vehículo para provocar crecimientos súbitos de productividad a la economía. De la misma forma, se liberalizaron algunos sectores -sobre todo la industria- pero se preservó la protección para los servicios (bancos, seguros, comunicaciones), provocando ardua competencia para los industriales mexicanos, sin servicios competitivos que los asistieran. En algunos casos, notablemente en el sur del país, el gobierno no sólo toleró (y más ahora), sino que ha protegido a sindicatos perniciosos como la CNTE, cerrándole la puerta tanto al desarrollo de los educandos que requieren otro tipo de educación para salir avante en este mundo hiper competitivo, a la vez que acendró impedimentos para la instalación de nuevas inversiones, altamente productivas, en la región.

A nadie debería sorprender el atraso que persiste, la desigualdad regional o el resultado electoral.

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Luis Rubio

20 Oct. 2019

Paso a paso…

Luis Rubio

La excusa es la corrupción; la realidad es el control total. Paso a paso, el presidente consolida su posición, doblega al Congreso y, ahora, a la Suprema Corte de Justicia, a la vez que amedrenta a los distintos sectores relevantes de la sociedad. El mensaje es claro: aquí yo mando.

La estrategia es transparente y avanza a marcha forzada. No hay semana en que no haya un nuevo elemento en la construcción del proyecto, ni iniciativa que no avance de manera implacable, al menos en la Cámara de Diputados. Algunos elementos del andamiaje podrían parecer excesivos o innecesarios, pero el mandato es claro: TODO. Sin excepción.

El camino establecido hasta este momento sugiere que hay dos componentes centrales del proyecto de control: primero, neutralizar cualquier fuente de contrapeso, sea eliminándola, saturándola de empleados del presidente o matándola por inanición. Y, segundo, manteniendo y nutriendo el apoyo popular a través de la exhibición constante de casos de (supuesta) corrupción, encarcelados cada vez más prominentes y todo el circo que las mañaneras posibilitan. La cuidadosa selección de candidatos a la picota sirve a los dos objetivos: doblega a las instituciones y aterroriza a vastos sectores de políticos, empresarios y líderes sindicales.

No es una estrategia nueva. Exactamente lo mismo se hizo a finales de los ochenta, pero con el objetivo opuesto: Carlos Salinas encarceló a líderes políticos, sindicales y empresariales para consolidar su poder y hacer posible el lanzamiento de una serie de reformas con las que se proponía transformar al país y encarrilarlo hacia el siglo XXI. AMLO sigue la misma receta pero para echar hacia atrás las reformas, someter a vastos sectores de la sociedad (en sus palabras “subordinar las decisiones económicas a las políticas”) y retornar a una era en que, en su imaginación, el país vivía bien, tranquilo, con crecimiento y con estabilidad.

El problema es que el mundo y México han cambiado tanto en estas décadas que es imposible recrear aquel sueño que anima al gobierno en la actualidad. Peor, como en los ochenta, la detención de una serie de personas simbólicas no resuelve el problema de la corrupción porque no ataca sus causas. Esto se complica todavía más cuando algunos corruptos acaban siendo “buenos” porque el presidente los purificó, mientras que otros serán siempre “malos” porque no son cercanos al presidente o porque, por su actividad previa, son vistos por el presidente como enemigos.

Los circos llegan por una temporada y luego se van porque la gente se asombra al principio, pero luego se harta. Lo mismo ocurre con los circos políticos: tarde o temprano se agotan porque no contribuyen a que mejore la vida diaria.

La gran falacia del proyecto de control que diligentemente construye el presidente es que no conduce más que a la parálisis de la vida política y económica. Sin crecimiento económico es imposible disminuir la pobreza o reducir la desigualdad regional, y sin atacar las causas de la corrupción, ésta cambia de forma o de lugar pero nunca desaparece lo que, inexorablemente, dañará la credibilidad del gobierno que se comprometió a combatirla.

El caso de la revocación de mandato que se aprobó en comisiones esta semana es elocuente: con este instrumento cambiará la dinámica de la política mexicana porque llevará a que el presidente y los gobernadores estén permanentemente en campaña: en lugar de darles espacio para desarrollar sus programas sin la presión de una elección, estarán siempre en el circo cotidiano, minando el desarrollo de largo plazo del país. Es obvio porqué quiere el presidente esta pieza de legislación, pues quiere estar en la boleta en 2021 o seguir adelante. Lo que no es tan obvio es que, en ausencia de una mejoría económica sustancial, las cosas para entonces sean vistas favorablemente por la ciudadanía como para que lo premie con un voto. Como dice el dicho, uno debe ser cauteloso con lo que desea porque puede salirle el tiro por la culata.

La gran diferencia entre los ochenta y esta era radica en que los gobiernos de todo el mundo efectivamente perdieron capacidad de controlar las decisiones económicas de las que depende el crecimiento. Esto no es bueno ni malo, sino la simple realidad del siglo XXI y la razón por la cual todos los países del mundo compiten por atraer la inversión. Todos los proyectos que han dejado de venir a México por la falta de certidumbre que emana del gobierno se dirigen a otras partes, a países que en lugar de negar la evolución del orbe, compiten por aprovecharla para que sus poblaciones prosperen. La pregunta es si el gobierno tendrá la disposición de aceptar esta circunstancia.

Los nuevos personeros privados del gobierno podrán pensar que atemperan el ánimo del presidente o moderan su agenda, pero la realidad es que no hacen más que representarlo y convertirse en parte integral de la estrategia y, por lo tanto, de lo que venga en la economía. Hay salidas, pero éstas requieren certidumbre para los inversionistas, lo que es incompatible con la centralización a ultranza del poder. Así de simple.

A pesar de ello, el mensaje es claro y se repite cada mañana y sólo quien se auto engaña puede ignorarlo: las reglas del juego ya cambiaron y se medirán por sus resultados.

 

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13 Oct. 2019

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Las tensiones

Luis Rubio

Según cuenta Heródoto, Jerjes el Grande, rey persa, concibió la invasión de Grecia como un comandante que creía que podía hacer lo que quisiera simplemente porque era, pues, el rey. Ignoró a los asesores que le advertían de los peligros que se avecinaban y despidió a quien se oponía a sus planes. Seguro de su visión, procedió a toda marcha, sólo para ser derrotado no por una fuerza superior, sino por la simple realidad.

El presidente López Obrador tiene certeza de su proyecto, pero comienza a enfrentar las contradicciones tanto de su propia visión como las que emanan de la compleja, contradictoria y enardecida coalición que armó para ganar la presidencia.

Las contradicciones se pueden apreciar en la forma en que han evolucionado las famosas mañaneras y en lo que no han cambiado mucho. Las decisiones que emanan del gobierno o, debiera decir, de alguna parte del gobierno, chocan con los votos que surgen del poder legislativo y los pleitos entre las facciones dentro de Morena son con frecuencia mucho más profundos y pronunciados que los que caracterizan a otros segmentos de la sociedad. El conjunto explica lo que avanza y lo que retrocede en nuestra realidad cotidiana.

En sus mañaneras, el presidente ha procurado eliminar algunos calificativos -como conservadores y fifis- de su retórica diaria, al menos en lo que concierne al empresariado. Por otro lado, su gobierno ofreció una disculpa a miembros de la guerrilla que azotó al país en los setenta, ignorando a quienes fueron secuestrados y asesinados por los mismos guerrilleros; el mismo día, el presidente embistió contra los promotores de los amparos relativos al aeropuerto de Santa Lucía, tratándolos como traidores a la patria, a pesar de que su único crimen ha sido emplear instrumentos legales absolutamente legítimos para disputar una decisión administrativa. Cuando el cambio de lenguaje o las descalificaciones se limitan a un grupo de la sociedad, excluyendo a otros, uno no puede más que suponer que la nueva tónica es meramente táctica.

Las tensiones y contradicciones nacieron con el gobierno: antes de la elección, el presidente ofreció repensar su oposición al nuevo aeropuerto de Texcoco, sólo para cancelarlo a la primera oportunidad. El plan nacional de desarrollo ilustró, mejor que ninguna otra cosa, los absurdos de una administración donde ni siquiera se pueden poner de acuerdo en el contenido de un documento que, para todo fin práctico, es mera retórica. Pero, más allá del discurso, las decisiones que emanan del congreso hablan recio y pintan un panorama que trasciende la alocución: lo que el ejecutivo y el congreso están construyendo es el andamiaje de un sistema de control autoritario con el que ni siquiera los más denostados presidentes del viejo sistema pudieron haber soñado.

¿Cómo, en este contexto, pretender atraer la inversión que el propio presidente ha declarado en múltiples ocasiones ser clave para el alcance de su proyecto? En los últimos meses, AMLO se ha salido de su camino para acercar a los empresarios grandes más emblemáticos del país: los invitó a Informe, ha asistido a comidas o cenas en sus casas y ha hecho gala de que los puede hacer levantarse antes de que amanezca para estar presentes en su mañanera. Muchos han interpretado esto como pragmatismo, pero también es posible que se trate del mismo mensaje que quiso mandar el día -y en la manera- en que anunció el fin del aeropuerto de Texcoco: con un libro intitulado ¿Quién manda aquí? ¿Será pragmatismo o el consumado ejercicio del poder?

Las tensiones dentro del contingente morenista no son pequeñas ni irrelevantes. Ahí hay de todo, tanto en el sentido ideológico como político: perredistas y priistas, panistas y empresarios, guerrilleros y activistas, invasores de predios y sindicalistas, gente experimentada en el arte de gobernar y otros dedicados a cambiar por la vía revolucionaria. Quizá el mayor punto de ruptura radica en la línea que separa a quienes, por su experiencia previa, entienden que hay límites a lo que es posible hacer y quienes quieren proseguir en sus agendas a cualquier precio.

Por sobre todo, uno de los comunes denominadores es un profundo resentimiento con todo: con el pasado, con los empresarios, con los americanos, con las libertades que caracterizan al país en la actualidad, con las instituciones, con quienes piensan de otra manera (también aplicable al interior de Morena), con la corrupción de otros, con cualquier cosa que huela a independencia o autonomía, con la libertad de prensa y con cualquier tipo de oposición, sea ésta partidista, judicial o activista. El hilo conductor es profundamente autoritario y vengativo.

Hace unas semanas estuvieron en México muchos de los premios Nobel de la paz. Dos de ellos destacan por la forma en que contrastan con el gobierno de AMLO: Frederik de Klerk fue el presidente de Sudáfrica que desmanteló al régimen de Apartheid que lo parió porque entendió que el mundo había cambiado. Lo mismo caracterizó a Juan Manuel Santos, expresidente de Colombia, quien hizo la paz con las FARC. Ambos abrieron, conciliaron y promovieron una reconciliación general para construir un mejor futuro. Lo opuesto a venganza, autoritarismo y resentimiento. Mucho que aprenderles.

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Luis Rubio

06 Oct. 2019

¿Así quieren el desarrollo?

 Luis Rubio

Las monedas tienen dos lados y, en este momento, la del gobierno no cuadra. Por un lado, el presupuesto supone una tasa de crecimiento sensiblemente más elevada a la que se experimentó en el año que está por terminar. Para lograr este hito, el propio gobierno reconoce que sólo se puede logar una tasa más elevada de crecimiento  con inversión privada. Pero, por el otro lado, el poder legislativo se la vive aprobando leyes que no solo desincentivan la inversión, sino que la aniquilan. La pregunta es si los dos lados del gobierno se comunican y entienden las implicaciones de su desencuentro.

El planteamiento inherente al presupuesto es por demás sensato: se puede elevar la recaudación y con eso lograr las metas de gasto que propone el gobierno siempre y cuando se eleve la plataforma de producción petrolera y crezca la economía cerca del 2%. Muchos han criticado de ilusas estas dos premisas pero, desde el punto de vista de Hacienda, son alcanzables siempre y cuando existan condiciones propicias: a final de cuentas, esos números se han logrado en años anteriores y no hay razón estructural para pensar que no pudiera repetirse.

Sin embargo, el actuar legislativo ha venido construyendo un andamiaje que atenta directamente contra la posibilidad de que crezca la inversión: se han aprobado tres  leyes que no sólo atentan contra la inversión, sino que ponen en la defensiva a toda la población que paga impuestos. La extinción de dominio entraña definiciones tan laxas y amplias que puede ser aplicada a virtualmente cualquier persona. El cambio en el Artículo 19 constitucional le da poderes tan vastos a la autoridad, que no hay límite en lo que pueda llegar a hacer, independientemente de si sus motivaciones son legítimas o políticas. Finalmente, la legislación en materia fiscal pone contra la pared literalmente a cualquier ciudadano, no sólo a empresarios que adquieran facturas falsas. Por supuesto que el negocio de las llamadas factureras tiene que ser erradicado, pero la ley que se aprobó pone en el umbral de la cárcel a cualquier causante fiscal.

Poco a poco, se ha construido el andamiaje de un instrumental formidable que, en manos de una autoridad vengativa o con agenda, puede afectar al conjunto de la población. En su más mínima expresión, permite intimidar a cualquier persona, de cualquier actividad. Hay dos posibles explicaciones para esto: una, que hay un plan maquiavélico detrás de estas iniciativas, orientado a controlar a toda la ciudadanía. La otra, que cada iniciativa responde a demandas de distintos grupos dentro de Morena, motivados más por un ánimo revanchista, probablemente contra los empresarios grandes. Yo tiendo a pensar que lo segundo es más probable, pero el asunto es irrelevante: lo que se ha construido es un instrumental letal para personas, empresarios y, en general, para la inversión. Lo mismo podría ocurrir con el ahorro de aprobarse la iniciativa que fue publicada en materia de las afores y lo único que podría impedirlo es la clarividencia con que la oposición en el Senado se ha comportado.

 

La pregunta es si se trata de un gobierno unificado que se propone modificar la forma de funcionar del país para lograr una mejor distribución del ingreso y erradicar la corrupción y la impunidad o si lo que estamos observando representa visiones encontradas, parcial o totalmente, que, al acumularse, producen un estado autoritario en ciernes. De ser lo primero, el objetivo es incumplible porque lo único que se logrará será paralizar a la economía y, por ende, al país. Si es lo segundo, los buenos propósitos presentados en la propuesta de presupuesto quedan anulados por quienes prefieren la intimidación y la amenaza que la certeza y la viabilidad de largo plazo del país.

Quienes propugnan por la consolidación de un gobierno autoritario con todos los medios e instrumentos para intimidar y controlar a toda la población, desde el empresario más encumbrado hasta el más modesto campesino, evidentemente parten de la premisa que el gobierno puede imponer su voluntad y que la población, toda, carece de alternativas.

La realidad es muy distinta, como lo prueban dos ejemplos: por un lado, llevamos décadas de observar como los mexicanos más modestos migran para encontrar las oportunidades de empleo y desarrollo que los políticos y burócratas desde siempre les han negado. Los migrantes votan con sus pies y, en el camino, se lea esto así o no, de facto los censuran y reprueban.

Por su parte, las empresas –medianas y grandes- han hecho suyo el mundo, como un proceso natural de evolución, idéntico al que caracteriza al resto del planeta. De la misma forma en que Audi o Toyota se instalan en México, empresas mexicanas crecen y se expanden en Alemania y Japón. De haber habido un mercado interno mucho más grande, su expansión hacia el exterior seguramente habría sido menor. El hecho de que la economía haya crecido tan poco en promedio es otra evidencia del pobre desempeño gubernamental a lo largo de varias décadas.

El problema para el gobierno es que parece creer que mayor control va a producir un resultado mejor. La evidencia es exactamente la opuesta: sin confianza ni los campesinos ahorran o invierten.

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29 Sep. 2019

‘Debe replantearse el rumbo del País’

entrevista por Guadalupe Irízar
Periodico Reforma
Cd. de México (22 septiembre 2019).- 

Luis Rubio, analista, especialista en ciencia política, administración pública y economía, es un hombre crítico que rechaza las etiquetas, los dogmas y que se dice abierto a conocer y confrontar ideas, datos, posturas, interpretaciones.

El presidente de México Evalúa-CIDAC (Centro de Investigación para el Desarrollo AC) y el Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales está convencido de que para tratar de incidir en políticas públicas son indispensables las propuestas sin descalificaciones innecesarias.

Rubio dice vivir y disfrutar un momento único para el análisis y las propuestas.

«Como analista es un momento fascinante, difícilmente hay mejores momentos que los de discontinuidad, que los momentos de crisis que exigen que uno ejerza su función o su trabajo de la manera más cuidadosa», afirma.

Se ufana de una característica de su análisis crítico de la situación del País: «No me gusta meterme con personas».

En entrevista, a propósito del reconocimiento que por su trayectoria recibió ayer en la Feria Internacional del Libro Judío (FILJU) en la Ciudad de México, el articulista de REFORMA recuerda su interlocución de antaño con Andrés Manuel López Obrador, cuando fue presidente del PRD y Jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal.

Dice conocer al tabasqueño y asegura que sabe escuchar; también reconoce que coincide con el diagnóstico de los problemas del País que López Obrador ha presentado, aunque no con sus propuestas de solución.

El Presidente, sostiene, debería analizar opciones de solución a los problemas.

«Yo no creo que haya una solución única a los problemas», señala.

Rubio asegura que el País se enfrenta a una paradoja en cuanto a libertad de expresión: nunca ha habido una época con más libertad porque el Gobierno controla menos cosas, pero al mismo tiempo hay otros factores condicionantes -financieros, narcotráfico-, y una tensión internacional sobre los medios tradicionales, que pueden restringirla.

Para Rubio, hacen falta reglas claras para todos: para los ciudadanos, para las organizaciones y para las empresas, como parte de un entorno que pueda favorecer el crecimiento particularmente de la economía.

– En su papel de analista, ¿cómo ve la situación del País, que es el universo sobre el cual usted trabaja?

«Bueno, como analista es un momento fascinante, difícilmente hay mejores momentos que los momentos de discontinuidad, de crisis, de circunstancias que van cambiando, porque ese es el momento en que las circunstancias exigen que uno ejerza su función o su trabajo de la manera más cuidadosa, más consciente, más analítica, y es el momento en el que los lectores tienen mas interés en saber y en ver interpretaciones y entender mejor lo que está ocurriendo».

– Usted ha dicho «no acepto etiquetas ni de derecha ni de izquierda», sin embargo estamos ante una nueva clasificación por parte del Presidente entre «conservadores» y «liberales o neoliberales» ¿cómo ve usted esta clasificación?

«El Presidente lo utiliza como un instrumento para avanzar su proyecto político y para ganar adeptos y para mantener a su base política, pero eso no debe distraernos de lo que realmente es importante.

«Desde luego todos tenemos una perspectiva de nuestras preferencias, y pretender neutralidad es un absurdo, es una cosa que no existe en el mundo del análisis porque todos tenemos nuestras preferencias, pero a mí me parece que primero que nada el Presidente sí ha tocado con toda claridad los temas más importantes que el País enfrenta, que son corrupción, pobreza, falta de crecimiento, desigualdad. Yo creo que son temas verdaderamente reales, profundos que el País requiere. Donde no tengo ninguna coincidencia es en la manera en que él propone resolverlos, pero de que la agenda que está planteando es la agenda correcta, yo creo que no hay ninguna duda.

«Yo no creo que haya una solución única a los problemas y por lo tanto la mayor parte de nosotros vamos a encontrar que uno tiene que ser un iconoclasta en las propuestas que uno hace. Para unos eso es herejía, para otros eso es la manera natural de resolver los problemas, pero hay cosas por las que algunos me asociarían con la derecha, otros con la izquierda y muchos simplemente dicen en dónde está para este cuate porque no es fácil de asir en este sentido.

«Simplemente soy un liberal en el sentido más tradicional, donde creo que debe haber un Gobierno que funcione, que establezca reglas, que haga cumplir las reglas. Creo que debe haber una relación entre el ciudadano y el Gobierno bien establecida, que le dé oportunidades a la sociedad, llámese trabajadores, empresarios, periodistas y demás a que funcionen de una manera absolutamente libre, y debe haber al mismo tiempo solución a los problemas básicos de infraestructura, de pobreza, de educación y demás.

«Esto quiere decir que debemos tener una economía bien manejada, con equilibrio, con ortodoxia, pero tenemos que ser muy liberales en respetar a que cada ciudadano tenga derecho a pensar como le dé la gana y tenga derecho a hacer su vida como mejor le parezca».

– Ha habido críticas del actual Presidente a los especialistas, ¿usted cómo se ha sentido?

«Bueno, no me gusta que ataque a ningún periódico, no me gusta que ataque a ningún periodista, no me gusta que ataquen al periódico que me ha dado y me ha hecho su casa, no me parece que sea una estrategia de ganador a largo plazo; en el corto plazo es obvio el beneficio que obtiene el Presidente. Por otra parte yo creo que hay una razón por la que a mí no me han atacado y es porque no estoy… porque primero no me meto con personas y ésa es una diferencia».

– Es un principio…

«No es un principio, pero es que yo lo que estoy tratando de ver son políticas públicas, ideas, principios. Y eso a mucha gente no le gusta, pero tampoco me convierte en enemigo personal y eso lo hace también distinto, pero no es que yo haya decidido no hacerlo, es que estoy pensando de otra manera en cómo resolver los problemas del País».

– Ha sido una constante en su manera de abordar los problemas.

«Sí, el otro día me acusaron de ‘peñista’, cuando otro en una cena dijo: ‘si se pasó seis años criticándolo todos los domingos, cómo es posible que lo ataquen de eso’. Yo creo que es difícil en el Gobierno definirme en dónde estoy en eso. Conocí bien al hoy Presidente cuando era Jefe del Gobierno del Distrito Federal y creo conocer bastante bien sus motivaciones y lo discutíamos en aquellas épocas. Y las diferencias en cómo resolverlo eran absolutas. Pero los problemas no eran tan grandes».

– ¿Tenía interlocución con él cuando era Jefe de Gobierno?

«Todo el tiempo, mucho. Lo conocí porque lo invité a la presentación de un libro cuando era presidente del PRD en el 97 o 98 y en la misma mesa estaban Diego Fernández de Cevallos y Esteban Moctezuma, porque era un libro de cómo resolvió Chile sus problemas.

«Entonces hicimos un libro sobre eso y los invité a ellos para que lo presentaran. Era un libro que tenía un capítulo escrito por uno de los autores de las reformas chilenas y había comentarios de todos los países de América Latina incluido uno mío, sobre México. Y ahí lo conocí y de ahí nos empezamos a reunir y es una persona con la que se puede hablar, se puede hablar todo, no hay ninguna limitación en lo que puede discutir, aunque es claro, muy definido en sus ideas y tiene una visión de lo que debe ser y no se sale de ella».

– ¿Conserva esa interlocución ahora?

«No. Desde que invadió Paseo de la Reforma, después de la elección de 2006, no lo he visto. Desde entonces no hemos tenido contacto».

– ¿Y no sería bueno en esta coyuntura?

«Sí, en fin, algún día será. No sé».

– ¿Le gustaría tener una interlocución con él?

«Sí. Yo hablo con todos los que puedo porque me gusta entender qué están pensando. Las propuestas de políticas públicas, que es lo que hacemos como institución aquí, no se pueden resolver si no entiende uno las restricciones políticas y los intereses que están de por medio: intereses en todo el sentido, desde las visiones de los partidos, o de los líderes políticos, o de los sindicatos, o de los empresarios, y las restricciones económicas, las físicas. Todas esas cosas son importantes. Yo hablo con líderes sindicales, empresariales, políticos… hablo con todo el mundo, trato de entender mejor qué esta pasando para hacer propuestas más inteligentes o más viables para su implementación.

«En esa época tuve una interlocución permanente y muy activa y muy profunda. Creo conocerlo bastante bien, pero en fin, simplemente los caminos fueron otros».

– Pero está el camino enfrente, también puede ser otro momento de esa relación…

«En otra cachucha, que tengo del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales lo hemos invitado varias veces y nunca nos ha dicho que no, pero tampoco ha dicho que sí. Algún día será».

– Usted ha dicho que no acepta dogmas y que su postura puede ir cambiando conforme se hace de un acervo de datos. Es una apertura que no la tiene cualquier analista.

«Bueno, es que no hay una sola solución. Para un economista, por ejemplo, el IVA generalizado es una solución al problemas fiscal muy limpia, muy fácil de entender, pero en la vida real hemos encontrado con que los políticos simplemente no están dispuestos a hacerlo. Entonces técnicamente quizá es la mejor solución, si no funciona hay que buscar otra.

«Hay dos maneras de ver el mundo yo creo. Una es quién es el culpable y otra es cómo lo resuelvo. Y yo trato de ver cómo lo resuelvo, pero es una actitud frente a la vida, hay mucha gente que se dedica permanentemente a ver quién hizo esto o quién es el culpable y yo trato permanentemente de ver cómo resuelvo el problema y lo digo como analista, pero también como institución porque mis papeles no son inseparables».

– Como analista, ¿qué espera de este gobierno?

«Yo creo que la gran paradoja de este momento es que no hemos tenido en los últimos 40 años desde que empezó la necesidad de reformar al País, no fue, en contra de lo que dice el Presidente, no fue el deseo de los tecnócratas sino fue una respuesta a la crisis de los 70´s y 80´s. Nunca hemos tenido un Presidente con el poder y la legitimidad para llevar a cabo los cambios y las transformaciones que el País requiere. En ese sentido, el Presidente López Obrador goza de una oportunidad que no ha habido antes. Entonces si él decidiera utilizar eso para crear condiciones para que el País se transforme no hay nadie mejor posicionado ni con mejores condiciones para poder hacerlo que él. Y esa es la gran paradoja, porque tendría él que traicionarse a sí mismo, cambiar su visión, pero podría llevarlo a cabo para beneficio de los mexicanos más pobres, que sufren más, que tienen peores condiciones de vida, peor infraestructura, mayor distancia a los centros de decisión o de estudio o de lo que fuera o de producción, digamos todo el sur del País requiere atacar intereses creados muy profundos, muy arraigados porque sin eso no va a salir nunca. Y el Presidente ha ido en sentido contrario, es decir uno de los grandes cacicazgos del país es la CNTE y sin embargo el Presidente en vez de ir minándolos y disminuyéndolos, los está fortaleciendo, pero ése es el tipo de cosa que él podría hacer y que nadie más podría hacer».

– Usted lo ve como paradoja, él habla de una Cuarta transformación también.

«Sí, pero es una Cuarta Transformación hacia atrás. El proyecto es recrear un México de los años 60 y el México de los años 60 se acabó porque no funcionaba, no porque haya querido minarlo o destruirlo. Era un momento relativamente atractivo porque la economía crecía, la clase media crecía, porque había paz, había seguridad. Pero fue un momento excepcional que respondía a características únicas de México y el mundo, y cuando el mundo cambió y la población de México creció, pues ya no era sostenible».

– Cree que debería de replantearse el rumbo…

«Yo no tengo ninguna duda que debe replantearse, tiene que pensar en el siglo XXI no en el siglo XX.

– Es difícil que lo entienda…

«No, de entenderlo, yo estoy seguro que lo entiende, pero él cree que las reformas son la causa de los problemas, no son parte de la solución de los problemas.

– ¿Qué concede a este Gobierno? ¿qué cree que está haciendo bien?

«Yo creo que lo que está haciendo bien el Presidente es centralizar algunas funciones del Gobierno que yo creo que deben de ser centralizada, pero creo que más allá de un proyecto de poder, de centralización, no tiene un proyecto de desarrollo y en consecuencia la economía no se va a levantar y si no se va a levantar la economía ni sus planes de gasto ni sus planes de crecimiento económico se pueden lograr. En parte porque además está generando un miedo muy profundo en la sociedad en general, pero de particular relevancia para la economía entre los inversionistas y eso es lo que hace imposible que la economía se recupere porque no hay dinero en el Gobierno suficiente -en ningún Gobierno del mundo, si hasta el cubano está permitiendo inversión privada-, no hay dinero suficiente si no hay reglas del juego claras y garantías para inversionistas».

– Le hace falta eso…

«Es lo fundamental para la economía».

– ¿Cómo ve el ambiente de la libertad de expresión?

«El primer punto es que nunca ha habido una época en la que hay mas libertad de expresión porque el Gobierno controla menos cosas. Dos, es que sí hay medios que han estado restringiendo la libertad al despedir o eliminar personas que eran críticas y mayor capacidad de análisis de las actividades del propio Gobierno. Y el tercero es que estamos viviendo un momento muy tenso en todo el mundo en los medios tradicionales. Simplemente porque el acceso a internet y los medios digitales han hecho menos rentable a la comunicación y han hecho mucho más fácil el acceso a la información, a través de otros medios que al menos en apariencia no le cuestan al usuario. La combinación de esas tres cosas por supuesto que tiene el potencial de restringir la libertad.

– Me sorprende un poco lo que dice de restricción, porque también afirma que nunca ha habido mucha gente en las calles con esta libertad.

«La libertad ha aumentado dramáticamente. Dicho eso, un periodista de Tamaulipas un día que dije algo parecido me dijo: ‘bueno, ya no es el gobierno el que restringe, ahora son los narcos’. Sí hay otros temas que quizá en la Ciudad de México no sean tan evidentes, pero en otros lugares sí lo son.

– ¿Es optimista con este momento del País?

«Como le decía, yo creo que si seguimos por donde vamos, vamos muy mal, pero la oportunidad de cambiar, por las circunstancias del propio Presidente es excepcional y es la mejor que yo he visto en todos los años que llevo haciendo esto».

Hora de publicación: 21:25 hrs

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Contrastes

Luis Rubio 

En 2018 se manifestaron dos Mexicos contrastantes, pero igualmente válidos y representativos: el de una población enojada y resentida que quiere cambiar su realidad, aunque no tenga un rumbo claro y el de otra que quiere tener acceso a una educación moderna, una exitosa inserción global y una capacidad real para elevar la productividad en un contexto de Estado de derecho y reglas del juego claras. La primera cohorte votó masivamente por AMLO y espera resultados prontos. La segunda vio mejorías a lo largo de las últimas décadas pero no está satisfecha. Votaron diferente, pero enfrentan –enfrentamos- los mismos desafíos.

Los resultados electorales a nivel regional del día de la elección de 2018 son por demás reveladores: la abstención fue relativamente elevada en las regiones en que las cosas han mejorado sustantivamente, en tanto que ésta fue muy baja en las zonas en que no ha habido crecimiento. Es decir, la gente no está satisfecha con el ritmo de avance, pero toda quiere progresar, toda quiere mejorar. La paradoja, demostrativa en sí misma, es que quienes se han beneficiado (como en Aguascalientes, Querétaro y, en general, en el norte y este del país) están insatisfechos por no mejorar con la suficiente rapidez, en tanto que quienes no se han beneficiado para nada demandan ser incluidos en los beneficios. Nadie quiere ir para atrás: lo que demandan todos es ir más rápido, pero con mejor distribución de los beneficios.

No son dos proyectos de país, son dos realidades contrastantes luego de décadas de reformas parciales, insuficientes y, en muchos casos sesgadas. Las reformas iniciadas en los ochenta fueron inevitables porque el modelo de desarrollo que había sido tan exitoso en la era de la postguerra dejó de funcionar y, al intentar extremarlo a lo largo de los setenta, provocó el colapso de las finanzas gubernamentales en 1982, lustros de crisis económicas y casi hiperinflación. No es cierto que el país estuviera en el nirvana al inicio de los ochenta: más bien, se trató de un espejismo producto de un instante de elevados precios de petróleo y de mucha disponibilidad de deuda externa, ambos, como hubiera dicho López Velarde, escriturados por el diablo.

El problema de las reformas no fue su imperiosa necesidad, sino el criterio que las guio: se hicieron reformas no para alterar el statu quo, sino para hacerlo viable. El objetivo era reactivar la economía luego de años de interminables crisis para que el viejo sistema político se mantuviera intacto. Bajo esta premisa, no es casualidad que muchos cacicazgos políticos, sindicales y empresariales preservaran sus privilegios, haciendo imposible el progreso de vastas regiones del país, sectores de la economía y partes de la sociedad. Tampoco es sorprendente que se mantuvieran elevados índices de pobreza y marginación o que la corrupción persistiera.

No hay que olvidar que las reformas fueron impulsadas por los tecnócratas y limitadas por los políticos, cuyo entre juego produjo inevitables contradicciones y contrastes. Lo irónico de los planteamientos de AMLO es que ha excluido a quienes serían sus mejores aliados en la satisfacción de las demandas de todos los mexicanos: igual aquellos que se sienten insatisfechos a pesar de que les ha ido relativamente bien y aquellos que están insatisfechos porque no han mejorado para nada. La gente sabe muy bien lo que quiere; lo que quizá no sepa es cual es la mejor forma de lograrlo. Quizá esto explique el enorme contraste entre la aprobación de que goza el presidente en su persona y el poco apoyo que reciben sus iniciativas. Puesto en términos coloquiales: ningún mexicano querría seguir viviendo de un trapiche cuando aspira a vivir como viven quienes aparecen en la televisión. La solución no es ir hacia atrás, sino apresurar el paso hacia adelante bajo la premisa de la inclusión y la movilidad social. Ahí es donde AMLO podría verdaderamente transformar a México.

Si el escenario es tan evidente, ¿por qué no hay manifestaciones masivas a favor de una mejor educación, reglas claras y confiables y fin a la extorsión y la impunidad? Sin duda, gran parte de la explicación reside en la realidad de los cacicazgos en el país: no importa el ámbito en el que cada mexicano se mueva, siempre hay un poder real que limita esa movilidad. Algunos son muy obvios, como las mafias del crimen organizado y las de la educación, como la CNTE, pero otros son más sutiles: las dádivas clientelares que le encantan al presidente tienen el efecto de apaciguar en lugar de resolver problemas; la manipulación que ejercen los medios electrónicos, cierra, en lugar de abrir, oportunidades a quienes viven más alejados de las posibilidades de desarrollo que ofrece, y exige, el mundo de hoy; y, no menos importante, el hartazgo producido por décadas de promesas y evidencia de corrupción. La gente no es tonta y si entiende, pero sus posibilidades de actuar son escasas en ausencia de condiciones propicias o presencia de liderazgos opresivos.

El resultado electoral de 2018 fue producto de reformas insuficientes que dejaron insatisfecha a la mayoría de la población. Es tiempo de asumir responsabilidades y construir un nuevo futuro. Ojalá el presidente estuviera dispuesto a encabezarlo.

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Luis Rubio
22 Sep. 2019

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La imposible legalidad

Luis Rubio

La ley lo dice, por lo tanto tiene que ser verdad. Cicerón hubiera dicho: Lex dixit, verita est. Bajo ese rasero, si la ley lo prohíbe, no existe: no hay secuestros, no hay robos, no hay homicidios, no hay violencia intrafamiliar, porque todo eso está prohibido por ley.

Al menos eso es lo que nos dicen nuestros legisladores de manera recurrente; los anuncios que emergen del congreso son siempre iguales: “nosotros ya legislamos, por lo tanto el problema ya desapareció.” Excepto que, todos lo sabemos, nada cambió, excepto lo que se publica en el Diario Oficial: miles de páginas de nueva legislación que no cambia nada en la realidad: siguen los secuestros y los robos y la corrupción. Lo único que falta es que a alguien se le ocurra decretar la felicidad. Con eso nuestros problemas serían historia.

Los políticos, máxime cuando son candidatos, se desviven en prometer que resolverán todos los problemas: unos porque ellos son la personificación del bien, otros porque traerán la legalidad a la vida cotidiana. Para quienes viven en el mundo terrenal, ese en el que los problemas no se resuelven por sí solos ni con más leyes y regulaciones inútiles, las promesas de legalidad son vagas, reiteradas y falsas.

La legalidad se ha convertido en un mito retórico: todos la prometen, pero nadie la define. Para nuestros “gobernantes” leguleyos, si está en la ley, es legal y, por lo tanto, vivimos en un Estado de derecho, lo que ha llevado a la práctica de modificar la ley para que lo que el gobierno quiera se pueda hacer. Lo que todos esos políticos no entienden -igual los de barriada que los que se sienten superiores- es que la esencia de la legalidad radica en que el gobernante no pueda cambiar la ley a su antojo. Es decir, la legalidad es imposible mientras alguien tenga, por sí mismo, el poder para modificarla.

El reino de la ley consiste en tres cosas muy simples: primero, que los ciudadanos tengan sus derechos (legales, políticos y de propiedad) perfectamente definidos; segundo, que todos los ciudadanos conozcan la ley de antemano; y, tercero, que los responsables de hacer cumplir la ley lo hagan de manera apegada a los derechos ciudadanos. Es decir, la legalidad implica que ambas partes -la ciudadanía y el gobierno- viven en un mundo de reglas claras, conocidas y predecibles que no pueden ser modificadas de manera voluntaria o caprichuda, sino siguiendo un procedimiento en el que prevalecen pesos y contrapesos efectivos cuya característica medular sea el respeto a los derechos de la ciudadanía.

Esta definición, aunque sea escueta, establece la esencia de la plataforma de reglas que norman el comportamiento de una sociedad. Cuando existe ese marco y éste se respeta y hace cumplir, existe el Estado de derecho. Cuando las reglas son desconocidas, cambiantes o ignorantes de los derechos ciudadanos, la legalidad es inexistente.

Es en este contexto que debe analizarse la problemática que encara el Estado de derecho en el país. La propensión natural de nuestros políticos y abogados (y, más recientemente, de la OECD) es a proponer más leyes en lugar de atender el problema de fondo. Ese problema de fondo es muy simple y en este radica el dilema: la legalidad en México no existe porque quienes ostentan el poder político tienen –de facto- la capacidad de ignorar la ley, violarla, modificarla a su antojo o aplicarla, o no, cuando quieran. Es decir, el problema de la legalidad en México reside en el enorme poder que concentra  el gobierno –y, crecientemente, una persona- y que le permite mantenerse distante e inmune respecto a la población.

Hay dos componentes del “Estado de chueco” que prevalece en el país, como lo llamó Gabriel Zaid: uno es la enorme, excesiva, latitud y discrecionalidad -que acaba siendo arbitraria- que le otorgan todas las leyes y regulaciones a nuestros funcionarios, desde el policía de crucero hasta el presidente de la República. Los funcionarios en México pueden decidir quién vive y quien muere (o quien tiene que pagar una mordida) porque la ley les otorga esa facultad. Esto no es algo que ocurrió por error: es la forma en que se nutre y preserva el sistema político, la forma en que se pagan los moches, la corrupción y la impunidad.

La única forma de construir un régimen de legalidad es quitándole el poder tan desmedido que tiene nuestra clase política y eso sólo puede ocurrir por voluntad propia –o por un liderazgo efectivo que reconoce que aquí reside una de las fuentes esenciales de la corrupción y la impunidad- o por una revolución. No hay otra posibilidad.

A riesgo de repetir un ejemplo que es imbatible, el gobierno de los 80-90 entendió que la ausencia de Estado de derecho hacía imposible atraer inversión privada, sin la cual el crecimiento económico es imposible. Así, la razón de ser del TLC norteamericano es precisamente esa: un espacio de legalidad en el que hay reglas claras y conocidas y una autoridad que las hace valer. Ese régimen se adoptó porque el gobierno de entonces estuvo dispuesto a aceptar reglas “duras” a cambio de la inversión.

Si queremos un régimen de legalidad, tendremos que hacer lo mismo para todo el país, para toda la población, para todos los ciudadanos. Esa es la revolución que le falta a México.

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15 Sep. 2019

La eterna rueda

 
Luis Rubio 

A la memoria de Rodolfo Tuirán

Cambió el gobierno y cambiaron las percepciones de la ciudadanía, pero lo que no ha cambiado es esa propensión tan mexicana a destruir todo lo existente para construir algo totalmente nuevo sin aprovechar ni lo bueno del pasado ni las lecciones de los errores que antes se cometieron. Cada presidente se siente señalado por un ser superior para construir sus propios errores y cometer sus propias pifias.

Por encima de todo, nuestro sistema lleva a que todo se conciba en términos políticos y no en función del desarrollo: lo importante es ganar el poder e ignorar las necesidades y demandas ciudadanas. Por eso se reinventa la rueda cada seis años, se prometen soluciones sin realizar un diagnóstico del problema a ser resuelto y se abandonan programas que sí funcionan porque los nuevos que llegan –cada seis años- quieren imponer sus prejuicios en lugar de construir sobre lo existente, por el mero prurito de cambiar.

El punto es obvio: no existe continuidad ni el menor interés por aprender las lecciones del pasado para mejorar el futuro. ¿Cómo, en este contexto, será posible progresar?

La incongruencia entre el discurso y los resultados es patente y todo mundo la ve. Llega un nuevo gobernante –a cualquier nivel- y lo primero que hace es correr a todos los que saben para traer a sus propios expertos. Por supuesto que los nuevos no saben nada, pero sí saben una cosa: que lo que existe, lo que se hizo en el pasado, está mal. Esta tradición tan mexicana ocurre cada seis años, sin distingo de personas o ideologías.

Llega el nuevo equipo lleno de bríos y certezas que sabe nada excepto que el equipo saliente es incompetente e ignorante (y, ahora, corrupto), razón por la cual no es necesario consultarlos o aprender  de ellos. En ese primer recambio se pierde la poca experiencia y memoria histórica que existe, lo que explica los resultados tan patéticos que ocurren cuando se trata de entidades cruciales -como seguridad pública, la procuraduría, gobernación y hacienda. En lugar de continuidad, el nuevo equipo comienza por empujar la piedra montaña arriba que, como en el Sísifo de la mitología griega, nunca llega a la cima. Para cuando los funcionarios aprendieron, es tiempo de que llegue el nuevo equipo a empujar la piedra una vez más.

Desde luego, hay muchas cosas que deben cambiar en el país, pero hay muchas otras que funcionaban razonablemente bien. La indisposición de nuestro sistema de gobierno para diferenciar entre estas dos contrastantes realidades explica, al menos en alguna medida, la necedad de abandonar lo que sí funciona en lugar de concentrar los esfuerzos de un nuevo gobierno en los asuntos que efectivamente requieren una concepción radicalmente nueva.

El resultado, observable en un sexenio tras otro, es que nunca llegan a fructificar los programas existentes o a mostrar su potencial para resolver los problemas que se pretendía atacar. De hecho, en la gran mayoría de los casos, los programas que se adoptan responden más a prejuicios, preconcepciones y visiones ideológicas que a diagnósticos consolidados sobre la naturaleza del problema específico.

Por ejemplo, hoy en día se importa gas muy barato de EUA porque en ese país hay una gran sobreproducción, pero esa circunstancia va a cambiar tan pronto entren en funcionamiento las terminales de licuefacción que se están construyendo en aquel país. Lo racional sería dedicar los muy escasos recursos de Pemex a desarrollar pozos de gas en lugar de construir una nueva refinería, cuando hay varias otras operando muy por debajo de su capacidad y, además, el mercado de gasolina del mundo es mucho más estable y predecible que el del gas. La construcción de una refinería nueva responde a una visión ideológica, no a un diagnóstico de las circunstancias que caracterizan al mercado energético o a su potencial evolución.

Lo impactante de México es que el país progrese a pesar de la propensión gubernamental a reinventar la rueda cada seis años. Lo que no es tan impactante o difícil de dilucidar es la razón por la cual problemas ancestrales como la pobreza y el rezago cada vez mayor que experimenta el sur del país persisten. El país avanza a pesar del gobierno y, al mismo tiempo, el gobierno hace muy difícil que el conjunto del país salga de los círculos viciosos que resultan de la falta de continuidad de los programas y políticas públicas. Esto me recuerda una famosa frase de Betrand Russell: “el problema en este mundo es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas.” Si cambiamos novatos por estúpidos y experimentados por inteligentes, ahí está una buena parte de la explicación de nuestro perenne subdesarrollo.

En México hay muchas cosas que deben cambiar para asegurar una convivencia pacífica y sin violencia, para reducir la pobreza y crear oportunidades para el surgimiento y desarrollo de millones de nuevas empresas y para darle la oportunidad a la niñez de hoy de ser exitosa cuando llegue a la edad adulta y se incorpore en un mercado laboral que va a ser dramáticamente distinto al de cuando se concibieron los programas educativos de hoy. Si vamos a reinventar la rueda, es en estos ámbitos en que debería hacerse, pues es ahí donde yace el futuro del país.

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Es el miedo…

Luis Rubio

La estrategia presidencial ha sido muy clara: concentrar y consolidar su poder. Su expectativa es que, al recrear el esquema de la presidencia fuerte de hace medio siglo, la economía automáticamente responderá. La realidad ha probado ser muy distinta: la inversión privada se ha contraído y la economía se ha desacelerado, con alta probabilidad de entrar en recesión. Para contrarrestar esta tendencia, el gobierno ha promovido mensajes por parte de empresarios cercanos, incitando la reactivación de la inversión. El objetivo es loable, pero inconsistente con el entorno en que ocurre.

El ingrediente nodal para lograr el crecimiento de la economía es la inversión privada. Así lo entiende el gobierno y por eso su activismo promocional; lo que estas iniciativas no reconocen, es que no hay inversión porque, al atemorizar al inversionista, impiden que ésta se materialice. El problema no radica en la lógica del empresario -obvia y absolutamente predecible- sino en el ímpetu gubernamental por hacerla imposible al aterrorizar a los potenciales inversionistas.

En el último año, el gobierno se ha dedicado a destruir todos los elementos que hacen posible y atractiva la inversión, comenzando por el que es central para el empresario: la certidumbre. La retahíla de atentados contra la certidumbre comenzó con la cancelación del nuevo aeropuerto de la ciudad de México y prosiguió con la andanada de persecuciones sin orden judicial, el anuncio cotidiano de nuevas investigaciones y la aprobación de la ley de extinción de dominio, que hace vulnerable a cualquier persona y la somete enteramente a la discrecionalidad burocrática y política de quien es el mandamás del momento. Es decir, el gobierno se ha dedicado a erradicar toda fuente de certidumbre y a atemorizar precisamente a aquellos de quienes depende que crezca la economía y se avance en la lucha contra la pobreza, dos de las promeses del presidente.

Por si esto fuera poco, no hay mañanera en la que no se ataque a una fuente de certidumbre: un día es la Comisión de Derechos Humanos, otro algún periodista, seguido de descalificaciones a algún empresario. O sea, hay una creación sistemática de miedo. En adición a lo anterior, el desmantelamiento, intimidación o debilitamiento de todas las instancias de contrapeso al poder ejecutivo -desde los órganos llamados autónomos, cada uno relevante en su ámbito de competencia, hasta la Suprema Corte y el Banco de México- constituyen afrentas a la certidumbre.

Lo interesante es la lógica de la andanada, pues replica una era pasada, a la vez que contradice las afirmaciones que, desde hace más de una década, han caracterizado al hoy presidente. Mientras que AMLO prometió erradicar la corrupción y privilegiar la justicia, su actuar ha ido en sentido contrario: el lugar de construir una amplia y ambiciosa estrategia para eliminar las causas de la corrupción a través del fortalecimiento del sistema de justica, el gobierno ha optado por reproducir la forma exitosa en que actuó el presidente Salinas. Nada malo en ello, excepto que tiene lugar en un contexto muy distinto, tanto por el proyecto presidencial como por la naturaleza de la economía mundial tres décadas después.

Salinas procuró la consolidación de su poder para emprender una transformación económica profunda. Independientemente del resultado, su actuar le abrió espacios para confrontar sindicatos, empresarios y líderes políticos y con ello ganar amplia credibilidad entre la población. El punto clave es que, detrás de la estrategia de consolidación del poder radicaba una estrategia de desarrollo económico compatible con el momento del mundo del momento. Nada de esto es cierto en el caso del gobierno de López Obrador.

En este contexto, es inconcebible que crezca la inversión privada, por más que se intenten ejercicios de promoción, invitaciones, presiones o renegociaciones escuálidas. En el mundo globalizado del siglo XXI la inversión no tiene domicilio: se mueve en un instante hacia donde hay oportunidades y, sobre todo, donde hay claridad de rumbo y certidumbre. Lo que atrae a la inversión es la creación de condiciones para que ésta florezca y pueda rendir frutos atractivos. La estrategia gubernamental ha ido en el sentido exactamente opuesto.

La historia, dijo Marx, se repite primero como una tragedia y después como una farsa. Más allá de la extraña ironía de copiar la estrategia que siguió Salinas, el enemigo más mencionado por AMLO, el embate emprendido por el gobierno actual tiene una lógica política impecable, pero choca contra la pared porque adolece de una estrategia de desarrollo que todo mundo -comenzando por los inversionistas- pueda entender.

Salinas actuaba en el contexto del viejo sistema político: impuso su marca con la detención de la Quina y otros personajes públicos, logrando con ello credibilidad como un presidente capaz y dispuesto a romper con la oposición a su proyecto. Treinta años después, el gobierno carece de un proyecto de construcción de un futuro novedoso y tiene lugar en un contexto político radicalmente distinto: ahora esa misma estrategia suena más a venganza, lo opuesto a la necesaria certidumbre porque genera temor. En un contexto así, no hay forma de atraer la inversión privada.

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01 Sep. 2019

Otro país

Luis Rubio

La frontera México-Estados Unidos es un mundo peculiar: parte mexicano, parte americano y, a la vez, distinto a ambos. Sobre todo, es absolutamente diferente a lo que imaginan los políticos en Washington o la Ciudad de México. La frontera ha ido adquiriendo su propio carácter por sus circunstancias particulares: el desdén de sus gobiernos centrales, la distancia a las capitales respectivas y, sobre todo, la dependencia mutua que cada punto de la frontera ha desarrollado. El Paso no podría existir sin Ciudad Juárez y ambas viven en medio de un desierto inhóspito que las atrae en lugar de repelerlas. El reto, y la oportunidad, para México no radica en volver a aislar la zona fronteriza (que es lo que se está haciendo) sino en integrarla con el país a la vez que el país se integre con la propia frontera.

En un libro señero, La Frontera, Weisman y Dusard describen las muchas fronteras que caracterizan a la línea que une (y separa) a las dos naciones: cada región tiene sus características, pero el conjunto guarda semejanzas que se derivan de la interacción permanente -y la interdependencia- que surgen de una convivencia cada vez más profunda. Ese libro, de hace casi tres décadas, era un mero atisbo a lo que  habría de venir. El libro describe, e ilustra con fotografías, la cambiante geografía natural, pero también la forma en que interactuaban a diario las comunidades en ambos lados de la línea fronteriza, con todos los problemas y tensiones que son parte inherente al panorama.

De publicar una secuela hoy, estos autores seguramente describirían dos nuevas realidades: primero, el incremento descomunal de la interacción fronteriza, sobre todo producto de la integración creciente entre las dos economías, las cadenas de suministro que alimentan a la industria automotriz, química, electrónica, de aviación y tantas otras que son el pan de cada día de nuestra economía y que han llevado a un ascenso dramático en el número de camiones, carros de ferrocarril y personas que cruzan en ambos sentidos de manera cotidiana. Por otra parte, la descripción seguramente incluiría el deterioro que ha experimentado la región como resultado de la cada vez mayor actividad criminal, los interminables flujos migratorios que ahora se han hacinado del lado mexicano y las tensiones y conflictos que todo esto entraña.

A pesar de estos males, la región es cada vez más un “país” en sí mismo, una región en que conviven comunidades de ambos lados y que tienen características en su vida cotidiana que son radicalmente distintas a las del resto del país. No es casualidad que siempre que se realizan cambios fiscales o regulatorios (como el IVA o sobre el lavado de dinero) se crean excepciones para la zona fronteriza porque no habría otra forma de funcionar ahí. Innumerables mexicanos van a la escuela en el país del norte, o viven “del otro lado” y cruzan la frontera de manera cotidiana. Trabajadores mexicanos van al lado estadounidense todos los días, en tanto que empresarios americanos vienen a trabajar al lado mexicano.

Algunos estados fronterizos han formalizado diversos esquemas de cooperación para facilitar los intercambios, otros simplemente se dedican a ello. Quizá no hay mejor ejemplo que el caso de la frontera de Sonora y Arizona con su comisión bilateral. Para el estado de Texas, México es su mayor socio comercial, superior en volumen y valor al de todo el resto de sus intercambios con toda la unión americana y sus gobernadores, igual republicanos que demócratas, se dedican a hacer funcionar la relación. El propio gobierno federal estadounidense ha ido inventando mecanismos para facilitar la vida fronteriza y atenuar la creciente complejidad burocrática que caracterizan sus programas de seguridad, a través de programas como el Sentry, cuyo propósito es hacer expedito el cruce de vehículos previamente registrados.

Para México, la frontera siempre ha sido un desafío. El instinto histórico ha sido el de distanciarnos de los americanos, tolerar las inevitables peculiaridades que requieren quienes viven en esa región y olvidarse del asunto. Fue con ese fin que, a mediados del siglo pasado, se creó la zona libre y, luego, se propició el establecimiento de maquiladoras, pero siempre restringidas a esa región. Es decir, se quería aislar a la zona fronteriza como si se tratara de una cuarentena por razones de salud: que no se contagiara el resto del país.

Esa perspectiva ya no es sostenible ni tiene sentido. Desde los ochenta, la frontera se convirtió en el factor clave de la interacción entre las dos economías y el punto de encuentro de México con su principal motor económico. Desde luego, no hay razón alguna para limitarse a un sólo motor, pero es imposible, y sería suicida, pretender disminuir o eliminar los elementos y mecanismos que hacen funcionar a la región.

En una palabra, en lugar de volver a aislar a esa zona del resto del país a través de la recreación de la zona libre, el gobierno debería integrarla de manera cabal con el resto del país y, al mismo tiempo, integrar al país con esa zona. Este no es un juego de palabras: la única manera de poder prosperar es simplificando, descentralizando y desburocratizando, característica inherente a esa región.

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Otro país

 

Luis Rubio

25 Ago. 2019