Luis Rubio
Nadie puede confundir al gobierno de China con el de México. Independientemente de las enormes diferencias históricas y culturales, las dos naciones buscan transformarse, cada una a su estilo y forma. Cualquiera que acabe siendo el devenir del gigante asiático, el gran contraste entre los dos países es que el gobierno de aquella nación tiene monumentales ambiciones y claridad meridiana sobre como pretende alcanzarlas. Quienquiera que haya visto sus aeropuertos, carreteras, trenes y, sobre todo, los productos de cada vez mayor sofisticación que emanan de sus fábricas, no puede más que maravillarse de sus logros.
Y, sin embargo, escriben Rozzelle y Hell,* los éxitos de China en las últimas décadas obscurecen los enormes retos que enfrenta esa nación que, a pesar de ser la segunda economía del mundo, “todavía sigue siendo, en muchos sentidos, una nación pobre.” El énfasis de estos autores se encuentra no en la parte visible y exitosa de China, sino en su retaguardia, donde no existen las condiciones necesarias para que sea posible salir del atraso y la pobreza. En particular, los autores analizan la educación en las zonas rurales (donde viven cientos de millones de personas) y concluyen que la deseada transformación es imposible a partir de su realidad educativa actual.
El análisis que realizan estos autores parece un relato de la realidad mexicana: el éxito a la fecha se debe en buena medida a la disponibilidad de mano de obra barata con pocas habilidades, lo que ha permitido tasas sumamente elevadas de crecimiento por varias décadas. Sin embargo, sólo el 12.5% de los trabajadores cuenta con educación universitaria, la tasa más baja de cualquier nación del nivel de desarrollo de China. Aunque cuenta con una fuente en teoría inagotable de mano de obra barata, comienza a perder competitividad debido al constante aumento de los salarios de la base manufacturera. En contraste con Corea, Taiwán, Singapur y otras naciones que lograron una transformación cabal, China no ha invertido en educación y ahora está pagando las consecuencias.
El argumento central de estos autores es que la transición a una economía avanzada requiere de una población con altos niveles de educación, capaces de adaptarse a las cambiantes demandas del mercado laboral para elevar los niveles de productividad general de la economía. Los autores diferencian entre naciones que hacen esas inversiones en educación y los que no: los primeros logran evitar estancarse en el camino, la llamada “trampa del ingreso medio,” en tanto que los demás se atoran y resultan incapaces de sostener un nivel creciente de ingresos. México ejemplifica para los autores el ejemplo perfecto del segundo caso: países que apostaron por la mano de obra barata y acabaron estancados en el camino y sugieren que China, por también haber menospreciado a la educación, se encuentra en la misma situación.
Cada país tiene sus circunstancias y sigue la lógica que le imponen sus realidades. En el caso de México, un gobierno tras otro ha preferido utilizar a los sindicatos magisteriales para avanzar sus objetivos políticos antes que apostar al desarrollo del país. Para algunos gobiernos esos sindicatos son clave en el mantenimiento del control político sobre vastas regiones del país, para otros no son más que un instrumento electoral. Otros más apuestan a los sindicatos y sus líderes como retaguardia para el día en que se dé la “gran confrontación” entre las fuerzas del bien y del mal. Cualquiera que sea la lógica que anima a nuestros gobiernos (cada uno su racionalidad como sugieren estas descripciones), el hecho tangible es que ninguno ha comprendido el enorme reto que representa el cambio de la sociedad industrial a la sociedad del conocimiento y, por lo tanto, la apuesta por el statu quo educativo es una apuesta por la pobreza.
En la era industrial lo que agregaba valor era el proceso productivo mismo y las empresas se enfocaban a mejorar la tecnología de producción y a elevar la productividad en la propia planta de las fábricas, o sea, a mejorar el uso de las habilidades manuales de los trabajadores. En la era del conocimiento, la gran diferencia y el espacio en que se agrega el mayor valor, es en la parte creativa, que tiene que ver con el diseño de procesos, la elaboración de software, el empleo de la mente humana para imaginar nuevas tecnologías, todo lo cual requiere capacidad de manejo de las computadoras y lo que éstas permiten: un mundo radicalmente nuevo. La educación acaba siendo clave para incorporar a toda la población ante la oportunidad de hacerla en la vida del mundo digital.
China es una nación autoritaria que empleó todas sus capacidades para forzar un acelerado desarrollo a lo largo de las últimas cuatro décadas. Si estos autores tienen razón, su futuro será menos encomiable de lo que hoy parecería y, ciertamente, muy por debajo de sus ambiciones. El problema de México es que, para poder salir del hoyo en que nos encontramos, lo mínimo que se requiere es imaginar un futuro mejor, algo que le sobra a China pero para lo que nosotros parecemos negados, al menos con este gobierno.
*Invisible China: How the Urban-Rural Divide Threatens China’s Rise
www.mexicoevalua.org
@lrubiof
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